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Representantes de la Asociación de Enfermeros del Estado de Nueva York piden al Congreso que apruebe legislación sobre el clima el 7 de abril de 2021 en Nueva York. (Michael Loccisano / Getty Images para Green New Deal Network

La confluencia de trabajadores y ecologistas es más fácil de decir que de hacer

La idea de que los movimientos laboral y climático deben unirse para lograr un Gren New Deal es más popular que nunca. Para conseguirlo, tenemos que encontrar y desarrollar los puntos en común entre los objetivos climáticos y el interés de los trabajadores.

Pueden pasar muchas cosas en cinco años. En noviembre de 2018, la recién elegida congresista Alexandria Ocasio-Cortez (AOC) se unió a jóvenes activistas del Sunrise Movement en una dramática sentada en la oficina de Nancy Pelosi para pedir una acción ambiciosa sobre el cambio climático. AOC siguió con esto el 7 de febrero de 2019, cuando ella y el representante Ed Markey presentaron legislación para un Green New Deal. El Green New Deal se ha convertido en una característica común de nuestro léxico político, ampliamente adoptado dentro de los círculos de activistas progresistas. Es fácil olvidar que el concepto era totalmente desconocido para la mayoría de la gente hace apenas media década.

Considerado tanto un programa de empleo como un plan climático, el Green New Deal pretende, al menos retóricamente, unir a los movimientos obrero y ecologista, a menudo desafortunadamente enfrentados, demostrando el potencial de creación de buenos empleos en el proceso de transición a las energías limpias.

El aumento de la popularidad del Green New Deal se corresponde con el creciente consenso sobre la necesidad de actuar seriamente contra el cambio climático. Pero cimentar la alianza entre los activistas del cambio climático y los trabajadores de la industria manufacturera y la producción de energía, los más afectados por una transición energética, viene resultando cuando menos complicado. Aunque hay muchos ejemplos a nivel local de sindicatos que abrazan los empleos en energías limpias, muchos trabajadores siguen (con razón) ansiosos y escépticos sobre la posibilidad de llevar a cabo una transición energética de forma que proteja sus medios de vida.

El nuevo libro de Todd E. Vachon, Clean Air and Good Jobs: US Labor and the Struggle for Climate Justice (Aire limpio y buenos empleos: los sindicatos estadounidenses y la lucha por la justicia climática), explora los retos y las dinámicas en juego en la construcción de un movimiento obrero-climático que pueda conseguir con éxito una economía de energía limpia favorable a los trabajadores.

Vachon, presidente fundador del sindicato de graduados UAW Local 6950 de la Universidad de Connecticut, participó de coaliciones laborales y climáticas a escala nacional y estatal. Basándose en entrevistas con activistas, en sus propias observaciones y en el análisis de fuentes, traza un panorama del estado actual del movimiento obrero-climático y de cómo los activistas que lo componen se plantean los innumerables retos que les aguardan.

El libro hace un buen trabajo ofreciendo una visión histórica de los orígenes del movimiento obrero-climático y aclarando los principales factores estructurales que hacen que una transición energética a favor de los trabajadores sea tan desalentadora. Las numerosas entrevistas con activistas de la lucha contra el cambio climático ofrecen a los lectores una visión de cómo los sindicalistas reflexionan sobre estas cuestiones y sobre el proceso de cambio en el movimiento obrero en general.

Sin embargo, con demasiada frecuencia Vachon enmarca la cuestión de formas que no son útiles para construir el tipo de coalición centrada en los trabajadores que él promueve, repitiendo a veces consignas improductivas que se convertieron en dominantes en el movimiento ecologista de izquierdas. Además, aunque Vachon destaca muchos ejemplos positivos e inspiradores de coaliciones entre trabajadores y ecologistas, es necesario un análisis más detallado de cómo se construyeron y mantuvieron estos proyectos de éxito para ayudar a los organizadores que quieran reproducir estos modelos en sus contextos específicos.

Alianzas frágiles

Vachon rastrea las primeras raíces de las alianzas obrero-medioambientales, haciendo hincapié en que existe una base histórica para este trabajo. Destaca que el sindicato United Steelworkers apoyó la primera Ley Federal de Aire Limpio en 1963, mientras que a principios de los setenta el sindicato Oil, Chemical, and Atomic Workers (OCAW), bajo la dirección de su visionario líder Tony Mazzocchi, lanzó una huelga contra Shell Oil con la salud y la seguridad como tema central.

