Cuando me invitaron por primera vez a Conectar con la Comunidad , la conferencia anual del Partido de los Trabajadores de Bélgica (PTB), no tenía idea de qué esperar. Nunca había oído hablar del PTB y sabía muy poco de Bélgica, y menos aún de Ostende, la ciudad costera donde se celebraba la conferencia. Al llegar a mi hotel, un gran edificio imponente flanqueado por hileras de columnas que se extendían a lo largo del paseo marítimo, me sentí como si hubiera retrocedido en el tiempo. Tengo un recuerdo imborrable de entrar en el restaurante de techos altos para desayunar y sentarme en una mesa junto a un enorme mural de un antiguo anuncio turístico de Ostende en el que aparecía una mujer con un vestido blanco al viento y una sombrilla.
Dado el aire de nostalgia que impregna la ciudad, esperaba que el PTB no fuera diferente. Al fin y al cabo, la mayoría de los partidos comunistas no son parangones de modernidad. Cuando me dirigía al acto, esperaba entrar en una aburrida conferencia en un edificio gris y rectangular lleno de ancianos rodeados de serios jóvenes radicalizados. Así que, cuando me acerqué a la entrada, me quedé más que sorprendida. Me recibió un joven y entusiasta activista que me condujo entre filas serpenteantes de personas de todas las edades. Los guardias de seguridad, de aspecto severo, controlaban bolsos y pulseras. Me di cuenta de que más que una conferencia, estaba asistiendo a un festival.
Atravesamos las puertas principales y llegamos a lo alto de una escalinata de piedra que daba a un inmenso campo lleno de tiendas, food trucks y miles de personas deambulando por el césped. Lo que más me llamó la atención fue el color. No las paredes grises salpicadas de rojo que esperaba, sino una explosión de verdes, azules, rosas y amarillos, entremezclados con banderas palestinas y el logo del PTB: un corazón rojo rodeando una estrella blanca.
ManiFiesta es como The World Transformed, del Partido Laborista, pero con esteroides. Invitados de todo el mundo se dirigen a las filas del PTB, y también hay entradas disponibles para el público en general. Además de mesas redondas y mítines políticos, hay arte, música, deportes e incluso cine. Este año asistieron más de 15.000 personas. La primera vez que hablé en ManiFiesta, en 2022, estaba política y emocionalmente quemada. Cuando Jeremy Corbyn perdió las elecciones generales en 2019 y el mundo se sumió en la cuarentena, me negué a lamentarme. Mantuve la esperanza en los movimientos socialistas de otras partes del mundo e imaginé que tal vez la pandemia reavivaría el espíritu de ayuda mutua y solidaridad que siempre ha sido la base del movimiento socialista.
En 2022, ninguna de estas esperanzas se había hecho realidad. Finalmente dejé que la angustia me alcanzara. Quizá realmente habíamos perdido nuestra oportunidad. Tal vez el socialismo democrático fuera una causa perdida. Lo que vi en Bélgica me hizo pensar lo contrario. Aquí había un ejemplo de partido que movilizaba a la clase trabajadora en toda su diversidad, con fuertes vínculos con el movimiento obrero, el movimiento por el clima y toda una serie de movimientos sociales, y un profundo sentido de la solidaridad internacional. No solo cumplía todos los requisitos que cabría esperar de un partido de izquierdas moderno, sino que estaba construyendo poder.
Política clasista
Cuando volví a ManiFiesta este año, tenía más esperanzas. Había pasado el año anterior investigando casos reales de planificación democrática en todo el mundo, desde fábricas gestionadas por trabajadores en Argentina hasta cooperativas de trabajadores en Jackson, Mississippi, o el caso de la energía comunitaria en el norte de Gales. Si se busca lo suficiente, no es difícil encontrar ejemplos de personas que ponen en práctica los principios socialistas.
Pero el PTB seguía destacando como uno de los únicos partidos nacionales que intentaba movilizar a la gente en torno a un proyecto electoral socialista. Y este año, su duro trabajo parece haber dado sus frutos. El PTB logró importantes avances en las elecciones locales de 2024, incluso en Amberes, donde se enfrentó al partido de extrema derecha N-VA, duplicando su porcentaje de votos. Para Peter Mertens, secretario general del partido, el secreto del éxito del PTB es la «política de clase»: «Partimos de un punto de vista de clase, lo que significa centrarnos en reivindicaciones económicas inmediatas, como la cuestión salarial y la inflación, pero también la vivienda y la sanidad. Partimos de este punto porque unifica a toda la clase trabajadora».
