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La asesora y redactora de discursos de Patrice Lumumba Andrée Blouin, centro. (Crédito: Películas modernas)

El imperio del silencio

UNA ENTREVISTA CON
Traducción: Natalia López

Johan Grimonprez habla sobre su innovador documental, nominado a los Óscar, que revela verdades inquietantes acerca de las intrigas políticas detrás del asesinato del líder congoleño Patrice Lumumba en 1961.

Entrevista por Stewart Smith[1]Stewart Smith es un periodista y académico interesado en las historias culturales alternativas de Escocia.

Soundtrack To A Coup D’état comienza con imágenes de un solo de batería de Max Roach intercaladas con intertítulos de su esposa, la cantante, actriz y activista Abbey Lincoln, anunciando la protesta de la Asociación Cultural de Mujeres de Herencia Africana contra el asesinato orquestado por la CIA del primer ministro congoleño Patrice Lumumba, elegido democráticamente: «El viernes, nuestras mujeres irán a las Naciones Unidas (…) Nos levantaremos y permaneceremos de pie».

Aquella mañana de febrero de 1961, Martin Luther King, Malcolm X, Maya Angelou y otras sesenta personas irrumpieron en la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, gritando «asesinos» y dando patadas al suelo. Los guardias de seguridad, que no estaban preparados, lucharon por contener el caos, mientras los delegados, sobresaltados, se aferraban a sus escritorios.

Su acción se ha considerado un momento fundacional para el movimiento Black Power. Para el cineasta y artista belga Johan Grimonprez, es el punto de partida para una exploración de la crisis que siguió a la independencia del Congo Belga en 1960, que se desarrolló en el contexto de la Guerra Fría y el surgimiento del movimiento de los no alineados. La presencia de Lincoln y Roach, cuyo álbum de 1960 We Insist! vincula explícitamente el movimiento de los derechos civiles con la liberación africana, proporciona una ventana al jazz no solo como banda sonora de la película, sino destacando la política cultural de la música en la era de los derechos civiles y la descolonización.

Reconociendo el potencial de poder persuasivo del jazz, el Departamento de Estado de Estados Unidos envió a músicos como Dizzy Gillespie y Dave Brubeck de gira por Oriente Medio, África y Asia. Para los músicos, las giras fueron una oportunidad increíble, pero entendieron la ironía de actuar como «embajadores» de los valores estadounidenses de libertad y paz cuando los negros estaban siendo violentamente oprimidos en su país. Este dilema está en el centro de Soundtrack.

En 1957, Louis Armstrong canceló un viaje a la Unión Soviética indignado por la negativa de Eisenhower a enviar tropas para proteger a los Nueve de Little Rock. La película lo cita mandando al gobierno al infierno: «No deberían enviarme hasta que arreglen ese lío en el sur». Tres años después fue enviado al Congo, sin saber que la gira era una cortina de humo para las actividades encubiertas de la CIA.

La admisión de dieciséis países africanos recién independizados en la ONU había alejado el voto mayoritario de las antiguas potencias coloniales, lo que suscitó la esperanza de que otro mundo era posible. La película muestra cómo se aplastaron esos sueños, cuando la República Democrática del Congo se convirtió en escenario de la Guerra Fría, con Estados Unidos, Bélgica y la Unión Soviética compitiendo por el control del país y, lo que es más importante, por el acceso a sus minas de uranio.

Respaldadas por tropas belgas, las provincias de Katanga y Kasai del Sur, ricas en minerales, se separaron del Estado. La ONU desplegó fuerzas de mantenimiento de la paz pero se negó a ayudar al gobierno central en la lucha contra los secesionistas, lo que llevó a Lumumba, partidario de la no alineación, a pedir ayuda a la Unión Soviética. Con el respaldo de la CIA, el líder militar Joseph-Désiré Mobutu dio un golpe de Estado, expulsó a los asesores soviéticos, encarceló a Lumumba y estableció un nuevo gobierno proestadounidense bajo su control.

