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Una activista levanta los brazos durante una manifestación en solidaridad con Palestina en Toulouse, Francia, el 15 de mayo de 2021. Foto: Alain Pitton/NurPhoto vía Getty Images. Cortesía de Truthout.

Frentes y fisuras

Traducción: Rolando Prats

Los aportes del internacionalismo de los trabajadores a la lucha contra los fascismos tiene una larga historia, que va desde la resistencia al racismo colonial en África hasta las actuales «sanciones obreras» contra las acciones genocidas de Israel.

Traducción al español de «On Fronts and Fissures: Labour Internationalism and Struggles against Colonial Racial Fascism» («Sobre frentes y fisuras: Internacionalismo del trabajo y luchas contra el fascismo racial colonial»), de Alberto Toscano, texto de la conferencia pronunciada por el autor en diciembre de 2024 por invitación del programa de Labor Studies de la Universidad Simon Fraser y que se publicara originalmente en Communis el 15 de mayo de 2025. El artículo a continuación fue publicado originalmente en Communis. Lo reproducimos en Revista Jacobin como parte de la asociación de colaboración entre ambos medios.

 

 

Quien no quiera hablar de imperialismo debería guardar silencio también sobre la cuestión del fascismo.
— Nicos Poulantzas, Fascismo y dictadura

¿Interferir en la política exterior del país? ¡Claro que sí! Esa tiene que ser nuestra labor, y es ese nuestro privilegio, nuestro derecho, nuestro deber.
— Harry Bridges, International Longshore and Warehouse Union

Ustedes han hablado de «la carga del hombre blanco». Ahora también nosotros la llevamos y nos interponemos entre ustedes y el fascismo.
— Amy Ashwood Garvey, discurso en una manifestación en solidaridad con Etiopía, Trafalgar Square, Londres (1935)

 

Resulta alentador observar en recientes trabajos teóricos e historiográficos sobre el fascismo y el antifascismo —estimulados a su vez por movimientos políticos antirracistas y anticoloniales— una tendencia a reorientar nuestra comprensión de esos fenómenos a la luz de su íntima trabazón con la historia misma del capitalismo racial y colonial (o de asentamientos). Ello ha llevado a entender el «fascismo histórico» que surgiera en suelo europeo en el período de entreguerras como un fenómeno imbricado con la longue durée del capitalismo racial colonial, pero también a ocuparse de la experiencia singular del fascismo en torno a la raza como eje. Las teorizaciones sobre el fascismo racial colonial y la oposición política a este último invariablemente han entrañado la necesidad de rastrear la circulación de métodos e ideologías fascistas entre colonias y metrópolis, centros y fronteras, pero también, especialmente tras la descolonización y la desegregación formales, la de constatar cómo sociedades consideradas liberales por unos podían estructurarse como fascistas para otros.

En esta breve reflexión sobre el lugar del internacionalismo del trabajo en la lucha antifascista y anticolonial, me referiré también a la historia de dos amigos de infancia de Trinidad, George Padmore (alias Malcolm Nurse) y C. L. R. James, quienes en la década de los treinta —en respuesta, desde el centro del Imperio Británico, a la invasión y ocupación fascistas de Etiopía por Italia— se inspiraron en los levantamientos, las huelgas, organización y la espontaneidad de trabajadores negros y coloniales de varios continentes para articular lo que el historiador Minkah Makalani, al abundar en esa visión del «radicalismo negro en cuanto fenómeno surgido de la fractura colonial del pensamiento radical occidental», ha denominado «internacionalismo radical negro, un proyecto intercolonial para el cual el marxismo era una teoría política dinámica capaz de marcar el comienzo de una futura sociedad sin clases.» (In the Cause of Freedom: Radical Black Internationalism from Harlem to London, 1917-1939). Se trataba de un marxismo que el radicalismo anticolonial negro tenía que «matizar o completar», según la expresión de Césaire, o «estirar», para emplear la célebre fórmula de su antiguo alumno en Martinica, Frantz Fanon. Volver sobre ese momento me permite, además, corregir la impresión —que podría extraerse de mi libro— de que las teorías radicales sobre el fascismo eran la emanación de un puñado de encumbrados intelectos militantes y, al mismo tiempo, subrayar que personas como Padmore y James respondían a la práctica antifascista de masas, a la vez que intentaban dirigirla y darle forma.

Como señalé en Fascismo tardío, en su libro de 1936 How Britain Rules Africa, Padmore había escrito sobre el racismo colonial de asentamientos como «caldo de cultivo del tipo de mentalidad fascista al que hoy se da rienda suelta en Europa». Padmore llegaría a ver en Sudáfrica «el ejemplo clásico de Estado fascista a nivel mundial», cuyos fundamentos estaban en  la «unidad de la raza frente a la clase». La anatomía que hiciera Padmore de lo que denominara «fascismo colonial» se anticipaba así a la memorable descripción del fascismo como el efecto boomerang (o choc en retour) de la violencia imperialista europea que nos presenta Césaire en su Discurso sobre el colonialismo.

