Press "Enter" to skip to content
Donald Trump en conferencia de prensa desde la Casa Blanca el 21 de junio, tras el anuncio de que Estados Unidos ha bombardeado instalaciones nucleares en Irán. (Carlos Barria / POOL / AFP vía Getty Images)

El cambio de régimen en Irán no terminará bien

Traducción: Florencia Oroz

Más temprano que tarde, Estados Unidos va a pagar cara la arrogancia de Donald Trump al atacar Irán.

Se terminó el suspenso y Donald Trump entró en la guerra. El presidente de Estados Unidos puso fin al misterio sobre si iba a intervenir en el conflicto entre Israel e Irán. Fiel a su estilo showman, lanzó toda la artillería: bombarderos B-2 lanzaron seis bombas «rompe-búnker» sobre las tres instalaciones nucleares iraníes conocidas (Natanz, Isfahán y Fordo). También hubo misiles Tomahawk dirigidos a otros blancos, aunque no se dieron mayores detalles.

En una jugada que roza el cinismo, Estados Unidos le envió un mensaje diplomático a Irán asegurando que su agresión apuntaba solo al programa nuclear y que no buscaba un cambio de régimen. Pero el socio de Trump en esta movida, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, fue mucho más claro: sí, ese es el objetivo. Para colmo, el domingo Trump escribió en Truth Social: «¿Y por qué no habría un cambio de régimen???». El ataque estadounidense debilitó seriamente al régimen clerical iraní y podría terminar provocando justamente lo que Estados Unidos asegura que no busca: un cambio de régimen.

El líder israelí afirmó además que el ataque de Israel tenía como objetivo destruir las instalaciones nucleares de Irán. Eso es solo parcialmente cierto: su intención es destruir no solo la capacidad nuclear del país, sino toda la infraestructura de la sociedad iraní. Ha atacado depósitos de petróleo, la cadena nacional de televisión, un aeropuerto y plantas industriales. Y eso solo en la primera fase. En síntesis, el objetivo de Netanyahu no es otro que el cambio de régimen. De hecho, ha llamado al pueblo iraní a levantarse y derrocar al Estado clerical.

La expresión «cambio de régimen» es algo inapropiada. El término implica que un régimen caerá y será sustituido por otro más dócil a los intereses propios. Sin embargo, Israel no quiere que ningún régimen sustituya al actual. Quiere, como ha logrado en el Líbano y Palestina, un país débil, dividido en facciones y asolado por conflictos sectarios: un país tan debilitado que no pueda suponer una amenaza para el objetivo de Israel de dominar la región mediante la fuerza y la intimidación. Israel masacró a gran parte de los altos mandos de las fuerzas armadas iraníes y a sus principales científicos nucleares. Pero no se detuvo ahí: también asesinó a un líder del equipo negociador responsable de las conversaciones nucleares.

Tras el ataque israelí, Netanyahu argumentó que el asesinato del líder supremo no intensificaría las hostilidades, sino que «les pondría fin». Aunque sea un sociópata, Netanyahu no es tonto. Sabe que el asesinato sembraría más caos entre los líderes iraníes. Eso es precisamente lo que pretende: un Irán debilitado, tal y como Israel diezmó a Hamás y Hezbolá con la eliminación de sus máximos líderes. Los ataques no pondrán fin a las hostilidades ni eliminarán el programa nuclear. Al contrario, harán de Medio Oriente un lugar mucho más peligroso para todos sus habitantes —incluidos los israelíes— de lo que ya es.

El vicepresidente ejecutivo del Quincy Institute for Responsible Statecraft y experto en Irán, Trita Parsi, advierte que si la alianza entre Israel y Estados Unidos derriba al Gobierno iraní, no dará lugar al régimen dócil y favorable a Occidente que imagina, sino a uno más agresivo y hostil, gobernado por los más duros de los duros, incluso más extremistas que el ayatolá Jamenei. Y si Israel asesina al líder supremo (un objetivo anhelado por Netanyahu) es probable que el caos y el malestar se generalicen, lo que debilitaría aún más a Irán.

Trump se jactó de haber «destruido» el programa nuclear iraní, pero no ha hecho nada que se le parezca. Aunque es indudable que la infraestructura ha sufrido graves daños, Irán sabía que el ataque era inminente y se llevó sus 400 kilogramos de uranio altamente enriquecido (algunos enriquecidos hasta alcanzar un grado cercano al necesario para fabricar armas, con un 60%). También podría tener otras instalaciones secretas de producción nuclear desconocidas para la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) y los servicios de inteligencia occidentales.

Ahora, como dijo Parsi, el país sin duda seguirá adelante con la producción de un arma nuclear. Se retirará del OIEA, eliminando así cualquier posibilidad de supervisar el programa nuclear del país, que pasará literalmente a la clandestinidad. Por lo tanto, el objetivo mismo de este ataque fracasará y la bomba iraní es una certeza virtual, exactamente lo contrario del objetivo (declarado) de Estados Unidos e Israel. En contra de lo que afirma el Mossad acerca de que Irán es capaz de fabricar un arma en quince días y de lo que declara la Casa Blanca sobre que la ruptura nuclear está a «semanas», Parsi afirma que si esto efectivamente ocurriera, sería en los próximos cinco a diez años.

