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La gente camina por una calle bajo una bandera cubana, en La Habana, el 14 de octubre de 2021. (Foto de Yamil Lage / AFP a través de Getty Images)

Qué reformas para qué socialismo

El contexto actual se avizora extremadamente complicado para la supervivencia del proyecto político de superación de la explotación capitalista iniciado en Cuba en los años 1960. Pero eso no es óbice para implementar las reformas que reaviven la maltrecha economía de la isla. Ahora bien, ¿cuáles deberían ser esas reformas?

En tiempos recientes fue divulgado por La Tizza y Revista Jacobin un artículo de opinión de interés público titulado Proezas y encrucijadas de Cuba en el que el economista y académico argentino Claudio Katz esboza su visión sobre el estado actual de la economía antillana y las posibles reformas de urgencia a aplicar para la supervivencia de la Revolución Cubana. Dadas la importancia y actualidad de esta temática, así como el impacto que ejercen sobre las izquierdas cubana y latinoamericana las revistas mencionadas, resulta oportuno analizar algunos elementos contenidos en el ensayo de Katz.

Aunque en el presente texto el lector encontrará propuestas distintas a las de Katz, el objetivo fundamental de este análisis se decanta más bien hacia el enriquecimiento del acervo del público sobre temas económicos desde una perspectiva de izquierda. Claudio Katz es una voz sincera y comprometida con las causas emancipatorias de las naciones latinoamericanas, por lo que de ninguna manera deben interpretarse las ideas que se exponen a continuación como un intento de menoscabar la valía de dicho intelectual.

El contexto actual y futuro de Cuba se avizora extremadamente complicado para la supervivencia del proyecto político de superación de la explotación capitalista iniciado en el archipiélago caribeño en los años sesenta del pasado siglo. Cuba se ha quedado sola, abandonada a la suerte de las mareas arrasadoras del sistema neoliberal imperante y con un bloqueo económico asfixiante. Pero, como señala Katz, eso no es óbice para implementar las reformas que reaviven la maltrecha economía cubana. Ahora bien, ¿cuáles deberían ser las reformas a implementar por un país que pretende desandar la ruta del socialismo?

Para responder esa pregunta habría que analizar los tres principales modelos económicos que se han aplicado en los últimos cien años y que resultan claramente diferenciables según el tipo de empresa: el modelo capitalista basado en un predominio de empresas privadas, el modelo soviético basado en un predominio de empresas públicas y el modelo basado en cooperativas de trabajadores, de escala limitada porque aún no ha podido convertirse en el predominante dentro de un país.

Libre mercado y economía planificada

Antes de continuar la explicación y en aras de deconstruir algunos mitos que se cuecen en la imaginería popular debido a la hegemonía de los medios de prensa de derecha y la manera en que se enseña la economía en los centros educativos, es menester aclarar que el libre mercado no existe. Todos los mercados están controlados por normas jurídicas e instituciones públicas. Un ejemplo ilustrativo y de fácil comprensión sería la ley que estipula si se utilizarán el gramo y el metro como unidades de medida. Las empresas que operan en un territorio están obligadas a acatar las pautas de medición y pesaje para la fabricación y comercialización de sus producciones.

Como lo señala Ha-Joon Chang (2012) en su afamado libro 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo, si un mercado parece libre solo es porque se aceptan tan incondicionalmente sus restricciones de base que ya no resultan distinguibles. No se puede definir con objetividad lo libre que es un mercado, pues se trata de una definición política. 

La razón de ser de la economía como ciencia social consiste en el estudio y la planificación de los procesos económicos, por lo que yo recomiendo no seguir utilizando el término economía planificada en alusión al modelo soviético. Todas las economías nacionales y todas las actividades empresariales responden a un esquema de planificación. Todos los procesos macroeconómicos y microeconómicos se planifican, ya sea una política financiera que incide en los tipos de interés a nivel de país o la gestión del inventario para garantizar una adecuada rotación de los productos almacenados en una fábrica. Por eso existen presupuestos, planes de desarrollo territorial, planes de comunicación, planes de calidad, planes de marketing, planes de venta, etc. Hasta un trabajador por cuenta propia realiza cálculos para prever cuáles serán sus gastos, los costos de los insumos y los precios de venta de sus productos.

El estilo de planificación centralizado y burocrático que caracteriza al modelo soviético no debería interpretarse como sinónimo de economía planificada, pues en todo caso el esquema soviético solo sería una manera muy específica de ejecutar la planificación. La economía capitalista de Corea del Sur también se desarrolló mediante planes quinquenales y ningún economista la define como economía planificada. En consecuencia, la cuestión no radica en si se planifica o no, sino en cómo se concibe la planificación para alcanzar las metas trazadas (Chang, 2012).

Tampoco utilizaré en este ensayo el concepto de economía mixta que muchos autores mencionan como modelo económico independiente, pues deseo centrarme en los efectos que ejercen las empresas según su tipo. Es importante entender que ninguna economía actual está compuesta exclusivamente por empresas privadas o por empresas públicas, sino que siempre existe una mezcla en la que se detecta el predominio de un tipo de empresa en particular.

En el escenario microeconómico convergen además otros actores como las cooperativas, las mutuales, las empresas comunitarias (los kibutz israelíes son un tipo específico de empresa comunitaria), las empresas propiedad de los trabajadores (como la corporación de telecomunicaciones Huawei) y los trabajadores por cuenta propia. Asimismo, en la complejidad organizativa de la economía de un país o región se entremezclan a un mismo tiempo procesos, estrategias y políticas de organizaciones de derecha y de izquierda indistintamente. Por eso se puede afirmar que todas las economías son mixtas. Sin embargo, el modelo empresarial predominante configurará de forma proverbial las relaciones de producción, distribución y consumo, es decir, la naturaleza sistémica de la economía en una escala regional.

