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El presidente de Argentina, Javier Milei, hace gestos durante su ceremonia de inauguración el 10 de diciembre de 2023 en Buenos Aires, Argentina. (Tomas Cuesta / Getty Images)

El neoliberalismo autoritario de Javier Milei

UNA ENTREVISTA CON

El autoritarismo es consustancial al modelo ultracapitalista que defiende Javier Milei, y por ello es incompatible con cualquier idea de soberanía popular. Se trata de un ataque contra las formas de Estado y las instituciones que condensan compromisos sociales y pactos democráticos conquistados por las luchas populares.

Entrevista por Revista Jacobin

El gobierno de Javier Milei en Argentina es un experimento inédito de la ultraderecha internacional. Si bien existen puntos de contacto con Brasil bajo el gobierno de Bolsonaro, Estados Unidos con Trump, Hungría con Orbán o El Salvador con Bukele, el caso argentino se diferencia de todos los anteriores, entre otras cosas, por su desprecio de cualquier cosa que huela a soberanía nacional. Muy por el contrario, en sus relaciones internacionales el centro absoluto está ubicado en Estados Unidos, y sus relaciones con aquel país parecen estar dictadas por el mandato de ser «más papista que el Papa». En los poco más de dos meses que lleva al frente del gobierno, la inflación no amaina y el poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones retrocedieron a un ritmo récord. Pese a ello, el apoyo a su gestión continúa siendo importante —incluso entre los sectores populares más desfavorecidos— y hasta dónde podrá avanzar hasta toparse con una resistencia más organizada es hoy por hoy una incógnita.

Para comprender un poco mejor el panorama y los posibles escenarios a futuro conversamos con Jorge Orovitz Sanmartino, sociólogo e investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires, en donde también ejerce como docente. Sanmartino es coordinador del grupo de investigación en Ciencia Política «La teoría del Estado después de Poulantzas» y ha escrito y publicado numerosos artículos sobre teoría política y ecología, así como varios textos sobre la realidad argentina y latinoamericana. Desde Revista Jacobin conversamos con él sobre las características del nuevo gobierno argentino, las causas detrás de su triunfo y los puntos que distinguen al caso argentino de otras experiencias similares, intentando esclarecer los rasgos de esta versión tan particular de la ultraderecha global que es Javier Milei.

 

RJ

La primera pregunta que queremos hacerle tiene que ver con cómo definir al gobierno de Javier Milei. Hay todo un debate sobre qué es, cómo se lo puede definir desde las categorías de la Ciencia Política… Nos gustaría saber su opinión, por ejemplo, respecto a la idea de que estamos en presencia de una cuarta ola neoliberal.

JOS

Respecto a la caracterización de Milei, pienso que es importante distinguir gobierno de régimen y de Estado. El gobierno puede ser caracterizado por las medidas que adopta o que intenta tomar, es decir, incluye los propósitos, el horizonte al que quiere llegar. Desde ese punto de vista, creo que estamos en presencia de un gobierno neoliberal autoritario, y creo que deberíamos distinguirlo del encabezado por Mauricio Macri entre 2015 y 2019. Es a la vez continuidad y ruptura.

El gobierno de Macri fue un intento neoliberal «reformista», cuyo objetivo era imponer una agenda de privatizaciones, destruir la protección laboral y desregular la economía. Pero, siguiendo los consejos del Banco Mundial de los años 90, Macri siempre conservó una malla de contención social, negoció programas sociales con los movimientos populares territoriales, negoció con las provincias transferencias más allá de la coparticipación, y te diría que tuvo en lo cultural cierta tolerancia para con las diversidades de genero, el ambientalismo o los derechos humanos. Es verdad que Macri hablaba del «curro» de los derechos humanos, pero también es verdad que no se cerraron espacios ni se empoderó a típicos defensores de la represión.

Lo que estamos viendo hoy con el gobierno de Milei es radicalmente diferente. Pasamos de un neoliberalismo culturalmente tolerante a uno claramente autoritario, que se expresa desde medidas como el protocolo antipiquetes hasta la prohibición del lenguaje inclusivo en la administración pública; desde el decreto 70, modificando o eliminando más de 70 leyes, hasta el cierre del INADI, la cancelación de las becas del CONICET o el cierre del programa de las Madres de Plaza de Mayo en la TV Pública.

Esta distinción, está claro, no es para edulcorar al gobierno de Macri: recordemos el espionaje sistemático, la represión en la marcha contra la reforma previsional o, en el orden económico, el feroz endeudamiento frente las dificultades económicas para estabilizar la moneda. Pero es importante entender las diferencias entre uno y otro. Porque distinguirlos no es un ejercicio puramente intelectual, sino que tiene que ver con caracterizaciones y estrategias políticas adecuadas. El balance que el propio Macri hizo del fracaso de su gobierno es que fue demasiado «reformista», «gradualista».

