En la primera mitad del siglo XX, Cuba era el mayor productor de azúcar del mundo, y el azúcar representaba el 80 por ciento de las exportaciones del país. Esta dependencia de un solo cultivo dejó a toda la economía cubana a merced del mercado mundial del azúcar.
Cuando el precio mundial era alto, esto le traía riqueza a los propietarios de las plantaciones y un trabajo agotador y mal pagado a los cortadores de caña, proletarios rurales. Cuando el precio se desplomó, los ricos mantuvieron sus riquezas y despidieron a los cortadores de caña, privándolos de su subsistencia.
Los trabajadores azucareros respondieron formando una de las organizaciones sindicales más importantes de América Latina, que organizó varias huelgas importantes. Se convirtió en la columna vertebral de la huelga general que aseguró la victoria de la Revolución en 1959.
Auge y caída
Entre 1895 y 1925, la producción mundial de azúcar aumentó de siete a veinticinco millones de toneladas, mientras que la producción de Cuba aumentó de uno a más de cinco millones de toneladas. Este período se conoció como el «Baile de los millones».
En la década de 1920, grandes préstamos de bancos estadounidenses habían financiado los esfuerzos cubanos para beneficiarse de un auge especulativo de corta duración sobre los precios mundiales del azúcar. Cuando el auge colapsó al comienzo de la Gran Depresión, los mismos bancos se hicieron cargo de los productores y financieros cubanos morosos, dándole el control efectivo de la industria a las corporaciones norteamericanas.
Aunque desde 1917 se habían hecho intentos para crear un sindicato de trabajadores del azúcar, estos esfuerzos solo dieron sus frutos en 1932, con la fundación del Sindicato Nacional Obrero de la Industria Azucarera (SNOIA). Esta campaña de organización estuvo bajo el liderazgo del Partido Comunista de Cuba (PCC), que pasó de 350 miembros en 1930 a 6000 en 1934.
Durante el verano de 1933, una huelga generalizada paralizó la industria azucarera, y muchos trabajadores ocuparon los ingenios llamando «soviets» a sus comités de huelga. Este movimiento se expandió hasta convertirse en una huelga general que puso fin a la dictadura de Gerardo Machado. Sin embargo, la victoria duró poco y el gobierno reformista de Ramón Grau San Martín fue derrocado en 1934 en un golpe de Estado liderado por el sargento (más tarde coronel) Fulgencio Batista. La organización sindical fue destruida de manera efectiva al año siguiente tras la derrota de una huelga general.
El Acuerdo Recíproco de 1934 entre Estados Unidos y Cuba le garantizó a la isla una cuota fija de 1,9 millones de toneladas de azúcar en el mercado estadounidense y redujo el arancel del azúcar cubano de 2 centavos a 0,9 centavos por libra. En 1937, la Ley del Azúcar de Estados Unidos creó un sistema de cuotas fijas basado en las necesidades totales de consumo del país y le asignó a Cuba el 28,6 por ciento del abastecimiento del mercado estadounidense. Esto protegió tanto a la industria azucarera cubana como a los suministros estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.
Batista y los comunistas
Tras varios años de control indirecto, Batista fue elegido presidente de Cuba con el apoyo comunista en 1940. El PCC había llegado a un acuerdo con Batista por el cual, a cambio de la legalización y algunas reformas en interés de la clase trabajadora, trabajarían para ampliar su estrecha base social. Uno de los resultados de este acuerdo fue la creación de la nueva federación sindical, la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), que, desde su fundación, dependía de su relación con el Estado cubano.
Esta dependencia se vio incrementada por el enfoque de la CTC para defender los intereses de sus miembros, que en la mayoría de las industrias dependían de la relación de los dirigentes con el Ministerio de Trabajo, en lugar de hacerlo de la acción industrial o de la negociación colectiva. Esto produjo algunas mejoras reales para los trabajadores cubanos y fue parte del proceso que condujo a la constitución de 1940, ampliamente reconocida como la más progresista de América Latina. Sin embargo, dejó a los comunistas vulnerables a los ataques cuando terminó la tregua social en tiempos de guerra.
El presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt no estaba contento con el hecho de que Batista incluyera a dos ministros comunistas en su gobierno: aunque legalizar al PCC a cambio de su apoyo al esfuerzo bélico era una medida tolerable para Washington, incorporarlos al gabinete no lo era. Así, cuando el mandato de Batista llegó a su fin en 1944, la Oficina de Inteligencia Naval (ONI) de EE.UU. envió a Meyer Lansky, un mafioso con intereses comerciales en Cuba, como intermediario, una forma discreta de decirle a Batista que el gobierno de EE.UU. no deseaba que se presentara a la reelección. Las elecciones de 1944 las ganó Ramón Grau San Martín, una figura anticomunista que empezó a prepararse para expulsar a los comunistas de la CTC.