Poco se habla en los medios estadounidenses del peligro que enfrentan los judíos en su propio país. Gran parte del mundo rechaza esta guerra, y eso va a generar un movimiento antibélico desde abajo con una reacción cada vez más airada y potencialmente violenta. No importa si los judíos están a favor o en contra del conflicto: igual serán señalados, porque se los asocia con el sionismo y con el apoyo a Israel y sus crímenes. Y son precisamente Netanyahu y Trump quienes los están poniendo en la mira. Algunos manifestantes confunden Israel y el sionismo con los judíos y el judaísmo. Ya hemos visto numerosos episodios de violencia antisemita por parte de supremacistas blancos contra personas e instituciones judías. Ahora hay un nuevo motivo para alimentar esos ataques.

Los medios de comunicación describen la represalia de Irán contra el ataque israelí (y la supuesta respuesta al ataque de Trump) como «terrorismo». El Centro Nacional de Alerta contra el Terrorismo ha emitido un «boletín de alerta terrorista» que advierte de posibles ciberataques iraníes contra infraestructuras críticas. Como dijo la CNN: «Irán podría recurrir a medidas asimétricas, como el terrorismo».

Pero esto no es «terrorismo». Defender la propia patria es precisamente eso: defensa. Los terroristas son los agresores. Israel y Estados Unidos han incitado una guerra sin provocación, violando el derecho internacional y la Carta de las Naciones Unidas. Eso es terrorismo.

Las ambiciones geoestratégicas de Israel y la apuesta de Trump

Trump, un presidente que se presentó con un programa antibélico en el que denunciaba específicamente las «guerras eternas» en Medio Oriente, se ha lanzado a lo que antes rechazaba, empujado por Israel. Es más que probable que Estados Unidos pagará a largo plazo por su arrogancia. La historia está repleta de imperios que persiguieron visiones ambiciosas. Su extralimitación condujo inevitablemente al malestar y al resentimiento de los pueblos colonizados y, posteriormente, a la caída definitiva del imperio. La campaña de Israel por esa supremacía conducirá finalmente al mismo resultado, aunque la antipatía tendrá que acumularse hasta tal punto que las víctimas, los Estados rivales o los organismos internacionales se levantarán contra ella.

Antes del ataque estadounidense, el grupo parlamentario demócrata brillaba por su ausencia. Las figuras más destacadas del partido apoyaron la operación con entusiasmo o guardaron silencio. De hecho, cedieron el espacio mediático a los halcones del trumpismo sedientos de sangre iraní. Los líderes del Congreso Chuck Schumer y Hakeem Jeffries se han limitado a pronunciar palabras vacías.

Una de las razones clave de este silencio es el lobby israelí. El Comité Americano-Israelí de Asuntos Públicos (AIPAC) lidera la campaña a favor de la guerra. De hecho, ha preparado modelos de declaraciones para los legisladores en apoyo de la agresión israelí. El lobby derrama cientos de millones en fondos de campaña a los candidatos del partido en defensa de la agenda belicista de Israel.

Los demócratas que han expresado alguna crítica son los habituales progresistas, como las diputadas Rashida Tlaib y Alexandria Ocasio-Cortez y el senador Bernie Sanders. Dos miembros demócratas del Congreso han propuesto resoluciones que exigen al presidente solicitar la aprobación del Congreso para emprender acciones militares contra Irán en virtud de la Ley de Poderes de Guerra. Pero en lo que respecta a los demócratas, eso es todo.

A pesar del rechazo casi unánime de la población al conflicto, ningún país europeo se ha opuesto a la guerra. Por el contrario, el canciller derechista de Alemania elogió a Israel, diciendo que está «haciendo el trabajo sucio por nosotros». Israel, que lleva adelante un genocidio en Gaza y busca replicarlo en Irán, no enfrenta consecuencias. Estados Unidos actúa como cómplice de estos crímenes masivos. Y si Trump se sale con la suya, pasará de cómplice a socio directo.

La guerra de Trump constituye una renuncia total a una tradición diplomática de 250 años. Durante ese tiempo, con algunas excepciones importantes, Estados Unidos ha negociado los conflictos con sus rivales y enemigos. Lo hizo con el acuerdo nuclear del Plan de Acción Integral Conjunto de 2015. Lo hizo en diversos acuerdos con la Unión Soviética para reducir la amenaza nuclear. En uno de los acontecimientos más críticos, fundó las Naciones Unidas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Su objetivo era resolver los conflictos futuros mediante la negociación y la diplomacia. Eso es lo que Trump está descartando al declarar la guerra a Irán.

Cierre

Archivado como

Publicado en Artículos, Estados Unidos, Guerra, homeCentro, homeCentroPrincipal, homeIzq, Imperialismo, Irán, Israel, Política and Relaciones internacionales

Ingresa tu mail para recibir nuestro newsletter

Jacobin Logo Cierre