 

RJ

Entonces usted ve un elemento de ruptura importante con las anteriores experiencias neoliberales de Carlos S. Menem y Mauricio Macri.

JOS

El gobierno Milei viene a superar la experiencia macrista, a radicalizar desde la extrema derecha esas conclusiones y a proponer un modelo de gobierno diferente, sin consensos, sin negociaciones, imprimiendo medidas rupturistas desde su primer día en la Casa Rosada. Es el mismo balance que sacó Mauricio Macri, solo que Milei le ocupó el espacio de la extrema derecha. Milei y sus cuadros se ven así mismos como llamados a hacer una «revolución» en las relaciones sociales, políticas y culturales, que nosotros le llamamos una contrarrevolución. 

Conceptualmente, diría que Milei vino a subvertir el empate hegemónico de clases, si se me permite tomar prestado el concepto desarrollado por Juan Carlos Portantiero. Se trata de una situación en la que dos fuerzas en disputa tienen la suficiente capacidad política para vetar el modelo propuesto por la otra, pero ninguna logra reunir las fuerzas sociales y políticas suficientes para asumir por sí sola el liderazgo hegemónico.

Esa es la situación que quedó con la salida del gobierno de Cristina, que pierde las elecciones pero representa una fuerza y un modelo desarrollista con inclusión social, federalismo, industrialismo, redistribución de ingresos… Tiene fuerza suficiente para vetar e impedir la ofensiva macrista para desmantelar los logros previos, pero no puede recuperar consensos mayoritarios para reeditar un nuevo ciclo desarrollista. Esto lo demostró la campaña electoral de Macri, que prometía no tocar lo que estaba bien y tenía apoyo popular, como la Asignación Universal por Hijo y otros programas sociales o conservar en manos del Estado los fondos previsionales.

En ese bloqueo mutuo se profundizó una crisis económica y social expresada por una inflación persistente y niveles de pobreza crecientes, que se agravó por la situación de pandemia, la guerra en Ucrania y la sequía. El gobierno de Alberto Fernández es síntoma de esa impotencia.

La Libertad Avanza, el reciente partido político fundado por Milei, un outsider de la política, un bocón prepotente, un machista, un misógino, una persona con inclinaciones esotéricas que reunió en su entorno a cosplayers, twitteros, trolls, odiadores y resentidos de todas las latitudes y geografías, culpó al macrismo de debilidad y de claudicación y llamó a emprender una cruzada contra el entero sistema político bajo las banderas de la guerra contra el Estado, los sindicatos y la justicia social, a la que considera un privilegio a costa de los «buenos capitalistas» que producen riquezas. Bajo la consigna de derrotar a la casta logró el 30% de los votos, y con el apoyo del macrismo se alzó con el 56% en el balotaje.

Así que en solo 60 días de gobierno impulsó el decreto 70 y la ley ómnibus que destruyen el ordenamiento legal que protegía las relaciones laborales, ambientales, sociales y el salario mínimo. Desmanteló el sistema de ciencia y técnica, mandó a privatizar más de 50 empresas públicas, liberó los precios y cerró el programa de precios justos y cualquier control de precios; en los hechos, los prohibió por ley. Entre tantas otras medidas antipopulares aumentó más de 150% el combustible y el transporte, cerró el Ministerio de mujeres y diversidades, el de ciencia, de salud, de obra pública, de desarrollo social, y los rebajó a categoría de secretarías o subsecretarías. Devaluó el peso más del 120%, generando una transferencia de riqueza desde los asalariados hacia los sectores exportadores y dolarizados más concentrados de la economía y, en su último capítulo, cortó el financiamiento nacional a las provincias, rompiendo con la tradición de renegociar las deudas provinciales o, directamente, cortando las transferencias estipuladas por ley.

 

RJ

¿Cómo definiría entonces el modelo de Milei? ¿Es neoliberalismo, es algo distinto? ¿Cuáles son sus rasgos principales?

JOS

La esencia del gobierno de Milei es no dar concesiones; no ser parte del «circo», de la «casta». No negociar, no aceptar la red social de contención, en definitiva, no permitir que se licúe su poder, su modelo, su norte estratégico. Incluso el llamado al «Pacto de Mayo» que lanzó durante su discurso en la apertura de sesiones el pasado 1 de marzo parece más un chantaje a los gobernadores para que le voten la ley ómnibus que un verdadero pacto político.

Milei representa, entonces, esa clase dominante impaciente por barrer con todas aquellas conquistas. El decreto y la ley ómnibus, redactadas en los bufetes de abogados de las grandes empresas, son la expresión máxima de este proceso, cuyo objetivo es la captura del Estado por los grandes grupos concentrados, la destrucción de las instituciones de compromiso, la expulsión de las clases subalternas de cualquier rincón que aún les quede en el aparato del Estado, la destrucción de instituciones de protección.