¿Cómo había llegado a esa posición? Padmore, quien se había marchado de Trinidad para estudiar en la Universidad de Fisk y más tarde en Howard, se incorporó al movimiento comunista de Estados Unidos. Como señala Makalani, Padmore pudo elaborar su propio tipo de marxismo panafricano internacionalista, tras haber roto con la Comintern en 1934, «porque los radicales negros estadounidenses de una década antes habían dado impulso a las cuestiones relativas a la raza y la importancia de los negros para la revolución mundial, creando así un contexto en el que las labores de organización en África adquiría peso dentro del comunismo internacional». Como ha observado Robin Kelley, a pesar de sus profundas y a menudo trágicas deficiencias, el Partido Comunista de Estados Unidos (CPUSA) «ofreció a los afroamericanos un marco para comprender las raíces de la pobreza y el racismo, vinculó las luchas locales con la política mundial y creó una atmósfera en la que personas ordinarias podían analizar, debatir y criticar la sociedad en que vivían».

Tras haber desempeñado funciones en el American Negro Labour Congress —la organización de masas negra del CPUSA— Padmore se trasladó a Moscú, donde se convirtió, primero, en jefe del «buró negro» de la Internacional Sindical Roja (ISR), o Profintern, y después en editor de The Negro Worker, la publicación del International Trade Union Committee for Negro Workers (ITUCNW), o Comité Sindical Internacional de Trabajadores Negros, funciones que desempeñó desde Viena y Hamburgo, antes de ser detenido y deportado por los nazis en 1933. El ITUCNW y The Negro Worker eran productos del llamado Tercer Período de la Internacional Comunista, una fase ideológica marcada por la línea de clase contra clase y la denuncia de los socialdemócratas como socialfascistas, pero también por una enérgica orientación en favor de las luchas anticoloniales y negras (es ese también el período de la llamada tesis del Cinturón Negro, que reclamaba la autodeterminación de los afroamericanos como nación oprimida en el sur de Estados Unidos). Era aquel un momento marcado por las conferencias internacionales organizadas por Willi Münzenberg para la Internacional Comunista, como el primer Congreso Internacional contra la Opresión Colonial y el Imperialismo (Bruselas, 1927), la Liga contra el Imperialismo (Frankfurt, 1929), etc. Como declarara Alexander Losovsky, secretario general de la Internacional Sindical Roja: «la revuelta del continente negro contra el imperialismo no ha hecho más que empezar y […] nuestra tarea consiste en aprovechar esa enorme cantidad de material combustible» y convertirnos en aliados de «esas vastas masas hirvientes de odio contra sus opresores». Aquel momento posibilitó un marxismo centrado en los trabajadores negros que exigía el apoyo de los partidos miembros, al tiempo que le ponía freno al enmarcar la movilización en términos de líneas partidistas de clase contra clase y socialfascismo y a su vez sofocaba el trabajo teórico independiente. Como señala Makalani, el ITUCNW «fusionaba la retórica del Tercer Período con un enfoque intercolonial», lo que permitía a Padmore, en The Negro Worker, «abogar en favor de la Comintern en cuanto base desde la que los trabajadores e intelectuales africanos podían recibir una importante formación organizativa, sin dejar por ello de someter a crítica la visión que no pocos comunistas solían tener del trabajo negro y colonial».

En The Negro Worker se publicaron cartas de trabajadores de Nigeria, Guadalupe, Santa Lucía y Liberia, así como artículos del comunista maliense Tiemoko Garan Kouyaté sobre la organización de «marineros negros, indochinos y árabes» en los puertos franceses. Padmore también acudió a la revista para celebrar la creación de comités sindicales en Guadalupe, Haití, Senegal, Camerún, Panamá, Santa Lucía y Madagascar. Como ha observado Holger Weiss, Padmore «y el resto de los principales activistas del ITUCNW construyeron una impresionante formación transnacional, que impugnaba los procesos globales del capitalismo de entreguerras y que llegó a establecer alianzas y redes políticas espacialmente amplias que abarcaban la metrópoli y la periferia». Uno de los puntos políticamente álgidos del internacionalismo anticolonialista de los trabajadores negros dirigido por los comunistas bajo la sombra de la guerra y del imperialismo se produjo en otoño de 1931, con la invasión japonesa de Manchuria. Como cuenta Weiss, ello desencadenó la campaña «Manos fuera de China», a través de la cual la Internacional Comunista trató de organizar un boicot sindical mundial contra Japón. En el centro de esa iniciativa se encontraban marineros y estibadores, sin duda la base de apoyo clave para el internacionalismo de los trabajadores negros que Padmore y James intentarían movilizar fuera del marco de la Comintern en el contexto de la crisis de Abisinia. A ese respecto señala Weiss:

