El domingo estallaron en Cuba las mayores protestas contra el gobierno en al menos veintisiete años. Miles de personas marcharon por las calles coreando consignas. Otros volcaron coches de policía o saquearon tiendas.
Es demasiado pronto para pronunciarse definitivamente sobre el carácter político de estas protestas. Es muy probable que la gente en las calles represente una mezcla de facciones con quejas muy diferentes y agendas a largo plazo.
Lo que sí está claro es que la escasez de alimentos, medicinas, electricidad y otros productos básicos fue el detonante inmediato de las protestas. Las tiendas que han sido saqueadas son polémicas, porque venden productos caros a extranjeros que pueden pagar en una moneda que la mayoría de los cubanos no poseen.
Los políticos estadounidenses que anhelan derrocar al gobierno cubano han apuntado a estos factores cuando piden una intervención. Por ejemplo, la congresista demócrata Val Demings, que representa al distrito 10 de Florida, ha vinculado los llamamientos de los manifestantes a «liberarse de la enfermedad, la pobreza y la corrupción» con la necesidad de «liberarse de la tiranía y la dictadura». Para asegurar estas libertades, Demings sostiene que «la Casa Blanca debe actuar con rapidez».
Pero, ¿qué tipo de medidas rápidas quiere que tome Joe Biden? No puede querer decir que Estados Unidos debe imponer sanciones económicas paralizantes a Cuba o que debe apoyar y dar refugio a los terroristas que llevan a cabo atentados y asesinatos en la isla. Todo eso viene ocurriendo desde la administración Kennedy. Es difícil ver qué queda sobre la mesa, salvo una intervención militar directa.
El alcalde de Miami, Francis Suárez, ha sido más explícito. «El pueblo de Cuba», dice, necesita «algún tipo de ayuda internacional», incluyendo la intervención de Estados Unidos de «alguna forma o manera, ya sea con alimentos, medicinas o militarmente».
Cuba tiene un largo y heroico historial de envío de ayuda médica a otras naciones. El envío de alimentos o medicinas a la isla durante su propia crisis sería una excelente idea (especialmente, porque la política de Estados Unidos es una de las causas directas de la escasez). Pero una intervención militar sería un desastre en todos los niveles posibles.
Los socialistas democráticos valoran la libertad de expresión, las elecciones multipartidistas, los sindicatos independientes y la democracia laboral. No deberíamos negar que la sociedad cubana tiene defectos en estos y otros aspectos. Tampoco debemos asumir que cada cubano frustrado que sale a la calle es un títere de la CIA o un defensor de la privatización del sistema sanitario cubano. Pero cualquiera que piense que la intervención de EE. UU. conduciría a mejores resultados y no a otros mucho peores ha perdido el contacto con la realidad.
Para ver qué tipo de gobierno produciría la intromisión de EE. UU. podemos mirar a la vecina Haití, cuyo presidente fue destituido por los marines estadounidenses en 2004. Cualquiera que crea que la intervención de Estados Unidos en Cuba traería consigo una democracia liberal estable y próspera tiene que explicar primero por qué Haití está asolado por niveles distópicos de pobreza, desigualdad, corrupción y violencia política.
En todo caso, un intento serio de derrocar al gobierno de Cuba para imponer una alternativa favorable a Estados Unidos podría acabar pareciéndose menos a las feas pero relativamente breves intervenciones de Estados Unidos en Haití y más a la guerra de Vietnam. El gobierno de Cuba llegó al poder a través de una revolución popular que todavía tiene una base de apoyo significativa. Es absurdo pensar que Estados Unidos pueda derrocar a ese gobierno sin que un gran número de personas se levante en armas como respuesta.
La eterna guerra de Estados Unidos en Afganistán dura ya casi dos décadas. Las olas de derramamiento de sangre y caos causadas por la invasión de Irak en 2003 todavía están con nosotros. Que alguien pueda creer, en 2021, que intervenir en Cuba mejoraría las cosas es un escalofriante testimonio del poder cegador de la ideología.
Si el gobierno de Estados Unidos quisiera realmente ayudar al pueblo cubano, hay una manera fácil y obvia: acabar con las sanciones. Cada una de las carencias de las que hablan los manifestantes se ha visto como mínimo agravada por el embargo estadounidense. La respuesta no es más intervención. Es menos.
Los anticomunistas de derecha a menudo quieren tener las dos cosas. Por un lado, niegan que el embargo sea un factor importante que contribuya a las dificultades en Cuba, argumentando que la escasez está causada casi por completo por los defectos del sistema cubano. Por otro lado, insisten en que es esencial que el embargo se mantenga. Pero, ¿por qué? Si realmente no tiene un efecto importante en la economía de Cuba, ¿cómo podría ser una herramienta importante para presionar al gobierno cubano para que cumpla con las demandas de Estados Unidos? Si realmente no está agravando los problemas económicos de la isla, ¿por qué no demostrarlo normalizando las relaciones comerciales?
El mes pasado, las Naciones Unidas votaron por abrumadora mayoría pedir a Estados Unidos que levante el embargo. Solo Estados Unidos e Israel votaron en contra (Ucrania, Colombia y el Brasil de Jair Bolsonaro fueron las únicas abstenciones). Y 184 naciones votaron a favor.
Es hora de escuchar la condena del mundo. El embargo tiene que terminar.