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Ernesto «Che» Guevara.

Che Guevara y la democracia socialista

Es irónico que políticamente el Che sea menos relevante en la Cuba de hoy que en otros países del mundo. Sin embargo, continúa teniendo una influencia sutil pero real en la cultura política cubana, no como una fuente de propuestas programáticas específicas sino como un modelo cultural de sacrificio e idealismo.

El artículo que sigue es una réplica de Samuel Farber al texto de Janette Habel y Michael Löwy publicado en esta revista el 25 de junio de 2023, titulado «Che Guevara: pensar en tiempos de revolución».

Para mostrar la validez de mi crítica a Ernesto «Che» Guevara es necesario responder a algunas de las aseveraciones específicas de Janette Habel y Michael Lowy, pero también presentar, lo más brevemente posible, una visión crítica más amplia sobre las teorías y prácticas políticas del Che.

Es lamentable que no exista una versión en español de mi libro The Politics of Che Guevara: Theory and Practice publicado por Haymarket Books en 2016 (y traducido al francés en 2017 por la editorial Syllepse bajo el titulo Che Guevara: Ombres Et Lumieres D’Un Revolutionnaire). De haberla habido, los lectores de la reseña de Habel y Lowy hubieran inmediatamente detectado las falsedades y citas fuera de contexto que estos últimos deliberadamente me atribuyeron, con el propósito evidente de ponerme el «San Benito» de un intento sectario y marginal de calumniar al Che Guevara. Así, por ejemplo, Habel y Lowy me citan de una manera distorsionada, como si descartara al Che por considerarlo «una figura quijotesca fracasada». Pero esta es solamente la oración final de un párrafo que contiene una interpretación mucho más matizada de Guevara y su impacto en la Cuba de hoy:

Es irónico que políticamente el Che sea menos relevante en la Cuba de hoy que en otros países del mundo. Sin embargo, continúa teniendo una influencia sutil pero real en la cultura política cubana, no como una fuente de propuestas programáticas específicas sino como un modelo cultural de sacrificio e idealismo. En ese sentido limitado, el eslogan oficial «Seremos como el Che», regularmente proclamado por los escolares cubanos, probablemente tiene una influencia difusa pero significativa sobre la imaginación popular, aun si la mayoría de los cubanos piensan en el Che como una figura quijotesca fracasada. (pag. 15 del texto original en inglés)

Debo también destacar que cuando analizo la composición social y política de los líderes del Movimiento 26 de Julio jamás uso las frases y conceptos «pequeño burgués» y «aventurero», términos inventados por los autores de la reseña para que los lectores no me tomen en serio. El concepto que yo he usado a lo largo de unos sesenta años investigando y escribiendo sobre Cuba es el de desclasados. Lo cierto es que los líderes de ese movimiento provenían originalmente de diversos estratos y clases sociales, pero en su mayoría no habían participado en la vida social y política de estos grupos, lo cual disminuyó considerablemente la influencia ideológica y normativa que pudieran haber tenido en ellos. Ese grado de exposición no solamente los libraba de esas influencias sino que también los tornaba más disponibles y libres para adoptar la política de rebelión e insurrección. Por supuesto, hubo excepciones a esa tendencia general, como en los casos de Frank País, que había estado muy involucrado en las actividades de la Iglesia Bautista, y del líder de organizaciones campesinas Crescencio Pérez, que se unió al 26 de julio y jugó un papel muy importante en la Sierra Maestra, pero no tuvo rol alguno después de la victoria de la revolución en 1959.

También mantengo en mi libro que el viejo partido comunista pro-Moscú (PSP) tenía un número significativo de obreros en sus filas. En 1956, el PSP condujo un estudio que mostraba que 15% de los sindicatos cubanos estaban lidereados por miembros del PSP o por líderes que colaboraban con dicho partido (Jorge Ibarra, Prologue to Revolution: Cuba, 1898-1958, trans. Marjorie Moore, Boulder, Colorado, Rienner, 1998, 170). Similarmente, el PSP obtuvo el 10% de los liderazgos locales en las elecciones de la primavera de 1959 (aunque hay que tener en cuenta que entre los sindicalistas del 26 de julio también existía un sector que simpatizaba con los comunistas), que, por cierto, fueron las únicas elecciones plurales y libres celebradas en Cuba a nivel nacional después de la victoria revolucionaria. Pero el hecho que haya habido una presencia obrera significativa en el PSP no quiere decir —y yo nunca lo dije, aunque Habel y Lowy me lo atribuyan— que el PSP haya sido un partido obrero. Fue un partido sumamente controlado por una burocracia, bajo un supuesto «centralismo democrático», que tenía mucho de centralismo pero nada de democracia, en el cual algunos de sus líderes más importantes fueron de origen obrero y/o sindicalistas activos.