El principal grupo que había que movilizar eran las células antibélicas de estibadores y marineros, cuya tarea consistía en bloquear los envíos de municiones y material bélico a las tropas japonesas en China. A fin de fortalecer aún más la campaña, en febrero de 1932 la Oficina Europea de la Profintern se dirigió directamente a todos los trabajadores metalúrgicos y portuarios llamándolos a que impidieran el transporte de suministros militares destinados a ser utilizados contra China y la Unión Soviética. En ese momento, a la campaña «Manos fuera de China» se habían sumado otras organizaciones comunistas, como la Liga contra el Imperialismo, la Internacional de Marineros y Trabajadores Portuarios y el ITUCNW […] Durante la primavera de 1932, The Negro Worker publicaría en cada uno de sus números un llamamiento a los trabajadores negros del Atlántico africano para que se unieran a la campaña «Manos fuera de China». En marzo de 1932, expresó su respaldo a una resolución de la Internacional de Marineros y Trabajadores Portuarios e instó a los estibadores y marineros negros a detener el transporte de material bélico a Japón […] The Negro Worker estudió las geografías del colonialismo y el imperialismo a través de los regímenes laborales que marcaban el desarrollo desigual del capitalismo global y, por medio de ese estudio, también trazó las diferentes trayectorias y estrategias de las luchas anticoloniales (como la posición de los trabajadores marítimos en la campaña «Manos fuera de China»).

Era aquel un internacionalismo sensible a las cadenas imperialistas mundiales, pero también a puntos de estrangulamiento marítimos y logísticos concretos, así como a las solidaridades y subjetividades que podían forjarse en las luchas políticas en los centros neurálgicos de un sistema mundial de comercio. No podemos menospreciar hasta qué punto —como ha observado Gabriel Winant— «el radicalismo marítimo contribuyó a conformar la izquierda a lo largo del siglo XX», haciendo figurar en sus filas «al joven Ho Chi Minh, al novelista Claude McKay, al poeta Langston Hughes, al estibador de Filadelfia y wobbly (miembro del sindicato Industrial Workers of the World) Ben Fletcher, y al comunista negro itinerante Lovett Fort-Whiteman». En su reciente e importante contribución a una reseña crítica de nuestras teorías sobre el fascismo, The Black Antifascist Tradition, Jeanelle Hope y Bill Mullen cuentan la historia del comunista negro Harry Haywood, quien, tras haber luchado en las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil española (como muchos izquierdistas negros), se enroló en la Marina Mercante en 1943, decisión que a ojos de los autores era un homenaje al multirracial Sindicato Marítimo Nacional. Como señalan Hope y Mullen, el impulso que durante la guerra imprimió el sindicato a la promulgación de leyes nacionales sobre derechos civiles (el proyecto de ley contra el linchamiento y una Comisión para la Igualdad de Oportunidades en el Empleo contra la discriminación racial en el lugar de trabajo) había surgido de su internacionalismo antifascista, en virtud del cual el sindicato se había negado a enviar barcos a Italia durante la invasión de Etiopía.

Fue en el crisol de las labores de organización marxista y socialista panafricana en Londres, que vinculaban el «anticolonialismo negro metropolitano» y las «luchas de liberación de la diáspora», que en los años treinta Padmore y James elaboraron sus ideas sobre el fascismo colonial y el capitalismo imperialista y sobre el tipo de internacionalismo anticolonialista y antifascista del trabajo que podría desafiarlos.