El Departamento de Sindicatos Industriales de la Federación Americana del Trabajo y el Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO) puso en marcha organizaciones como la Red Medioambiental OSHA y los Ecologistas por el Pleno Empleo. En el noroeste del Pacífico, durante la década de 1990, los trabajadores del sector maderero y los ecologistas se unieron en torno a la exigencia de poner fin a la tala excesiva de los bosques. Para los trabajadores, esta práctica provocó despidos y el cierre de aserraderos.

La ola más reciente de actividad laboral y medioambiental se vio impulsada por el huracán Sandy a finales de 2012. Los trabajadores del sector público neoyorquino del transporte y la sanidad se enfrentaron a los efectos más extremos de la tormenta, que despertó una mayor preocupación por la cuestión del cambio climático. Sindicatos como Transit Workers Union Local 100, New York State Nurses Association (NYSNA) y American Federation of State, County and Municipal Employees (AFSCME) del District Council 37 dedicaron cada vez más recursos y atención al movimiento por el clima. Sin embargo, aunque los avances laborales han sido significativos y cuantificables, es innegable que la economía basada en los combustibles fósiles sigue firmemente arraigada.

Vachon identifica cinco grandes pilares entrelazados de apoyo al «régimen de los combustibles fósiles»: la industria de los combustibles fósiles, las industrias usuarias de combustibles fósiles, los consumidores individuales, los políticos y los trabajadores de los combustibles fósiles y sus sindicatos. Observa acertadamente que no puede haber un desafío significativo a la industria de los combustibles fósiles sin «algún tipo de desafío a la ideología subyacente del libre mercado» que sustenta todo nuestro sistema económico. Además, el libro cita factores estructurales para explicar el dilema general de «empleo contra medio ambiente” en el que a menudo se ven atrapados los trabajadores.

Especialmente en Estados Unidos, la falta de una red de seguridad social de calidad exacerba los temores y las consecuencias de la pérdida de empleo. Cuando la asistencia sanitaria está vinculada al empleo y la educación superior es prohibitivamente cara, la amenaza de perder un buen empleo sindical es una amenaza de ruina económica y social. Haciendo referencia al trabajo del académico marxista Erik Olin Wright, Vachon observa astutamente que cuando los capitalistas controlan la inversión que es crucial para la creación de empleo, pueden enmarcar de forma creíble sus intereses como idénticos a los de la sociedad en su conjunto.

Vachon utiliza un «espectro laboral-climático» que sitúa a los sindicatos por industria en función de su tendencia a apoyar un encuadre de «empleo frente a medio ambiente» o un encuadre progresista de «aire limpio y buenos empleos». Para determinar esta posición se utilizan factores como las declaraciones públicas de los líderes sindicales, las resoluciones sindicales y los testimonios ante el Congreso.

No es sorprendente que, dados los factores estructurales citados anteriormente, el autor descubriera que los sindicatos que representan a los trabajadores de los sectores de la extracción, la construcción y la fabricación se situaran mucho más en el espectro de «empleos frente a medio ambiente». Los sindicatos con afiliados en los sectores de la sanidad, el transporte y los servicios adoptaron más a menudo el marco de «aire limpio y buenos empleos».

Clean Air and Good Jobs está salpicado de entrevistas con miembros de sindicatos de todo este espectro para explorar por qué y cómo los distintos sindicatos adoptan las posturas que adoptan. Los problemas comienzan en la forma en que el autor decide enmarcar las causas de estas perspectivas divergentes dentro del movimiento obrero.

Cuestiones de marco

Vachon se basa en gran medida en la dicotomía entre «sindicalismo empresarial» y «sindicalismo social» para explicar las diferentes formas en que los sindicatos abordaron el reto de la transición energética. En su esquema, el sindicalismo empresarial consiste en centrarse exclusivamente en los salarios y las prestaciones, junto con una perspectiva que considera que el interés de la empresa por obtener beneficios está alineado con el objetivo del sindicato. Por otro lado, el sindicalismo social es la práctica de luchar por cuestiones sociales más amplias en la mesa de negociación y en nombre de toda la clase trabajadora.