Capitalismo y modelo soviético

Retomando el análisis de los modelos económicos, el más conocido y que aún se sigue enseñando en la mayoría de las facultades de economía sería el esquema capitalista basado en empresas privadas. Dependiendo de la proyección ideológica del centro educativo o del economista que lo asume, la descripción del modelo capitalista incluirá elementos doctrinales fundamentales de la corriente de pensamiento identificada como liberalismo, entremezclando ese liberalismo con otras ideas complementarias que no cambian lo esencial del proyecto en cuanto al protagonismo de la empresa privada.

A partir de la semilla doctrinal del liberalismo surgen las variantes: neoliberalismo, anarcocapitalismo, minarquismo, ordoliberalismo, libertarismo, socioliberalismo con su propuesta de una economía social de mercado, e incluso la eufemística doctrina china de economía de mercado socialista que utiliza la palabra socialista para encubrir su verdadero carácter capitalista. 

El capitalismo es un sistema socioeconómico basado en un predominio de empresas privadas que utilizan el trabajo asalariado y el intercambio de bienes y servicios en el mercado para acumular capital. En los casos de China y Vietnam, se pueden analizar las estadísticas sobre el panorama empresarial de ambos países para constatar que son economías capitalistas, aunque sus partidos de ideología marxista-leninista pretendan decir lo contrario.

En China el sector privado contrata al 80% de los ocupados, mientras que en Vietnam la cifra ronda el 85% de la fuerza laboral (Xinhuanet, 2018; 2022; Vietnam News Agency, 2021). Expongo estas cifras de fuerza laboral vinculada al sector privado para que se entienda que en esas naciones asiáticas no se manifiesta de forma significativa el trabajo libre asociado que debe caracterizar a una economía socialista, pues sigue predominando el trabajo asalariado (tómese en cuenta además que los ocupados del sector estatal también forman parte del segmento asalariado). Para un mayor entendimiento de las características capitalistas de la economía china, tema que no constituye el objetivo principal del presente artículo, recomiendo a todos los lectores un análisis muy objetivo titulado Por qué China es capitalista y que fuera elaborado por Eli Friedman (2020).

El modelo económico que se aplicó en buena parte del mundo como alternativa al capitalismo de empresas privadas fue el soviético. Con respecto a este modelo, que todavía hoy muchas personas identifican como socialismo o comunismo, vale retomar que el concepto de capitalismo describe una economía con relaciones de producción antidemocráticas en base al trabajo asalariado para entender por qué muchos economistas e intelectuales clasifican a la experiencia soviética como una forma de capitalismo de Estado.

El modelo soviético con predominio de empresas públicas no se caracteriza por una gestión democrática de los medios de producción ejercida por los colectivos obreros. Los trabajadores de las empresas estatales dependen de un salario y apenas influyen en las decisiones y planes que aprueban los directivos. Dado que los trabajadores estatales no determinan la forma en que se reparte la riqueza que ellos producen, muchas veces sus salarios no llegan a cubrir sus necesidades. Las empresas estatales requisan el plusvalor mediante el mismo mecanismo jurídico que utilizan las empresas privadas: el contrato de trabajo asalariado.

Se trata, por tanto, de una forma de expropiación del capital, con la particularidad de que no ocurre en las empresas privadas sino en empresas estatales. En la propaganda de la ideología marxista-leninista se ha descrito de forma eufemística este esquema de producción en empresas estatales como socialista porque su aplicación permite redistribuir en forma de gasto social el plusvalor acumulado por el Estado. Marx advirtió en su Crítica al programa de Gotha sobre esta vulgarización de los principios del socialismo (Marx y Engels, 1980).

Aunque a una parte importante de la izquierda le parezca doloroso aceptar la idea de que el modelo soviético no fue socialista, creo que ya va siendo hora de afrontar la grisura de esa experiencia histórica con la firme determinación de no volver a incurrir en los errores del pasado. El propio Lenin (1981) reconoció que en la URSS había una forma peculiar de capitalismo de Estado en su discurso Cinco años de la Revolución Rusa y perspectivas de la revolución mundial pronunciado ante el IV Congreso de la Internacional Comunista el 13 de noviembre de 1922.

Un caso sui géneris y relativamente esperanzador se preveía en la economía de la antigua Yugoslavia con su sistema autogestionario, es decir, empresas públicas con autonomía. Pero en realidad se comprobó con el paso del tiempo que en las empresas yugoslavas la autonomía fue instrumentalizada por los directivos para llevar a concreción sus deseos y visiones como empresarios, siendo la participación obrera un aspecto meramente formal que gravitaba en torno a cuestiones de mejoras salariales (Musić, 2014).

Otro problema que manifestó el sistema de empresas estatales autónomas de Yugoslavia fue la inflación por el efecto de la competencia en el mercado y el interés de cada unidad productiva por maximizar ganancias. Para corregir el proceso inflacionario, se optó por insertar a los gobernadores locales en la planificación de las actividades empresariales y de esa manera frenar las intenciones de subir precios de forma injustificada para incrementar las utilidades (Lluis y Navas, 1977). 

El fracaso de la experiencia yugoslava nos advierte que la conformación de una economía poscapitalista precisa no solo una intervención directa de la clase obrera en las decisiones empresariales, sino además una implicación de los consumidores en la planificación de la producción. Otra gran enseñanza de la extinta Yugoslavia consiste en la importancia de educar a la ciudadanía en cómo se ejerce esa gestión colectiva de las empresas, pues si no se les inculca esa cultura a los trabajadores las personas se enfrentarían a ciegas al difícil proceso de organización de las actividades empresariales, y ese vacío de conocimientos en la masa trabajadora constituye un nicho de oportunidad para que los directivos terminen imponiendo sus deseos particulares.

Nadie nace sabiendo. Avanzar hacia el socialismo implica revertir ese desconocimiento sobre cuestiones de gestión económica y transformarlo en una plena socialización de las ideas sobre democracia empresarial. Las izquierdas pudieran enfocar sus programas políticos hacia el logro de esta meta, como lo hizo el Partido de los Trabajadores de Kurdistán cuando introdujo la enseñanza del cooperativismo en las escuelas de Rojava.