Fue precisamente en torno a Etiopía que James y Padmore llegarían a forjar una formidable asociación política e intelectual en Londres. En primer lugar, se organizaron a través de la Asociación Internacional de Amigos Africanos de Abisinia (IAFE), organización de la que también formaban parte el político anticolonialista kenyano Jomo Kenyatta, el activista guyanés T. Ras Makonnen, el líder barbadense de la Asociación de Marineros Coloniales, Chris Braithwaite (alias Chris Jones), y Amy Ashwood Garvey, panafricanista jamaicana y exesposa de Marcus Garvey, quien acogiera gran parte de las actividades de la IAFE en su Florence Mills Social Parlour. A la IAFE le siguieron la Oficina Internacional de Servicios Africanos (IASB) y sus revistas The Sentinel e International African Opinion. Fue en el crisol de esas labores de organización marxista y socialista panafricana en Londres, que vinculaban el «anticolonialismo negro metropolitano» y las «luchas de liberación de la diáspora», y que centraban las luchas de los trabajadores negros (por ejemplo, en las huelgas de 1937 que sacudieron a su Trinidad natal), que Padmore y James elaboraron sus ideas sobre el fascismo colonial y el capitalismo imperialista y sobre el tipo de internacionalismo anticolonialista y antifascista del trabajo que podría desafiarlos. Como describiera Cedric Robinson en su ensayo sobre el fascismo y las intersecciones del capitalismo, el racismo y la conciencia histórica, la invasión italiana de Etiopía fue un momento que hizo que cristalizara una «conciencia histórica» radical y popular negra en múltiples continentes. De ningún modo nada de ello había surgido ex nihilo (en Estados Unidos la invasión de Haití, la represión del garveyismo y los designios imperialistas sobre Liberia habían ya sembrado la simiente de aquella reacción), pero sí había marcado una importante cesura. Así, con la mirada puesta en las movilizaciones espontáneas de los negros estadounidenses, escribe que

frente a un prolongado coqueteo con el fascismo en la prensa estadounidense y al apoyo abierto a Mussolini por parte de poderosas fracciones del capital, elementos del movimiento sionista internacional, demagogos estadounidenses protofascistas como el padre Coughlin y grupos fascistas italoamericanos, los trabajadores negros de a pie de Estados Unidos, las Antillas, África oriental, occidental y meridional se movilizaron en apoyo de Etiopía.

En el reciente estudio de Joseph Fronczak sobre el surgimiento de la izquierda moderna a partir del crisol internacionalista del antifascismo, Everything is Possible, escribe sobre cómo el movimiento «Manos Fuera de Etiopía» fue «desde el principio un asunto de las bases, al tiempo que el movimiento fomentó la solidaridad interna para lograr lo cual trataba de independizarse de las organizaciones formales que intentaban dividirlo y controlarlo». A través del movimiento «Manos Fuera de Etiopía», la imaginación de la solidaridad internacionalista se duplicó mediante una especie de cartografía cognitiva horizontal. Como observa Fronczak, «las noticias que llegaban sobre protestas en lugares lejanos proporcionaban, de forma tangible e intangible, modelos de prácticas susceptibles de adaptarse a las condiciones locales». Es más, el mero hecho de saber del disenso en lugares lejanos proporcionaba sustento en forma de inspiración para labores de agitación a un nivel más local. Al imaginar el camino que los llevara a la solidaridad con el pueblo de Etiopía, los antifascistas de todo el mundo imaginaban a su vez el camino hacia la solidaridad entre ellos mismos».

Para los pensadores y los activistas de la IAFE y de la IASB, así como de algunos socialistas británicos blancos del Partido Laborista Independiente (ILP) —del que James era miembro y cuya publicación editara Padmore durante algún tiempo—, movilizarse contra los designios imperiales del fascismo italiano en Etiopía no podía significar estratégica o tácticamente ponerse del lado del imperialismo británico. La fuerza polémica y analítica de la tesis del «fascismo colonial» debe entenderse en esa coyuntura, como una forma de contrarrestar tanto las pretensiones liberal-democráticas del imperialismo británico (y francés) por contraste con sus rivales fascistas europeos, como el ataque contra una Comintern que había efectuado un giro, por razones dictadas en gran medida por los cálculos de política exterior de Stalin, desde su extremismo del Tercer Período hacia un frente popular de apoyo a las «democracias» y un énfasis en la Sociedad de las Naciones como mediadora de los conflictos internacionales.

Los marxistas panafricanos de la IASB serían implacables en sus ataques tanto contra la posición liberal-imperialista como contra la posición soviética (James, trotskista al fin y al cabo, fue especialmente cáustico en lo que se refiere a esta última). I.T.A. Wallace-Johnson, dirigente obrero de Sierra Leona que había sido marinero, declararía que «cuando los británicos hablan de fascismo no deberían mirar a Alemania e Italia, sino dentro de su propio Imperio, donde sus clases dirigentes han robado las tierras a los aborígenes a quienes han obligado a trabajar para ellos en condiciones miserables y por menos que salarios de miseria; donde han convertido toda la tierra en un gran campo de concentración». En su libro de 1937 Africa and World Peace, Padmore dictaminaría que «el imperialismo “democrático” y el imperialismo “fascista” no son más que ideologías intercambiables que corresponden a las condiciones económicas y políticas del capitalismo en un país determinado, por un lado, y al grado de desarrollo de la lucha de clases, por otro». En su reseña de la implacable anatomía que hiciera James de la traición del bolchevismo por el estalinismo, World Revolution, el dirigente del ILP Fenner Brockway afirmó que la posición soviética —consistente en trabajar con la Sociedad de las Naciones y aliarse con las democracias imperialistas europeas— ignoraba «el funcionamiento en la mayor parte del Imperio [británico] de una tiranía que repetía en casi todos los aspectos la dictadura del fascismo». En otro lugar, Brockway escribiría: «El fascismo es la dictadura capitalista en los países desarrollados. El imperialismo es la dictadura capitalista en los países subdesarrollados.» («Has Hitler Anything to Teach Our Ruling Class?’» New Leader, 29 de abril de 1938).

