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Una familia de cinco miembros ve un programa de televisión en el que aparece un elefante amaestrado, sentados juntos en su salón, alrededor de 1948. (Harold M. Lambert / Getty Images)

Los límites de la abolición de la familia

Traducción: Pedro Perucca

Los abolicionistas de la familia suelen verla como el corazón palpitante de la reproducción social capitalista. Pero esta visión malinterpreta tanto la estructura de la reproducción capitalista como la complejidad de cómo las personas sobreviven dentro de ella.

En los últimos años, creció el interés de la izquierda por analizar el papel de la familia y el trabajo reproductivo en el capitalismo. Gran parte de este trabajo se ha llevado a cabo bajo la bandera de la teoría de la reproducción social, que, basándose en el marxismo feminista de la década de 1970, hace hincapié en lo que Susan Ferguson denomina «la reproducción social más amplia del sistema», es decir, el trabajo diario y generacional que se realiza en los hogares (pero también en las escuelas, los hospitales, las prisiones y otros lugares). Este enfoque examina no solo cómo sobrevive la familia bajo el capitalismo, sino también cómo contribuye a perpetuarlo. Si bien la teoría de la reproducción social critica el papel de la familia bajo el capitalismo, rara vez cuestiona la existencia continuada de la familia como tal. Sin embargo, esa perspectiva más radical fue revivida por un círculo cada vez mayor de pensadoras feministas —entre las que se encuentran Alva Gotby, Sophie Lewis, Helen Hester, M. E. O’Brien, Melinda Cooper y Kathi Weeks— que defienden lo que ahora se conoce como abolicionismo feminista de la familia. Estas pensadoras no buscan reformar la familia, sino acabar con ella por completo.

Los argumentos a favor de la abolición de la familia se basan en dos afirmaciones centrales. En primer lugar, la familia funciona como un lugar clave para la reproducción social capitalista, manteniendo la fuerza de trabajo y relegando el cuidado a la esfera privada. En segundo lugar, opera como un lugar de jerarquía, disciplina y coacción, estructurado por el género, la raza y, a menudo, la violencia. En su lugar, los teóricos abolicionistas imaginan un mundo en el que el cuidado se desvincula del parentesco, se organiza colectivamente y se libera de los imperativos patriarcales y capitalistas. Sin duda, se trata de una visión ambiciosa. Pero, ¿es viable?

A continuación, y de forma más exhaustiva en mi próximo libro (La Fabrique, 2026), argumento que no es así. El abolicionismo familiar ofrece una valiosa crítica de parte de la valorización política de la familia nuclear y de las cargas del cuidado que se le imponen, y reclama con razón un enfoque más colectivo y liberador del cuidado. Pero también exagera la necesidad funcional de la familia para el capitalismo y el papel que desempeña como mediadora del poder capitalista. Además, el carácter ambivalente de la vida familiar está en gran medida ausente del relato abolicionista. Veamos estos puntos uno por uno.

El capitalismo no necesita a la familia

Para las feministas abolicionistas de la familia, esta es necesaria como lugar clave para la reproducción de la fuerza de trabajo. Sin el trabajo doméstico no remunerado, el trabajo de cuidado y el apoyo emocional que se lleva a cabo en los hogares, la renovación diaria y generacional de los trabajadores no sería posible. Pero esto plantea una pregunta crucial: ¿el capitalismo necesita que estas actividades se lleven a cabo dentro de la familia nuclear? La respuesta, en mi opinión, es no.

Como demostró la teoría de la reproducción social, esta se extiende mucho más allá del hogar. Las escuelas, los barrios, las organizaciones comunitarias e incluso las instituciones estatales participan en el mantenimiento y la reposición de la fuerza de trabajo. La familia nuclear es solo un nodo de una infraestructura reproductiva más amplia, y no es ni universal ni indispensable para el funcionamiento del capitalismo. De hecho, el capitalismo contemporáneo se caracteriza, en muchos sentidos, por una desestabilización de la familia nuclear como unidad de cuidado por defecto. En Love and Gold, Arlie Russell Hochschild explora la formación de cadenas globales de cuidados, en las que mujeres migrantes del Sur Global proporcionan trabajo doméstico en hogares más ricos, a menudo dejando atrás a sus propios hijos. Este fenómeno refleja las contradicciones estructurales producidas por los mercados laborales capitalistas: a medida que más mujeres del Norte Global acceden al trabajo asalariado, la demanda de trabajos de cuidado se descarga sobre las mujeres más pobres, a menudo racializadas y transnacionales.