Cooperativismo a gran escala

Ahora me referiré al modelo económico basado en cooperativas de trabajadores. Las manifiestas ventajas de las cooperativas de trabajadores en cuanto a productividad, democratización del espacio de trabajo y equidad en el reparto de la riqueza se pueden constatar en la muy reciente investigación de Young-Hyman, Magne y Kruse (2023), que estudió una muestra de empresas pertenecientes a los sectores económicos intensivos en conocimiento.

Pero quisiera señalar que ante la abundante presencia de estudios empíricos que comparan el desempeño económico de las cooperativas con respecto al de las empresas privadas, me di a la tarea de elaborar un informe abarcador que reuniera la mayor cantidad de esas investigaciones publicadas en revistas con revisión por pares. El informe está a disposición de todos los públicos en un enlace de la biblioteca digital en Telegram del proyecto sociocultural CO-EMPRENDE y hasta el momento agrupa un total de 104 investigaciones (Morejón Quintana, 2023).

Más del 80% de esos estudios plantea que las cooperativas tienen un desempeño igual o superior al de las empresas privadas. Con esto quiero dejar bien claro que si nos atenemos a lo que plantea la ciencia económica valdría la pena fomentar el cooperativismo a gran escala. No pretendo asumir una postura filosófica positivista con la exposición de todos estos datos, en todo caso estoy apelando a un razonamiento económico científicamente informado.

Concuerdo con Claudio Katz en que no disponemos de una experiencia histórica concreta de país donde las cooperativas se hayan convertido en el modelo empresarial predominante. Pero yo matizaría ese criterio, teniendo en cuenta que no podemos asumir la idea de gran escala a través de un prisma histórico que solamente analiza lo que ocurre a nivel de país. Valdría la pena explorar si existe cooperativismo a escalas regionales, porque la dimensión de una región también resulta considerablemente grande.

La primera experiencia histórica de cooperativismo a gran escala ocurrió en Ucrania durante la revolución guiada por Nestor Majnó. La razón por la que esa revolución anarquista no pudo cuajar a largo plazo se debió a la guerra desatada por los bolcheviques para conservar la integridad territorial de la URSS y ahogar el separatismo de las fuerzas majnovistas (Archinov, 2008). Sin embargo, Lenin respetó las cooperativas que allí se habían fundado. Fueron las políticas intervencionistas de Stalin las que luego provocaron el naufragio económico de ese proyecto de autogestión a gran escala.

El segundo momento de florecimiento del cooperativismo a gran escala se dio en la República Española durante los años treinta, con 758.000 cooperativistas en la agricultura y 1.080.000 en la industria, para un aproximado de 1.838.000 personas asociadas a colectividades autogestionadas según el cálculo de Mintz (2006). Estas cifras de Mintz son muy moderadas, pues otros autores como Gastón Leval hablan de tres millones de personas vinculadas a las cooperativas.

El estudio de lo sucedido en España nos demuestra una vez más el nefasto rol que ejercieron los líderes políticos inspirados en la ideología marxista-leninista, quienes solo concebían como socialismo el modelo soviético basado en empresas estatales que imperaba por aquellos tiempos en la URSS de Stalin. Las fuerzas anarquistas debieron enfrentarse a dos grupos rivales, los comunistas de tendencia estalinista y, posteriormente, los fascistas guiados por Franco, lo que significó la derrota final de ese gran apogeo del cooperativismo español.

En la actualidad podemos encontrar una brújula para explorar bolsones de economía cooperativista en cuatro ejemplos distintos con sus particularidades endógenas: el cooperativismo industrial en el País Vasco, la Revolución de Rojava, la Revolución Zapatista en Chiapas y las cooperativas de Emilia-Romagna en Italia. Describir las particularidades de cada uno de esos ejemplos que mencioné implicaría extender demasiado el contenido del presente artículo y no lo considero necesario, por lo que solamente me referiré al funcionamiento sistémico que ya manifiestan las empresas de Mondragón, actuando de conjunto en la cadena de valor y desplegando acciones de inversión para la fundación de nuevas cooperativas o la conversión de empresas privadas en cooperativas (Bretos Fernández y Errasti Amozarrain, 2016). 

Como se puede constatar en los diferentes ejemplos de conglomerados empresariales basados en la filosofía de gestión cooperativista, tanto en el pasado como en el presente existen experiencias históricas de valía que se pudieran tomar en consideración para el diseño de políticas orientadas a la superación de las relaciones capitalistas de explotación. Jamás afirmaría que esos ejemplos están exentos de máculas o de contradicciones, pero menospreciar esas experiencias históricas de autogestión cooperativa a escala regional provocaría en los públicos la indeseada sensación de que no existen alternativas ni esperanzas, cuando lo más sensato, en mi opinión, sería estudiar los elementos fuertes de esas experiencias y alertar sobre las posibles desviaciones que manifiesten dichos conjuntos empresariales que pudieran afectar a una economía nacional basada en un predominio de sociedades cooperativas.

Si se explora el panorama actual de las mejores prácticas de gestión que se enfocan en garantizar un proceso democrático de toma de decisiones al interior de la empresa, se pudieran citar los siguientes modelos: Siete Principios del Cooperativismo, Siete Principios del Mutualismo, Holocracia y el esquema de certificación de las empresas B. Es posible que algunos lectores se pregunten por qué no mencioné los principios de autogestión, y mi respuesta sería que la autogestión no es un modelo de administración claramente definido y diferenciable de otros. Cuando se examina la literatura sobre autogestión lo que se detecta es una mímesis de los principios del cooperativismo, incluso autores como Carretero Miramar (2013) citan a las cooperativas de trabajadores a manera de ejemplos de autogestión.

No hay grandes diferencias entre los Siete Principios del Cooperativismo y los Siete Principios del Mutualismo, excepto en que las mutuales no distribuyen los excedentes entre los trabajadores, sino que los reinvierten para aumentar la capacidad financiera de la empresa en la consecución de sus metas sociales. Holocracia se centra en prácticas participativas, pero no propone una socialización de la propiedad, lo cual implica que la democratización de la empresa y la profundidad de esa democratización depende de la buena voluntad de los capitalistas en el caso de las empresas privadas o los deseos de los políticos en el caso de las empresas estatales.