Estos términos y conceptos pueden ser útiles, al iluminar diferencias reales en la forma en que los sindicatos enfocan la negociación. Pero a menudo en la realidad las líneas son más borrosas, y puede haber una tendencia en la izquierda a exagerar esta distinción. Después de todo, el proyecto de sacar a los trabajadores de la pobreza y proporcionarles seguridad —sí, en forma de «pan y mantequilla», como salarios y prestaciones— ¿no es una cuestión de justicia social?

En el sector público, al que Vachon sitúa en el espectro más progresista de «aire limpio y buenos empleos», suele haber un solapamiento orgánico entre las reivindicaciones «empresariales» y «sociales» que no existe en muchos contextos industriales. Así, aunque los sindicatos de profesores luchan por reducir el tamaño de las clases porque es mejor para el aprendizaje de los alumnos, también lo hacen porque es una cuestión clave para la calidad de vida en el lugar de trabajo de sus afiliados. Los sindicatos municipales quieren que se financien los servicios públicos porque es bueno para el público en general, pero también (y tal vez incluso principalmente) porque es el requisito previo para la estabilidad económica de sus miembros.

Cualquier sindicato sabe que nunca puede perder de vista el cuidado de los intereses económicos básicos de sus afiliados. A veces, en su estridencia contra el sindicalismo empresarial, Vachon parece esperar que los trabajadores de la industria de los combustibles fósiles eludan este principio básico a pesar de demostrar que comprenden los dilemas económicos a los que se enfrentan.

«Los sindicatos más recientes, —escribe Vachon— son más propensos a apoyar las medidas de protección del clima. Es más probable que estos sindicatos muestren las características del sindicalismo del movimiento social, incluida una mayor diversidad, la participación en el trabajo de coalición y una orientación más amplia hacia los objetivos».

Pero cabe preguntarse: ¿Estos sindicatos pueden adoptar estas posturas porque practican el «sindicalismo del movimiento social» o porque sus miembros no se ven directamente afectados? Para utilizar una vez más a los sindicatos de profesores como ejemplo, sería difícil imaginarlos apoyando la expansión de las escuelas concertadas con un plan de estudios progresista si ello implicara la pérdida de puestos de trabajo para sus afiliados. También en este caso, aunque su oposición a la privatización es de hecho una cuestión social más amplia, se deriva principalmente del imperativo de la autodefensa.

Los activistas de los sindicatos manufactureros entrevistados en Clean Air and Good Jobs muestran una comprensión más matizada de esta dinámica. Como observó un participante de una organización nacional de defensa del clima: «O bien tenemos una dirección abrumada por otras cuestiones o bien una dirección que no es del todo consciente de la cuestión del cambio climático y, por supuesto, también tenemos una dirección muy temerosa y preocupada por que sus miembros pierdan el empleo».

El libro también tiende a dar demasiado espacio a una retórica que atrae más a la subcultura activista del movimiento climático que a la mayoría de la clase trabajadora que actualmente no está comprometida con el proyecto. Esta retórica puede ofrecer una imagen confusa y contradictoria de la coalición que hay que construir.

Por ejemplo, Vachon se refiere con frecuencia a las «comunidades de primera línea», a las que define como «arraigadas en comunidades indígenas, afroamericanas, latinas, asiáticas de las islas del Pacífico y blancas pobres en primera línea del movimiento por la justicia climática». Parecería que está describiendo a toda la clase trabajadora multirracial. En lugar de agrupar a todo el mundo en el epígrafe «comunidades en primera línea», sería más útil hablar de la clase trabajadora y luego pensar en comunidades específicas en el contexto de campañas concretas para abordar el cambio climático.

Aunque el libro critica a menudo con habilidad la insensibilidad del movimiento ecologista dominante ante los problemas de los trabajadores, su adopción de un segmento del marco y la retórica ecologistas de la izquierda lleva a Vachon en ocasiones por el mismo camino.