La distinción tradicional entre reforma y revolución, originada en las disputas entre la socialdemocracia y el marxismo revolucionario a fines del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, no aplica al diferente fenómeno histórico de los partidos comunistas bajo el control de Stalin a partir de finales la década de 1920. Ciertamente, tampoco aplica al análisis del PSP cubano. Los comunistas cubanos generalmente siguieron las pautas dictadas por Moscú, actuando como ultraizquierdistas y sectarios en momentos como el llamado «Tercer Período» (1928-1935) —lo que tuvo efectos desastrosos para la revolución de 1933 y contribuyó significativamente a su fracaso—, tanto como politiqueros y oportunistas, junto con el resto de los partidos comunistas latinoamericanos, en otros períodos. Vale notar que a través de todas esas etapas el comunismo cubano mantuvo los mismos líderes principales, mientras que otros, relativamente pocos, fueron purgados o se alejaron del partido.

Durante el curso de la revolución cubana ninguna figura importante del PSP mostró alguna inclinación o compromiso en relación con la preservación del statu quo capitalista. Ninguna rompió con Fidel Castro cuando el líder cubano condujo al país hacia el comunismo, como sucedió con casi todos los líderes políticos cubanos que eran auténticamente reformistas. De hecho, como muestro en detalle en el quinto capítulo de mi libro The Origins of the Cuban Revolution Reconsidered (University of North Carolina Press, 2006, 137-166), en los primeros meses del periodo revolucionario el PSP asumió una posición mucho más radical que la de Fidel Castro, hasta que más adelante el «Máximo Líder» sobrepasó al PSP en radicalidad. En esta nueva etapa, el PSP comenzó a comportarse más cautelosamente que Fidel, aunque acabó apoyando sus medidas anticapitalistas. Aún más importante resulta el dato de que el PSP se fundió con el Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario para formar el nuevo Partido Comunista de Cuba donde jugó un papel muy importante a través de figuras como Carlos Rafael Rodríguez. Dado esos hechos, no tiene sentido alguno referirse a los comunistas cubanos como reformistas en el sentido que este término adquirió en el marxismo del siglo veinte.

La evolución política de Ernesto «Che» Guevara

Para Habel y Lowy, mi discusión sobre el origen bohemio del Che Guevara en el primer capítulo de mi libro no tiene ningún propósito. Para mí, sin embargo, es parte de un esfuerzo para rastrear las raíces del gran énfasis que él, a diferencia de otros líderes de la revolución cubana, puso sobre los incentivos morales. Como explico en mi libro, todos los líderes revolucionarios eventualmente adoptaron de facto una política de incentivos morales, debido a la ausencia de suficientes bienes materiales —causada tanto por el criminal bloqueo estadounidense como por la muy ineficiente y mala administración estatal—, buscando motivar a los trabajadores para que se esforzaran más en sus centros laborales.

Para el Che, sin embargo, los incentivos morales no eran un asunto meramente práctico que dependía de las circunstancias sino, más bien, un producto de su visión del mundo, forjada inicialmente en un hogar donde la posesión de abundantes bienes materiales no era un valor central para esa familia de clase alta con cierta tendencia a una movilidad social descendente. Guevara ya había demostrado en su niñez y adolescencia una inclinación hacia el ascetismo, expresada en su gran admiración por el Mahatma Gandhi quien, aparte de su rol central en la independencia de India, fue quizás el asceta más conocido del siglo XX. El ascetismo del Che se expresó de manera diferente en su vida adulta, pero nunca desapareció.