Pero ¿qué significaba todo ello en términos de estrategia política? A ese respecto, podemos recurrir a C. L. R. James, cuyos escritos políticos a mediados de los años treinta intentaron articular el tipo de política internacionalista anticolonial radical negra del trabajo que no hiciera del «fascismo colonial» de las democracias europeas un mal menor frente a los designios de Mussolini en África. En octubre de 1935, The New Leader, el periódico del ILP, James escribe sobre el evidente cinismo imperial que se esconde tras la promesa británica de defender la independencia de Etiopía a través de la Sociedad de las Naciones:

La «pequeña y gallarda Bélgica» ya era harto de lamentar, pero «la independencia de Etiopía» es peor. Es la mayor estafa de toda la historia viva del imperialismo. El gobierno británico, tras haber movilizado a la opinión mundial y, detrás de ella. a muchos de sus propios trabajadores, le ha impuesto un collar de fuerza a Etiopía, tan apretado como cualquier cosa que el imperialismo italiano haya pretendido jamás. Las propuestas del Comité de los Cinco desenmascaran la descarada mentira de que se defiende cualquier independencia. El documento es breve y conciso. Los servicios públicos de Etiopía se dividirán en cuatro departamentos: Policía y Gendarmería, Desarrollo Económico, Finanzas y Otros Servicios Públicos. Como es habitual en el bandidaje imperialista que se disfraza con el nombre de ley, los medios de represión ocupan el primer lugar de la lista. Luchemos no sólo contra el imperialismo italiano, sino también contra los demás ladrones y opresores, el imperialismo francés y el británico […] Trabajadores de Gran Bretaña, campesinos y trabajadores de África, uníos más estrechamente para esta y para otras luchas. Pero manteneos lejos de los imperialistas y de sus Ligas y pactos y sanciones. No hagáis de mosca para la araña. Ahora, como siempre, defendamos la organización independiente y la acción independiente. Tenemos que romper nuestras propias cadenas. ¿Quién es el tonto que espera que nuestros carceleros las rompan?

La negativa a buscar una solución de avenencia con el imperialismo significa para James, como lo seguirá haciendo en las subsiguientes décadas, la autonomía de los trabajadores. Pero el problema no es sólo el imperialismo británico. Para James, con el pacto hecho por Stalin con el primer ministro francés Laval, y su repudio explícito de la doctrina leninista de que los enemigos de los trabajadores había que buscarlos en su propio país, el movimiento comunista había abdicado de sus reivindicaciones antiimperialistas. Cuando abogaba por la aplicación de sanciones contra Italia únicamente a través de los mecanismos dictados por la Sociedad de las Naciones, el movimiento comunista abdicaba de las bases mismas del internacionalismo del trabajo y de la solidaridad anticolonial. De ahí la necesidad, en sus palabras, de «desenmascarar a la Sociedad de las Naciones como un instrumento del imperialismo, de rechazar la idea de hacer la guerra por los países “democráticos” contra los países “fascistas”». Como observa Makalani, «la crítica de James al estalinismo y a la III Internacional giraba en torno a la incapacidad de Moscú para reconocer el potencial que para la revolución proletaria que representaba Abisinia».

