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Un graffiti de Aimé Césaire en París. (jehpuh / Wikimedia Commons)

El manifiesto anticolonial de Aimé Césaire

El 26 de junio de 1913 nació Aimé Césaire, poeta y político martiniqués, ideólogo del concepto de «negritud». La vigencia de su discurso anticolonial reside en su capacidad para revelar las estructuras de poder, explotación y deshumanización gestadas durante el colonialismo que persisten hoy bajo nuevas manifestaciones.

«Una civilización que se muestra incapaz de resolver los problemas que suscita su funcionamiento es una civilización decadente. Una civilización que escoge cerrar los ojos ante sus problemas más cruciales es una civilización herida. Una civilización que le hace trampas a sus principios es una civilización moribunda» —Aimé Césáire, Discurso sobre el colonialismo.

 

Una vida de aprendizajes

Aimé Fernand David Césaire fue un intelectual, político y poeta nacido el 26 de junio de 1913 en la localidad de Basse-Pointe al norte de la Isla Martinica, en ese entonces una colonia de ultramar de Francia. Fue el segundo de los siete hijos de Marie Félicité Éléonore Hermine y Fernand Elphègue Césaire. Su padre era empleado público y su madre, costurera. La vida familiar estaba llena de restricciones y estrecheces económicas; sin embargo, no escatimaron en esfuerzos para darle una buena educación a sus hijos.

Aimé comenzó sus primeros estudios en 1919 en la escuela primaria de Basse-Pointe y cinco años después obtuvo una beca para estudiar en el Lycée Victor Schoelcher en la capital, Fort-de-France. Su familia decidió trasladarse con él. En el Liceo, Aimé conocerá a quien será un amigo por el resto de su vida, León Damas, originario de la Guayana Francesa. En 1931, a los 18 años, Aimé Césaire embarcó en un navío rumbo a la capital francesa, pues había conseguido una beca para estudiar en el prestigioso y tradicional Lycée Louis-le-Grand, lugar de estudio de los más grandes intelectuales franceses, desde los ideólogos de la Ilustración Voltaire y Diderot, hasta el Marqués de Sade, Víctor Hugo, Baudelaire y Sartre, entre otros.

En ese periodo conoció al senegalés Léopold Senghor, quien también había sido beneficiado con una beca del gobierno francés[1]. Junto con León Damas, se transformaron en un trío de grandes amigos y comenzaron a frecuentar el ambiente literario de personas venidas desde las colonias francesas, especialmente la casa de las hermanas Nardal[2], una especie de centro gravitacional de la intelectualidad negra en París. A pesar de no frecuentar mucho este salón literario[3], fue a partir de dicho espacio que Césaire y sus amigos entraron en contacto con el movimiento Harlem Renaissanse, con sede en Nueva York, y de cuya interacción surgieron las primeras ideas sobre la concepción de la «negritud» y la formación de un movimiento con el mismo nombre.

El encuentro del joven Aimé con este grupo de poetas, escritores y activistas negros fue trascendental, una revelación, pues al instante percibió en ellos una fuerza interior y un orgullo de pertenencia contagioso. Años después, Césaire relatará que ellos fueron los primeros a afirmar su identidad, en momentos en los que en Francia el «asimilacionismo cultural» estaba en boca de todos. El martiniqués percibió tempranamente que «asimilación» era sinónimo de alienación. En febrero del año 1935, Césaire publicó un artículo titulado «L´etudiant noir» en la revista L´etudiant martiniquais, órgano de la Asociación de Estudiantes Martiniqueses. El hondo impacto que generó su columna hizo que la revista —que continuaría vinculada a la Asociación— se renombrara con el título del artículo y que el joven Césaire asumiera como su editor.

En el primer número de L´etudiant noir de marzo de 1935, Césaire vuelve a escribir, ya en su nuevo rol de editor. En este nuevo artículo, Césaire argumentaba que servidumbre y asimilación se parecían, pues al final ambas representan dos formas de pasividad. Y, por el contrario, la verdadera emancipación implicaba acción y creación:

Los jóvenes negros de hoy no quieren ni servidumbre ni asimilación, quieren emancipación, quieren actuar y crear. Quieren tener sus poetas, sus novelistas, quienes le hablaran a ella, a ella sus desgracias y a ella sus grandezas: quieren contribuir a la vida universal, a la humanización de la humanidad, y para esto, una vez más, se necesita conservarse o encontrarse. Se trata de la primacía de uno mismo.[4]

Con estas premisas, Césaire buscará romper con los paradigmas de la civilización occidental para volcarse hacia las fuerzas profundas de la propia humanidad de su condición. Tal como le decía a su amigo Léopold Senghor en sus intensos intercambios de ideas, había que cavar más hondo para encontrar dentro de sí, más allá de todas las capas de la civilización, al «Negro fundamental» que se encontraba en ellos: «Negro soy y negro siempre seré». Y es que para el joven Aimé, encontrarse con uno mismo era el preámbulo esencial para llegar a establecer cualquier tipo de diálogo con la cultura dominante, con la cultura de la metrópoli, con la cultura europea.

Dos meses después, en la tercera edición de la revista, en mayo de 1935, Césaire publica un artículo titulado «Nègreries: Conscience raciale e révolution sociale», en el que acuña el concepto de «negritud» con el propósito de «plantar nuestra negritud como un bello árbol, hasta que él dé sus frutos más auténticos». Años después, Césaire definirá el concepto en unas pocas palabras como una «búsqueda dramática por la identidad negra».

A pesar de su reducido tiraje, la revista logró consolidarse como el principal vehículo de expresión no solo de las ideas de jóvenes martinicanos —como Paulette Nardal y Gilbert Gratiant— sino también de estudiantes de otras colonias francesas, como Guadalupe, Guayana Francesa, Argelia, Marruecos o Madagascar. En el intertanto, Aimé fue aprobado para ingresar en la prestigiosa École Normale Supérieure.