Un ejemplo muy ilustrativo se puede encontrar en la reflexión que el hizo durante una reunión con los gerentes principales del Ministerio de Industria en 1964, relacionada con la diferencia entre una Cuba donde un aparato de televisión que no funcionaba era un problema y un Vietnam donde no existía la televisión. Según Guevara, el desarrollo de la conciencia permitía la sustitución de lo que él consideraba «comodidades secundarias», que se habían convertido en parte de la vida del individuo pero que expresaban una necesidad que la educación de la sociedad en general hubiera podido eliminar (Che Guevara, Apuntes Críticos a la Economía Política, editado por María del Carmen Ariet García, Ocean Press, 2006, 304.) Vale subrayar que el Che no estaba simplemente argumentando que en situaciones de crisis la gente tenía que resignarse a no obtener ciertos bienes o beneficios y que la conciencia revolucionaria facilitaría esa resignación. Su planteo iba mucho más lejos, proponiendo una perspectiva política y hasta filosófica más profunda de que la gente fuera educada para no desear esos bienes, revirtiendo a un periodo previo donde esas necesidades aún no existían.

La vida bohemia de la familia bonaerense de Guevara tiende a ser un fenómeno de países ricos como Francia, Italia, Estados Unidos y la Argentina de la niñez y adolescencia del Che Guevara (nacido en 1928), cuando todavía se le consideraba como uno de los países más ricos del mundo, y ciertamente el más rico de América Latina. Pero esa vida bohemia, en el sentido de un rechazo cultural de los valores adquisitivos en el capitalismo avanzado, no existía en Cuba. De hecho, en las décadas del cuarenta y cincuenta, el término «bohemio» se aplicaba en Cuba casi exclusivamente a la vida nocturna de cafés, restaurantes y cabarets, y a la gente que —muchas veces por razones de trabajo, como en el caso de artistas, camareros de restaurantes, periodistas, trabajadores de periódicos y de servicios en general— acudía a esos lugares como parte de su vida social.

Por razones ideológicas y políticas, tanto el Che Guevara como los otros líderes revolucionarios se limitaron a los incentivos materiales y morales e ignoraron completamente la alternativa adicional de incentivos políticos, como el autogobierno de los trabajadores, que hubiera implicado la posibilidad de discutir y tomar decisiones democráticas respecto de la producción y el manejo desde abajo de los centros de trabajo. Ese tipo de incentivos pudieron ser un remedio para la apatía e indiferencia de los trabajadores en sistemas burocráticos como la Unión Soviética y el este de Europa, algo que sigue vigente en Cuba.

Dada la ausencia total de democracia, los incentivos morales y la llamada a la conciencia fueron más bien una manera de hacer a los trabajadores responsables del éxito de sus tareas, sin detentar poder sobre qué y cómo se produce en sus centros de trabajo. Y sin contar con los sindicatos para defender sus derechos e intereses, ya que después del histórico congreso obrero de noviembre de 1959 habían dejado de ser organizaciones de los trabajadores para convertirse gradualmente en armas del Estado y de las administraciones burocráticas.

Con respecto a la guerra de guerrillas, podemos apreciar como la estrategia política del Che Guevara significaba una relación «desde arriba» y «desde afuera» con respecto al campesinado. Así, por ejemplo, Guevara cita con aprobación un fragmento de la Segunda Declaración de La Habana del 4 de febrero de 1962 que estipula que, debido a la ignorancia en que lo han mantenido y al aislamiento en que vive, el campesinado necesita del liderazgo político y revolucionario de la clase obrera y los intelectuales revolucionarios [y, por lo tanto, del Partido que representa a esa vanguardia] (citado por Guevara en «La guerra de guerrillas: Un Método», en Rolando E. Bonachea y Nelson P. Valdés Editores: Che. Selected Works of Ernesto Guevara, Cambridge, Massachusetts, 1969, 91). Y en su tratado sobre la guerra de guerrillas de 1960, Guevara mismo rechazó la idea que la discusión y toma de decisiones democráticas fuera aplicable a todos los aspectos de la vida de la guerrilla, más allá del combate mismo. Sí reconoció que era necesario crear organizaciones que establecieran reglas para los campesinos en las áreas liberadas, pero nunca formuló mecanismos de representación democrática para que los campesinos aprendieran el autogobierno en la práctica (Che Guevara, Guerrilla Warfare, Third Edition, Editado por Brian Loveman and Thomas M. Davies, Jr., Wilmington, De: SR Books, 1977, 108).