Al hablar de la tarea de unir a los trabajadores industriales sindicados que se enfrentan a la pérdida de empleo con las comunidades más pobres que sufren los efectos del cambio climático, escribe:

Los miembros de la comunidad de justicia medioambiental a menudo recuerdan a los activistas laborales que los trabajadores blancos que se enfrentan al desempleo como resultado de la descarbonización tuvieron al menos la oportunidad de beneficiarse económicamente durante generaciones de los puestos de trabajo de los combustibles fósiles de los que los no blancos fueron sistemáticamente excluidos y desproporcionadamente afectados en forma de consecuencias negativas para la salud como resultado de la contaminación.

El movimiento por el clima debe replantearse seriamente esta perspectiva y hacer un examen de conciencia. Es difícil imaginar hablar con un trabajador del carbón cuyo pueblo ha sido destruido o con un trabajador despedido de una refinería de petróleo obligado a trabajar en Walmart hasta una edad avanzada, recordándoles que deberían estar contentos de que al menos puedan recordar los buenos tiempos pasados y esperar que sigan estando de nuestro lado. Este planteamiento es contrario a una verdadera transición energética limpia impulsada por los trabajadores.

Una transición justa

El tema de la «transición justa» ocupa un lugar destacado en Clean Air and Good Jobs, como debe ser. El término fue popularizado por primera vez por el presidente del OCAW, Mazzocchi, como una forma de describir cómo  podrían recuperarse los trabajadores de las industrias vulnerables a la pérdida de empleo.

Vachon hace un trabajo importante al explicar la historia de los intentos de transiciones justas y por qué los sindicatos son actualmente tan escépticos respecto de esta frase. Los programas de asistencia para el ajuste comercial puestos en marcha por el gobierno federal en las últimas décadas del siglo XX a menudo carecían de fondos suficientes y estaban mal administrados. Aunque la idea general es ciertamente favorable a los trabajadores, es fundamental que los activistas climáticos comprendan hoy cómo cala el término entre muchos de los trabajadores realmente existentes.

Richard Trumka, ex presidente de la AFL-CIO, describió la transición justa como «sólo una invitación a un funeral de lujo». Uno de los entrevistados de un sindicato de transporte de ámbito nacional explicó: «Tiene un significado muy malo para muchos trabajadores, especialmente en EE.UU.».

Vachon establece tres tipos de marcos de transición justa: protector, proactivo y transformador. Pero aquí, de nuevo, el autor cae en la trampa de crear dicotomías artificiales donde no son necesarias ni útiles.

El marco «protector» se centra simplemente en proteger a los trabajadores más vulnerables de forma defensiva; Vachon utiliza como ejemplo el «superfondo» de Mazzocchi para los trabajadores de las industrias extractivas. El marco «proactivo» tiene más visión de futuro y es más ambicioso, con más inversión pública hacia una transición energética y la implicación de los trabajadores. Por último, el modelo «transformador» abarca el cambio sistémico en forma de socialismo democrático o la reorganización total de la economía.

Aunque es útil pensar en varios niveles de transición, es mejor considerar que estos marcos existen en el mismo espectro. Su realización viene determinada por el poder del trabajo en la sociedad y el contexto político más amplio, no por el grado de fuerza de voluntad o las ideas en la cabeza de la gente.

Por ejemplo, el establecimiento de un superfondo «protector» para los trabajadores se basa en la idea de que habrá una transición energética en el futuro. Así que si un sindicato persigue una medida defensiva de este tipo, no debería verse como una representación de su objetivo final, sino más bien como un primer paso necesario hacia una transición energética centrada en los trabajadores.

A menudo, el libro hace referencia a cómo los sindicatos de la industria de los combustibles fósiles utilizan el argumento de la «falta de implicación» o de la «equidad» contra otros sindicatos que reclaman una transición. En esencia, este argumento postula que es más fácil para otros sindicatos reclamar una transición cuando sus miembros no se ven directamente afectados por la pérdida de puestos de trabajo.

Vachon critica este argumento diciendo que «no reconoce que el cambio climático es una amenaza para todos los trabajadores y que debería haber una mayor solidaridad para proteger a todos los trabajadores y a las generaciones futuras de los efectos devastadores de un cambio climático no mitigado».

Aunque esto es cierto en un sentido amplio, tenemos que reconocer el principio básico de que los trabajadores más afectados por la transición necesitan tener la voz principal y ser más consultados. Este sentimiento de «nada sobre nosotros o sin nosotros» siempre goza de legitimidad por parte de los progresistas cuando se trata de otras circunscripciones, y también debería ser así en este caso.