Someter una empresa al proceso de certificación de las empresas B sí implica aumentar la participación de los trabajadores en la toma de decisiones y convertir a los empleados en dueños de, al menos, una parte del capital social, pero al tratarse de un esquema de certificación tanto cooperativas como empresas privadas han optado por conseguir ese aval, por lo que no se puede hablar de las empresas B como una forma empresarial distinta. Las empresas privadas certificadas como empresas B terminan pareciéndose mucho a las cooperativas de participantes múltiples, un modelo empresarial que luego describiré con más detalle.

Si nos atenemos a los resultados históricos y su presencia en el panorama mundial, el modelo de administración que apuesta por la democracia y que más éxito ha alcanzado hasta el momento es el de los Siete Principios del Cooperativismo. Las estadísticas son bastante elocuentes. El 12% de la población mundial es miembro de alguna cooperativa (muchos de ellos como consumidores asociados) y las cooperativas garantizan empleo para el 10% de la población del planeta.

El desempeño económico positivo de las cooperativas puede constatarse en el World Cooperative Monitor, que se publica anualmente y cuya edición de 2022 muestra que solamente las 300 cooperativas más grandes del mundo obtuvieron ingresos por 2,16 billones de dólares (Euricse y Alianza Cooperativa Internacional, 2022). Si agrupáramos a esas 300 cooperativas en una sola región del planeta, su pujanza económica igualaría el PIB de Rusia según los datos del pasado año que muestra el Banco Mundial. Por merecidas razones la idea y la práctica de mancomunar intereses colectivos en cooperativas figura en el listado del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La ONU aprobó recientemente la Resolución A/77/L.60, que insta a los gobiernos a fomentar la economía social solidaria, nombre que recibe el modelo de sistema económico basado en cooperativas.   

Si los lectores se deciden a explorar las pautas del modelo de gestión cooperativista, les recomendaría leer Notas de orientación para los principios cooperativos, de la Alianza Cooperativa Internacional (2015), o también pudieran navegar en el resumen sobre ese extenso documento que preparé para La Tizza bajo el título Cultura organizacional: clave del éxito de las cooperativas (Morejón Quintana, 2022).

Horizontes poscapitalistas

Quisiera aclarar que no estoy abogando por asumir las prácticas administrativas democráticas ya existentes como dogmas que anulen la creatividad para la resolución de problemas, sino como una base de conocimientos a partir de la cual se pueden desprender respuestas adaptativas que se adecuen a las particularidades de cada colectivo. Pero no concuerdo con la opinión de Claudio Katz sobre la no existencia de pautas concretas que nos permitan entender cómo pudiera alcanzarse ese horizonte poscapitalista que tanto añora la izquierda.

En las obras de Marx y de Lenin se detecta que ambos autores recomendaron fomentar el cooperativismo a gran escala para superar el sistema capitalista y así avanzar hacia una sociedad comunista. Marx expresó que una economía basada en una unión de cooperativas era comunismo realizable cuando analizó lo ocurrido en la Comuna de París en su libro La guerra civil en Francia, y esa idea del fomento del cooperativismo la desarrolla con un acento un poco más explicativo en el Manifiesto Inaugural de la Asociación Internacional de los Trabajadores (Marx y Engels, 1980).

Lenin reconoció en su obra meridiana Sobre las cooperativas que la NEP debía ser sustituida por una política de fomento de las cooperativas, a partir del desarrollo de una nueva cultura en la ciudadanía, es decir, había que educar a las masas para que aprendieran cómo se gestionan las cooperativas y en paralelo el Estado debía apoyar decididamente la fundación de cooperativas (Lenin, 1987).

Con respecto a las ideas expresadas por Marx y Lenin sobre un socialismo basado en cooperativas, aunque se pueden encontrar los fragmentos textuales en los libros que mencioné, recomiendo a los lectores analizar el artículo de Camila Piñeiro Harnecker (2022) titulado Qué escribieron los pensadores marxistas clásicos sobre las cooperativas, porque en ese ensayo se organizan de un modo coherente los distintos criterios de los pensadores marxistas que se encuentran dispersos en varias obras.

Resulta llamativo observar cómo muchos economistas de izquierda, incluido Claudio Katz, se refieren constantemente a la posibilidad de una NEP, pero obvian que Lenin renunció a ese enfoque y se decantó por el cooperativismo, algo que no pudo llevar a efecto porque lo sorprendió una prematura muerte. Hasta la fecha actual, ninguna experiencia histórica de privatización o de crecimiento del sector privado conducida por organizaciones de izquierda ha evolucionado en la creación de un sistema socialista, por lo que yo no apostaría por desandar ese camino si lo que se pretende es superar las relaciones capitalistas de explotación. ¿Cuántas veces tendrían que equivocarse las izquierdas para entender que no se puede construir el socialismo con las armas melladas del capitalismo?

Ahora bien, los tres modelos económicos que he analizado, dígase economía capitalista basada en empresas privadas, capitalismo de Estado basado en empresas estatales o economía basada en cooperativas de trabajadores, poseen una característica que incide de manera negativa en nuestras vidas y en la biosfera: el enfoque en maximizar ganancias y el crecimiento constante de la producción de bienes y servicios. Pudiera causar extrañeza que se hable de lucro en una cooperativa de trabajadores, pero si se observa con detenimiento la dinámica comercial de esta forma empresarial se detecta que la cooperativa de trabajadores vende a terceros con el fin de obtener una ganancia que luego será distribuida equitativamente entre sus trabajadores asociados.