El comunismo del Che Guevara

Fue en la Guatemala reformista de los años cincuenta, liderada por Jacobo Árbenz (que fue electo presidente de manera democrática para ser luego derrocado por la intervención abierta de la CIA), que Guevara adhirió al comunismo, aunque rehusó unirse al partido comunista local (Partido Guatemalteco del Trabajo, PGT). Esta decisión se funda en varias razones, pero especialmente en que le habían exigido que se uniera al partido como condición para obtener un empleo público, lo que Guevara rechazó con indignación justificada. Después de unirse a las fuerzas del 26 de julio, en Ciudad México, participó y fue parte de la pequeña minoría que sobrevivió el desembarco del Granma en Cuba, en diciembre de 1956.

El guerrillero argentino se distinguió en la lucha de guerrillas en la Sierra Maestra y ascendió hasta el grado de comandante, el más alto. Ya en la Sierra, aunque Guevara nunca se unió al viejo partido comunista cubano, empezó a colaborar con él. Para finales de 1957, cuando el Che fundó su primera escuela para la instrucción política de cuadros en la Sierra Maestra, le pidió al PSP que le enviara a su primer instructor político. El PSP mandó a Pablo Ribalta, un joven pero experimentado comunista cubano de raza negra que años más tarde fue nombrado embajador en Tanzania, con lo que se convirtió en el contacto principal con La Habana cuando el Che Guevara se involucró en la guerra de guerrillas en el Congo (Jon Lee Anderson, Che Guevara. A Revolutionary Life, 29697).

A diferencia de otros líderes del 26 de julio, Guevara fue muy abierto con respecto a su punto de vista político. Por ejemplo, entabló un dialogo con «Daniel» (el comandante René Ramos Latour), cuya política fue descrita por Paco Ignacio Taibo II como «obrerista radical y nacionalista» y que más tarde murió en combate en la Sierra Maestra. En una carta que el Che le escribió el 14 de diciembre de 1957, que Guevara más tarde describiría como «más bien idiota» pero sin explicar sus razones para esta calificación, le dijo a «Daniel»: «Pertenezco por mi preparación ideológica a los que creen que la solución de los problemas del mundo está detrás de la llamada Cortina de hierro y tomo este movimiento como uno de los tantos provocados por el afán de la burguesía de liberarse de las cadenas económicas del imperialismo».

En la misma carta, Guevara continúa describiendo a Fidel Castro como un líder autentico del ala izquierda de la burguesía, pero que posee cualidades que lo colocan muy por encima de su clase. También elogia a Fidel por las acciones importantes que recientemente adoptado con respecto a sectores oportunistas de la oposición, admitiendo estar avergonzado por no anticipar que fuera capaz de tomarlas (Carlos Franqui, Diario de la Revolucion cubana, Paris: Ruedo Ibérico, 362, y Paco Ignacio Taibo II, Ernesto Guevara también conocido como el Che (Mexico, D.F.: Planeta, Joaquín Mortiz, 1996, 188).

La estrecha colaboración del Che con el viejo PSP duró casi cuatro años, incluyendo los años críticos de la consolidación del sistema comunista cubano. Al principio de 1959 existían tres tendencias dentro del gobierno revolucionario. La liberal, encabezada por los ministros Roberto Agramonte, Elena Mederos y el presidente Manuel Urrutia. La nacionalista revolucionaria, descrita por Paco Ignacio Taibo II como un sector izquierdista que combinaba el «antimperialismo con una crítica fuerte de los comunistas que eran considerados conservadores y sectarios» (Paco Ignacio Taibo II, op. cit, 354). Este grupo antimperialista incluyó a David Salvador, líder principal de la CTC (Confederación de Trabajadores de Cuba), a Carlos Franqui, director del periódico Revolución, órgano del 26 de Julio, y a otros líderes importantes del 26 de Julio como Marcelo Fernández y Faustino Pérez. El tercer grupo estaba formado por una alianza de varios líderes revolucionarios importantes, como Guevara y Raúl Castro (jefe de las Fuerzas Armadas), con el PSP.