En 1936 Léopold Segnhor le presentó a Suzanne Roussi, martiniquesa, que también estudiaba en la École Normale Supérieure y quien ya colaboraba activamente con la revista. En 1937 contraerán matrimonio y serán estrechos compañeros hasta su separación en 1963. Un par de años después de casarse, en 1939, Aimé presentó su tesis en la École, titulada «El papel del Sur en la literatura negra de los Estados Unidos». Con la tesis defendida y dispensado del Ejercito por problemas de salud, decidió regresar a Martinica con Suzanne y su primer hijo, Jacques. En octubre asumió el cargo de profesor de literatura en el Lycée Schoelcher, donde él mismo se había formado años atrás.

Ya en el año 1935 Césaire había comenzado a escribir sus primeros poemas, que finalmente fueron publicados en 1939 bajo el título Cahier d´un retour au pays natal, que en su primera versión tiene el sello de la revista francesa de vanguardia Volontés. En uno de sus poemas, el autor plasma los sentimientos más profundos y contradictorios que lo enlazaban con su tierra originaria: «Las Antillas que tienen hambre, las Antillas cubiertas de viruela, las Antillas dinamitadas de alcohol, estancadas en el barro de esta bahía, en el polvo de esta ciudad siniestramente encalladas»[5].

En plena guerra mundial, el matrimonio Césaire, junto a otros escritores e intelectuales antillanos, lanzan el primer número de la revista Tropiques, la cual, por una feliz coincidencia, es leída por André Breton durante su estancia obligada en la Isla. Desde ese momento, el padre del surrealismo se transformará en el mayor difusor de la obra de Césaire y escribirá elogiosos comentarios de su persona y de su obra: «Es el mayor monumento lírico de nuestro tiempo» o su poesía es «bella como el oxígeno naciente»[6].

Entre mayo y diciembre de 1944 Aimé y Suzanne son convidados por el escritor Pierre Maville a pasar una temporada en Haití. Esa experiencia dejará profundas huellas en el alma y en el pensamiento de Césaire, lo que retratará posteriormente en una obra de teatro, La tragedia del rey Christophe[7], y en una biografía del líder independentista haitiano Toussaint Louverture. En ese ensayo, Césaire parte del supuesto de que para entender la gesta de Toussaint es necesario partir de la Revolución Francesa pero no desde la mirada de los europeos, sino desde la perspectiva de los negros:

Yo volví a las raíces y desarrollé una idea muy diferente de aquella que leíamos, a pesar de ser elaborada bajo la pluma de historiadores de verdad. Yo también tengo una especialidad: soy Negro. Ellos tienen sangre blanca, yo soy de sangre negra. Y nosotros tenemos un punto de vista muy diferente, yo tengo, por lo tanto, otra concepción de la Revolución Francesa, otra concepción de Toussaint Louverture y otra concepción de Haití. Ellas pueden ser buenas o malas, pero son las mías.[8]

La independencia de Haití fue acompañada por un proceso de exclusión de su población negra y la necesidad de garantizar que la antigua población esclava participase de la lucha anticolonial, prestase el servicio militar y proporcionase la mano de obra para el sistema de plantation militarizó a la sociedad haitiana y forjó —en la concepción de Carolyn Fick— una especie de «ciudadanía de plantation»[9]. Es decir, a pesar de que la esclavitud en Haití fue oficialmente abolida, las aspiraciones de la población trabajadora por el acceso a tierra y libertad fueron permanentemente reprimidas.

Así, las estructuras del Estado recién emancipado fueron reforzadas y militarizadas, mientras que la mayoría de los habitantes eran excluidos y marginados de los procesos de construcción de la nación. Si los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que figuraban en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano se aplicaban en Francia, ello no era sí en las colonias, que mantuvieron las restricciones sobre las poblaciones de los territorios dominados. El igualitarismo y el universalismo pregonado por los líderes de la Revolución Francesa quedaron circunscritos a ese país a partir del control conservador por parte del Directorio.

Por lo mismo, Toussaint Louverture tuvo que rebelarse junto con el pueblo haitiano a esas nuevas directrices impuestas desde la metrópoli. Después, con la ascensión de Napoleón Bonaparte y la promulgación de la Nueva Constitución Francesa establecida luego del Golpe de Estado del 9 de noviembre de 1799 (el 18 Brumario), se estipulaba que las colonias pasarían a ser gobernadas por «leyes especiales» que tomarían en cuenta las particularidades de cada una; en otras palabras, los ciudadanos de la parte occidental de la Isla de Santo Domingo no serían más protegidos por las mismas leyes que regían a los ciudadanos en Francia. De esta manera, al transformar en «leyes especiales» la universalidad de la ciudadanía francesa que debería existir también para las poblaciones de sus colonias, el primer paso para la restauración de la esclavitud bajo el régimen de plantation había sido dado[10]. El resto de la historia la conocemos: la descomposición permanente de un país empobrecido y dislacerado por la violencia y el despojo[11].

Aimé Césaire en 2003. (Wikimedia Commons)

El Partido Comunista Francés

Con la liberación de Francia y el fin de la guerra en mayo de 1945, nuevos aires soplaban en Martinica. Césaire, su esposa y sus compañeros de ruta en la recién creada revista Tropiques, comenzaron a desarrollar una actividad política más intensa. Aimé ya era conocido en la capital Fort-de-France por su vehemente posición contra el racismo, el colonialismo y el fascismo, razón por la cual había sido propuesto por la sección de Martinica del Partido Comunista Francés (PCF) para ser el candidato a alcalde por ese conglomerado. Fue electo para el cargo y luego también, con el apoyo de los comunistas, lanzado para ser diputado representante de la isla en la Asamblea Francesa. Césaire vencerá en esta y en todas las elecciones siguientes hasta dejar voluntariamente la diputación, en 1993.

