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El presidente de EE. UU., Donald Trump, habla en el Salón Roosevelt de la Casa Blanca en Washington, D. C., el 3 de marzo de 2025. (Roberto Schmidt/AFP a través de Getty Images)

Evitar el «despilfarro» es una vieja excusa para la austeridad

Donald Trump está utilizando la idea de detener el «despilfarro, el fraude y el abuso» como excusa para una austeridad drástica. La estrategia retórica tiene una larga historia en Estados Unidos, que se remonta al impulso de las élites sureñas para deslegitimar la Reconstrucción como una apropiación de dinero.

A medida que la administración Tump avance con los recortes en distintas dependencias administrativas del Estado, vamos a escuchar cada vez con mayor frecuencia la frase «despilfarro, fraude y abuso». En vista de ello, debemos tener claro lo que el presidente y sus aliados quieren decir realmente cuando usan esas palabras. Todos sabemos que hay formas en las que el gobierno podría volverse más eficiente o eficaz. Pero este proyecto no se trata realmente de recortar lo innecesario, sino de dejarte a la deriva.

La austeridad fue durante mucho tiempo un objetivo de los líderes de derecha que quieren que el gobierno gaste menos y grave menos. Su objetivo final es anular lo que consideran una apropiación de riqueza por parte de quienes se benefician de los programas financiados con fondos públicos. Pero ese es un mensaje perdedor en una democracia, especialmente en una donde la inseguridad económica es alta. Basta con ver la popularidad de la Seguridad Social, un programa que los conservadores intentaron eliminar desde su creación pero que cerca del 90 % de los estadounidenses —sin importar su orientación política— sigue apoyando.

En lugar de hostilidad externa hacia los desposeídos, la retórica de la derecha durante la mayor parte de las últimas generaciones fue sobre la independencia y la autoayuda. Milton Friedman, al defender la candidatura presidencial de Barry Goldwater en 1964, argumentó que, aunque puede ser tentador utilizar el gobierno «para hacer directamente por el pueblo lo que el pueblo parece en este momento no poder o no querer hacer por sí mismo», tales esfuerzos solo debilitarían «la capacidad del hombre común para satisfacer sus propias necesidades». El acólito de Friedman, Ronald Reagan, un maestro de la retórica, esgrimió un argumento similar dos décadas después: «El gobierno no es la solución a nuestro problema», le dijo Reagan al pueblo estadounidense en su discurso inaugural de 1981, «el gobierno es el problema». Dos años más tarde, enmarcó el movimiento hacia la austeridad como una aceptación de la «responsabilidad personal», que identificó como un valor nacional «fundamental» junto con la fe en Dios.

Desde que la mayoría de nosotros tenemos memoria, esta ha sido es la marca del Partido Republicano. El estado paternalista estaba socavando nuestra libertad, y todos teníamos que empezar a hacernos responsables. De vez en cuando, alguien se equivocaba y decía en voz alta lo que pensaba para sus adentros. Mitt Romney, por ejemplo, afirmó durante una recaudación de fondos para la campaña de 2012, que aproximadamente la mitad de los estadounidenses vivían a costa de la otra mitad. «Nunca los convenceré de que deben asumir la responsabilidad personal y cuidar de sus vidas», dijo Romney. Entonces, ¿por qué molestarse en conseguir sus votos? Sin embargo, como descubrió Romney, no se pueden ganar las elecciones sin ellos; y Barack Obama le ganó por goleada en noviembre.

Al igual que Romney, Donald Trump dio el salto a la política tras amasar una gran fortuna personal. Pero Trump se forjó una imagen populista, y ni siquiera las versiones más aceptables de la dicotomía entre los que crean y los que reciben encajan especialmente bien con esa marca. La base de Trump incluye a muchas de las personas a las que Mitt Romney menospreció sin eufemismos: personas que creen, como se quejaba Romney, que tienen derecho a cosas como el trabajo, la comida y la vivienda. En consecuencia, el presidente desempolvó una vieja justificación para los recortes del gobierno: la corrupción.

La lucha contra el «saqueo» de la reconstrucción

Aproximadamente un siglo antes de que los entusiastas del gobierno pequeño adoptaran la «responsabilidad personal» como su tarjeta de presentación, los defensores de la austeridad utilizaban acusaciones de venalidad para vender su visión. Su preocupación específica, tras la Guerra Civil, era que las formas de gobierno cada vez más representativas socavaran los patrones históricos de poder y riqueza. «Aquellos que establecen los impuestos no los pagan, y (…) aquellos que deben pagarlos no tienen voz en su establecimiento», afirmó el líder de una «Convención de Contribuyentes». Con la reconstrucción de la posguerra ampliando el derecho al voto a personas anteriormente esclavizadas, la suerte de la élite sureña se vio amenazada como nunca antes por el espectro de la democracia. Era imposible para esas élites imaginar «un mayor error o una mayor tiranía en un gobierno republicano».