Mientras tanto, Fidel Castro pretendió abstenerse de estas luchas internas dentro del régimen, permitiendo por ejemplo las polémicas entre Revolución y el PSP, aunque de hecho se reunía frecuente pero secretamente con este tercer grupo en la casa de Guevara de la playa de Tarará para preparar la ley de reforma agraria promulgada en mayo de 1959. Es notable que ninguno de los miembros de la tendencia nacionalista revolucionaria fue invitado a estas reuniones.

Una serie de eventos que ocurrieron a partir de septiembre de 1959 y a través de todo el año 1960 apuntaron claramente al final de la etapa abierta y pluralista de la revolución cubana. El 14 de septiembre de 1959 Euclides Vázquez Candela, uno de los editores principales de Revolución, puso fin a las polémicas de su periódico con el PSP. El primero de octubre llego a la Habana Alexander Alekseev, un agente de la inteligencia soviética, presentándose como periodista y más tarde como diplomático, cuando en realidad era un enviado extraoficial de Moscú a los lideres revolucionarios. Después de reunirse con algunos de los lideres principales del PSP, tuvo un encuentro con el Che (Jon Lee Anderson, op. cit., 429, 437). Luego, en octubre, el comandante Huber Matos, jefe militar de la provincia de Camagüey y ex maestro de escuela que había combatido en la Sierra Maestra, renunció a su cargo como protesta contra lo que el denunció como una creciente influencia comunista en el régimen de Fidel Castro. Reaccionando con gran furia, el Máximo Líder acusó a Matos de traición, lo que lo llevó a una condena de veinte años de prisión tras un juicio donde jamás se presentaron pruebas de que Huber Matos hubiera conspirado o incitado a la violencia contra el gobierno revolucionario. El excomandante no fue liberado hasta 1979, después de cumplir la condena en su totalidad.

El cierre de la etapa pluralista de la revolución continuó con la eliminación de la independencia del sindicalismo cubano. En noviembre de 1959, la Confederación de Trabajadores Cubanos (CTC) celebró su décimo congreso. En las elecciones de los delegados de inicios del mes quedó en claro que los resultados iban a ser parecidos a las elecciones sindicales que tuvieron lugar en la primavera y que los comunistas cubanos iban a quedar fuera de la dirección de la CTC. Esto provocó que Fidel Castro interviniera personalmente para asegurarse de que se eligiera una directiva favorable a los comunistas.

Si bien los líderes sindicales comunistas no fueron incluidos en la nueva lista de candidatos, sí lo fueron los llamados líderes sindicales unitarios de la CTC dirigidos por Jesús Soto, aliados a los comunistas, que obtuvieron la posición dominante en la nueva directiva. Poco después, aproximadamente la mitad de los líderes hostiles al PSP fueron purgados en asambleas que distaban mucho de ser democráticas, con algunos que incluso acabaron en prisión. Este proceso de depuración abrió la puerta a un proceso de control estatal de los sindicatos al estilo soviético, que culminó en el onceavo congreso, celebrado en noviembre de 1961. A diferencia de los debates del décimo congreso, este fue el congreso de la unanimidad en el cual fue por electo por unanimidad como secretario General ni más ni menos que Lázaro Peña, el viejo líder obrero estalinista.

Como parte de la ofensiva contra todas las expresiones sociales y políticas autónomas y pluralistas de Cuba, el gobierno de Fidel Castro arremetió tanto contra las agrupaciones negras como contra las de mujeres. Las agrupaciones negras solían tomar la forma de asociaciones de ayuda mutua. Carlos Moore relata como en una de esas asociaciones formada por obreros modestos, llamada «Amantes del Progreso», hombres negros se reunían con regularidad para beber y discutir cuestiones políticas, para ayudar a los niños con sus tareas escolares y estudiar la historia de los negros cubanos, una tarea virtualmente ignorada por el sistema de educación pública (Carlos Moore, Pichón: A Memoir; Race and Revolution in Castro’s Cuba, Chicago, Lawrence Hill Books, 2008, 45-46).

En algún momento de 1959, los líderes revolucionarios decidieron eliminar esta fuente de poder independiente. Poco después de que Juan René Betancourt, un intelectual negro notable que actuaba como supervisor provisional de la Federación Nacional de Sociedades Negras, le informara al gobierno que la séptima convención nacional de dicha organización había sido programada para finales de noviembre de 1959, inesperadamente se enteró a través un programa radial de que había renunciado a su cargo «debido a la presión de otras obligaciones». Este fue el comienzo de un proceso que para mediados de los sesenta había eliminado a las sociedades de color como una fuerza vital en la sociedad negra cubana (Juan Rene Betancourt, «Castro and the Cuban Negro», Crisis 68, no. 5 (1961): 271, 273).