En diciembre de 1945 Césaire se incorporó al Partido Comunista Francés. Su militancia en el PCF siempre le fue un poco incómoda. Si bien es verdad reconocía que el comunismo representaba un ideal de progreso, su actuación en el Partido le era extraña y nunca se sintió plenamente satisfecho con la decisión de incorporarse a sus filas. Después diría: «Había un ellos y había un nosotros. Era derecho de ellos, ellos eran los franceses, pero yo me sentía negro, y ellos no eran capaces de comprenderme plenamente. Fue un grave error de nuestra parte considerarnos como miembros del Partido Comunista Francés»[12].

En su actuación como miembro del parlamento francés, durante 1946, fue el principal impulsor de la ley que transformaría las colonias de ultramar francesas (Martinica, Guadalupe, Guayana, e Islas Reunión) en departamentos con relativa autonomía de Francia. Sin embargo, varios aliados de su tierra natal lo criticaron duramente porque consideraban que la promulgación de esta ley desviaba el foco del tema central que era la independencia total de las colonias.

A partir de una solicitud, en 1948 escribió el artículo «L´Imposible Contact» para la revista Chemins du monde, en el cual realizaba una reflexión sobre el papel desempeñado por Francia con relación a sus colonias. Allí, con extraordinaria claridad, aparece un anticipo de aquello que expondría poco después en su Discurso sobre el colonialismo [1950] (2006a): «No, la colonización no lleva la civilización al pueblo oprimido. Al contrario, ella deshumaniza al hombre, tanto al colonizador, como al colonizado». El libro será finalmente publicado en 1950 por una pequeña editorial vinculada al PCF.

Sin abandonar su labor literaria, en los años de posguerra Césaire se dedicó intensamente a la actividad política y a la militancia anticolonial, participando en innumerables encuentros y manifestaciones contra el racismo y el colonialismo, pero especialmente dando una dura batalla en el parlamento francés contra la derecha que quería seguir manteniendo las condiciones de dominación y explotación sobre las colonias.

Asimismo, a contramano de los comentarios malintencionados sobre su supuesta aceptación de un colonialismo con «rostro gentil», Césaire comenzó a discrepar con la posición política adoptada por el PCF en relación a la plena autonomía de las Antillas y de las excolonias en general. Estas divergencias —sumadas a una crítica férrea a los resabios del estalinismo instalados en el partido— se tornarán cada vez más irreconciliables. Poco después, Césaire decidió renunciar a su militancia en el partido. La decisión fue comunicada en una carta dirigida al Secretario General del PCF, Maurice Thorez, publicada en la revista Présence Africaine a fines de octubre de 1956[13]. Allí el intelectual antillano mostraba especial sensibilidad ante el apoyo que el partido le concedió al gobierno de Guy Mollet para mantener el control y profundizar las condiciones de opresión sobre el pueblo argelino:

Basta decir que estamos convencidos de que nuestras cuestiones, o si se quiere, la cuestión colonial, no puede ser tratada como una parte de un conjunto más importante, una parte sobre la cual otros podrán transigir o dejar pasar (…) En todo caso, es incuestionable que nuestra lucha, la lucha de los pueblos colonizados contra el colonialismo, la lucha de los pueblos de color contra el racismo, es mucho más compleja, es, a mi juicio, de una naturaleza muy distinta a la lucha del obrero francés contra el capitalismo francés y de ningún modo podría ser considerada como una parte, como un fragmento de esta lucha. (…) Creo haber dicho lo bastante para que se comprenda que no es ni del marxismo ni del comunismo de lo que reniego, que lo que repruebo es el uso que algunos han hecho del marxismo y del comunismo. Que quiero que el marxismo y el comunismo estén puestos al servicio de los pueblos negros y no los pueblos negros al servicio del marxismo y del comunismo. Que la doctrina y el movimiento estén hechos para los seres humanos, y no los seres humanos para la doctrina o para el movimiento.[14]

Muchos años después, en su estudio sobre el marxismo occidental[15], Domenico Losurdo cuestionaría la posición asumida por importantes pensadores de dicha corriente del pensamiento marxista (Perry Anderson, Max Horkheimer, Michel Foucault o Antonio Negri, entre otros). Losurdo apuntaba con importante evidencia el tono despectivo que muchos autores vinculados a la tradición del marxismo occidental europeo habían tenido a lo largo de su producción intelectual y política respecto de la cuestión colonial, que algunos de ellos calificaban de «desviación» del marxismo oriental, pensando sobre todo en el caso de la Unión Soviética y China. En 1976, por caso, el historiador inglés Perry Anderson convidaba a que el denominado marxismo occidental se distanciara claramente de su homónimo del oriente por los extravíos a los que había sometido la teoría y práctica del pensamiento de Marx.

El marxismo de occidente fue perdiendo así su vínculo con las férreas y dramáticas luchas desatadas en países del mundo «no occidental» a partir de los procesos de liberación anticolonial que recorrieron por esas décadas numerosos países de Asia, África y América Latina. Este marxismo, según Losurdo, dio la espalda a dichos proyectos de independencia y a las expresiones de un marxismo que recogiera otras temáticas aparte de las que formaban parte del acervo teórico del marxismo occidental (desarrollo de las fuerzas productivas, avance industrial y condiciones objetivas de transformación, papel protagónico del proletariado, etc.). En dicho anclaje conceptual, las cuestiones coloniales y de emancipación de los pueblos subyugados por el poder de los países imperiales perdieron relevancia. A diferencia del marxismo oriental, el occidental perdió su vínculo con los procesos revolucionarios anticolonialistas en escala mundial. Como apunta Losurdo:

El desprecio por la cuestión colonial es una forma directa de chauvinismo pro-occidental. Pero, a partir del horror a la masacre, oficialmente deflagrada por ambos lados en nombre de la defensa de la patria, se difunde en varios sectores del marxismo occidental un internacionalismo exaltado y abstracto, propenso a considerar superada la cuestión nacional y, por consiguiente, a deslegitimar los movimientos de liberación nacional de los pueblos coloniales.[16]

Como consecuencia de su dimisión al PCF en marzo de 1958, Césaire funda el Partido Progresista de Martinica (PPM), bajo el lema de «Una Martinica autónoma en una Francia descentralizada». En pocos años, el PPM logró transformarse en una de las principales referencias políticas en el país. Césaire fue elegido diputado en sucesivas ocasiones, ejerciendo su mandato hasta 1993, año en que decidió no participar en la elección para un nuevo mandato en la Asamblea Nacional Francesa, justificando su decisión con las siguientes palabras: «Estoy contra todas las formas de aristocracia, inclusive la de la edad, la gerontocracia».

Militancia y actividad política en Martinica

En la década del sesenta, Césaire mantuvo una intensa actividad política y militante en favor de la causa antirracista y anticolonial, participando en encuentros y difundiendo su concepción de aquello que denominaría como Negritud. En el primer festival Mundial de Arte Negra, realizado en 1966 en Dakar, Senegal, pronunció un discurso en el que exponía que la negritud no buscaba ser solamente una especie de «humanismo negro», sino que aspiraba a convertirse en una contribución para un humanismo universal: «La literatura de la negritud es una literatura de combate, una literatura de choque, esa es su honra; una máquina de guerra contra el colonialismo, contra el racismo, esa es su razón de existir».[17]

En el año de 1987 Aimé fue homenajeado en la Primera Conferencia Hemisférica de los Pueblos Negros de la Diáspora, celebrada en la Universidad de la Florida. En esa oportunidad leyó su Discurso sobre la negritud, en donde profundizaba su noción de negritud y enmarcaba sus ideas como como poeta e intelectual antillano. En su presentación exponía con meridiana claridad dicha concepción:

Evidentemente, más allá de lo biológico inmediato, la negritud hace referencia a algo más profundo, y más exactamente a una suma de experiencias vividas que han terminado por definir y caracterizar una de las formas de lo humano destinada a lo que la historia le ha reservado: es una de las formas históricas de la condición impuesta al hombre (…). La negritud no es una filosofía, la negritud no es una metafísica, la negritud no es un pretencioso concepto del universo, es una manera de vivir la historia: la historia de una comunidad cuya experiencia se manifiesta, a decir verdad, singular con sus deportaciones, sus transferencias de hombres de un continente a otro, los recuerdos de creencias lejanas, sus restos de culturas asesinadas. Es decir, que la negritud puede definirse en primer lugar como toma de conciencia de la diferencia, como memoria, como fidelidad y como solidaridad.[18]

A pesar de que el concepto de negritud fue cuestionado en su potencialidad teórica y práctica por derivar en una especie de racismo (como lo reconoció posteriormente el propio Césaire), la importancia histórica del concepto radica en su carácter contestatario de las categorías eurocéntricas para concebir la cultura y la realidad. Su fuerza deriva de la resistencia a una mirada hegemónica y opresora experimentada por aquellos jóvenes migrantes que se sentían ciudadanos de segunda clase radicados en la metrópoli. Identidad, resistencia y emancipación se encuentran en el origen del concepto. Negritud es, en síntesis, una expresión de rebelión contra la forma como se había constituido históricamente la cultura, con sus prejuicios y sus jerarquías. En palabras de Césaire: «Dicho de otro modo, la negritud ha sido una revuelta contra lo que yo llamaría el reduccionismo europeo»[19].

El resto de la vida de Aimé Césaire transcurrió en su tierra natal, siempre activo y militante, en muchas ocasiones convidado para participar en diversos encuentros de intelectuales, eventos políticos y congresos literarios, donde los temas centrales eran la lucha anticolonial, el antirracismo y la plena soberanía de los territorios colonizados. Al mismo tiempo, mantuvo su vínculo con la literatura y siguió escribiendo poesía y ensayos. En 2001 abandonó definitivamente la actividad política, dejando su cargo de alcalde de Fort-de-France, el que solamente asumirá de manera simbólica en calidad de alcalde honorario.

Casi al final de su existencia, en 2006, Aimé Césaire fue relator del proceso para que se realizara la departamentalización de las cuatro colonias de ultramar que existían en esa región de la Antillas (Martinica, Guadalupe, Reunión y Guayana). Nuevamente fue acusado por sus detractores de haber favorecido la asimilación, la dependencia. Como respuesta, un Aimé Césaire —más ponderado y más contenido en sus pasiones— declaró en una entrevista:

¿Cuál era la situación antes? Una miseria total: la ruina de la industria azucarera, la desertificación del campo, las poblaciones que se precipitaban en Fort-de-France y se aglomeraban en invasiones, instalándose como podían en cualquier pedazo de tierra. Los alcaldes solo pensaban en enviarles la policía. Ahora nosotros elegimos interesarnos por aquellas personas. En la posición de intelectual, yo había sido nominado por una población que tenía ideales, necesidades y sufrimientos. El pueblo martiniqués no se importaba con la ideología, lo que él quería eran transformaciones sociales, el fin de la miseria (…) Yo era el relator de la comisión y tenía en mente lo siguiente: Mi pueblo está allí, él grita, necesita de paz, de alimento, de ropas, etc. ¿Y yo voy a quedarme filosofando? Claro que no.

En la mañana del 17 de abril, a la edad de 94 años, Aimé Césaire falleció en Fort-de-France a consecuencia de problemas cardiacos. Su obra poética, sus ensayos y su dramaturgia son lectura obligatoria en su tierra natal; en Francia, su Discurso sobre el colonialismo se encuentra en casi todas las bibliotecas escolares y es parte de las lecturas recomendadas para los alumnos de la educación secundaria.