Estoy segura de que algunas personas de izquierda leerán esta afirmación con escepticismo. El hecho de que tanta gente considere la política de clases reactiva y excluyente habla del extraordinario éxito de la extrema derecha a la hora de colonizar este terreno después de que los partidos socialdemócratas lo desocuparan en la década de 1990. Peter insiste en que centrarse en la política de clases significa organizar a la clase trabajadora en toda su diversidad, y contrasta la postura del PTB con la posición adoptada por Sahra Wagenknecht en Alemania, que se separó de Die Linke para formar el partido antimigración BSW:
No me gusta su tendencia, esa especie de socialismo y chovinismo combinados… se están encerrando dentro de Alemania. A diferencia de partidos como el BSW, el PTB ve la política de clases como una fuerza unificadora que puede enfrentarse directamente a la política divisiva y reaccionaria de la extrema derecha. Los trabajadores de origen marroquí, por ejemplo, nos apoyan por lo que decimos sobre los salarios, y por lo que decimos y hacemos sobre la sanidad y la vivienda. Este punto de vista de clase es unificador.
Y realmente están haciendo cosas en materia de sanidad. Médicos para el Pueblo es una organización sanitaria creada por jóvenes comunistas en los años setenta, que ahora colabora estrechamente con el PTB en varias campañas. Hablé con Janneke Ronse, que dirige la organización. Según Janneke, los jóvenes médicos que fundaron el PTB se dieron cuenta de que necesitaban estar cerca de la gente a la que intentaban ayudar: «Se preguntaban qué hacer con sus vidas y consideraron la idea de trabajar gratis en comunidades de la clase trabajadora. Decidieron empezar en comunidades cercanas a las fábricas, para poder organizar a la gente y cambiar sus condiciones».
Una parte fundamental de este modelo consiste en cuestionar la «jerarquía médico-paciente» que sustenta lo que Janneke denomina el «enfoque neoliberal» de la medicina. Esto significa tomar «decisiones mutuas» cuando se trata de opciones de tratamiento y abordar los «determinantes sociales de la salud»:
Cuando la gente está enferma, te enfrentas a por qué lo está. Es importante poder hablar de ello con los pacientes. De lo contrario, se sienten culpables de lo que han hecho y se sienten solos. Si alguien viene del puerto con dolor de espalda, hay que explicarle las condiciones de trabajo. Si alguien viene con un niño con problemas pulmonares, tenemos que hablar de las condiciones de la vivienda y el tráfico.
Como parte de estas conversaciones, los médicos pueden ayudar a los pacientes a tomar medidas para mejorar sus vidas. Janneke cita el ejemplo de un grupo de pacientes que no podían pagarse los medicamentos en Bélgica:
Sabíamos que los medicamentos eran más baratos en Holanda (…) así que llevamos a 500 personas en autobús al otro lado de la frontera para que recogieran sus recetas. Vino la televisión nacional e hicimos una declaración junto con los pacientes. Así, estos pacientes tuvieron sus medicinas más baratas y, al mismo tiempo, se sintieron muy bien porque pudieron hablar de los precios exorbitantes de los medicamentos y luchar por una alternativa.
Medicina para el Pueblo es solo una parte de una estrategia mucho más amplia para arraigar el PTB en las comunidades obreras y crear confianza y solidaridad con la gente a la que se supone que el partido representa. Nessim, activista local del partido en Bruselas, describe la influencia de Medicine para el Pueblo como «realmente significativa»: «Han construido una comunidad a la que la gente sabe que puede acudir para cualquier tipo de necesidad que tenga, pero también para relacionarse socialmente y sentirse apoyada en su vida cotidiana».
Conectar con la comunidad
El PTB también tuvo un éxito extraordinario en la movilización de los jóvenes a través de su sección juvenil, Red Fox. Hablé con Alice Verlinden, dirigente de Red Fox, y su colega Onno Vandewalle sobre cómo habían logrado esto. «Los jóvenes no necesitan que se les trate con condescendencia», me dice Alice. «Si queremos llegar a los jóvenes, tenemos que tener jóvenes en el partido. Red Fox está dirigido por jóvenes y para jóvenes, por lo que es capaz de llegar hasta ellos».