Algo parecido sucedió con la situación de las mujeres cubanas. Esto involucró la creación por el gobierno revolucionario de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) como una de sus varias «organizaciones de masas» (que más tarde se convirtieron en las correas de transmisión del partido único), lo que significó la disolución forzosa de 920 organizaciones independientes de mujeres que existían desde antes de la revolución. Dado que el movimiento de mujeres en Cuba había desparecido veinte años antes, el gobierno logró sus propósitos sin mucha resistencia, en contraste con las luchas y purgas que tuvieron lugar en el movimiento sindical en 1959 y 1960 (Lois M. Smith and Alfred Padula, Sex and Revolution: Women in Socialist Cuba, New York: Oxford University Press, 1996, 32).

Finalmente, a partir de mayo de 1960, el gobierno revolucionario eliminó la prensa independiente tanto de derecha (Diario de la Marina) como liberal (Prensa Libre). Bohemia, la publicación cubana más importante, que seguía una política de izquierda liberal y socialdemócrata, pero hostil al PSP, fue tomada por elementos que seguían las orientaciones del gobierno. Su editor veterano Miguel Ángel Quevedo, partidario de Fidel Castro por muchos años, tuvo que marcharse del país.

No sabemos hasta qué grado Guevara estuvo directamente involucrado en estos eventos tan importantes, pero sí consta que, salvo por las objeciones que presentó en privado con respecto a la manera en que el gobierno revolucionario trató a Huber Matos, apoyó las medidas adoptadas por el gobierno de Fidel Castro y ciertamente lo hizo sin plantear cuestionamiento publico alguno a los cambios radicales del periodo crítico entre septiembre de 1959 y el verano de 1960. En todo caso, es obvio que como uno de los líderes principales del gobierno, el Che fue políticamente responsable del viraje de esos días.

Con respecto a los sindicatos, el Che siguió una política muy cercana a la que adoptó la CTC después de noviembre de 1959. Como ministro de Industrias, declaró en junio de 1961 que los trabajadores cubanos debían acostumbrarse a un régimen colectivista y, por lo tanto, no podían participar en huelgas (Ernesto Che Guevara, Revolución, 27 de junio de 1961). Guevara estaba expresando en sus propias palabras la noción de que, dado que el estado cubano era un estado obrero, era imposible que existiera un conflicto de intereses entre los trabajadores y el Estado. Esto ciertamente ignoraba la persistencia de las diferencias de clase y la división del trabajo jerárquico bajo el socialismo cubano.

Años más tarde, cuando estaba preparándose para viajar al Congo, el Che admitió privadamente en sus Apuntes, que, aunque no debía haber sindicatos bajo el socialismo, porque no había explotación de clase bajo ese sistema, los sindicatos eran necesarios para lidiar con los abusos potenciales en los centros de trabajo. También admitió en esos Apuntes que la democracia sindical en Cuba era un «mito perfecto» dado que el Partido Comunista proponía la única lista de candidatos que siempre era electa, sin el involucramiento de las masas. (María del Carmen Ariet García, editora, Apuntes Críticos a la Economía Política, op. cit., 412, 413). De lo que no tenía duda alguna, sin embargo, era de su oposición a cualquier proceso contencioso entre los trabajadores y el Estado empleador que, según la propia definición de Guevara, es idéntico a la vanguardia obrera (Apuntes Críticos, 249).

En su artículo de junio 18 de 1960 «La Clase Obrera y la industrialización de Cuba», Guevara reconoce que no es lo mismo ser trabajador que dirigir una fábrica, dado que ambos grupos perciben los problemas desde perspectivas diferentes. Para resolver ese problema, proponía que los dos grupos intercambiaran sus criterios para así tratar los problemas desde ambos puntos de vista y llegar a una solución. Esencialmente lo que estaba haciendo era reducir los problemas del conflicto de clases y la división del trabajo jerárquico a un mero fracaso de las comunicaciones.