Fascismo y colonialismo

El 7 de junio de 1950 fue publicado por primera vez por Éditions Réclame el contundente ensayo de Aimé Césaire que lleva por título Discurso sobre el colonialismo. Allí Césaire parte señalando que la llamada civilización europea u occidental ha sido incapaz de resolver los dos principales problemas a los cuales su existencia dio origen: el proletariado y el problema colonial. Luego, haciendo un diagnóstico lapidario de lo que considera son los restos de una Europa dilacerada y desmoralizada después de concluida la Segunda Guerra Mundial, apunta que «Europa es moral y espiritualmente indefendible». Al desmoronarse las bases del colonialismo, los pueblos liberados a partir de sus luchas independentistas comienzan a sacudirse no solo las ataduras políticas, sino también la impronta moral impuesta por el invasor, aquella que dice que colonizar es civilizar:

Y hoy resulta que no son solo las masas europeas quienes incriminan, sino que el acta de acusación es, en el plano mundial, levantada por decenas y decenas de millones de hombres que desde el fondo de la esclavitud se erigen como jueces. Se puede matar en Indochina, torturar en Madagascar, encarcelar en el África negra, causar estragos en las Antillas. Los colonizados saben que, en lo sucesivo, poseen una ventaja sobre los colonialistas. Saben que sus «amos» provisionales mienten.[20]

Aquellos territorios que habían obtenido su independencia o estaban en vías de hacerlo eran profundamente recelosos del discurso civilizatorio difundido como justificación por los colonizadores. Aimé Césaire tiene muy claro este desencanto y se lo enrostra a los europeos, especialmente a los franceses. Esta perspectiva también es compartida por su coterráneo Frantz Fanon en Los condenados de la tierra: «Dejemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina dondequiera que lo encuentra […] Hace siglos que Europa ha detenido el progreso de los demás hombres y los ha sometido a sus designios y a su gloria; hace siglos que, en nombre de una pretendida aventura espiritual, ahoga a casi toda la humanidad»[21].

La sintonía entre ambos intelectuales se puede apreciar en el hecho de que una elaboración relevante en el pensamiento de Césaire —en perspectiva dialéctica, que también incorporará Fanon— es la firme creencia de que el colonialismo no era una misión civilizadora, sino una forma de explotación que deshumanizaba tanto a los colonizados como a los colonizadores. Apuntaba hacia la hipocresía de las potencias coloniales al justificar sus acciones bajo pretextos humanitarios mientras cometían actos de barbarie en las colonias. «Habría que estudiar en primer lugar cómo la colonización trabaja para descivilizar al colonizador, para embrutecerlo en el sentido literal de la palabra, para degradarlo, para despertar sus recónditos instintos en pos de la codicia, la violencia, el odio racial, el relativismo moral…»[22].

En ese sentido, para el pensador antillano los métodos practicados por el nazismo en las primeras décadas del siglo XX en nada diferían de los métodos históricamente utilizados por las potencias coloniales, pues ambos eran inherentes al proyecto de modernidad implementado por los europeos. No representaban, por lo tanto, una perversión de la modernidad, sino su lado oscuro, un salvajismo encubierto por el barniz de la civilización redentora. Esta Europa que se jactaba de sus ancestros griegos y de los valores del Iluminismo y la Ilustración había experimentado en carne propia la tragedia de la versión racista y eugenésica del nazifascismo; no había sido capaz de evitar la aniquilación de los europeos por los mismos europeos. Con estupefacción, Europa descubre muy tardíamente que el señor burgués del siglo XX, muy humanista y muy cristiano, carga en sí mismo, sin saberlo, un Hitler que lo habita y es su demonio:

Que, si lo vitupera, es por falta de lógica, y que en el fondo lo que no le perdona a Hitler no es el crimen en sí, el crimen contra el hombre, no es la humillación del hombre en sí, sino el crimen contra el hombre blanco, es la humillación del hombre blanco, y haber aplicado en Europa procedimientos colonialistas que hasta ahora solo concernían a los árabes de Argelia, a los coolies de la India y a los negros de África[23].

Antes de ser sus víctimas, los europeos ya empatizaban con el modelo nazifascista; más aún, legitimaban las prácticas genocidas intrínsecas al sistema colonial desde mucho antes que Hitler y sus huestes sembraran el pánico en Europa y el resto del mundo. «No hay nada original en el nazismo que no fuera antes implementado por el colonialismo contra pueblos no europeos»[24]. Césaire desenmascaró al colonialismo como un sistema de explotación y violencia disfrazado de misión civilizadora. Esta falsedad, mantenida a través de los siglos, permitía que las naciones colonizadoras se digan consternadas con las aberraciones provocadas por los nazis, en un gesto de hipocresía sin límites. Lo que siempre fue tolerado para el mundo no europeo ahora estallaba en las entrañas de la propia Europa. Conocidas las barbaridades de la Segunda Guerra y del Holocausto, el derrumbe moral de Europa era un fenómeno obvio para casi todos los países del orbe, excepto para los propios europeos.

Como apunta al inicio de su Discurso sobre el colonialismo, Césaire acusa a los europeos de engañarse a sí mismos, de ocultar una realidad que es patente: que Europa ya incubaba en su interior el verme del fascismo, cuyos orígenes se podían rastrear en la formas deletéreas y perversas que había asumido el colonialismo. Durante siglos habían existido fuera de Europa sujetos colonizados y estigmatizados que habían sufrido el genocidio, el exterminio, la esclavitud y la violencia. Pero aquello no era motivo de espanto de las poblaciones europeas. La similitud entre las tácticas del nazismo y la empresa colonial saltaban a la vista, y para Césaire fascismo y colonialismo eran las dos caras de una misma moneda.