Tras la victoria de los aliados en 1945, el gobierno de EE.UU. inició las negociaciones para un nuevo acuerdo comercial, con la intención de reducir el costo del azúcar importado. La Federación Nacional de Trabajadores Azucareros (FNTA), la federación del sector dentro de la CTC, solicitó la inclusión de los sindicatos en el equipo oficial de negociación. Sin embargo, el presidente Grau se negó en principio, por lo que Jesús Menéndez, secretario general de la FNTA, viajó en privado a Washington en un intento de conseguir apoyo sindical estadounidense para la posición cubana.
Tras el fracaso de estas negociaciones, el gobierno cubano retuvo parte de la cosecha de azúcar de 1946, y el secretario de Agricultura de EE.UU. viajó a La Habana para negociar directamente. Esta vez, Menéndez fue incluido en el equipo oficial de negociación y logró introducir una cláusula de garantía en el acuerdo final, que vinculaba el precio pagado por el azúcar a la inflación de los bienes importados de Estados Unidos. Esto dio lugar a un «diferencial» de treinta y seis millones de pesos, de los cuales la FNTA obligó al gobierno a distribuir entre los trabajadores azucareros veinticinco millones como bonificación (un peso valía un dólar durante este período).
Sin embargo, al año siguiente, el gobierno de EE.UU. estaba dispuesto a reducir el nivel de importaciones de azúcar cubano de 5,7 a 3,2 millones de toneladas y recuperar así parte de la ventaja que había perdido en las negociaciones de 1947. Menéndez visitó Washington y Nueva York en julio de 1947, haciendo campaña para mantener el nivel de importaciones y las condiciones de compra de 1946.
Recibió el apoyo del Congreso de Organizaciones Industriales (CIO), que logró conseguirle una entrevista con el secretario de Agricultura de Estados Unidos. Pero esto resultó inútil, ya que el Senado cubano aprobó un nuevo tratado el 25 de julio de 1947 y el presidente Grau anuló la Cláusula de Garantía, con su bonificación diferencial para los trabajadores azucareros.
El congreso de la FNTA de finales de noviembre de 1947 decidió luchar por un diferencial del 8 por ciento y los mismos niveles salariales que el año anterior. Se organizó una campaña de huelgas y manifestaciones desde el comienzo de la zafra azucarera. El gobierno respondió enviando a soldados y a la guardia rural para intimidar y atacar las reuniones sindicales en las distintas localidades.
Menéndez recorrió el extremo oriental de la isla alentando y apoyando las huelgas. El 22 de enero de 1948, cuando llegó a la estación de Matanzas, un oficial del ejército, el capitán Joaquín Casillas, le disparó por la espalda y lo mató. Casillas afirmó que había estado tratando de arrestar a Menéndez a pesar de su inmunidad parlamentaria.
150.000 personas asistieron all funeral de Menéndez en La Habana y hubo un gran número de huelgas de protesta. Sin embargo, la mera protesta resultó insuficiente para disuadir al gobierno y a sus aliados gángsters de continuar con su campaña asesina, y la ola de huelgas fue derrotada.
Colapso de los precios
El aumento de las tensiones internacionales en el momento de la Guerra de Corea llevó al acaparamiento de azúcar, que entonces se consideraba como un alimento estratégico importante. Esto provocó una considerable inflación, de modo que en diciembre de 1951 el precio mundial del azúcar era de 4,84 centavos la libra, alcanzando un máximo breve de 5,42 centavos en marzo siguiente.
Este alto precio fomentó un gran aumento de la producción mundial, con nuevas áreas dedicadas al cultivo de caña y remolacha. Pero, sin un aumento comparable en el consumo para igualar la subida de precios, la crisis de sobreproducción resultante condujo, en un año, a un colapso del precio hasta apenas 3,55 centavos la libra.
Cuba producía el 18 por ciento del total mundial y la caída del mercado fue desastrosa para su economía. Los productores de azúcar cubanos habían participado en la lucha internacional general para cultivar más azúcar, y la zafra de 1952 fue la mayor de la historia, con más de siete millones de toneladas, en comparación con el récord anterior de 5,5 millones de toneladas del año anterior. Sin embargo, desafortunadamente para los productores cubanos, de esos siete millones de toneladas, solo pudieron vender 4,8 millones.
Esto supuso un grave problema para el nuevo gobierno de Batista, recientemente llegado al poder tras otro golpe de Estado, para el que el restablecimiento de la rentabilidad era una de las principales tareas. El gobierno redujo unilateralmente la producción, dictaminando que la cosecha de 1953 se limitaría a cinco millones de toneladas, acortando el tiempo durante el cual se podía cortar la caña.