Cuando René Dumont, el agrónomo izquierdista francés, trató de convencer a Guevara de la importancia de la participación de los trabajadores en sus cooperativas para así crear la noción de que sus emprendimientos les pertenecían a ellos, al menos en copropiedad, el Che reaccionó con mucho enojo y proclamó que «no es un sentido de propiedad lo que los miembros necesitan, sino un sentido de responsabilidad», (Rene Dumont, Cuba: Socialism and Development, New York, Grove Press, 1970, 51-52). El gobierno revolucionario del cual Guevara era uno de los líderes más importantes decidió que el poder de tomar decisiones en las industrias nacionalizadas era prerrogativa exclusiva de los administradores nombrados por el gobierno central, un proceso que fue descrito como de discusión colectiva, pero con la responsabilidad y las decisiones tomadas por una sola persona (Ernesto Che Guevara, «Discusión colectiva: Decisión y responsabilidades únicas», en Escritos y discursos, citado en Marifeli Perez-Stable, The Cuban Revolution, New York: Oxford University Press, 1993, 102).

El Che Guevara y la Cuba de hoy

El sistema de partido único ha sido el obstáculo principal para la democratización y el progreso de Cuba. Guevara nunca se opuso ni criticó el unipartidismo. El PCC, el partido único, no es en realidad un partido ya que un partido existe solamente en relación con otros partidos. Pero el término «partido» no es tampoco útil porque está asociado en la mente de millones de personas con los sistemas electorales. En el caso de Cuba, el Partido es mucho más que eso, por las correas de transmisión que posee en relación con las llamadas organizaciones de masas, tales como los sindicatos, organizaciones de mujeres y muchas otras instituciones, incluyendo al Poder Judicial, a los que transmite «orientaciones» que fijan las políticas a seguir e implementar en los distintos sectores de la sociedad.

El PCC controla los medios de comunicación (radio, televisión, periódicos y revistas) a través de las «orientaciones» transmitidas a dichos órganos por su Departamento Ideológico. Hay que notar que este departamento no solo censura cualquier noticia doméstica que pueda perjudicar al gobierno y al sistema imperante en Cuba, o a gobiernos extranjeros aliados o con los cuales mantiene relaciones amistosas. El PCC también controla al sistema electoral, utilizando las llamadas Comisiones de Candidaturas como filtro que veta no solo a candidatos oposicionistas sino a cualquiera que las estas comisiones consideren que puedan ignorar las «orientaciones» del PCC en el futuro. Es este poder sin límites del PCC, consagrado en la Constitución de la República de Cuba, la causa principal de que no exista un Estado de Derecho en la isla, de que domine la arbitrariedad gubernamental, de que las leyes no sean democráticamente adoptadas y de que en muchos casos sean ignoradas y violadas a través de decisiones administrativas y policiacas cuando el gobierno lo considera oportuno.

Esto es lo que permite la extensa represión en Cuba, tanto política como social. De acuerdo con la institución académica británica Institute for Crime and Justice Policy Research, que publica el «World Prison Population List» preparado por los académicos Helen Fair y Roy Walmsley, Cuba ocupa el quinto lugar en el número per cápita de presos comunes (el gobierno cubano no reconoce la categoría de presos políticos) en la lista de 223 sistemas carcelarios en países independientes y territorios dependientes. Cuba es solamente superada por los Estados Unidos, Rwanda, Turkmenistan y El Salvador. Recientemente, el número de presos políticos propiamente dicho subió a mucho más de 500, por los juicios celebrados contra las personas arrestadas durante las grandes protestas callejeras del 11 de julio de 2021. Los tribunales cubanos condenaron a docenas de los que protestaron a muchos años de prisión (incluyendo condenas de más de veinte años) por daños causados a la propiedad, ya que los manifestantes en su mayoría actuaron pacíficamente y no hubo un solo caso de muerte o heridas graves a persona alguna.