Por su grado de radicalidad, es un experimento inédito. Si tenemos que sintetizar su modelo, el diseño de país en el que está pensando, podríamos decir que implica: transferencia del poder de las instituciones reguladoras al mercado; eliminación de la regulación monetaria, pérdida de soberanía monetaria y financiera; dolarización; desaparición de las instituciones de regulación y control; concentración del poder en el Poder Ejecutivo y debilitamiento estructural del parlamento; exacerbación del centralismo en detrimento del federalismo; pérdida del control de consumidores y ciudadanos; libre mercado de tierras; extinción de los derechos personales en favor de los derechos de propiedad; fuerte debilitamiento de los derechos sociales, laborales y ambientales; reforzamiento del aparato represivo y carcelario; control exacerbado de las personas, inmigrantes, minorías; reforma educativa y cultural privatizadora y conservadoras.

Estas son algunas de las características centrales de su proyecto. No se corresponden con un gobierno neoliberal más. A falta de un nombre mejor, yo lo denomino «neoliberalismo autoritario».

 

RJ

¿Piensa que el autoritarismo es consustancial a este modelo? ¿Se trataría entonces de un régimen no democrático?

JOS

Absolutamente. No hablamos de una dictadura que suprime las instituciones electorales, el parlamento y la justicia. Las formas siguen siendo democráticas, pero solo en ese sentido institucional. Más que de «democracia», quizás convenga hablar de «régimen electoral». Se trata de una democracia formal que se pretende que avance hacia una reforma electoral restrictiva de las minorías y basada en la financiación de las políticas por parte de las empresas, al estilo norteamericano. El turbocapitalismo de este gobierno es incompatible con la idea amplia de la democracia como soberanía popular, como arena de intervención ciudadana.

El protocolo antipiquetes, por ejemplo, no tiene como función el «ordenamiento» del espacio público: es la confirmación de que en la visión de la extrema derecha, la huelga, los reclamos, las marchas deben ser ilegales, deben ser reprimidas como condición sine qua non para asegurar la libre disposición de la propiedad privada y el capital sin restricciones. El protocolo antipiquetes —cuestionado no solo por las fuerzas democráticas interiores sino también por organismos internacionales, como la ONU— constituye una forma de destruir la democracia, de reducirla a un evento electoral, porque la expresión popular en el espacio público es constitutiva de las mejores tradiciones democráticas, representa una sociedad civil robusta, activa, participativa.

Recordemos lo que decía Hanna Arendt respecto a la vida activa: una de las tres condiciones de la vida activa era la acción; los individuos se constituyen en lo que son, se individualizan en tanto forman parte de una vida activa, que siempre es colectiva. El espacio público es fundamental porque es el espacio de la acción y del discurso, mediante los cuales nos mostramos ante los demás y eso nos hace libres.

Entonces, paradójicamente, los libertarios, al destruir el espacio público, destruyen la libertad de las personas y la democracia como movimiento activo de los ciudadanos, y lo que perdura, lo único que queda, es la libertad de mercado, la propiedad privada. La propiedad privada que enfrenta y destruye libertad de las personas, que se basa en la libertad que se da una comunidad. Incluso en las teorías contractualistas que fundan el pacto político en un contrato ideal individual, ese contrato deviene una comunidad; como lo expresa Rousseau, se pierde la libertad natural para fundar una libertad civil basada en una comunidad, en obligaciones y responsabilidades.

Pero aquí ese pacto se destruye. Porque ese pacto se funda en leyes que la ley ómnibus y el decreto quieren eliminar, como el pacto ambiental, que nos permite conservar los glaciares, el agua y los bosques nativos —base de la vida—, o el pacto constitucional de integración social, por el que la Constitución reclama vivienda, salud y educación para todos, trabajo y protección laboral, descanso y vacaciones. Pero si todo esto es destruido volvemos al siglo XIX, al trabajo esclavo.

Todo eso es la democracia. Y ahora pretenden vaciarla totalmente, dejarla sin proteínas, sin vitaminas, sobreviviendo formalmente conectada al respirador artificial de elecciones cada dos años. Y al quebrarse el fundamento de la democracia se quiebran también los compromisos y pactos sobre los que se fundó desde el retorno a la democracia en 1983. Ese compromiso con las conquistas populares, que el peronismo sintetizo con la frase «un modelo de desarrollo con inclusión» es el corazón del consenso democrático.

Se viene a romper también con un pacto político expresado en la Constitución de los 90, que incorpora instituciones de justicia social a su interior, un pacto laboral y de inclusión establecido tanto en las leyes históricas como en las conquistas obtenidas durante los años 2000, y un pacto democrático en torno a los derechos humanos y las minorías y diversidades que también tuvo sus logros más significativos durante los tres gobiernos kirchneristas.