Uno de los grandes logros de la obra de Aimé Césaire es constatar este «doble juego» moralista del discurso civilizatorio al dejar al descubierto que el racismo aplicado contra los pueblos colonizados y oprimidos inoculó paralelamente la perversión psíquica en los propios colonizadores, razón por la cual afirmaba el martiniqués, se instalaba fatalmente un Hitler dentro de cada humanista y burgués europeo. Y valga la aclaración de que Césaire no se refería a una mente tortuosa y psicopática como la de Hitler o algún torturador sádico, sino que a la mente del hombre de bien, del honesto y buen burgués que usufructúa los beneficios del sistema colonial. Aquellos que ostentaban sus «virtudes cristianas» eran los mismos que en las colonias permitían el uso del suplicio y las mazmorras contra los llamados incivilizados. En su lúcida denuncia, Césaire concluye:

¿Adónde quiero llegar? A esta idea: que nadie coloniza inocentemente, que tampoco nadie coloniza impunemente, que una nación que coloniza, que una civilización que justifica la colonización y, por lo tanto, la fuerza, ya es una civilización enferma, moralmente herida, que irresistiblemente, de consecuencia en consecuencia, de negación en negación, llama a su Hitler, quiero decir, su castigo.[25]

Por un universalismo que incluya todos los particularismos

Por otra parte, Césaire no se convence con el universalismo abstracto que erigieron los europeos ni subscribe para los particularismos estrechos y provincianos con una impronta fundamentalista que se refugia en su especificidad. Para él, la verdadera descolonización pasaba por la afirmación de un universalismo concreto que contenga en sí mismo todas las posibilidades del particularismo. Si el universalismo abstracto del republicanismo europeo, especialmente francés, establecía relaciones verticales entre los pueblos, el universalismo concreto, en la concepción del pensador antillano, era necesariamente el resultado de relaciones más simétricas, horizontales e igualitarias entre todas las poblaciones.

En lugar de hablar de valores abstractos del inventario eurocéntrico como libertad, igualdad, democracia o justicia, Césaire propone efectuar un critica radical a todas estas nociones o entelequias universalistas de la modernidad para configurar una nueva noción matriz de estos conceptos que impliquen establecer relaciones efectivamente igualitarias, justas y democráticas entre las poblaciones. Consideraba que era posible hablar de lo universal, pero en tanto se lo considere una profundización de la propia singularidad y no una negación de la misma. Mantener la identidad significaba para Césaire la conquista de una nueva y más amplia fraternidad, sin distanciarse ni hundirse en una suerte de solipsismo comunitario o en las diversas formas que asumiría un resentimiento excluyente. El universalismo del pensador martiniqués está fuertemente vinculado a la noción de igualdad, cimentada en el diálogo y la opción emancipatoria descolonizadora.

En su crítica al colonialismo, Césaire no solamente le está hablando a los europeos, sino también a un amplio espectro de pueblos sometidos históricamente, que tienen la oportunidad de liberarse de las trabas impuestas por el padrón de dominación y explotación europeo. Este patrón se manifiesta también en relaciones desiguales de poder y de control sobre el conocimiento, tal como ha sido expuesto por un conjunto de autores que visualizan que tales expresiones de poder se mantienen a pesar de los procesos de independencia de la colonias o descolonización. Bajo la concepción de «decolonialidad», postula la necesidad de desmontar aquellas relaciones que implican el fomento de las jerarquías raciales, geopolíticas y de género, creadas en el transcurso de la formación del mundo moderno-colonial.[26]

Tal como destaca también Ramón Grosfoguel[27], Césaire es uno de los «intelectuales visionarios que se adelantan a los acontecimientos de su época». En efecto, fue capaz de percibir y denunciar tempranamente el carácter perverso del colonialismo y desarrollar una crítica del proyecto eurocéntrico o del «euroccidentalismo culturalista»[28] que fue teorizado posteriormente por el pensamiento poscolonial y decolonial. Por lo mismo, Césaire puede ser considerado como un precursor de esta mirada sobre aquello que se ha dado en llamar «giro decolonial», adoptado posteriormente por un conjunto de pensadores que adhirieron con mayor o menor intensidad al Programa de Investigación Modernidad-Colonialidad[29].

Dicha propuesta postula que la colonialidad es parte integral de los procesos de modernización y que, en esa dinámica articulada, la experiencia de la empresa colonial europea es fundamental para entender cómo la formación de las principales instituciones de la modernidad se inscriben en tal empresa colonizadora: la construcción del Estado moderno, la ciencia, el arte, el capitalismo. La colonialidad es la superación del mero colonialismo en la medida en que impone un tipo de herencia que persiste aun cuando el colonialismo de ocupación militar y anexión jurídica del territorio haya terminado.

La colonialidad se reproduce, así, en una dimensión triple: la del poder, la del saber y la del ser. Y a partir de esa narrativa emerge un tipo de taxonomía social basada en la perspectiva de raza, género y trabajo que representa una configuración privilegiada para la empresa colonial. En palabras de Aníbal Quijano[30], la colonialidad es uno de los elementos constitutivos y específicos del patrón mundial de poder capitalista. Se funda en la imposición de una clasificación racial-étnica de la población del mundo como piedra angular de dicho patrón de poder. Así pensada, la colonialidad implica el reconocimiento del lado oscuro y necesario de la modernidad; es un elemento indisolublemente constitutivo de ella.

La colonialidad construye un relato universalista que introduce una lógica cultural centrada en el proceso civilizatorio. Las propuestas elaboradas anteriormente por Aimé Césaire anticipan o son precursoras de las ideas decoloniales y poscoloniales en la medida en que cuestiona este universalismo construido como relato de la «civilización» blanca europea y se rebela ante la violencia ejercida desde la matriz colonial como expresión de modernidad.

