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Cuba acaba de aprobar un nuevo Código de Familia que pone fin a la discriminación de las parejas homosexuales en el matrimonio y la adopción. (Yamil Lage / AFP vía Getty Images)

Cuba aprobó la adopción y el matrimonio igualitarios

Traducción: Valentín Huarte

En Cuba ganó el sí en un referéndum para poner fin a la discriminación de las parejas gay y permitir la adopción y el matrimonio igualitarios. Es un triunfo de los valores que sostienen el proyecto socialista.

El domingo dos tercios de los votantes cubanos aprobaron el nuevo Código de las Familias, resultado de un extenso proceso de revisión del que participaron millones de ciudadanos. El nuevo código pone fin a la discriminación contra las parejas gay y permite la adopción y el matrimonio igualitarios. También fortalece los derechos de las mujeres mediante la promoción de la distribución equitativa del trabajo doméstico entre hombres y mujeres.

Los resultados preliminares muestran que participaron del referéndum casi tres cuartos de los votantes habilitados, y ni siquiera los más duros críticos del régimen cubano se animan a insinuar que los resultados fueron falseados. La Iglesia católica y las iglesias evangélicas de la isla sostuvieron una oposición tajante contra el nuevo código, pero convencieron a menos de un tercio de la población. Este resultado es un enorme triunfo de los derechos LGBT en un país donde hace apenas algunas décadas la homofobia era una política oficial.

También acerca a la sociedad cubana a la realización de los valores fundamentales que sostienen el proyecto socialista.

Socialismo y democracia en Cuba

Una descripción completa y justa del régimen cubano incluiría muchos elementos que ameritan ser criticados desde una perspectiva socialista democrática: desde la falta de democracia en la mayoría de los lugares de trabajo hasta la falta de libertad de prensa y de elecciones multipartidistas a nivel nacional.

Por supuesto, los críticos estadounidenses nunca deben olvidar las responsabilidad de Estados Unidos en la exacerbación de los rasgos autoritarios del régimen mediante una presión externa que amenaza su existencia y que abarca tácticas como la invasión directa, décadas de financiación del terrorismo en la isla y la imposición de sanciones económicas brutales.

Pero una cosa no quita la otra. Tenemos que reconocer los verdaderos logros del país en ámbitos como la salud y la educación, y sus aportes reales en el resto del mundo —por ejemplo, su contribución en el desmantelamiento del apartheid en Sudáfrica— sin negar muchos de los rasgos deficientes y antidemocráticos del su régimen. No es necesario optar entre retratar la isla como una democracia socialista perfecta con una gran cultura de disentimiento político o comprar el sinsentido de los analistas estadounidenses que la pintan como una Corea del Norte tropical.

Alguien podría argumentar que la votación del domingo fue injusta en la medida en que los medios estatales reflejaron el apoyo del gobierno al referéndum, pero es difícil sostener una denuncia de este tipo. Casi un tercio de los cubanos se sintieron libres de votar no, y hubo muchos factores en juego que permitieron que estos votantes accedieran a más posibilidades alternativas que en el pasado. En primer lugar, fue el primer referéndum realizado en una época donde la mayoría de los cubanos tienen acceso a internet y a las redes sociales. En segundo lugar, el voto por el «no» fue patrocinado por las instituciones no gubernamentales más importantes de la isla: las iglesias.

Como destacó la BBC, también hubo disidentes seculares que convocaron a un voto negativo, no tanto por oposición a la sustancia del nuevo Código de las Familias, sino porque vieron en el referéndum una «oportunidad única de infligir una derrota contra el gobierno comunista en las urnas». Es difícil saber qué proporción del voto negativo reflejó estos sentimientos, especialmente porque el referéndum tomó lugar en el contexto de una «seria crisis energética» que alimenta la frustración de los ciudadanos con el gobierno. Pero la principal oposición parece haber sido religiosa.

Valores liberales y valores socialistas

La Conferencia Episcopal de Cuba, por ejemplo, publicó un comunicado insistiendo en que el nuevo código violaba «el derecho de los niños a tener un padre y una madre» y en que «el matrimonio entre un hombre y una mujer, que es la base natural de la familia, no puede ser sustituido ni deformado para abrir camino a otros modos [de formar familias] creados por la ley».

Por supuesto, el nuevo código no «sustituye» el matrimonio entre hombres y mujeres. Nadie disuelve los matrimonios de los cubanos heterosexuales. Más allá de lo que piensen los curas, el tema es si las personas gay deberían gozar de la misma libertad de casarse y de tener familias. Y si los niños tienen derecho a ser adoptados por padres que quieren brindarles el amor de su hogar.

Esta es una cuestión básica del derecho liberal que encuentra más posibilidades de realización en una sociedad socialista que en una capitalista. En su libro de 1859, titulado Sobre la libertad, John Stuart Mill hablaba de «experimentos de vida». Pensaba que era importante para nuestro desarrollo humano que en el tiempo de vida que nos toca tengamos la oportunidad de descubrir aquello que nos hace sentir prósperos y felices. Pero, como argumenté en otra parte, decirle a la gente que puede vivir de la forma que quiera es mucho menos significativo cuando no se les otorgan al mismo tiempo los medios económicos para hacerlo. Muchas personas sostienen relaciones terribles, por ejemplo, porque no tienen la posibilidad de mudarse, o tiene problemas para conservar parejas que desean debido al estrés económico que sufren.