Se trata del intento de romper con instituciones de compromiso que provienen del ordenamiento político establecido desde el peronismo en su primera presidencia hasta el golpe de 1976, de los acuerdos democráticos básicos conformados por la democracia reconquistada de 1983 y, como dijimos, de los logros sociales de los gobiernos kirchneristas. Este intento ya se está plasmando, en primer lugar, en la política represiva y el discurso que lo legitima, basado en el orden y la seguridad, un discurso securitario que incluye la persecución, la represión, el control y la vigilancia digitales, y la cancelación material y narrativa de los espacios de defensa de las minorías, diversidades y los derechos humanos.

 

RJ

Lo que describe parece ser un proceso que no es exclusivo de Argentina. Sin ir más lejos, muchas de estas cuestiones estuvieron presentes también en el Brasil de Bolsonaro.

JOS

Así es, el Brasil de Bolsonaro puede ser un ejemplo, aunque aquí la debilidad es que no existe una institución con fuerza como las Fuerzas Armadas, que fue un pilar del apoyo de Bolsonaro. También creo que —con todas las diferencias del caso— se pueden establecer similitudes con regímenes de control muy parecidos a los de Rusia, Turquía, China o la India de Modi.

Se trata de tendencias autoritarias que van creciendo en muchos países, incluso en Europa. Me parece que el caso de la Inglaterra de Sunak es paradigmático. Se trata de tendencias que en cada país se manifiestan de forma distinta, obviamente. Allí se utiliza el fantasma de la inmigración descontrolada para producir un discurso abiertamente islamofóbico muy próximo al discurso neofascista. En la era de la revolución digital, se usan los medios más avanzados para el control de las poblaciones, para vigilar, para perseguir, castigar, limitar los derechos y los movimientos de las personas, y esto está relacionado con un liberalismo desatado, furioso, al servicio de más libertad para el capital y en función de mayores niveles de desigualdad.

Vuelvo sobre el tema de las paradojas porque resaltan, llaman la atención: representa el avance del hipercapitalismo individualista, la disolución de toda idea de comunidad y del Estado como resultado de la crisis que este mismo sistema capitalista ha impuesto sobre el cuerpo de las personas, de las clases subalternas, que han votado masivamente a Milei. 

 

RJ

Un giro hacia el individualismo y el conservadurismo, en definitiva. Mientras que durante la pandemia hubo quienes creyeron, al contrario, que a «la salida» de la crisis sanitaria se revitalizarían el compromiso colectivo, el cuidado común, la salud pública…

JOS

Hubo dos tendencias contradictorias durante la pandemia. Por un lado estas que mencionan, de revalorización de lo público, del cuidado común… Pero, por otro lado, el encierro, la falta de perspectivas, el aislamiento, el pánico y la inseguridad sobre el futuro crearon el caldo de cultivo para el surgimiento de los antivacuna, para los discursos conspiranoicos que agitaron las banderas de la libertad contra el encierro, y esto fue fortaleciendo los discursos de la extrema derecha, atacando y culpabilizando a los sectores más vulnerables, denunciando los programas sociales como un gasto que pagaba con sus impuestos el kiosquero o el chofer de Uber. Ese discurso hizo pie en amplias franjas de la población golpeadas durante más de ocho años por una persistente inflación, que no solo ha desquiciado la vida cotidiana de las personas, sino también las percepciones políticas e ideológicas de sectores golpeados por esa inestabilidad permanente que la han llevado a ser permeables a este tipo de salidas. Como lo ha mencionado Alvaro García Liberal en un artículo reciente, la inflación desestabiliza gobiernos, castiga a candidatos y altera la estructura cognitiva de las personas, que buscan desesperadamente nuevos referentes discursivos que le ayuden a recuperar la certidumbre del mundo.

Pero ese giro a la derecha no cayó del cielo: fue un discurso que se fue haciendo cada vez más fuerte como reacción a los programas de inclusión del gobierno de Cristina Kirchner. Recordemos por ejemplo a los radicales [de la Unión Cívica Radical], cuando hablaban de que el ingreso por la asignación universal se iba por la canaleta del juego y de la droga. Y el gobierno de Alberto Fernández no logró revertir una situación de deterioro: gesticuló con la inclusión y el Estado presente, pero el deterioro fue palpable, medible y fuertemente vivenciado por millones. Así, las instituciones que expresaban ese compromiso institucional se debilitaron.

La oposición se radicalizó, pero el sector antiperonista que quería reformas —como los radicales de centro o el PRO de Larreta— quería el «consenso», no romper con todo el modelo. Entonces tenemos que hablar de un giro a la derecha de la sociedad. No hay ingenuidad, no es solo un «engaño» de Milei a sus votantes… no comparto esas lecturas tan comunes, que me parecen un poco naif.