Como escribiera James en World Revolution: «Los trabajadores soviéticos podrían haber impuesto un embargo instantáneo al petróleo que Rusia enviaba constantemente a Italia […] El sentimiento de masas […] despierto en todo el mundo […] podría haber frenado a Mussolini y haberlo debilitado internamente […] El socialismo en un solo país había alcanzado la fase en la que el líder del proletariado internacional estaba tan nervioso por la acción del proletariado mundial como cualquier dictador fascista.» En cierto sentido, James se remonta a la campaña «¡Manos fuera de China!» que The Negro Worker de Padmore había ayudado a coordinar. El partido al que él mismo pertenecía, el ILP, se debatía internamente entre la adopción de una política de no sanciones (ya que se consideraba que éstas acelerarían una guerra interimperialista potencialmente desastrosa) y la idea de sanciones obreras. Como relata Theo Williams, en Making the Revolution Global: Black Radicalism and the British Socialist Movement before Decolonisation, en el contexto de la invasión de Manchuria el ILP había recabado de los sindicatos y de las organizaciones de los trabajadores que se opusieran a «la concesión de créditos y a la fabricación y exportación de armas y material bélico de cualquier tipo a Japón». En 1935, la Liga Socialista, una facción de izquierda que había permanecido en el Partido Laborista luego de que el ILP se desafiliara en 1932, declaró que «los socialistas deben aprovechar la ocasión no para exigir sanciones internacionales contra Italia por conducto de la Sociedad de las Naciones, sino para generar la voluntad de emplear sanciones obreras». Al mismo tiempo, la Oficina Internacional para la Unidad Socialista Revolucionaria (también conocida como la 3½ Internacional) declaró que «las tres tareas de la clase trabajadora eran el boicot a Italia, la prevención del transporte de armamento y municiones a Italia y la prevención del transporte de tropas a África». Entretanto, el Consejo de la División de Londres (del que James era miembro) del ILP escribió a su Consejo Administrativo Nacional: «No podemos detener la guerra por medio de resoluciones piadosas. ¿De qué sirve presentar una petición a un tigre que está al acecho?»

Luego de trasladarse a Estados Unidos y afiliarse al Partido Socialista Obrero Trotskista, James (quien escribía generalmente bajo el seudónimo de J. R.  Johnson) seguiría vinculando la negativa a reconocer la existencia de un mal menor imperialista con la estrategia de las sanciones obreras. En desafío a los esfuerzos del gobierno estadounidense por movilizar a los afroamericanos en favor de una próxima guerra europea, escribiría: «Si ganan los fascistas, recuperarán las colonias. Si ganan las “democracias”, se quedarán con ellas. Pero tanto si ganan las «democracias» como si ganan los fascistas, los africanos seguirán siendo esclavos en su propio país.» En 1939, en el contexto de la movilización oficial en defensa de Finlandia, atacada por los soviéticos en la «guerra de invierno» —y luego de compararla con la respuesta al asalto a Etiopía en 1935—, James, en su columna «La cuestión negra» en Socialist Appeal, periódico del Partido Socialista Obrero, recuerda los acontecimientos de cuatro años antes y los enmarca en términos de «acción de la clase obrera en favor de Etiopía» frustrada y desviada por los partidos comunistas y laboristas comprometidos con la mediación de la Sociedad de las Naciones y la connivencia con el imperialismo. A ese propósito, escribe:

Todos los capitalistas y los farsantes laboristas no hacían otra cosa que parlotear sobre la Sociedad de las Naciones, es decir, alzaban sus ojos hacia la Sociedad de los Bandidos para que detuviera a otro bandido por hacer lo que todos los bandidos querían, ellos mismos, hacer. Pero los trabajadores de filas y los dirigentes que se encontraban más cerca de ellos decían que los marineros, que transportaban petróleo a Italia, debían —apoyados por la Federación Sindical Internacional— dejar de transportar ese petróleo. Si los trabajadores dejaban de transportarlo, tanto Mussolini como sus bandidos gemelos se verían en serias dificultades, pues esos señores no temen nada tanto como la acción independiente de la clase obrera. Eugene Jagot, funcionario de la Internacional de Resistentes a la Guerra, una pequeña organización política, acudió a la reunión de Bruselas de la Federación Sindical Internacional, para instar a los burócratas sindicales a que sancionaran ese boicot obrero internacional.

A continuación relata cómo ese esfuerzo fue bloqueado por el repudio de los soviéticos a la acción obrera internacionalista independiente (es decir, a las sanciones obreras). A continuación, James compara esa situación con la forma en que los esfuerzos —que habían suscitado el entusiasmo de las masas— por reclutar brigadas internacionales para luchar contra las tropas de Mussolini en Etiopía, «fueron rechazados por el Gobierno etíope para no ofender a los imperialistas, esos mismos imperialistas que estaban tramando su caída», es decir, Gran Bretaña. Volviendo sobre esa cuestión en 1941, en Labor Action, periódico del Partido Obrero, James pondría en primer plano lo que vuelve a ser una cuestión clave para el internacionalismo del trabajo y el antiimperialismo, a saber, el «capital fósil» y los circuitos del combustible y la energía. Como nos recuerda el propio James,

La Sociedad estaba aplicando sanciones. Pero Gran Bretaña estaba saboteando la sanción importante —la del petróleo— y Stalin, enemigo de los trabajadores, estaba vendiendo petróleo a Italia. Mientras Mussolini pudiera conseguir petróleo nada podría detenerlo […] Los trabajadores británicos no querían que Mussolini conquistara Etiopía. Pero en lugar de actuar ellos mismos a través de huelgas ferroviarias, huelgas de marineros para impedir el envío de petróleo a Italia, y denunciando a todos los que prestaban su impulso a la Sociedad, cometieron el fatal error de pensar que los capitalistas de la Sociedad harían algo por Etiopía contra Mussolini.