La revista Nature publicó recientemente una investigación muy abarcadora, elaborada por una comisión científica internacional en la que participaron más de cuarenta investigadores, para cuantificar los límites seguros y justos del clima, la biodiversidad, el agua dulce y los distintos tipos de contaminación del aire, el suelo y el agua. El estudio nos advierte que se han transgredido, a escala local y global, siete de los ocho límites analizados y que los seres humanos estamos arriesgando, no ya el futuro de la civilización, sino el de todas las formas de vida que alberga el planeta Tierra. En sus conclusiones, el estudio plantea lo siguiente:

Se requiere nada menos que una transformación total en todos los Límites del Sistema Tierra para garantizar el bienestar humano. Dichas transformaciones deben ser sistémicas en los sectores energético, alimentario, urbano y demás, para impulsar los cambios económicos, tecnológicos, políticos y de todo tipo en el Sistema Tierra, y se debe garantizar que beneficien a los pobres […]. Toda la evidencia sugiere que este no será un viaje lineal; se requiere un salto en nuestra comprensión de cómo la justicia, la economía, la tecnología y la cooperación global pueden ponerse al servicio de un futuro seguro y justo. (Rockström et al., 2023, p. 8)

Las investigaciones de Richardson et al. (2023) y Ripple et al. (2023), publicadas en las revistas científicas Science y Oxford respectivamente, también han confirmado que la humanidad ha sobrepasado los límites de la biosfera y se pronuncian sobre la necesidad de cambiar el funcionamiento sistémico de las economías para detener el crecimiento de la demanda y el consumo en los países industrializados, combatir la pobreza y la desigualdad económica, y fomentar el desarrollo sostenible.

En una entrevista a Yewande Awe (2022), ingeniera ambiental sénior del Banco Mundial, dicha investigadora plantea que el costo de los daños a la salud causados por la contaminación atmosférica asciende a 8,1 billones de dólares al año, lo que equivaldría al 6,1 % del PIB mundial. Esa cifra de pérdidas económicas se asemeja a la sumatoria del PIB de Alemania, Reino Unido y Países Bajos en el año 2022.

La esperanza que depositan los empresarios y líderes políticos en la implementación de un capitalismo verde no cuenta con respaldo en evidencias empíricas. El estudio publicado en The Lancet por Vogel y Hickel (2023) señala que las tasas de reducción de emisiones logradas en los países de altos ingresos son inadecuadas para cumplir los compromisos climáticos del Acuerdo de París. Los países de altos ingresos no han logrado un crecimiento verde y es muy poco probable que puedan lograrlo en el futuro. Para lograr reducciones de emisiones que cumplan con lo establecido en el Acuerdo de París, los países de altos ingresos deberán aplicar estrategias de reducción del consumo, reorientando la economía hacia la suficiencia, la equidad y el bienestar humano, y al mismo tiempo acelerar el cambio tecnológico y las mejoras en la eficiencia. 

La economía, como ciencia social que estudia y planifica la producción, la distribución y el consumo para la satisfacción de las necesidades humanas, tiene la obligación de proponer alternativas para solucionar el gravísimo peligro del cambio climático, pues precisamente hemos llegado a la antesala de ese abismo por la manera en que se organizan las actividades económicas en la actualidad.

Esta cuestión no incumbe solamente a Cuba, sino a todos los países del mundo y a todos los centros de gestión del conocimiento especializados en la pedagogía sobre economía. Tenemos que transformar la manera en que educamos a los futuros economistas y a la sociedad en general, ya sean políticos, directivos de empresas, líderes sindicales, trabajadores y consumidores, para que luego las personas lleven a la práctica en sus vidas cotidianas y en la inmediatez de su espacio laboral aquellos procesos organizacionales que tributen a una producción moderada en función de las necesidades, un consumo responsable, un reaprovechamiento constante de los desechos y una proyección ambientalista cabal.

Pudieran mencionarse la economía social solidaria, la economía de los bienes comunes, la economía circular, la economía del donut o la economía del cuidado como ejemplos de cambios de paradigma, pero lo fundamental radica en que los públicos comprendan con un mensaje didáctico y de fácil asimilación cómo se gestiona la economía de forma democrática. Y por ello hay que apelar a fomentar el cambio cultural en la base, que en este caso sería la empresa como plataforma de relaciones económicas entre los sujetos.

Cooperativa mixta de trabajadores y consumidores

El modelo de cooperativa que yo explico y promuevo en mis conferencias no es precisamente el de cooperativa de trabajadores, sino una forma específica de cooperativa de participantes múltiples donde se conjugan consejos de trabajadores y de consumidores para la planificación democrática de los procesos organizacionales. Estas cooperativas mixtas de trabajadores y consumidores ya existen, no son un modelo utópico. Ejemplo de ello serían las unidades empresariales del consorcio Eroski que funcionan de esa manera o la cooperativa Landare. Al planificar la producción en función de lo que van a consumir los clientes disminuye la carga extractivista que ejercen las empresas sobre el medio ambiente, pues no se fabrica en exceso sino en correspondencia con una demanda cognoscible. Es ese modelo de cooperativa mixta el que defiende Michael Albert (2005) en su obra Parecon.

El economista Katz se pregunta cómo se pudieran gestionar las empresas turísticas cubanas. Pues mi respuesta sería observar la experiencia ya existente de una región como Andalucía, donde cooperativas enfocadas en servicios turísticos promueven un turismo responsable (Federación Andaluza de Empresas Cooperativas de Trabajo, s.f.). Quisiera señalar que muchas entidades de alojamiento cubanas son unidades hoteleras de pequeño formato que pudieran funcionar perfectamente como cooperativas de trabajadores si sus empleados aprendieran de cooperativismo y se decantaran por asumir ese destino.

En el caso de los grandes resorts de balnearios como Varadero y Guardalavaca, se pudiera optar por un modelo de cooperativa de participantes múltiples en el que se integre a representantes electos democráticamente por la comunidad en la asamblea de trabajadores, siempre y cuando las decisiones de los representantes comunitarios no afecten la correcta satisfacción de las necesidades materiales de los trabajadores hoteleros. De tal forma se pudiera utilizar una porción de los excedentes de dichas empresas para atender proyectos que beneficien a toda la municipalidad y los trabajadores podrían seguir la pista de la manera en que el gobierno municipal está gastando el dinero que ellos produjeron con su esfuerzo laboral. Incluso, lo mejor sería que una buena parte de ese dinero se utilice para fundar nuevas cooperativas que constituyan una fuente de empleo digno y de reproducción ampliada del capital, como lo hicieron y lo siguen haciendo las fábricas de Mondragón (Bretos Fernández y Errasti Amozarrain, 2016).