La táctica de restringir la duración de la cosecha de azúcar se diseñó para aumentar los beneficios de los propietarios de las empresas azucareras a expensas de los trabajadores. A los trabajadores del azúcar solo se les pagaba durante el período real de corte de la caña, por lo que si la cosecha duraba menos, la masa salarial se reducía. Si la restricción lograba aumentar o al menos estabilizar el precio del azúcar, esto mantendría o aumentaría los ingresos de los empleadores.
Esta táctica resultó ser un completo fracaso, ya que los ingresos nacionales procedentes del azúcar cayeron de 655,5 millones de dólares en 1952 a 404,9 millones en 1953, mientras que la masa salarial total cayó de 411,5 millones a 253,9 millones. También fracasó un intento de la ONU de concertar un acuerdo internacional para restringir la producción. En este contexto, el gobierno de Estados Unidos también redujo la cantidad de azúcar que compraba, en el marco del sistema de cuotas.
La huelga
En noviembre de 1955, la FNTA exigió una cosecha de cinco millones de toneladas, el fin de los recortes salariales y el restablecimiento de la pauta salarial del 7,31% del año anterior, junto con la readmisión de todos los trabajadores despedidos. También plantearon la demanda del pago total del diferencial. No se había pagado ningún diferencial desde 1951, pero la idea cautivó la imaginación de los trabajadores azucareros.
El hecho de que la confrontación estallara por el pago del diferencial pone de manifiesto la brecha de comprensión que existía entre los empleadores y los empleados de la industria azucarera. Para los empleadores, la caída del precio internacional significaba que tenían menos capacidad para pagarle a su nómina, lo que hacía inaceptable la idea de una bonificación que se remontaba a tiempos mejores. La mayoría de los trabajadores, por otro lado, que ya vivían en condiciones de pobreza miserable, sentían que se les estaba haciendo cargar con el peso de una crisis que no habían provocado. La lucha por el diferencial se convirtió así en algo enormemente simbólico para ambas partes.
Al enfrentarse a un nivel de represión que solo se había utilizado anteriormente para atacar a estudiantes militantes, los propios trabajadores azucareros recurrieron a la violencia, estableciendo barricadas, quemando campos de caña y ocupando ayuntamientos y centros urbanos. Cientos de trabajadores fueron arrestados o heridos, y varios huelguistas murieron. Además de una paralización total de la industria azucarera, hubo huelgas de solidaridad entre los trabajadores ferroviarios y portuarios, y el trabajo normal no se reanudó por completo hasta el 4 o 5 de enero.
Los trabajadores azucareros fueron golpeados pero no derrotados: su organización seguía intacta y pasó a la clandestinidad. Este enfrentamiento destruyó muchas ilusiones y convenció a un importante grupo de líderes sindicales locales de que ya no había ninguna solución reformista disponible para sus problemas.
Esto, a su vez, llevó a muchos trabajadores azucareros a apoyar el creciente movimiento guerrillero rebelde liderado por Fidel Castro. Dos congresos clandestinos de trabajadores azucareros celebrados en territorio controlado por los rebeldes a finales de 1958 votaron a favor de convocar una huelga nacional para la próxima cosecha. Prometieron el 20 por ciento de cualquier aumento salarial al ejército rebelde y respaldaron la estrategia de una huelga general revolucionaria apoyada por la acción guerrillera armada. El creciente éxito militar del ejército rebelde durante la segunda mitad de 1958 forzó la progresiva desintegración de las fuerzas represivas del Estado.
Dos de los requisitos previos para una situación revolucionaria son la ausencia de una solución reformista a los problemas de una sociedad y la pérdida de confianza en el sistema por parte de la clase dominante. Dentro de las limitaciones del sistema capitalista mundial, la economía cubana ya no podía sostener los niveles salariales y de empleo exigidos por los trabajadores, mientras que el fracaso del gobierno en la protección de la propiedad y los beneficios le hizo perder el apoyo de la burguesía.
Los trabajadores resolvieron la contradicción con una huelga general convocada por Castro en enero de 1959, que tuvo un éxito abrumador. Esto aseguró el triunfo de la Revolución.
La cosecha revolucionaria
Al igual que muchos otros países dependientes de la producción de monocultivos, la economía de Cuba era propensa a períodos de auge y caída, dependiendo de las vicisitudes del mercado mundial. En el caso de Cuba, el problema se vio agravado por el sistema de cuotas para las exportaciones a América del Norte, que estaba determinado por el gobierno de los Estados Unidos.
Cuando el mercado mundial del azúcar se derrumbó a finales de la década de 1920 y de nuevo en la década de 1950, los propietarios de las plantaciones de Cuba intentaron mantener sus beneficios a expensas de los trabajadores, reduciendo su masa salarial. Los trabajadores azucareros cubanos tenían una larga historia de militancia y se resistieron con fuerza a tales ataques.
Aunque fueron golpeados tanto en 1935 como en 1955, su espíritu no se quebró. Continuaron apoyando al movimiento rebelde de Castro y desempeñaron un papel importante en la victoria final de la Revolución Cubana.