Allí entraron en juego las denuncias de corrupción. Aquellos de nosotros que recordamos solo un poco de estas páginas de nuestros libros de texto de historia estadounidense probablemente hayamos leído sobre los oportunistas [carpetbagger] del Norte que buscaban enriquecerse en la antigua Confederación. Como dijo Horace Greeley, apologista del Sur, «se arrastraron hacia el Sur siguiendo el rastro de nuestros ejércitos… robando y saqueando». Con la cooperación de «colaboracionistas [scalawag] sin principios del Sur», los oportunistas manipularon ostensiblemente a la población negra recién liberada para hacerse con el control de los gobiernos estatales y, a su vez, llenarse los bolsillos. Despilfarro. Fraude. Abuso.

¿Ocurrió realmente? Las pruebas sugieren que los términos «carpetbagger» y «scalawag» fueron armas retóricas creadas con el objetivo explícito de desacreditar la Reconstrucción. Según el historiador Ted Tunnell, estos términos surgieron «en el momento exacto en que las convenciones radicales comenzaron a redactar una ley orgánica que otorgaba a los exesclavos los derechos civiles y políticos básicos de una ciudadanía plena». Las acusaciones de corrupción se dirigieron con mayor entusiasmo a los líderes políticos negros, a quienes se acusó de todo tipo de delitos morales y políticos. Sin embargo, como explicó W. E. B. Du Bois en Black Reconstruction in America, «el núcleo de la acusación de corrupción era, de hecho, que los pobres gobernaban y gravaban a los ricos». Según Du Bois, la medida para «redimir al Sur» —del mal gobierno, el vicio y la influencia indebida de los norteños y los negros— fue en realidad un impulso «para restablecer el dominio de la propiedad en la política sureña». El problema en cuestión era el exceso de democracia.

La táctica trumpiana

Donald Trump no parece dispuesto a llamar a una nueva era de responsabilidad personal ni a acusar a los trabajadores de dependencia. Después de todo, el principal grupo demográfico que impulsa el movimiento MAGA [Make America Great Again] son los votantes blancos sin títulos universitarios, y Trump hizo grandes avances entre los votantes que se sienten económicamente vulnerables. Ven a Trump como un independiente antisistema, una imagen que se esforzó por cultivar. Pero cualquiera que crea que Trump es un populista económico simplemente no está prestando atención. Su plan en este momento es claro: desmantelar el gobierno federal hasta dejarlo en su esqueleto, sin importar las consecuencias que esto pueda tener para los estadounidenses comunes.

Reducir los impuestos puede ser bien recibido por la base de Trump; eso es lo habitual en el Partido Republicano. Pero recortar servicios es harina de otro costal. La mayoría de los partidarios de MAGA no son élites motivadas ideológicamente, ni son miembros de la clase acomodada. Sea cual sea su lealtad al presidente, muchos de ellos dependen de subsidios federales y programas públicos. Puede que no siempre lo sepan, ya que gran parte de ese apoyo se canaliza a través del aparato gubernamental en lugar de en forma de cheques de asistencia social. El Departamento de Educación de EE.UU., por ejemplo, proporciona 18.000 millones de dólares anuales a las escuelas públicas que atienden a estudiantes de entornos de bajos ingresos, muchos de los cuales viven en zonas rurales. Pero otras formas de apoyo, como Medicaid, que el Partido Republicano parece dispuesto a recortar, van directamente a las personas. Como argumentó recientemente Steve Bannon: «Muchos de los seguidores de MAGA están en Medicaid… No se puede simplemente acabar con eso».

Aquí es donde entran en juego el despilfarro, el fraude y el abuso. Esa jugada funcionó para poner a la gente en contra de la Reconstrucción después de la Guerra Civil, y parece estar funcionando una vez más, al menos entre aquellos que ven a Trump como un forastero que habla claro y que vino a limpiar el chiquero. El presidente utilizará esa imagen todo el tiempo que pueda. Mientras tanto, sin embargo, hará lo que Mitt Romney solo deseó haber tenido la oportunidad de hacer: acabar con todos los elementos del Estado de bienestar moderno que promueven los intereses de los «beneficiarios» a expensas de los «creadores».

La democracia siempre supuso un problema para los ricos y los poderosos. Si la gente tiene voz y voto en cuanto a la forma en que se gobierna, la usará para mejorar sus vidas. Y harán cosas como gravar las fortunas de unos pocos para proporcionarle oportunidades a la mayoría.

El truco, entonces, es convencerlos de lo contrario.

La retórica de la «responsabilidad personal» funcionó durante décadas. Pero imagínese decirle a alguien cuyo trabajo fue subcontratado a otro país que asuma un poco de responsabilidad… La respuesta podría ser un puñetazo en la cara. ¿Pero advertirle sobre el despilfarro, el fraude y el abuso? Eso podría funcionar.

 

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