Una sociedad socialista donde las necesidades de todos están satisfechas, y los lugares de trabajo son más como repúblicas económicas donde todos tiene voz y voto que como dictaduras económicas donde todos tienen que callarse la boca y hacer lo que les dicen, tendría el potencial de realizar los valores liberales de un modo mucho más completo que la sociedad capitalista más liberal. Esto implica garantizar, como hicieron los votantes cubanos el domingo, derechos básicos contra la discriminación que existen hace un tiempo en muchas sociedades capitalistas.

Sin un compromiso básico con el igualitarismo, es difícil dotar de sentido a los fundamentos normativos de la política socialista. Uno de los argumentos morales más poderosos a favor del socialismo fue expuesto en el breve libro Why not Socialism? del filósofo marxista analítico G. A. Cohen, que sostiene que el proyecto socialista está fundado en los valores de la igualdad y la comunidad.

La parte de la igualdad es sencilla. Las estructuras económicas capitalistas reparten el acceso al poder, los recursos materiales y otros beneficios en función de criterios como si nacimos en una familia rica o en una pobre, o si nacimos azarosamente con una mezcla adecuada de disposiciones, preferencias y habilidades cognitivas que nos permite ascender en las escaleras de alguna carrera profesional. Todo esto es tan moralmente arbitrario como crear una sociedad donde las personas de ojos verdes tienen acceso a ciertos beneficios a los que no acceden las personas de ojos azules o marrones. O, abandonando el terreno de las analogías, es tan moralmente arbitrario como evitar que las personas gay tengan los mismos derechos que las personas heterosexuales.

Pero incluso en los casos en los que ciertas personas terminan accediendo a menos recursos de la sociedad a causa de su libre arbitrio, y sus decisiones son hasta cierto punto objetables, los socialistas no creen que el precio a pagar deba ser la destitución. Pensamos que todo el mundo tiene derecho a un estándar mínimo. Un modo de comprender el argumento de Cohen es decir que, aun si en una sociedad socialista avanzada pudiera existir cierta desigualdad a causa de las diferentes elecciones personales, si valoramos a alguien y lo consideramos parte de una comunidad más amplia con la que nos identificamos no querremos que su calidad de vida esté muy por debajo de la nuestra. De nuevo, la conexión entre los valores socialistas y los valores liberales es evidente: si nos preocupamos por las personas gay tanto como por las personas heterosexuales, ¿por qué no querríamos que se casen y formen familias? Y si nos preocupamos por las mujeres tanto como por los hombres, ¿por qué no querríamos la igualdad de género en el marco de los matrimonios heterosexuales?

El voto cubano es una defensa de todos estos valores, y deberíamos celebrarlo en estos términos. Y también es importante que la igualdad social en Cuba sea instaurada por la voluntad de los votantes.

Algunos críticos que están en busca de fundamentos para criticar el voto sin oponerse a la igualdad afirman que el resultado del referéndum es negativo. Juan Pappier, investigador en Human Rights Watch, declaró en el Washington Post que el hecho de que el gobierno de Cuba esté «preguntándoles a las personas qué piensan de los derechos de una minoría muestra que no entienden cómo funciona la democracia». Es difícil considerar este argumento con seriedad. Baste recordar a modo de ejemplo que el matrimonio igualitario fue instituido en la República de Irlanda por un referéndum nacional en 2015, y nunca escuché que nadie sugiriera que esto reflejaba una comprensión pobre de la democracia.

En un sentido más profundo, el argumento de que esta una vía «errada» hacia la igualdad comprende las cosas exactamente al revés. Es bueno que la igualdad en Cuba no penda del hilo del que pende en Estados Unidos, a saber, el que sostiene un panel de nueve graduados de universidades elitistas a los que cedemos el poder de reescribir nuestras leyes. Como descubrimos hace poco en el caso del derecho al aborto, cuando la Corte Suprema rechazó el precedente Roe y los votantes de Kansas tuvieron que ir a las urnas para consagrar el derecho al aborto en la constitución de su estado, construir un respaldo mayoritario para los derechos básicos mediante un proceso de activismo y educación es una base mucho más duradera para el progreso social que contar con un panel de reyes filósofos no elegidos y esperar que hagan lo correcto.

Si Clarence Thomas se sale con la suya, es probable que pronto los votantes estadounidenses de los estados rojos tengan que seguir el ejemplo de Cuba y restaurar sus derechos perdidos aprobando nuevas leyes a favor de la igualdad. Mientras tanto, todos los que están realmente interesados en los derechos humanos deben celebrar la decisión de una imponente mayoría de cubanos que decidió instituir un Código de las Familias que refleja más consistentemente los valores igualitarios que animaron su revolución. Más allá de todos los defectos del régimen cubano, todo lo que tenemos que decir hoy es ¡Viva la revolución!

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