Por ejemplo, hay sondeo, realizado entre julio y agosto de 2023 por un grupo de investigadores de distintas universidades, que indaga sobre las percepciones y actitudes de la ciudadanía argentina acerca de la vida política en general, haciendo foco en aspectos como el nivel de intolerancia o bronca hacia la política, cuán útil es para la sociedad o el grado de adhesión a la democracia. Es bastante representativo, son dos encuestas nacionales que fueron respondidas por unas diez mil personas en siete regiones del país. Los investigadores concluyeron que el votante de Milei tenía antes de la elección percepciones autoritarias, intolerantes y antidemocráticas sobre distintos aspectos de la realidad. Es decir, la mayoría de sus votantes (tanto los originales de Milei como los que le aportaron Patricia Bullrich y Mauricio Macri) comparte sus propuestas neoliberales y autoritarias en una serie de cuestiones.

El estudio mostró un vaciamiento del cuadrante pluralismo-liberalismo, y se tendía a concentrar en el cuadrante liberalismo-autoritarismo, mientras que en la oposición se fortalecía el cuadrante nacional popular-pluralismo. Y esto mostraba la crisis del espacio radical o de Rodríguez Larreta y cómo se fueron deslizando hacia el discurso de mano dura o de criminalización de la protesta social, aunque hay que reconocer que en temas como el laboral o ambiental las opiniones mayoritarias seguían siendo antiliberales. No es casualidad el voto de los varones jóvenes, que se inclinaron hacia la extrema derecha porque se sienten amenazados por la ampliación de los derechos de las mujeres y diversidades.

Se operó un corrimiento a la derecha donde un partido de extrema derecha por fuera del sistema político, recogiendo broncas, desencantos, resentimientos, articulando una narrativa de la épica anarcocapitalista, tomando al Estado y a la «casta» como sus enemigos, logró capitalizar el descontento y desplazar a la formación de la derecha tradicional, el PRO, que también sufrió, como consecuencia, un fuerte giro a la derecha, debatiéndose entre el apoyo incondicional al gobierno o una alianza estratégica. Aquí, la derecha convencional, lejos de constituir un cordón sanitario para aislar a la extrema derecha, ha claudicado a sus cantos de sirena. 

 

RJ

Habla del gobierno, de sus propósitos políticos y del régimen autoritario que pretende imponer. Pero, ¿qué pasa con el Estado? ¿Qué mutaciones está sufriendo?

JOS

El Estado es la expresión institucional superior de las relaciones sociales. Es un conjunto articulado de instituciones que condensan el poder y los recursos y capacidades de la dominación política. En tanto aparato institucional, reúne y consolida ciertas relaciones de fuerza, pero también actúa sobre ellas y las modifica. ¿Qué significa que las luchas populares viven en el Estado? Retomemos el concepto del «Estado relacional» del griego Nicos Poulantzas, un Estado atravesado de par en par por luchas y tensiones, un campo estratégico de luchas, donde cristalizan relaciones de fuerza.

Y ahí tenemos las leyes laborales, las indemnizaciones, el aguinaldo, las vacaciones, ahí tenemos las leyes ambientales, el incentivo docente, el subsidio al transporte, el desacople de los valores de los bienes y los salarios del precio internacional. Para que un paquete de fideos, un kilo de carne o un litro de nafta los argentinos no lo tengan que pagar en dólares y se redistribuya la renta de manera de alcanzar un compromiso de clase entre las diversas fracciones de la clase capitalista y los trabajadores.

La ley de alquileres, la actualización jubilatoria, el fondo de garantías, la ley de góndolas, la regulación de los precios y la secretaría de comercio interior, los laboratorios nacionales y a regulación de los medicamentos, los programas sociales, el Ministerio de las mujeres y todos sus programas… Estas instituciones regulatorias creaban un compromiso de clases que se basaba en ingresos mínimos que, desde la época de Cristina, que fue su máxima expresión, viene muy golpeado, debilitado y en crisis. Pero su sola existencia fue siempre una amenaza, un impedimento, una piedra en el zapato de la clase dominante. Por eso ahora, desde la Unión Industrial Argentina hasta la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina, todos aplauden la eliminación de leyes laborales y regulaciones comerciales y ambientales.

Entonces el objetivo es la reconfiguración institucional de esa relación de fuerzas cristalizada. Si Milei lo logra, transitaremos hacia una nueva forma de Estado que, denlo por seguro, se parecerá mucho al gobierno: un Estado neoliberal autoritario, con un cambio de régimen político hacia una democracia con suerte schumpeteriana, reducida a un método de competencia electoral para aceptar o rechazar al elenco gobernante.

Esto implicaría toda una nueva etapa de la historia nacional, con modificaciones importantes en lo que hace a las relaciones internacionales. Por ejemplo, la dolarización implicaría la eliminación del Banco Central y del control monetario y financiero del país, así como la eliminación de los organismos de regulación implicaría una toma del poder por el mercado, de los grandes capitales contra los consumidores y los ciudadanos. El desplazamiento de la gestión del conflicto desde el Ministerio de trabajo y de desarrollo social al de seguridad revela esta tendencia hacia la securitización de la sociedad, el auge del control sobre los cuerpos, por ejemplo, si en un futuro se derogara la ley del aborto.