Lo que esto revela no es que el capitalismo defienda a la familia, sino que explota el cuidado dondequiera que lo encuentra. El trabajo reproductivo sigue siendo esencial para el sistema, pero su forma es cada vez más flexible. El capitalismo no necesita a la familia nuclear; necesita la reproducción. Entonces, el peligro de centrar demasiado nuestras críticas en la familia es que corremos el riesgo de confundir la forma con la función. La reproducción es la categoría más profunda, la que adopta múltiples formas institucionales y puede reorganizarse sin poner en tela de juicio su papel fundamental en el mantenimiento de las relaciones capitalistas. Si bien las formas colectivas de cuidado pueden aliviar la carga del trabajo doméstico privatizado y abrir espacio para acuerdos sociales más liberadores, no son intrínsecamente emancipadoras. El cuidado comunitario también puede ser apropiado e instrumentalizado por el capital. Por lo tanto, lo que necesitamos es una confrontación más amplia con la forma en que el capitalismo organiza y explota la propia creación de la vida, en lugar de fijarnos en una de las instituciones en las que tiene lugar esta reproducción.

El Gran Hermano no es tu padre

Los abolicionistas de la familia contemporánea sostienen que el capitalismo se reproduce no solo materialmente, sino también ideológicamente, a través de la familia. Según ellos, es dentro de la familia donde se forman los sujetos que interiorizan las normas capitalistas: psiques individualistas y orientadas a la propiedad que fragmentan la solidaridad de clase e inhiben la resistencia colectiva. Desde este punto de vista, el capitalismo perdura no solo a través de las estructuras económicas, sino porque moldea a los sujetos que desean de una manera que sostiene el sistema. Transformar el mundo, entonces, requiere tanto de la abolición institucional como de la reconfiguración de los sujetos que sostienen esas instituciones.

Es importante señalar que no se trata de un simple llamamiento a la reforma ética individual. Los abolicionistas de la familia insisten en que diferentes deseos solo pueden surgir a través de una transformación estructural. Basándose en Shulamith Firestone, Kathi Weeks rechaza la idea de que la superación personal por sí sola pueda reorientar el deseo. Para ella, desear otra cosa debe pasar por un cambio colectivo y material. Este énfasis en la transformación del deseo plantea una pregunta sobre el terreno de la lucha en sí: ¿debe la transformación política aspirar a cambiar las instituciones, los sujetos o ambos? Las demandas transitorias de León Trotsky, por ejemplo, implicaban impulsar reformas que parecían realistas dentro del capitalismo, pero que, si se aplicaban con seriedad, pondrían de manifiesto la incapacidad del sistema para satisfacerlas, revelando así sus límites y radicalizando la conciencia política.

Weeks, por el contrario, parece menos preocupada por revelar los límites externos del capitalismo que por ampliar los límites de nuestros propios deseos y capacidades psicosexuales. Sophie Lewis lo expresa de forma provocativa en Abolish the Family: «Estar juntos como personas y acabar con la separación entre las personas: este es un futuro que se puede imaginar, aunque todavía no se pueda desear plenamente. (…) No sé cómo desearlo plenamente, pero estoy deseando ver qué viene después de la familia». Aquí, el abolicionismo se convierte en una reivindicación no solo de las instituciones, sino de nuestras capacidades colonizadas para amar, cuidar e imaginar otra cosa. La familia, argumenta Lewis, produce sujetos privatizados y pequeñoburgueses, aislados de la solidaridad y estructuralmente despreparados para la vida colectiva más allá del parentesco. Como escribe en Surrogacy Now: el libro está «animado por el odio al capitalismo, que incentiva los modos proprietarios y diádicos de formar una familia y que priva deliberadamente de recursos a los modos más queer y camaraderiles».

Un mejor punto de partida es cuestionar la suposición de que la familia, por defecto, produce sujetos posesivos e individualistas. Como señaló Dustin Guastella, se podría considerar fácilmente que la familia ideal es una «relación social orgánica basada en el altruismo, el cuidado desinteresado y la fraternidad». Y si miramos a nuestro alrededor, hay muchos ejemplos de personas capaces de amarse no como propiedades, sino como otros concretos. Vale la pena tomar en serio esta visión contraria. Pero más urgente, en mi opinión, es el problema más amplio de sobrevalorar la subjetividad capitalista como principal objeto de crítica.

A pesar de sus diferencias, tanto Søren Mau como Vivek Chibber destacan el poder coercitivo e impersonal del capital como clave para entender por qué prospera el capitalismo. Ambos señalan que es muy posible que las personas sean críticas con el capitalismo, pero que sigan necesitando adherirse a él. En otras palabras, el problema no es que las personas sean sujetos capitalistas, sino que viven en el capitalismo. La dependencia excesiva de las explicaciones ideológicas corre el riesgo de pasar por alto la base más material del cumplimiento. La mayoría de las personas se ajustan a las normas capitalistas, no porque estén ideológicamente engañadas, sino porque la supervivencia bajo el capitalismo deja pocas alternativas. Esta lente materialista desvía nuestra atención de la ideología y la dirige hacia las restricciones estructurales impuestas por el capital. Reestructura las instituciones —incluida la familia— no como agentes monolíticos de dominación que producen sujetos capitalistas, sino como espacios contradictorios moldeados por imperativos capitalistas, residuos precapitalistas y potencial contrahegemónico.