Onno menciona que organizan «actividades deportivas, talleres culturales, noches de cine», pero siempre «con un objetivo político en mente». Este enfoque es parte de lo que atrajo a Alice al movimiento en primer lugar. «Me gustaba mucho el cine. El partido buscaba gente para organizar la noche de cine público, y fue la primera vez que tuve responsabilidades dentro de la organización». Para los jóvenes es muy fácil afiliarse a Red Fox: no hace falta ser miembro del partido para hacerlo. «Hay muy pocas obligaciones», dice Onno, «pero siempre hay miembros que quieren implicarse más, así que nuestro objetivo es que participen en el funcionamiento de la organización y que luego se afilien al partido».
Onno también acota que, durante las últimas elecciones, se encontró con grupos de jóvenes que decían que votarían al PTB «porque es el partido que representa y defiende a los jóvenes». «Realmente decían: “Por fin hay un partido que escucha lo que tenemos que decir”». «No tenemos ese dedito sentencioso de “Los jóvenes deberían hacer esto”, les ayudamos a abordar sus problemas desde su perspectiva. Este enfoque de capacitación colectiva sustenta todo lo que hace el partido. Hemos establecido mecanismos para garantizar el liderazgo de la clase trabajadora en el partido y en el parlamento», me dice Peter. Y termina: «Creo que es muy importante contar con portavoces que procedan de un entorno similar al tuyo».
El enfoque ha dado sus frutos. La actual copresidenta del Departamento de Trabajo del partido, Nadia Moscufo, fue en su día dirigente sindical en Aldi, donde trabajó durante 21 años. En una entrevista anterior, Nadia describió cómo, cuando llegó a la cadena de supermercados, el personal de caja no tenía sillas y tenían que pagar por el agua que bebían durante su jornada laboral. Nadia se unió al PTB tras recibir tratamiento para la depresión en un hospital de Médicos para el Pueblo. Su médico la ayudó a dejar los antidepresivos y la animó a implicarse más en política: «Siempre veía al PTB en los piquetes, en las manifestaciones. Me convertí en simpatizante. Poco a poco, me fui implicando más».
Quizá el mayor desafío para el atractivo del PTB entre la clase trabajadora sea el auge de la extrema derecha, que ha tenido un éxito asombroso a la hora de arraigarse en las comunidades desindustrializadas de toda Europa. «La única manera de acabar con ellos», argumenta Peter, «es ser honestos con los votantes y estar orgullosos de lo que somos capaces de ofrecer como partido»:
Estamos convencidos de que la clase obrera es nuestra. Tenemos que echar a los fascistas de nuestras comunidades. Entre los trabajadores portuarios, decimos: «¿Qué ha hecho nunca un partido fascista por la seguridad social, la sanidad?». Solo crean división y odio. Hay que pasar a la ofensiva, pero también ir al encuentro de la gente. Seguiremos hablando con la clase trabajadora que ha votado a la extrema derecha. Nuestro punto de vista es que podemos recuperar sus votos, no todos, pero sí la mayoría. Pero esta estrategia solo funciona si la gente a la que intentas organizar confía en ti. La gente puede oler si eres honesto. Hay que vivir allí, hay que estar allí, en los bares, en los lugares de trabajo. Tenemos que hablar con la gente sobre el transporte público y la vivienda. Existe esa tendencia de la clase media a mirar por encima del hombro a esa «estúpida clase trabajadora». Y este enfoque de la alta moral, de la pequeña burguesía, es desastroso.
La capacidad del PTB para implicar a las comunidades obreras se debe en parte a la estructura democrática del partido, que permite a miembros locales como Nessim asumir posiciones de liderazgo. «Ha sido una experiencia muy rica e intensa», me dijo Nessim. «He aprendido mucho sobre organización y política local. Hacemos todo este trabajo político cotidiano, en el que estamos en la calle intentando conocer a tanta gente como sea posible, organizando barbacoas y reuniones durante todo el año». Cuando le pregunté si Nessim consideraba que el partido era democrático, no dudó en responder afirmativamente:
Tenemos reuniones locales una vez al mes, en las que debatimos cuestiones políticas con los demás miembros e intercambiamos ideas sobre estrategia. Siempre sabes a quién tienes que preguntar si tienes dudas. Y el partido se centra en la formación de sus miembros a todos los niveles.
Pero esta estructura democrática no crea el tipo de organización que no puede ver más allá de su propio ombligo, algo habitual en varias organizaciones de izquierda:
Cuando el partido decide que habrá una prioridad, todos en la ciudad, la región y el país aplican esta dirección. Y esta prioridad se basa en la información que reciben de la gente a través de la divulgación: es muy representativa de las prioridades de la clase trabajadora.