Las desigualdades y la falta de perspectivas generarían problemas de seguridad que serían resueltos mediante la «bukelización» de la respuesta penal frente al drama social y el crecimiento de la delincuencia. Ya estamos en presencia de la bukelización latinoamericana frente al debilitamiento del Estado, como se está viendo en Ecuador. Sería un cambio radical no visto hasta entonces. El macrismo del 2015-2019 sería un pálido reflejo. Claro que, para eso, todavía tiene que correr mucha agua bajo el puente.

Por eso insisto en que no sería simplemente una «cuarta ola neoliberal». No digo que no lo sea, pero no sería solo eso: sería mucho más y constituiría una ruptura en las formas de régimen y Estado. Si recordamos lo que mencionaba Nicos Poulantzas y otros autores sobre las tendencias al Estatismo autoritario en los años 70, describen muchas de las características al centralismo y la concentración de poder en el ejecutivo que mencionaba antes, pero imaginaba un Estado todopoderoso en el centro del proceso de reproducción capitalista y control social.

Lo que estamos observando hoy como tendencia global, y aquí en particular de manera más extrema, es algo muy diferente, con las grandes empresas en el centro del dispositivo del poder y el empoderamiento de un mercado controlado por un puñado de grupos empresarios. Estaríamos en presencia de un Estado y una democracia capturados, basados en una arquitectura institucional estructurada para sostener un orden social austero basado en un modelo de primarización exportadora ligada al dólar. Ahora, cuando el «General Ancap» retuitea tuits de trolls aplaudiendo la desaparición de organismos del Estado o cuando lo alientan a eliminar el CONICET y otros organismos, cuando, en general, divaga sobre la destrucción del Estado o su reducción a la mínima expresión, basado en la idea de que el peor enemigo es el Estado, lo que está diciendo —sin saberlo— es que pretende eliminar o reducir a su mínima expresión las capacidades infraestructurales del mismo, no su poder despótico.

Recordemos la distinción fundamental que hacía Michael Mann entre dos tipos de poder estatal diferenciados: el poder despótico y el poder infraestructural. El poder estatal no surge «para robar», no es un artefacto que algún genio maligno haya creado, sino porque cumple una función social. La forma estatal moderna expresa la capacidad del Estado de proporcionar una forma de organización territorialmente centralizada. Su autonomía deviene de su morfología. El poder despótico hace mención al la capacidad de la elite gobernante de imponer sus deseos sin negociación alguna —y la violencia física es una de sus características primarias—, la voluntad propia frente a la sociedad civil. En palabras de Mann, la capacidad de la Reinas de Corazones de gritar «que le corten la cabeza». La capacidad infraestructural está relacionada, por el contrario, con la capacidad del Estado para penetrar realmente la sociedad civil, de gobernar estableciendo una relación más cercana, y por lo tanto de cobrar impuestos como de devolverlos en programas y políticas públicas. 

En conclusión, Milei pretende no un Estado mínimo o débil, sino un Estado infraestructuralmente débil, para impedir el control ciudadano y su capacidad de presión e incidencia en la política pública, pero a su vez, un Estado despóticamente fuerte, centrado en la imposición autoritaria de un orden cuyo eje es el mercado y donde no se sometan a discusión política aspectos decisivos de la vida colectiva. 

 

RJ

¿Cómo entender el ascenso de Milei en el marco del auge de la extrema derecha a nivel mundial? ¿Se está consolidando una nueva hegemonía internacional de derechas?

JOS

El giro hacia la extrema derecha es un hecho a nivel mundial, por lo menos en Europa, Estados Unidos y en parte en América Latina, aunque es muy desigual. La extrema derecha a nivel mundial tiene muchas cosas en común. Incluso ha llegado a reunirse un par de veces, conformando algo así como una «Internacional de la extrema derecha». Pero los procesos son muy diferentes. La emergencia de la extrema derecha en Europa y en Estados Unidos tiene que ver con el fracaso del neoliberalismo, mientras que en América latina cobra fuerza el ultraliberalismo más extremo como respuesta al impasse de los gobiernos progresistas y a una reacción conservadora frente a la ampliación de derechos.

En Europa tenemos el auge de movimientos antinmigración y crece la islamofobia, que es el antisemitismo oficial de nuestros días. Y se alimenta de la desconfianza y el descrédito de la Unión Europea, de la globalización como promesa de bienestar, de la crisis de ingresos, del deterioro de las ciudades que en el pasado vivieron un ciclo industrial exitoso y de la precarización, capitalizando el resentimiento frente a «los de arriba» que «solo persiguen sus intereses». Entonces una de las características de esa extrema derecha, como en el caso de Hungría, de Polonia, pero también de Inglaterra con Nigel Farage, o de España con Vox, para dar solo algunos ejemplos, o de Donald Trump en Estados Unidos, es su retórica nacionalista y proteccionista.