Para contar esta historia, Grimonprez adopta una estética de collage, reuniendo imágenes de televisión, películas caseras, fotografías y extractos de las memorias de la escritora de discursos de Lumumba, Andrée Blouin, del novelista In Koli Jean Bofane y del delegado irlandés ante la ONU, Conor Cruise O’Brien. El jazz impregna la propia forma de la película, con Grimonprez y el editor Rik Chaubet haciendo rápidos cortes a la música de Roach, Gillespie, Nina Simone, Eric Dolphy y otros.

Nominada a varios premios, Soundtrack es un gran logro para el director, cuyos trabajos anteriores incluyen Dial H-I-S-T-O-R-Y (1997), Double Take (2009), una colaboración con el novelista Tom McCarthy, y Shadow World (2016), basada en el libro de Andrew Feinstein sobre el comercio mundial de armas. Shadow World inspiró a Grimonprez a «desenterrar la suciedad, la página negra de la historia de mi país», y Soundtrack to a Coup D’etat pone al descubierto los intentos de Bélgica de socavar la independencia congoleña y controlar los activos del país. Conversamos con el director sobre cómo estos hilos entran en contacto en su documental.

 

SS

¿La participación de Bélgica en el golpe de Estado es un punto de partida en tu película?

JG

Bueno, es algo con lo que uno creció, que forma parte del paisaje belga. La herencia colonial está arraigada en el suelo. Se construyó con el dinero del caucho. Así que uno crece con esto, pero también con la ignorancia… esa discrepancia ya estaba en aumento y siempre había querido hacer algo al respecto. Pero luego está la historia de fondo de Nikita Jrushchov golpeando su zapato [en la ONU], que conocía desde la investigación para Double Take.

Double Take trata sobre un doppelganger de Hitchcock, pero Nikita Krushchev también funciona de la misma manera. Lo que no sabía es que el golpe de zapato estaba relacionado con la crisis del Congo abierta a partir del manejo del paso del Congo Belga a la independencia, que no fue realmente independencia. Como dicen algunos de los personajes en la película, fue una apropiación neocolonial. Instaló algunos líderes títeres, lo que terminó en una cleptocracia, y todavía lo es. Bélgica es un país muy joven, y uno creció con eso, está a nuestro alrededor. Había toda una historia de la que no se hablaba y tenía la certeza de que algo no cuadraba. La verdad es que transité toda una curva de aprendizaje al hacer la película.

 

SS

En el Reino Unido ha habido una enorme reacción contra los intentos de exponer los crímenes del Imperio británico. ¿Es así también en Bélgica? En el mundo anglófono, a menudo oímos hablar de las atrocidades cometidas por el rey Leopoldo II, pero no tanto de la influencia continua del neocolonialismo belga.

JG

A menudo se cita a Leopoldo II como una forma de no hablar de la actualidad. Por horrible que fuera, es una evasión no hablar de lo que está pasando en el Congo ahora mismo. El Imperio se ocultó en Bélgica. Se le llamó el imperio del silencio.

Incluso hoy en día, yo diría que lo que está pasando en el este del Congo con la milicia privada que sigue violando a mujeres para vaciar pueblos y conseguir los minerales del conflicto es en realidad resultado directo de ello. Es decir, es resultado directo de la zona cero de 1960, cuando los belgas, junto con la CIA, derrocaron el primer régimen elegido democráticamente. En pocas palabras, esa es la columna vertebral de la película.

En Koli, Jean Bofane, el novelista belga-congoleño que forma parte de la película, alude a esa trayectoria en la que los minerales para todos los grandes conflictos del mundo siempre se obtuvieron del Congo, pero nunca beneficiaron a los congoleños. Y lo lleva hasta hoy. Menciona genocidio tras genocidio tras genocidio, y que sigue siendo lo mismo.

 

SS

¿Cuándo surgió el lado musical de la historia?