Los lectores de Clean Air and Good Jobs obtendrán información importante sobre los orígenes del término «transición justa» y sobre cómo los sindicalistas están desentrañando sus problemas. Pero, una vez más, el despliegue de dicotomías artificiales entre diferentes tipos de transiciones parece excesivamente académico y poco útil para entender cómo podemos hacer realidad una transición verdaderamente justa.

El camino a seguir

Quizá la parte más importante del libro de Vachon trate de cómo debemos avanzar y de ejemplos de cómo los sindicatos se están asociando con el movimiento climático de forma productiva.

Para los lectores nuevos o poco familiarizados con el movimiento obrero, Vachon ofrece una ventana útil al proceso de adopción de resoluciones dentro de los sindicatos locales y las federaciones sindicales estatales. Este suele ser un paso importante para conseguir apoyo político dentro de los sindicatos, y las entrevistas a los participantes revelan los polémicos debates sobre el clima que pueden llegar a producirse.

Es de esperar que las pequeñas victorias a escala local que se mencionan en el libro generen ideas para que los organizadores las lleven a cabo en sus respectivas áreas. Además de servir de inspiración, estos ejemplos infunden optimismo en el sentido de que es posible que los trabajadores apoyen los empleos limpios, y de hecho es algo que ya está ocurriendo.

Uno de los avances más importantes que explora Vachon es el programa para una transición justa publicado por el United Mine Workers of America (UMWA) en abril de 2021. En «Preserving Coal Country» se detalla un esquema para proporcionar una sólida red de seguridad a los mineros desplazados, que incluye cobertura sanitaria familiar, matrícula para licenciaturas y rehabilitación de infraestructuras específicas en las comunidades de las cuencas mineras.

Además, en mayo de 2021, el UMWA y la Union of Concerned Scientists (Unión de Científicos Preocupados) publicaron una declaración conjunta en la que reconocían la necesidad de actuar seriamente contra el cambio climático y esbozaban formas de cuidar a los trabajadores de los combustibles fósiles en el proceso.

Aunque el libro de Vachon destaca varias buenas campañas e iniciativas, habría sido útil entrar en más detalles sobre cómo se organizaron y mantuvieron estas coaliciones. Por ejemplo, en septiembre de 2021, Illinois aprobó la Ley del Clima y Empleos Equitativos, una ambiciosa victoria climática con el apoyo prácticamente universal de los trabajadores. El libro menciona esta ley, pero una exploración de los mecanismos de esta campaña hubiera sido muy valiosa para los activistas que buscan replicarla en sus áreas.

También se podría haber prestado más atención a la labor del Climate Jobs National Resource Center (Centro Nacional de Recursos para el Empleo Climático), que jugó un papel decisivo en la creación de muchas coaliciones laborales y climáticas de éxito a escala estatal.

En lo que respecta a las soluciones climáticas, Vachon parece rechazar automáticamente ciertas estrategias muy debatidas en el movimiento obrero, como la energía nuclear y la captura y almacenamiento de carbono (CAC). La energía nuclear es un sector fuertemente sindicalizado así como una fuente crítica de energía libre de carbono, y descartarla de plano es peligroso tanto para el clima como para los trabajadores. Y se está desarrollando un debate matizado sobre la posibilidad de un despliegue selectivo de la CAC y los modelos públicos de propiedad.

Hacia el final del libro, Vachon escribe: «Los trabajadores en su conjunto no han sido a menudo amigos del movimiento por la justicia climática (…) lo cual es lamentable porque, a diferencia del movimiento ecologista dominante, el movimiento por la justicia climática adoptó una postura favorable a los trabajadores desde sus inicios». Pero abrazar sentimientos a favor de los trabajadores no es lo mismo que ser capaz de crear una coalición laboral y no alienar a los trabajadores en la práctica.

Los lectores que no estén familiarizados con las cuestiones laborales y climáticas aprenderán mucho de Clean Air and Good Jobs. Sin embargo, muchos de los tópicos comunes que aparecen en el libro necesitan ser reexaminados, ya que corren el riesgo de separar aún más el movimiento climático de una base en el movimiento sindical y hacer imposibles las mismas coaliciones por las que aboga este libro.

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