En los estatutos de dichas cooperativas de participantes múltiples se pudiera establecer un 50% de los votos sociales para los trabajadores, de manera que los representantes de la comunidad no menoscaben las decisiones de la asamblea de trabajadores y se deba optar por negociar un consenso. La experiencia histórica de Yugoslavia demostró que los gobiernos locales y las empresas pueden fundirse en una junta administrativa y sobran los ejemplos de cooperativas de participantes múltiples que gestionan servicios estratégicos, como el alcantarillado o la generación eléctrica, y por ello integran a representantes de gobiernos locales que aconsejan a los trabajadores sobre aquellas cuestiones que atañen a toda la comunidad.

En el caso específico de Cuba el verdadero cooperativismo basado en los Siete Principios no es un fenómeno desconocido. Existen buenos ejemplos de cooperativas cuya experiencia debería ser más publicitada por los medios de comunicación. Por solo citar tres de esos buenos ejemplos, mencionaré la CNA Sancof del sector de la construcción que fuera galardonada como Colectivo Vanguardia Nacional, la CNA La Esperanza especializada en reciclaje de plástico y la cooperativa de servicios de contaduría Acerco.

Democratizar el intercambio

Otro aspecto del artículo de Claudio Katz con el cual no concomito es lo que concierne al mercado, aunque debo señalar que el académico Katz no es el único que asocia la palabra mercado con las empresas privadas y el capitalismo. En la ciencia económica se considera que el mercado es un proceso de intercambio de bienes y servicios. No recomiendo usar la palabra mercado como sinónimo de relaciones monetarias. El mercado de trueque sigue siendo mercado, aunque no intermedie el dinero en sus operaciones comerciales. El mercado no surgió con y para el capitalismo, pues ya existía muchos siglos atrás. 

Para muchas personas de izquierda la sola mención de la palabra mercado genera rechazo e intelectuales de valía se han pronunciado sobre la abolición del mercado como aspecto necesario para avanzar hacia el socialismo. Pero cuando se estudian en profundidad las propuestas de abolición del mercado (por ejemplo, en Parecon de Michael Albert, en Against the Market de David McNally o en Los consejos obreros de Pannekoek) lo que se detecta es que los autores proponen una participación de los trabajadores y consumidores en la planificación democrática de los intercambios de bienes y servicios, no precisamente la supresión de los intercambios (Albert, 2005; McNally, 1993; Pannekoek, 2011).

La economía social solidaria aboga en ese sentido por un mercado solidario con relaciones comerciales basadas en el apoyo mutuo y el uso de monedas sociales cuyo control financiero es ejercido de forma democrática por la comunidad. Ejemplos reales de ambas propuestas los encontramos en las cooperativas de grado superior, en las mutuales de grado superior, en la integración de las empresas B, y en las monedas Ekhi y Chiemgauer que actualmente circulan en España y en Alemania. 

El capitalismo nos parecerá imbatible y eterno, pero su evolución fue lentísima. Las primeras empresas privadas, tal y como las entendemos en la actualidad en su forma de sociedades de capital, surgieron en Bélgica en el siglo XII. Si tomamos en cuenta que el mercado capitalista globalizado terminó por enraizar sus tentáculos en todas las regiones del planeta apenas a principios del siglo XIX, entonces estamos hablando de un proceso histórico demorado que tardó ochocientos años. La humanidad ha vivido más tiempo sin capitalismo que con él. El capitalismo ha durado mucho menos que la civilización del Antiguo Egipto, cuya existencia abarcó tres milenios. En contraste, las cooperativas contemporáneas surgen apenas en el siglo XIX. Por consenso se considera que su nacimiento se da en 1844 con la constitución de la cooperativa de los Pioneros de Rochdale, aunque ya existían otros precedentes de cooperativismo sin principios escritos. En menos de dos siglos las cooperativas ya se han extendido por todo el mundo llegando a una impresionante cifra de casi tres millones de empresas. 

¿Por qué no tenemos más cooperativas? ¿Por qué ningún país del mundo ha logrado concretar una economía basada en un predominio de empresas cooperativas? En mi opinión eso se debe a tres factores. En primer lugar, porque la mayoría de los economistas no centran sus esfuerzos en el estudio y la enseñanza de los Siete Principios del cooperativismo y de las ventajas de la democracia económica. Segundo, porque los estados no priorizan la difusión de la filosofía del cooperativismo y la creación de empresas gestionadas democráticamente por los trabajadores. Como consecuencia de lo anterior, las sociedades no están familiarizadas con las ideas del cooperativismo.

Si se desea acelerar el proceso de desarrollo y expansión del cooperativismo, no bastará con crear ambiciosos programas de apoyo financiero por parte del Estado, pues de nada sirve invertir fondos públicos en una cooperativa cuyos miembros no aplican los procesos de gestión democrática por una cuestión de desconocimiento. Sabemos que no todas las empresas registradas como cooperativas cumplen con los Siete Principios. Obsérvese en ese sentido lo ocurrido en tiempos recientes en Venezuela, donde se han registrado muchas empresas como cooperativas, pero no se percibe en la ciudadanía de ese país latinoamericano una verdadera socialización de los valores y principios del movimiento cooperativista.

Por eso resulta imprescindible fomentar una nueva forma de entender la economía y la gestión empresarial en sintonía con los valores y principios de la cooperación. Eso no garantizará que todos los seres humanos cambien su modo de pensar y simpaticen con la democracia económica, pues los capitalistas probablemente seguirán aferrados a la defensa de sus intereses de clase. ¿Pero qué pasará cuando los trabajadores y los consumidores comprendan que se puede producir riqueza en democracia sin el yugo de los explotadores capitalistas?