JG

Hay varios componentes. Los maestros del jazz negro, ese es un componente obvio, porque sabía que Louis Armstrong estaba visitando el Congo durante ese momento crucial, pero que el Departamento de Estado y la CIA estaban de acuerdo en enviar al músico de jazz negro mientras en realidad tramaban el golpe de Estado. Es exactamente el momento en el que se produce el derrocamiento de Patrice Lumumba, pero en el que ya están tramando también su asesinato.

Y así, cuando Louis Armstrong está cenando con Moïse Tshombe en Katanga, el presidente títere, está cenando con Larry Devlin, el agente de la CIA, el embajador estadounidense Timberlake y los asesores belgas de Tshombe. Es el momento en el que también Mobutu va a venir a negociar un intercambio de dinero para planear el asesinato de Lumumba. Pero, por supuesto, Louis Armstrong no lo sabía. En esencia, fue enviado a un país que legalmente no era un país. No fue ratificado por las Naciones Unidas, por lo que el Departamento de Estado no estaba autorizado a enviarlo. Pero es el asesor belga, el lobby de Katanga en Nueva York, el que presiona para que Louis Armstrong sea enviado.

 

SS

En The Jazz Ambassadors (2018) escuchamos que Armstrong estaba bastante en conflicto con su papel. ¿Cómo podía viajar por el mundo promocionando a Estados Unidos como la tierra de la libertad, cuando el Sur todavía estaba segregado?

JG

El problema con ese documental [es que] sigue encubriendo la política estadounidense. Toca el tema, pero no profundiza en lo que me parece completamente hipócrita desde ambos ángulos: la conspiración del golpe y la política doméstica. Sentí que eso faltaba. En esta película creo que el contexto global más amplio en las Naciones Unidas es bastante crucial. Con el movimiento independentista, 16 países africanos más Chipre son admitidos en las Naciones Unidas, lo que crea un gran cambio dentro de la Asamblea General, donde de repente el Sur global puede obtener la mayoría de votos.

Pero ese cambio, y el movimiento independentista, también inspiraron el Movimiento por los Derechos Civiles. Lo que investigué en la película es esa conexión más amplia. Cuando hablamos de la rumba, hay una enorme conexión transatlántica con Cuba, donde vivían muchos congoleños de tercera y cuarta generación. Eso inspiró la escena musical. Y luego, poco a poco, hay comercio entre Léopoldville y La Habana. La rumba se trajo de Cuba, se remonta al continente africano.

Investigando para esta película me topé con el hecho de que siempre que hay una gran agitación o movimiento político, hay una conexión musical, como cuando Lumumba exige ser liberado y llega a la Mesa Redonda [la conferencia de enero de 1960 que determinó el futuro del Congo]. Dos días después, se reclama la independencia. Joseph Kabasele [alias La Grande Kallé] y African Jazz acompañaron a Patrice Lumumba y compusieron «Independence Cha Cha» en el Hotel Plaza de Bruselas. Kabasele participaría en la campaña [electoral] de Patrice Lumumba en Léopoldville. Hablaban de temas muy políticos, y el ambiente musical siempre formaba parte de ello en la ciudad. 

La primera rumba de la película, «Ata Ndele», de Adou Elenga, dice «Tarde o temprano, el mundo cambiará». Era una canción muy política, y los belgas la prohibieron a mediados de los años 50 y metieron a Elenga en la cárcel. Así que hay una conexión. Pero también con el jazz. Tenemos el álbum de Abby Lincoln y Max Roach, We Insist! Freedom Now, que encontramos, por cierto, en la televisión belga.

 

SS

Esa actuación es increíble. El momento de «Triptych: Prayer, Protest, Peace» en la que Abby Lincoln grita es devastadora.

