Después de que la ultraderecha boliviana diera un golpe de Estado en 2019, un movimiento de masas restauró el gobierno socialista del país, prueba de que no son las élites las que protegen la democracia, sino los trabajadores organizados.
Notas publicadas en Bolivia

Cualquiera que piense la coyuntura de Bolivia en función de la lucha de clases sabe que el gobierno y la extrema derecha no lograrán clausurar el ciclo político únicamente neutralizando a Evo Morales.
Un torpe y efímero golpe de estado el mes pasado no pudo devolver al poder a las desacreditadas fuerzas conservadoras de Bolivia. Pero la división entre Luis Arce y Evo Morales podría dar a esas fuerzas una oportunidad.
El fallido intento de golpe de Estado encabezado por el general Zúñiga expresa no sólo la pulsión intervencionista de unas Fuerzas Armadas que siguen pensándose como salvadoras de la Patria sino también la profunda crisis económica y política que atraviesan Bolivia y el MAS.
El conflicto entre Evo Morales y Luis Arce por la presidencia de Bolivia en 2025 no solo divide al Movimiento Al Socialismo, sino también a los movimientos sociales y sindicatos que forman su base.
En Bolivia, las disputas políticas locales desgastan a paso acelerado el proceso de cambio iniciado en 2008 con la elección de Evo Morales.
Las elecciones de 2020, que dieron como gran ganador al MAS, no fueron suficientes para recomponer todo lo que el golpe de 2019 había agrietado. El resquebrajamiento es tan profundo que ha llegado incluso a lo único que le faltaba dividir: el propio MAS.
La crisis política en Bolivia abierta con el golpe de 2019 no ha terminado. Con el MAS al borde de la ruptura entre una fracción «radical» y otra «renovadora», la políticas audaces brillan por su ausencia.
Rogelio Mayta, ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, sobre el cambio climático y la necesidad de recuperar experiencias de los pueblos originarios.