A la vez que se centran en la reducción de impuestos y en el nacionalismo chovinista contra la asistencia social a los inmigrantes o el «trabajo nativo», acusan a la Unión Europea y la globalización de los males que aquejan a sus países, reclamando un retorno a los «valores nacionales». Capitalizan también las reacciones antieuropeístas por temor a la pérdida de soberanía como sucedió con el Brexit en Inglaterra, aunque mucho de esta denuncia es pura demagogia discursiva (aunque muy efectiva a la hora de denunciar la entrega de los partidos europeísta dominantes, que han sido los principales organizadores del campo político). En Estados Unidos, Donald Trump se rodeó de la extrema derecha racista y él mismo expresó un giro radical del clásico Partido Republicano hacia posiciones de extrema derecha pero también de retórica nacionalista en la guerra comercial contra China y el pedido para que las empresas norteamericanas retornen a tierra de origen.

Aquí, en cambio, en América Latina, prima el ultraliberalismo, la idea de que hay que destruir al Estado, privatizar, desregular, es decir, adoptar las medidas que los neoliberales en Europa han adoptado y con las cuales han fracasado. Si vemos el discurso en Ecuador, en Chile, el mismo Bolsonaro, son programas neoliberales clásicos. El caso de Milei es más radical todavía, proponiendo la destrucción de la moneda, del Banco Central, la eliminación de cualquier tipo de regulación económica… pero lo paradójico es que su turboneoliberalismo va a contramano de las tendencias proteccionistas que están imponiéndose a nivel mundial con la crisis desatada por la guerra en Ucrania y por la guerra comercial de Estados Unidos con China. Además, Milei carece de cualquier atisbo de patriotismo o alguna vaga idea  de nación. Esto es evidente con solo ver su actitud respecto a Malvinas. 

La filosofía del nuevo presidente argentino es radicalmente individualista, algo que lo distingue de las lógicas de la extrema derecha europea. Tomando prestada esta idea de un libro de Pierre Rosanvallon, El capitalismo utópico, se podría decir que Milei cree en una sociedad liberal transparente y autorregulada que puede extender a todos los órdenes la confianza en la capacidad espontánea de los individuos para ordenarse. Esto implica, a su vez, una despolitización de la arena pública, alejando a las masas de la toma de decisiones y borrando del debate aspectos centrales referidos al ordenamiento económico, que da por hecho pertenecen al mercado.

Una vez más, si lo comparamos con Europa, tenemos una diferencia importante. Porque en Hungría, en Italia, en España o en Alemania la extrema derecha apela a una idea de nación, a un sujeto colectivo, y en eso sigue la tradición del fascismo de los años de entreguerras, que apelaba a la grandeza nacional, a la regeneración de la comunidad, del pueblo, a la superioridad como nación, a la política totalitaria de masas reflejada en un líder, y por eso mismo era militarista. El posfascismo europeo, con todas las diferencias que pueda tener con el viejo fascismo, tiene ese elemento de continuidad en cuya narrativa vemos siempre el llamado a un pueblo, a una comunidad, que revela una reminiscencia de las tradiciones románticas europeas del viejo conservadurismo, el mito del Estado todopoderoso, una idea imperialista basada en la raza y la comunidad étnicamente homogénea. La extrema derecha hereda parte de esa perspectiva, aunque el fenómeno dista mucho de repetir el fascismo clásico. Entonces el enemigo pasa a ser el inmigrante, las minorías, el islam, y la Unión Europea.

El liberalismo suelto de cuerpo de Milei, por el contrario, y como ya dije, aborrece de cualquier apelación a un sujeto colectivo preexistente y solo ve individuos racionales que maximizan sus beneficios, átomos despolitizados sin tradiciones colectivas, una figura idealista que ha sido central para las doctrinas liberales en general. 

 

RJ

Pero los libertarianos argentinos también han adoptado como bandera la lucha contra «el marxismo cultural», que paree ser común a la extrema derecha en todo el mundo.

JOS

Exactamente. Ese liberalismo naif, que no por serlo es menos peligroso y destructivo, se combina con una agenda tomada de los recursos ideológicos de Steve Bannon y sus think tanks, que agitan los «pánicos morales» contra la igualdad de los derechos de las mujeres y diversidades, contra el derecho al aborto y en general contra el hecho de que la mujer decida sobre su propio cuerpo y que se han lanzado a una cruzada contra el ambientalismo, al que consideran una nueva forma de discurso comunista. Se trata de una verdadera reacción cultural contra los avances de las últimas décadas, contra la toma de conciencia sobre los efectos perniciosos del calentamiento global.