Sobre esa base, James se opuso firmemente al enlistamiento de trabajadores, y de trabajadores negros en particular, en guerras que no tenían más función que reproducir una u otra formación imperialista.

La cuestión de cómo el internacionalismo del trabajo pueda desafiar a un imperialismo que lleva el fascismo en su código genético sigue estando a la orden del día. Un vínculo esencial entre el momento del marxismo panafricano, el internacionalismo negro y las sanciones obreras en los años treinta y el presente lo ofrece la movilización de los trabajadores contra el apartheid.

Los tiempos que corren riman inquietantemente con coyunturas pasadas de rivalidad interimperialista y guerra, así como de tendencias hacia el fascismo colonial y racial; también difieren en formas profundas y sustanciales, sobre todo en el vasto repliegue de los movimientos socialistas, comunistas y obreros respecto de la arena del conflicto internacional. Pero la cuestión de cómo podría funcionar el internacionalismo del trabajo para desafiar a un imperialismo que lleva el fascismo en su código genético sigue estando a la orden del día. Un vínculo esencial entre el momento del marxismo panafricano, el internacionalismo negro y las sanciones obreras en los años treinta y el presente lo ofrece la movilización de los trabajadores contra el apartheid. A finales de la década de los setenta, por ejemplo, los trabajadores negros de Polaroid —organizados a través del Movimiento Revolucionario de Trabajadores de Polaroid— se movilizaron contra el hecho de que su empresa suministrara al régimen del apartheid el filme que se utilizaba para producir las cédulas de identidad por medio de los cuales se vigilaba y discriminaba a los negros sudafricanos. Entretanto, la Coalición de Sindicalistas Negros’ (CBTU), formada en 1972 para oponerse a la indiferencia de la AFL-CIO hacia las luchas de los trabajadores negros, se convirtió en 1974 en la primera organización laboral estadounidense que se pronunciara en favor del boicot contra Sudáfrica.

Como ha relatado el historiador Peter Cole, una de las acciones de mayor eco en la historia de la política antirracista y antifascista del internacionalismo del trabajo en el contexto de la lucha contra el apartheid fue la encabezada por los trabajadores marítimos, en este caso estibadores de la zona de la Bahía de San Francisco en 1984. Los trabajadores del Local 10 del Sindicato Internacional de Estibadores y Almacenistas (ILWU), a raíz de una proyección de la película contra el apartheid Last Grave at Dimbaza organizada por el Comité de Apoyo a la Liberación de África Austral, aprobaron una moción para no descargar cargamentos sudafricanos de ningún barco. El sindicato tenía un historial de internacionalismo antifascista que se remontaba a la década de los treinta, cuando se habían negado a cargar suministros con destino tanto a Japón como a Italia, en el contexto de las invasiones de Manchuria y Etiopía. Como relata Cole,

El 24 de noviembre de 1984, el carguero holandés Nedlloyd Kimberley atracó en el muelle 80 de San Francisco, cargado de mercancías procedentes de Sudáfrica y otros países. En lugar de hacer su trabajo, los estibadores —orgullosos miembros del Local 10 del Sindicato Internacional de Estibadores y Almacenistas (ILWU)— se negaron a tocar las piezas de automóvil, el acero y el vino sudafricanos después de que descargaran el resto de la carga del barco. Durante los diez días siguientes, el sindicato continuó despachando a otros afiliados a ese muelle que seguían negándose a descargar los productos sudafricanos, en lo que en esencia equivalía a una huelga contra el apartheid. Cada día, cientos de otros trabajadores y miembros de la comunidad brindaron su apoyo a esos trabajadores. Entre quienes hicieron uso de la palabra esa semana [estaba] la legendaria activista Angela Davis, residente desde hacía mucho tiempo en la zona de la Bahía de San Francisco.

Fue a raíz de lo que resultó ser la mayor acción de los trabajadores contra el apartheid en Estados Unidos que los estudiantes de la Universidad de Berkeley iniciaron su movimiento, que a la larga se vio coronado por el éxito, de desinversión universitaria en Sudáfrica. Como también recuerda Cole, «el ILWU condenó oficialmente el trato de Israel a los palestinos». Leo Robinson —líder del activismo contra el apartheid en el Local 10 del ILWU — fue uno de los más francos. En las actas de la convención se declaró a Israel culpable del delito de «terrorismo patrocinado por el Estado» y se calificó a Gaza de «Soweto del Estado de Israel».