La familia no es solo una institución capitalista

Más allá de basarse en una comprensión funcionalista del papel de la familia dentro del capitalismo, el abolicionismo familiar tiende a simplificar la compleja relación entre la reproducción social y la acumulación capitalista. El trabajo de Nancy Fraser sobre el capitalismo como orden social institucionalizado ofrece un marco más rico, que nos ayuda a entender que la familia nuclear no es ni procapitalista ni anticapitalista como tal. El capitalismo, como sostiene Fraser, no es solo un sistema económico, sino que se basa en divisiones fundamentales entre la producción económica y la reproducción social, entre la economía y la política, entre el trabajo humano y los recursos naturales, y entre la explotación y la expropiación. Es fundamental señalar que el capitalismo depende de una serie de «condiciones de fondo» no capitalistas: el trabajo reproductivo, las instituciones políticas, los recursos naturales y la expropiación racializada.

El capitalismo tiene una relación ambivalente con estas esferas no económicas. El trabajo reproductivo —el trabajo que sostiene y reproduce la fuerza de trabajo— es, como demuestra Fraser, «simultáneamente indispensable y un obstáculo para la acumulación». El capitalismo empuja sus límites, extrayendo constantemente de estas esferas sin reponerlas por completo. La familia existe en este espacio ambivalente. Fraser la describe como un «depósito de normatividad no económica»: una esfera de valores, cuidados y relaciones que el capitalismo explota pero no puede incorporar plenamente. Si bien la familia está profundamente entrelazada con el capitalismo y a menudo reproduce jerarquías sociales opresivas, también contiene elementos fundamentales de contranormatividad y cuidado que se resisten a la lógica capitalista.

Esto significa que el fin del capitalismo no se logra abandonando la familia. Si entendemos la familia como algo distinto pero entrelazado con el capitalismo, podemos ver en ella un potencial anticapitalista, al igual que en otras relaciones sociales que van más allá de la mera supervivencia económica. El trabajo de Ferguson sobre la tensión entre el tiempo capitalista y el tiempo social reproductivo ayuda a esclarecer esta tensión. La reproducción social dentro de la familia sigue ritmos y tempos que están moldeados por el ritmo mecanizado del capitalismo, pero que al mismo tiempo se resisten a él. Como dice Eli Zaretsky: «La familia, en sintonía con los ritmos “naturales” de la alimentación, el sueño y el cuidado de los hijos, nunca puede sincronizarse por completo con el tempo mecanizado del capitalismo industrial». Esta disonancia temporal abre un espacio para la resistencia, en el que el cuidado y la reproducción social dentro de la familia pueden alimentar alternativas a la explotación capitalista en lugar de simplemente reproducirla.

¡Eres igual que tu familia!

Mientras discutía este proyecto con un amigo, me preguntó medio en broma: «¿No es simplemente que las personas que quieren abolir la familia provienen de familias malas, y las que están a favor provienen de familias buenas?». Por molesta que fuera, la pregunta se me quedó grabada. Es fácil descartar el abolicionismo familiar como política traumática o tachar a sus críticos de simplemente ser víctimas del temor a perder algo querido. Pero eso sería injusto. Aun así, creo que lo que está en juego en estos debates merece una reflexión más profunda. No experimentamos la familia de forma abstracta. Nuestras opiniones están moldeadas por recuerdos complicados, vínculos afectivos e historias heredadas.

Mi propia postura proviene de esta maraña de experiencias personales y políticas. Vi a distintas familias dañar y sanar. Las vi reproducir la desigualdad, pero también resistirse a ella. Las vi fracasar y las vi sobrevivir. Estas experiencias, y las marcadas desigualdades que se ponen de manifiesto en las diferentes posiciones de las familias para prosperar y ofrecer cuidados, apuntan hacia una política distinta.

El abolicionismo familiar quiere que el cuidado sea más colectivo, más justo y más libre. Ese es un objetivo que comparto. Pero ese proyecto no comienza con el fin de la familia, sino con una evaluación sobria de lo que son las familias —y de lo que no son— bajo el capitalismo. Luchemos por mejores formas de vivir y cuidar juntos. Pero no demos por sentado que abolir la familia nos ayudará a alcanzar ese objetivo.

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