Un gobierno que conquiste el poder político para abolir la explotación capitalista no puede darse el lujo de paralizar la economía de un país para enviar a los trabajadores a un centro de enseñanza y esperar hasta que las personas aprendan a gestionar las empresas democráticamente. Por eso el proceso de cambio de paradigma económico y de gestación de una nueva cultura en la población tiene que fomentarse antes, durante y después de cualquier proceso revolucionario de izquierda.

Concuerdo con Claudio Katz en que las cooperativas actualmente están integradas al sistema capitalista globalizado. Incluso añadiría que muchos trabajadores cooperativistas poseen una visión apolítica y no manifiestan intenciones de combatir el sistema capitalista. Pero no olvidemos que las empresas estatales también están integradas en el sistema capitalista globalizado y que los primeros dueños de las empresas privadas que surgieron en el siglo XII no soñaban con transformar el funcionamiento de la economía feudal. Para que la cooperativa pueda erigirse en herramienta de cambio cultural, las experiencias laborales de los trabajadores asociados deberán complementarse con una adecuada educación política.

Los hacedores de revoluciones y las organizaciones de izquierda tienen que interiorizar que una revolución duradera no puede asentar su legitimidad en la popularidad y el carisma de un líder político, porque cuando ese líder muere entonces las masas se quedan atascadas en el inmovilismo o pueden manifestarse procesos de retroceso. El proceso de transformación será más resiliente en la medida en que logre calar en la forma de pensar de grandes grupos humanos. No fue Espartaco quien abolió la esclavitud, sino las sociedades decimonónicas que decidieron por consenso y convencimiento que la explotación esclavista era dañina y podía ser sustituida por otras relaciones de producción.

Sobre el añejo debate sobre las probabilidades de construir el socialismo en un solo país, considero que no se debe aspirar ni esperar pacientemente a que todos los países del mundo se pongan de acuerdo para avanzar hacia el socialismo. La experiencia histórica de la URSS (aunque a la postre haya resultado un fiasco) demuestra que algún país deberá tomar la iniciativa y luego se irán sumando otras naciones. Nunca existirán las condiciones perfectas para construir una economía socialista.

El socialismo tiene que demostrar en su praxis que es capaz de fomentar el desarrollo sostenible de las naciones periféricas acuciadas por la pobreza. Si para salir de un estado generalizado de carencias materiales fuese imperativo implementar el crecimiento del sector privado como lo proponen los simpatizantes con la NEP, entonces, ¿para qué queremos socialismo? Las cooperativas han demostrado ser un mecanismo eficaz para sacar a las personas de la pobreza extrema en África (Birchall, 2003). Tanto es así, que los gobiernos de derecha promueven el cooperativismo para resolver los problemas sociales que generan las economías capitalistas. Si la derecha instrumentaliza a las cooperativas para cumplir sus promesas políticas ante el electorado, más razones les asisten a los gobiernos de izquierda para aplicar la misma estrategia.

En el texto publicado por Katz también se habla de una eliminación de la libreta de abastecimiento (cartilla de racionamiento) que aún no ha ocurrido, aunque sí se han reducido notablemente los productos que se pueden adquirir mediante ese sistema de distribución de alimentos subvencionados. Con adeptos y detractores, la libreta de abastecimiento funciona en Cuba como si se tratara de una renta básica universal para el alivio a la pobreza, con la diferencia de que la renta básica universal asigna un monto dinerario y la libreta de abastecimiento provee productos en físico. Por el momento la decisión política de eliminar la libreta de abastecimiento ha encontrado una férrea oposición en la población y en muchos diputados del parlamento.

Aprender a emanciparse

Dado que mis señalamientos y acotaciones sobre lo expresado por Katz se centran fundamentalmente en aspectos económicos he dejado para el final una cuestión de índole política. Ciertamente las chispas primigenias que encendieron protestas del 11 de julio de 2021 fueron atizadas por opositores asentados en la Florida, pero muchos de los manifestantes eran personas con ideas de izquierda (aunque no eran la mayoría) y no creo que la mayor parte de los protestantes hayan respondido porque escucharon un llamado de la contrarrevolución exiliada en Miami.

Lo ocurrido el 11 de julio es una demostración de que el modelo soviético aplicado en Cuba no ha conseguido sobreponerse a la penuria y la precarización que sobrevino tras la caída del Bloque del Este. Pero las protestas también alertan que el crecimiento del sector privado, la NEP que desean muchos, tampoco ha repercutido de forma positiva en los grupos poblacionales más desfavorecidos. 

Si las mipymes privadas fuesen la solución para los problemas económicos de la humanidad, entonces ni en Senegal ni en Haití existiría la pobreza. Todos los países capitalistas pobres están repletos de mipymes privadas, precisamente porque lo que promueven los estados capitalistas es la fundación de empresas privadas de todo tipo, ya sean grandes o pequeñas.

Apelando nuevamente a lo que nos revela la estadística económica, sugiero a los lectores que estudien con detenimiento el informe de la Cepal sobre el pobre desempeño de las mipymes latinoamericanas (Dini y Stumpo, 2020). Dicho informe contiene datos anteriores a la pandemia, por lo que no se puede achacar ese pobre desempeño de las mipymes latinoamericanas a la coyuntura sanitaria causada por la COVID-19. A pesar de englobar el 61% del empleo formal, las mipymes latinoamericanas solamente aportan el 25% de la producción. Este reducido aporte a la producción, en comparación con la cantidad de fuerza de trabajo que absorben, determina diferenciales de productividad muy elevados respecto a las grandes empresas.

En América Latina la productividad de las microempresas equivale a apenas el 6% de la de las grandes empresas; en el caso de las pequeñas empresas es un 23% y en el de las medianas un 46%, brechas mucho más altas que las registradas en la Unión Europea, donde la relación entre la productividad alcanza el 42% en el caso de las microempresas, el 58% para las pequeñas y el 76% para las medianas. Las mipymes en Latinoamérica se ven afectadas por la baja calificación del capital humano, la limitada tasa de innovación, la escasa propensión a la colaboración y el limitado nivel de encadenamiento productivo, el escaso nivel de desarrollo alcanzado por el mercado del crédito para empresas de menor tamaño y la lenta incorporación de tecnologías más avanzadas.