El legado de Aimé Césaire

El discurso anticolonialista de Aimé Césaire (primordialmente su Discurso sobre el colonialismo[31]) mantiene una relevancia notable en la actualidad teniendo en cuenta que ya transcurrieron setenta y cinco años desde su primera publicación, en 1950. Sus ideas siguen resonando como una alerta sobre el racismo sistémico, la desigualdad y la discriminación, así como continúan alimentando los debates sobre las formas que asumen las estructuras de poder, la dominación neocolonial y el epistemicidio.

La vigencia del discurso anticolonial de Aimé Césaire radica en su capacidad para revelar las estructuras de poder, explotación y deshumanización que se gestaron durante el colonialismo y que, de muchas formas, persisten hoy bajo nuevas manifestaciones. Su Discurso sobre el colonialismo no solo denuncia los crímenes cometidos en nombre de la «civilización», sino que también ofrece una crítica profunda al sistema económico, político y cultural que perpetúa desigualdades globales.

Césaire advertía que el colonialismo no terminaba con la independencia formal de las naciones sino que se transformaba en nuevas formas de control, como el neocolonialismo económico y cultural. En el contexto actual, esto se observa en las relaciones desiguales entre países del Norte y del Sur global, donde corporaciones multinacionales, instituciones financieras internacionales y acuerdos comerciales continúan reproduciendo patrones coloniales de dependencia y explotación. Efectivamente, estas dinámicas se reflejan en modalidades de neocolonialismo, donde las relaciones desiguales de poder entre países ricos y pobres, a través de instituciones financieras, tratados comerciales y multinacionales, perpetúan patrones de dependencia económica y desigualdad global.

Una marca incontestable y pionera del pensamiento de Aimé Césaire es el cuestionamiento del eurocentrismo y, consecuentemente, su lucha por la valorización de las culturas y saberes no occidentales. Esta crítica ha influido en los debates contemporáneos sobre la descolonización del conocimiento en universidades, museos y otras instituciones. Hoy, muchos buscan rescatar y dar visibilidad a las epistemologías y narrativas del Sur global. Su concepto de la «negritud» en tanto movimiento de reivindicación cultural, identidad y orgullo por la herencia africana sigue siendo una inspiración para las comunidades que buscan reafirmar su identidad frente a siglos de opresión y estigmatización. Esta búsqueda de dignidad resuena en luchas actuales por la representación justa y el reconocimiento de las culturas marginadas.

El racismo que Césaire identificó como un componente central del colonialismo sigue presente en muchas sociedades. Movimientos como Black Lives Matter o las luchas contra la discriminación racial en Europa y América Latina encuentran eco en las denuncias de Césaire sobre cómo el colonialismo deshumanizó a los pueblos colonizados. Su análisis invita a reflexionar sobre las raíces históricas del racismo y a buscar soluciones sistémicas. De forma anticipada, el pensador antillano también visualizó el colonialismo como una forma de explotación irracional de los recursos naturales. En la crisis climática actual, las dinámicas extractivistas que se originaron en el colonialismo continúan afectando desproporcionadamente a las regiones más empobrecidas.

El llamado de Césaire a una acción política y cultural emancipadora sigue inspirando movimientos sociales que luchan contra las desigualdades, el racismo y las opresiones de todo tipo. Su visión de una humanidad capaz de construir su destino a través de la justicia y la creatividad resuena en los desafíos globales del siglo XXI. Sus ideas invitan a repensar estas relaciones de opresión y a buscar modelos más justos y sostenibles.

Por último, aunque no menos importante, nada como la relectura de Césaire para comprender los riesgos de la emergencia de las nuevas modalidades del fascismo que en este momento acometen a la humanidad. Las declaraciones y prácticas de Donald Trump, Benjamin Netanyahu, Nayib Bukele, Javier Milei y otros líderes de la extrema derecha global se parecen demasiado a las acciones implementadas las huestes nazis hace casi un siglo, y el asesinato permanente de jóvenes negros en muchas ciudades del mundo occidental nos remite a los genocidios practicados entre los pueblos colonizados de América, África y Asia.

En definitiva, el pensamiento de Aimé Césaire sigue vigente porque trasciende su tiempo. No solamente porque es un protagonista de todo el debate sobre los procesos de descolonización de mediados del siglo XX, sino porque su búsqueda de un «universal» que se construya a partir de múltiples «particulares» es una impronta fundamental del pensamiento contemporáneo. Las ideas del poeta, intelectual y político martiniqués suponen hoy un importante insumo para analizar y desafiar los sistemas de opresión, injusticia y exclusión que todavía moldean el mundo, al tiempo que nos inspiran a imaginar y construir un futuro basado en la igualdad, la justicia social, la diversidad y el respeto mutuo.

 

Notas

[1] En rigor, estas becas eran concedidas por el gobierno de Francia como una manera de asimilar a las elites de los territorios colonizados y formar a los futuros burócratas de la administración colonial, intermediarios entre los blancos y las gentes de “color”. (Rogerio de Campos, «Retorno a Aimé Césaire, uma cronología». En: A. Césaire, Discurso sobre o colonialismo; traducción de Claudio Willer, São Paulo: Ediciones Venetta, 2020, pp. 79-127).

[2] Las hermanas Nardal fueron siete, siendo que Paulette y Jeanne eran las más conocidas. Escritoras, filósofas, periodista e intelectuales nacidas en Martinica, ellas son consideradas precursoras de la negritud y su casa se transformó en un Salón Literario frecuentado por los más influyentes activistas del movimiento negro de la época.

[3] En conversaciones con Françoise Vèrget, Aimé se confesaba diciendo: «De mi parte, no me gustaban mucho los salones —no es que los despreciase— y me aparecí por ahí un par de veces, sin quedarme mucho tiempo. Sin embargo, fue así que encontré a varios escritores negros americanos como Langston Hughes o Claude McKay que formaban parte del grupo Renaissanse de Harlem». (A. Césaire/F. Vèrges, Negro sou, negro serei: Conversas com Françoise Vèrges, traducción de Leo Gonçalves, Rio de Janeiro: Bazar do Tempo, 2024, p. 27).