Un ejemplo concreto de esta conexión con la comunidad son los «proyectos de solidaridad» que el partido lleva a cabo por todo el país, como explica Peter Mertens:
Cada sección, en cada barrio y en cada fábrica, tiene un proyecto solidario, quizá para una familia palestina, quizá para un banco de alimentos. Hubo un debate en el partido, en el que algunas personas decían que eso no era política. Yo me opuse y dije que construir comunidad es importante.
Todos mis entrevistados mencionaron el proceso de «enquette» emprendido por el partido, mediante el cual sondea a las comunidades locales sobre los temas que les importan antes de cotejar las respuestas a nivel nacional. Peter me asegura que no se trata de repetir acríticamente las opiniones de la gente: «No somos un partido populista. Tenemos nuestro punto de vista, pero empezamos preguntando a la gente cuáles son sus problemas».
«Como partido, hay que estar anclado en la comunidad local», repite Nessim. «Y tienes que reconocer la importancia de cada conversación, cada intercambio, cada interacción social que tienes cuando actúas como organizador». Este enfoque ha sido útil para el PTB desde el punto de vista electoral, ya que le ha permitido ir por delante de otros partidos a la hora de identificar los temas que definen las elecciones. Pero, sobre todo, ha ayudado al partido a ganarse la confianza de comunidades diezmadas por el neoliberalismo y la desindustrialización. «Cuando trabajas así con los pacientes», dice Janneke,
les das una forma de afrontar y resolver sus problemas colectivamente. Y cuando la gente ve esto, gana mucha confianza. Participan en una acción, se movilizan… Dejan de decir: «No soy lo bastante bueno, no me esfuerzo lo suficiente», y se dan cuenta de que toda la sociedad intenta decirles algo que no es cierto.
Hostilidad del establishment
Aunque el PTB parece ser uno de los únicos partidos de izquierda de Europa que está consiguiendo construir poder de clase, se enfrenta a bastantes problemas, entre ellos una cultura política nacional diseñada para excluirlos. Cuando el partido obtuvo buenos resultados en Bruselas, George-Louis Bouchez, líder de uno de los partidos liberales, dijo que habría «consecuencias» si el PTB lograba entrar en el gobierno local: «La gente siempre es muy hostil hacia la extrema derecha, pero cuando se trata de la extrema izquierda, encontramos toda una serie de arreglos», señaló Bouchez. Un argumento de una mala fe asombrosa, teniendo en cuenta que la extrema derecha tiene una presencia significativa en el gobierno local.
Aunque el partido tiene una estrategia clara para hacer frente a la extrema derecha dentro de las comunidades populares, esta estrategia solo puede llegar hasta cierto punto cuando el debate político en el país está conformado por partidos que no tienen ningún interés en centrar la política de clases. Aunque el PTB obtuvo buenos resultados en las últimas elecciones locales, en muchos ámbitos no estuvo a la altura de las expectativas. Esta decepción refleja el reto que supone construir el poder de clase en sociedades individualistas. La mayoría de la gente no está acostumbrada a participar en las formas de activismo político o de organización comunitaria básica que defiende el PTB.
Hoy en día, los trabajadores pasan la mayor parte de su vida en lugares de trabajo en los que los sindicatos están ausentes o tan institucionalizados que impiden una politización real. Regresan a hogares aislados que consumen medios de comunicación altamente personalizados diseñados para avivar la ira contra los grupos marginados y reducir la importancia de la política de clases. Y los espacios comunitarios en los que antes se reunían para debatir los problemas que les afectaban se han cerrado o privatizado.
Pero ninguno de estos cambios es irreversible. El individualismo competitivo parece estar profundamente arraigado en la psique de la gente porque define su actitud hacia muchas cosas, desde el trabajo a la educación, pasando por el tiempo libre y las relaciones. Pero la fuerza de esta ideología es una ilusión que se deriva de la ausencia de alternativas reales. Una vez que se muestra a la gente que hay otro camino, se les cae la venda de los ojos y ya no hay vuelta atrás.
Lo más alentador de mis conversaciones con Peter, Janneke, Alice, Onno y Nessim fue que todos parecían muy conscientes de la necesidad de ayudar a los trabajadores a recuperar el control de sus vidas. «El sistema está hecho para que la gente se sienta muy, muy pequeña», me dice Peter. «Y creo que lo fundamental para la izquierda es dar poder a las personas, que inflen el pecho, que vuelvan a sentirse parte de algo, parte de una historia más grande, de una colectividad más grande, de una clase, de un movimiento del que se puedan sentir orgullosos».