Lo que ha determinado el florecimiento industrial en los países capitalistas primermundistas no es la abundancia de empresas privadas, sino la gestión del conocimiento. Cuba (y cualquier otra nación en vías de desarrollo) tiene que focalizar esfuerzos en preparar a la población laboral en las mejores técnicas de producción industrial, porque es ese saber-hacer lo que determina la cantidad y la calidad de los bienes y servicios que se producen. Si la mayor parte de las empresas son privadas, estatales o cooperativas, esa cuestión incidirá luego en la manera que se reparte la riqueza que se produce, pero la producción de riqueza es un proceso muy vinculado al conocimiento científico de avanzada. Por este motivo las cooperativas industriales de Mondragón invierten ingentes recursos en sus centros de investigación y sus universidades.

Yo creo que las izquierdas se desgastan demasiado discutiendo sobre el tipo de empresa que debería erigirse en protagonista de una economía poscapitalista, lo cual contrasta con las certezas de las personas de derecha que apuestan de manera indefectible por la empresa privada en cualquiera de sus manifestaciones. Hasta que no se genere un consenso entre los movimientos de izquierda en torno a este tema, que en mi opinión resulta un asunto medular, seguirán ocurriendo chisporroteos de protesta social débilmente canalizados hacia procesos de reformas que no resistirán los embates del tiempo. Y luego vendrán los retrocesos cuando los votantes, hastiados de un progresismo que no ataca la raíz de la pobreza, inclinen sus simpatías hacia los políticos de derecha como Javier Milei.

El marxismo-leninismo ha provocado un daño terrible. Es necesario insistir una vez más en que esa ideología no fue inventada ni por Marx ni por Lenin, sino por el régimen de Stalin, algo sobre lo cual se han pronunciado académicos cubanos (así como otros del mundo entero) especializados en ese campo de estudio del pensamiento filosófico. Recomiendo leer los artículos publicados por Roberto Regalado Álvarez (2022a; 2022b) en la página web del Instituto de Filosofía de Cuba. Hay que descontaminar a los políticos, a las organizaciones y a los públicos en general de la influencia que ha ejercido ese corpus doctrinal estalinista.

A la nefasta influencia del marxismo-leninismo le debemos el enfoque teleológico de la historia que tanto ha calado en los economistas y que plantea la supuesta necesidad de atravesar por un estadio previo de desarrollo capitalista de las fuerzas productivas para luego transitar hacia una economía socialista. Marx rechazó ese esquema maniqueo de interpretación de la historia en varios documentos. 

En una carta dirigida al director de la revista Otiéchestviennie Zapiski en respuesta a un artículo de Nikolái Mijáilovski, Marx manifiesta las siguientes ideas: 

Se siente obligado [Mijáilovski] a trasformar mi esbozo histórico de la génesis del capitalismo en Occidente europeo en una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino le impone a todo pueblo, cualesquiera sean las circunstancias históricas en que se encuentre, a fin de que pueda llegar finalmente a la forma de economía que le asegure, junto con la mayor expansión de las potencias productivas del trabajo social, el desarrollo más completo del hombre. Pero le pido a mi crítico que me dispense. Me honra y me avergüenza a la vez demasiado. 
[…] sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas formas de evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de este fenómeno, pero nunca se llegará a ello mediante la llave maestra universal de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica. (Marx y Engels, 1973, pp. 289-291)

Marx reiteró estas ideas en una carta no publicada que le escribió a Vera Zasúlich. En la Rusia de finales del siglo XIX existía una forma tradicional de propiedad comunitaria muy extendida entre el campesinado. Los activistas políticos socialistas se habían propuesto derrocar la monarquía zarista a través de una revolución que fomentaría el desarrollo y la extensión de estas comunas. Por este motivo, los revolucionarios rusos se hallaban inmersos en un intenso debate acerca de la necesidad de atravesar o no por una fase de capitalismo que desarrollara las fuerzas productivas antes de alcanzar el socialismo.

Marx declara una vez más en la carta a Zasúlich que el análisis histórico de El capital se limita a la Europa occidental y que no era necesario destruir las formas productivas basadas en la propiedad comunitaria que existían en Rusia para promover la modernización. Marx consideraba que esas formas comunitarias de organización económica en Rusia llegarían a ser claves en la resistencia frente al avance y la extensión mundial del capitalismo voraz y que constituirían la oportunidad para la materialización del comunismo.

También se puede reconocer ese posicionamiento de Marx en el prólogo a la segunda edición de la versión en ruso del Manifiesto del Partido Comunista, que plantea lo siguiente: «Si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se complementen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir como punto de partida para el desarrollo comunista» (Marx y Engels, 1980, tomo I, pp. 50 y 51). Afortunadamente El capital en la era del Antropoceno, obra escrita por el filósofo japonés Kohei Saito (2022), ha contribuido a divulgar este asunto y a refutar el sesgo teleológico del marxismo-leninismo. 

En las ideas iniciales de este artículo expresé que mi interés fundamental no reside en polemizar ni en desatar una agria discusión pública con un economista tan valioso para las izquierdas latinoamericanas como lo es Claudio Katz. Mi objetivo es comunicar ciertos saberes que, acaso por una cuestión de inadecuada promoción y/o educación, aún no gozan de un nivel de socialización entre los públicos.

Como planteara José María Arizmendiarrieta, el trabajador no puede ser emancipado, el trabajador solo puede y debe emanciparse a sí mismo. Pero hay que comunicarles a los oprimidos la existencia de ciertos caminos de esperanza para que aprendan a emanciparse de una forma más expedita. El aprendizaje de estas cuestiones está dejando de ser un asunto circunscrito a lo político, y ha pasado a convertirse en un asunto de supervivencia de las formas de vida que conforman la biosfera actual. El cambio climático ya ha desatado su cuenta regresiva. No tenemos tiempo que perder.

 

Referencias

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