Es necesario insistir que el Che Guevara jamás se opuso al sistema de partido único, Cuba o en la URSS, aunque si comentó en una ocasión que el término «centralismo democrático» había sido usado por tantos sistemas políticos que había dejado de tener un significado claro y distintivo. (Guevara, Apuntes Críticos a la Economía Política, op. cit.,137). Es sin embargo llamativo que aunque Guevara criticó a veces de manera áspera al sistema soviético —especialmente con respecto a los cambios que se habían realizado en sus estructuras económicas para lo que consideraba como un favorecimiento a las fuerzas del mercado— e inclusive cambió su previa opinión positiva sobre Stalin, al mismo tiempo mantuvo una actitud acrítica con respecto a aspectos sumamente importantes del sistema unipartidista soviético. Así, por ejemplo, el Che declaró «que la bomba atómica soviética estaba en manos del pueblo», algo manifiestamente falso que solamente los partidarios acríticos de ese sistema político hubieran sostenido (Apuntes críticos a la economía política, op. cit., 294), aparte del hecho que de las armas nucleares involucran la eliminación de pueblos enteros, sin distinguir entre combatientes, civiles, clases gobernantes y el resto del pueblo.

Obviamente, hay que tomar en cuenta la crisis económica sumamente seria que está atravesando Cuba, que se acerca en sus dimensiones al desastre económico que el país sufrió a raíz del colapso del bloque soviético a principios de la década de los noventa. Cuba sufre hoy una grave escasez de productos básicos para la alimentación y salud de la población con una tasa de inflación que en abril de 2023 llegó al 45%, habiendo anteriormente ascendido hasta el 77%. Dada esa situación, no es de extrañar que el valor del dólar haya subido mucho.

Ya hace mucho tiempo que la economía cubana está en caída y que la tasa de inversión se ubica muy por debajo de lo requerido para mantener la producción y el nivel de vida existente. Aún menos para un crecimiento económico esencial que permita mejorar significativamente la situación de las grandes mayorías populares. Los dos últimos años han sido testigos de la más grande ola emigratoria que Cuba ha jamás presenciado (permitida e indirectamente estimulada por el gobierno). Para fines de 2023 se calcula que más de 450.000 personas habrán emigrado en los dos últimos años, una cifra extraordinaria para un país que cuenta con 11 millones de habitantes. Esta emigración agravará la crisis demográfica que el país ha experimentado por un buen número de años, especialmente si tenemos en cuenta que generalmente es la gente joven la más propensa a emigrar.

Dadas las muy difíciles circunstancias económicas y las dimensiones y composición de la economía cubana, cualquier tipo de democracia socialista en Cuba tendría inevitablemente que incluir un significativo sector privado compuesto de pequeñas empresas (aunque no las llamadas empresas «medianas», que pueden tener hasta 100 empleados y que son en realidad empresas capitalistas) y una inversión capitalista extranjera regulada por el Estado socialista democrático, lo que requeriría continuar la lucha contra el bloqueo estadounidense que constituye, entre muchas otras cosas, un obstáculo para lograr plenamente esa meta. Esto constituiría una nueva versión de lo que en Rusia se llamó Nueva Política Económica (NEP), con concesiones a los campesinos y pequeños comerciantes e industriales que Lenin introdujo en 1921 al constatar que el previo «Comunismo de Guerra», establecido a mediados de 1918, estaba confrontando una gran resistencia por parte del campesinado (el 80% de la población) y rebeliones armadas como las llamadas «verdes» en el caso de los campesinos de la región de Tambov del 1920 a 1921 y la de los marinos y la población de la fortaleza de Kronstadt en marzo de 2021.

Es en este contexto que un voluntarismo tan extremo como el del Che Guevara no sería solamente irrelevante en la Cuba de hoy sino políticamente muy nocivo. En sus análisis de la NEP rusa, el Che explícitamente ignoró la realidad de la enorme crisis económica de la Unión Soviética de los años veinte con la afirmación inaudita de que en aquella época «no había nada que fuera económicamente imposible», agregando que lo único que había que considerar era si algún plan económico estaba basado en «el desarrollo de la conciencia socialista» (Guevara, Apuntes Críticos Sobre la Economía Política, op. cit., 246). En otras palabras, considera que la «conciencia socialista» hubiera podido conquistar los obstáculos económicos objetivos del subdesarrollo y la severa escasez creada por la cruenta guerra civil en Rusia. En ese caso, si dicha «conciencia» hubiera tenido éxito en conquistar el poder, ese proceso inevitablemente hubiera resultado en una «acumulación primitiva» brutal y explotadora, como de hecho ocurrió bajo Stalin años más tarde.

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