JG

Abby Lincoln y Max Roach abren y cierran la película. El comienzo es con Max Roach tocando la batería y el grito de Abby Lincoln aparece al final. Y sabíamos que ella inició esa protesta, junto con la coalición de escritoras de Harlem, con Maya Angelou. También estaban Amiri Baraka y Paul Robeson, pero eso tuvimos que cortarlo. Teníamos una línea entera de Paul Robeson en la película y tuvimos que cortarla, pero él también estuvo presente en esa protesta. La escena de Abby Lincoln gritando… desde que encontramos ese metraje, sabíamos que ahí era donde queríamos ir, a un grito de rabia que también es un grito de resistencia y un grito de desacuerdo con el estado del mundo.

Pero We Insist! se inserta a lo largo de toda la película. La canción «Tears for Johannesburg» se inspiró en la masacre de Sharpeville en Sudáfrica. Y también tenemos a Miriam Makeba [cantante sudafricana]. Con Makeba hay otra historia. Marie Daulne [cantautora belga-congoleña, también conocida como Zap Mama], que interpreta la voz de Andrée Blouin, grabó su primer álbum junto a Miriam Makeba aquí en Bruselas. Así que había una razón por la que le pedimos a Marie Daulne que interpretara la voz de Andrée Blouin. [Nacida en el Congo, el padre belga de Daulne fue asesinado por rebeldes lumumbistas durante la Crisis. Ella y su madre huyeron a Bélgica, donde creció]. Acababa de regresar de la Ciudad de la Alegría en la provincia de Kyivu, donde trabajaba con mujeres violadas utilizando la canción y la voz como una forma de superar el trauma y compartirlo. Así que fue una elección muy apropiada para interpretar a Andrée Blouin.

 

SS

Me gustaría saber por qué decidiste no contar con un narrador, sino dejar que voces como las de Blouin y Bofane contaran la historia. También tuviste acceso a fotografías familiares y películas caseras, que realmente dan vida a sus historias.

JG

Me gusta el enfoque caleidoscópico que ofrece diferentes puertas para abrir lo que sería esa historia. Creo que hay una gran diferencia entre hablar por y hablar con. Y para mí, era importante abrir ese diálogo con otros narradores de la historia que realmente se identificaran con ella. Jean Bofane es uno de ellos, tenía seis años cuando se produjo la independencia. También Andrée Blouin, que fue jefa de protocolo y redactora de discursos de Patrice Lumumba, pero cuya historia fue borrada de la Historia porque habló como mujer y fue incluida en la lista negra de la inteligencia belga. Estábamos tratando de acceder a esos documentos, y «desaparecieron».

 

SS

Otro aspecto sorprendente de la película es la forma en que las ediciones a menudo imitan la sensación de la música.

JG

Fue algo deliberado de la edición, ¿por qué no tratar a los políticos como músicos? Muy a menudo teníamos discursos o votaciones de la ONU que se prestaban como letras para la composición de jazz. Así es como imaginamos la película. Y funcionó muy bien, porque cada vez que las cosas encajaban, se hacía más significativo lo que estaba pasando con la música, pero también con la escena política. O a veces era lo contrario. Tendríamos una yuxtaposición, como con Eric Dolphy en la ceremonia de independencia, donde comenta lo que dice el rey Balduino. Es lo que yo llamaría interrupciones de jazz.

Por supuesto, Eric Dolphy no estuvo presente en la ceremonia de independencia, pero existe ese vínculo panafricano, el movimiento de independencia que inspira el movimiento de derechos civiles. Al chocar esos espacios, [se obtiene] algo revelador. Los músicos no son simplemente músicos. También hablan. Es como cuando Max Roach dice que usamos la música como arma. O John Coltrane, que dice que la música puede ser el inicio del cambio político, aunque no es en absoluto un músico político. Él consideraría su música más espiritual, pero esa sociedad lo contextualizó a principios de los 60, así que el hecho de que fuera a Harlem a conocer a Malcolm X dice algo de su pasado y de cómo imaginaba esas cosas.

Notas

Notas
1 Stewart Smith es un periodista y académico interesado en las historias culturales alternativas de Escocia.
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