[4] A. Césaire, «Negrerías: juventud negra y asimilación», en: Meridional. Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos, núm. 10, abril-septiembre 2018, p. 213. Traducción de la versión original posteriormente publicada en la revista Les Temps Modernes, núm. 676, 2013, pp. 246-248.

[5] Aimé Césaire, Cahier d ‘un retour au pays natal, Paris: Editorial Présence Africaine, 1960. Edic. bras.: Diário de um retorno ao país natal, traducción de Lilian Pestre de Almeida, São Paulo: Edusp, 2012, p. 8.

[6] R. de Campos, op. cit., p. 97.

[7] A. Césaire, La tragédie du roi Christophe, Paris: Présence Africaine, 1963. Edic. Bras. «A tragédia do rei Christophe», en: A. Cesaire, Textos escolhidos, traducción de Sebastião Nascimento, Rio de Janeiro: Editorial Cobogó, 2022.

[8] A. Césaire/F. Vèrges, 2024, p. 55.

[9] De los estudios de Carolyn Fick se pueden consultar «Para una (re)definição de liberdade: a Revolução no Haiti e os paradigmas de Liberdade e Igualdade», en: Revista Estudos Afro-Asiáticos, Año 26, núm. 2, 2004, pp. 355-380 y «Camponeses e Soldados Negros na Revolução de Saint-Domingue: Reações Iniciais à Liberdade na Província do Sul (1973-1794)», en: F. Krantz (Org.) A Outra História. Ideologia e protesto popular nos séculos XVII e XVIII, traducción de Ruy Jungmann, Rio de Janeiro, Jorge Zahar Editor, 1990, pp. 211-226.

[10] Fick, 2004.

[11] El sociólogo haitiano Gerard Pierre-Charles dejó una extensa obra sobre su país y el Caribe, en la cual expone con profundo rigor analítico las dinámicas históricas de la región en base a las condiciones de opresión y expoliación impuestas por el colonialismo y el imperialismo.

[12] A. Césaire/F. Vèrges, 2024, p. 33.

[13] Es interesante constatar que esta renuncia al PCF se produce pocos días antes que el Ejército Rojo de la Unión Soviética invadiera las calles de Budapest (04/11/1956), sellando la suerte de aquello que posteriormente sería conocido como la Revolución Húngara.

[14] Aimé Césaire, «Carta a Maurice Thorez». En: A. Césaire, Discurso sobre el colonialismo, Madrid: Ediciones Akal, 2006, pp. 79-82.

[15] Domenico Losurdo, El marxismo occidental. Cómo nació, cómo murió y cómo puede resucitar, Madrid, Editorial Trotta, 2019.

[16] Domenico Losurdo, op. cit., p. 44.

[17] A. Césaire, apud Campos, 2020, p. 118.

[18] A. Césaire, «Discurso sobre la negritud. Negritud, etnicidad y culturas afroamericanas», en: A. Césaire, Discurso sobre el colonialismo, Madrid: Ediciones Akal, 2006, pp. 86-87.

[19] A. Césaire, op. cit., p. 87.

[20] Aimé Césaire, Discurso sobre el colonialismo; traducción de Mara Viveros, Madrid: Ediciones Akal, 2006, p. 13.

[21] Frantz Fanon, Los condenados de la tierra; traducción de Julieta Campos, Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 1963, p. 287.

[22] A. Césaire, op. cit., p. 15.

[23] A. Césaire, op. cit., p. 15.

[24] Ramón Grosfoguel, «Actualidad del pensamiento de Césaire: redefinición del sistema mundo y producción de utopía desde la diferencia colonial». En: A. Césaire, Discurso sobre el colonialismo, Madrid: Ediciones Akal, 2006, p. 148.

[25] A. Césaire, op. cit., p. 17.

[26] Nelson Maldonado-Torres, «Aimé Césaire y la crisis del hombre europeo», en: A. Césaire, Discurso sobre el colonialismo, Madrid: Ediciones Akal, 2006, pp. 173-196.

[27] Ramón Grosfoguel, «Actualidad del pensamiento de Césaire: redefinición del sistema mundo y producción de utopía desde la diferencia colonial». En: A. Césaire, Discurso sobre el colonialismo, Madrid: Ediciones Akal, 2006, pp. 147-172.

[28] Samir Amin, «De la crítica del racialismo a la crítica del euroccidentalismo culturalista». En: A. Césaire, Discurso sobre el colonialismo, Madrid: Ediciones Akal, 2006, pp. 95-146.

[29] Existe una vasta producción bibliográfica que aborda el surgimiento y las diversas propuestas de este Programa de Investigación, entre las que se puede destacar el evento organizado por Edgardo Lander en 1998 y luego transformado en el libro, La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, E. Lander (editor), Buenos Aires: CLACSO, 2000.

[30] Aníbal Quijano. «Colonialidad del poder y subjetividad en América Latina», en: A. A. Melo y F. de la Cuadra (comp.), Intelectuales y pensamiento social y ambiental en América Latina, Santiago: RIL Editores, 2020, pp. 257-278.

[31] Decimos primordialmente, aunque no exclusivamente, pues el conjunto de la obra de Césaire se inscribe dentro de su alegato a favor de la emancipación de los colonizados, en textos también fundamentales como su Cultura y colonización (1956); Carta a Maurice Thorez (1956); Discurso sobre la negritud. Negritud, etnicidad y culturas afroamericanas (1987); o en la conversación que tuviera con Françoise Vergès y que se publicó en español bajo el título de Negro soy, negro me quedo (2020).

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