Cabe igualmente recordar las formas que adquirió la solidaridad del trabajo contra la dictadura chilena. En el Reino Unido, «trabajadores de ingeniería de Newcastle, Rosyth, Glasgow y otros lugares […] se negaron a trabajar en buques de guerra chilenos, mientras que estibadores de Liverpool, Newhaven y Hull boicotearon de diversas formas la manipulación de mercancías procedentes de Chile o destinadas a ese país. La decisión de seiscientos marineros desempleados de Liverpool de renunciar a trabajar a bordo de un carguero con destino a Chile, en defensa de la política de su sindicato nacional, fue celebrada en todo el movimiento de solidaridad». Tal como lo examinara Taj Ali en Tribune,

En mayo de 2021, un sindicato italiano de trabajadores portuarios se negó a cargar un cargamento de armas destinado a Israel. Los trabajadores, miembros de L’Unione Sindacale di Base (USB) de la ciudad de Livorno, dijeron que no cargarían el cargamento tras descubrir que estaba destinado al puerto israelí de Ashdod. «El puerto de Livorno —afirmaron en un comunicado— no será cómplice de la masacre del pueblo palestino.» Esa misma semana, estibadores sudafricanos se negaron a descargar un barco israelí atracado en el puerto de Durban. El Sindicato Sudafricano de Trabajadores del Transporte y Afines (SATAWU) declaró que la decisión se había adoptado tras los llamamientos de la Federación General Palestina de Sindicatos (PGFTU) para que se negaran a descargar barcos y mercancías israelíes en puertos y aeropuertos.

Recientemente, el Sindicato Palestino de Trabajadores del Servicio Postal emitió una declaración de apoyo al Sindicato Canadiense de Trabajadores Postales (CUPW) que se encontraban en huelga. En 2008, el CUPW aprobó la primera moción de un sindicato nacional canadiense en apoyo del movimiento BDS, después de haber sido el primer sindicato canadiense en aprobar una resolución de boicot contra el apartheid sudafricano. En una de sus partes, la declaración de los trabajadores postales palestinos reza:

Si por lo que luchan ustedes es por mejores salarios, condiciones de trabajo seguras y pensiones garantizadas, ustedes representan nuestras aspiraciones comunes y compartidas de un futuro mejor para todos los trabajadores y todas las trabajadoras del mundo, un futuro libre de explotación de clase, represión nacional y toda forma de discriminación. Fuimos testigos de su apego a esa visión cuando apoyaron el llamamiento palestino al boicot, la desinversión y las sanciones contra Israel en 2008, así como de su firme posición y apoyo a nuestro sindicato y a los trabajadores palestinos a lo largo de los años.
Décadas de ocupación, apartheid y genocidio nos han enseñado la importancia de la solidaridad internacional. Hoy les ofrecemos nuestro apoyo incondicional y nuestra solidaridad a ustedes y a los miles de miembros del CUPW organizados en piquetes a todo lo largo y ancho de Canadá.

Esa declaración subraya la centralidad de la «solidaridad de trabajador a trabajador» en un movimiento internacional de solidaridad con Palestina que tiene como centro el trabajo (en la producción, en la logística y la circulación, en la salud y la reproducción social), argumento que Rafeef Ziadah, académico y activista palestino de Workers in Palestine, expuso hace una década y que ha vuelto a retomar recientemente. En un escrito de 2013, Ziadah también subrayó la centralidad del trabajo marítimo en la lucha contra el apartheid israelí:

Una de las acciones sindicales directas más inspiradoras de la campaña BDS hasta el momento ha procedido de los sindicatos de estibadores. Tras el ataque israelí a la Flotilla de la Libertad en el verano de 2010 y después de que los sindicatos palestinos hicieran un llamamiento, el Sindicato Sueco de Trabajadores Portuarios bloqueó más de 500 contenedores de un peso aproximado de 500 toneladas durante una semana de bloqueo de las exportaciones a Israel. Los trabajadores portuarios de Oakland, California, acataron un piquete laboral y comunitario al negarse a descargar un carguero israelí durante 24 horas. Esas acciones siguieron a las del Sindicato Sudafricano de Trabajadores del Transporte y Afines, que fue pionero en el boicot contra el comercio marítimo israelí en febrero de 2009, al negarse a descargar un barco en Durban en protesta por la guerra de agresión de Israel contra la Franja de Gaza

Aunque las «sanciones obreras» contra las acciones genocidas de Israel distan mucho de haber alcanzado una escala, un alcance y una velocidad conmensurables, se han propagado en formas muy diversas y geografías plurales y aún podrían inspirarse en las tradiciones activistas y teóricas del internacionalismo antifascista y anticolonial del trabajo que he bosquejado hasta aquí.

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