Entonces en el caso de Milei tenemos esa combinación entre liberalismo desenfrenado, que es lo que verdaderamente le importa, y los aportes reaccionarios que le acercan sus amigos de afuera y de adentro para completar una agenda ideológica reaccionaria. En ese sentido, si se quiere hacer una comparación, podría decir que se parece más al conservadurismo de Margaret Thatcher, que combinaba una agenda conservadora de retorno a los valores tradicionales de la familia, al pueblo sencillo de la ciudad y del campo, con una agenda liberal donde la «casta» de los mineros, los sindicatos, los trabajadores y los derechos universales asegurados por el Estado de bienestar eran considerados privilegios. Entones allí teníamos lo que Stuart Hall llamaba «populismo autoritario», que no era contradictorio con el neoliberalismo sino, al revés, una forma de gestionar su implementación.  

 

RJ

Este liberalismo a ultranza parece tener consecuencias también en política exterior…

JOS

En política exterior, lejos de una postura independiente como tienen algunas corrientes de la extrema derecha de los países centrales, el gobierno «libertario» anunció un alineamiento incondicional con Estados Unidos hasta tal punto que adoptó su estética para convertir a la Casa Rosada en un símil de la Casa Blanca. Milei no solo habla pestes del peso argentino, sino que considera a la Thatcher como su gran luminaria, y la única tradición nacional que puede invocar es la de Roca y la generación del 80, cuando la oligarquía gobernaba, parafraseando a Sarmiento, «con olor a bosta».

A Milei cualquier idea de soberanía nacional le debe parecer una ficción más divertida que los animales fantásticos de Borges. Ha llevado las relaciones carnales de Menem a un nivel superior. Habla de los «valores de Occidente» en una caricatura graciosa de la Guerra Fría y rompe con los BRICS en un delirio económico que cortocircuita con los propios intereses de lo empresarios locales. ¿Dónde están los mercados argentinos? ¿De verdad cree que con China se trata solo de relaciones comerciales entre privados? Lo de Israel es la máxima expresión de esa ideología, proponiendo el traslado de la embajada argentina a Jerusalén, que la ONU y todos los países —salvo un puñadito insignificante y Estados Unidos desde Trump— no la reconocen como la capital de Israel sino de Palestina.

No nos olvidemos que Israel hoy está acusado de genocidio por la masacre que está llevando a cabo en Gaza, es un ejército de ocupación que dividió a Cisjordania en bantustanes segregacionistas, igual que el apartheid sudafricano. Es tan evidente, es tan descarada la ocupación, el genocidio, el proyecto de limpieza étnica llevada a cabo no solo en Gaza sino en Cisjordania, que el mismo Estados Unidos —su fiel aliado— le ha llamado la atención e impuso sanciones para los colonos que agredan a los palestinos (al mismo tiempo que sigue vendiéndole armas, claro).

A ese nivel hemos llegado y, más allá de las consideraciones de esta guerra, Milei demuestra más un alineamiento ideológico que una realpolitik de las relaciones internacionales, y de paso rompe con la tradición nacional en lo que hace a una política exterior pragmática basada en intereses regionales asociada a los países latinoamericanos y del Cono Sur. ¿Cómo juega al interior del espacio nacional? Bloquea cualquier posibilidad de equilibrio geoestratégico y de utilizar la fuerza de otras potencias para obtener mejores resultados en las negociaciones internacionales.

 

RJ

¿Qué espacio existe hoy para las resistencias populares y para la conformación de un bloque popular y democrático?

JOS

Eso es algo que todos nos preguntamos… no lo sabemos con certeza. La propia esencia de la política, en definitiva, es que se trata de una apuesta. Lo que sí sabemos es la enorme capacidad política de los movimientos sociales, los sindicatos, las organizaciones de derechos humanos. Las capacidades políticas, organizativas, el repertorio de acciones colectivas a disposición nos aseguran que habrá lucha y habrá resistencias. Los sindicatos tendrán una centralidad indudable por los objetivos antiobreros de Milei, aunque también los colectivos de mujeres, de derechos humanos, de periodistas y el movimiento estudiantil está llamado a cumplir un papel relevante. Son luchas que deben darse en todos los terrenos, en la calle, en el parlamento, en la justicia, en las universidades y colegios, en los medios y las redes sociales. En ese terreno, el frente único de las distintas corrientes será clave para potenciar la resistencia.

Pero también es importante que haya opciones políticas, alternativas capaces de aprender de los errores del pasado y conectar con las energías y las nuevas sensibilidades que emergen de la sociedad, en particular de la juventud, que es un campo de disputa fundamental. En ese sentido, la resistencia y la construcción de alternativas son tareas que no pueden divorciarse. También será importante lo que suceda a nivel internacional, lo que acontezca en los países vecinos, en Brasil, en Chile, en Uruguay. También a nivel continental tenemos un empate de fuerzas, una dinámica no resuelta aun, un péndulo inestable que nos marca un tiempo de disputas. En este sentido, la perspectiva latinoamericana es fundamental para construir alternativas políticas viables que estén a la altura del desafío que nos están presentando las fuerzas más oscuras y retrogradas de la derecha.

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