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Fragmento de «Laozi entregando el Tao Te Ching», dibujo de tinta sobre papel del siglo XVI, tradicionalmente atribuido al artista chino Li Gonglin.

Tomar el camino por asalto

¿Se puede volver al Tao Te Ching en clave política y de ayuda colectiva, en polémica con la apropiación individualista New Age? En la versión de Ezequiel Zaidenwerg-Dib se lo entiende como «una introducción al anarquismo en su variante cooperativista».

Alguna vez me gustaría hacer una lectura de las condiciones de recepción del Tao Te Ching en Argentina. ¿Qué editorial lo publicó primero? ¿Quién hizo la primera traducción? ¿Fue el uruguayo Edmundo Montagne, traductor, según dicen, de la primera edición en castellano? ¿O se habrá leído antes en la versión española de José Tola?

Lo cierto es que, durante los noventa, a tono con el menemismo, la euforia emprendedurista y el sonsonete del fin de la historia, las ideas milenarias de Laozi fueron desplazadas, en muchas librerías, del estante de filosofía al de autoayuda. Desde El poder verdadero hasta Tao Te King en la empresa o El tao del emprendimiento, la vasta literatura de la economía de libre mercado y el individualismo motivacional fue capitalizando lentamente este pilar del pensamiento filosófico chino que lleva más o menos veinticinco siglos entre nosotros. Pero como el libro no deja de sustraerse a la tarea de la interpretación, los ejercicios de canibalismo empresarial lo asediaron con una amplia oferta de sentidos dignos de un fast food hermenéutico.

«Solo se llega al Tao en un incendio», empieza Ezequiel Zaidenwerg-Dib sus instrucciones «Para no leer el Tao» que prologan las versiones (porque llamarlas traducciones, reconoce, sería erróneo, vistas las licencias y las intervenciones que se permite) del Tao Te Ching que publicó este año la cooperativa editorial Como un lugar. Ya el punto de partida es toda una declaración de principios. No un camino al éxito, sino un camino en la crisis. El lugar de enunciación es radicalmente distinto al de una abrumadora cantidad de ediciones en circulación. Pero si un tropel de criaturas incendiadas por el capitalismo tardío llegaran al libro con la idea de usarlo de extintor, la edición cuidada por Zaidenwerg-Dib protege la experiencia de la perplejidad que implica el encuentro con la apertura de sentidos de cada uno de los poemas de Laozi. Porque El camino: versiones del Tao Te Ching sostiene que el Tao, además de «un algoritmo», «una ética, una economía y una semiótica», es, antes que nada, un libro de poemas.

El primer acierto, entonces, es el mutis por el foro de los paratextos, que le hace justicia a la propia filosofía del Tao: si el camino se usa y no se agota, si no se consume con el uso y no pierde, al vaciarse, su forma, su poder, ¿qué sentido tendría confiar en la reducción utilitaria de una lectura guiada? Por eso los poemas no llevan falsos títulos explicativos, sino números romanos; se evitan los desgloses sobre el modo de aplicar la sabiduría ancestral a la vida cotidiana; el prólogo está resuelto en tres páginas precisas hasta lo imposible que demandan lecturas sucesivas para entender todas sus implicancias; y hacia el final solo hay una mini bio de Laozi (junto a la de Zaidenwerg-Dib) y el detalle de un mapa en miniatura del antiguo estado de Chu.

Sucede que la apuesta del libro, enunciada en el prólogo, está ejecutada en las mismas versiones, sin necesidad de paratextos, y consiste en una reapropiación del Tao entendido como «una introducción al anarquismo en su variante cooperativista». Con el antecedente de la versión también bastante libre de Ursula K. Le Guin, que alguna vez se autopercibió taoísta anarquista, Ezequiel Zaidenwerg-Dib toma el camino por asalto para postular que el libro es político y, por ende, de ayuda colectiva. Su intervención polemiza con los modos de leer el Tao en occidente en las últimas décadas vía el advenimiento del New Age, los orientalismos varios, el coaching ontológico y el emprendedurismo que totemiza, en su cóctel de dudosa honestidad intelectual, las Cartas filosóficas de Séneca y El arte de la guerra de Sun Tzu.

Para Zaidenwerg-Dib, el Tao invita «a imaginar una existencia armónica, libre de la miseria y la desigualdad, pero no del dolor ni de la muerte, a la que recomienda temer menos». Me interesa la disputa de sentidos apropiados por la derecha cultural como gesto productivo para pensar herramientas que podamos incorporar a nuestros activismos a veces oxidados por una discursividad acaso demasiado remanida. Las mismas versiones dan cuenta de la disputa; se trata del trabajo de reversión como diario de lectura, que va dejando pistas y confeccionando sus propios covers con una noción cristalina de lo que implica ser contemporáneo —y un desparpajo más que bienvenido—. Además de un libro, es un modo de leer, es decir: un ejercicio de crítica en el sentido que le daba al término George Steiner. Leyéndolo es difícil imaginar qué le vieron al Tao los visionarios que lo explotaron comercialmente:

En el gobierno, el sabio
vacía el corazón, llena la panza,
aplaca la ambición,
fortalece los huesos,
refrena el apetito por saber
y amortigua el afán de los que saben.

Para fortalecer la idea de que los poemas son covers, dos veces aparece la figura del featuring: si la música de Juana de Asbaje y Luis de Góngora suena en la mente de Zaidenwerg-Dib, él permite que ingresen al poema, porque pretende hacer y no por eso ser autor, / guiar sin controlar ni dominar. Y su manera de guiar es rítmica, porque el ritmo, sabemos, es una ética. La combinación de versos heptasílabos y endecasílabos es una constante en todo el libro. Una respiración de la forma cerrada que vuelve cristalinos los reenvíos entre imágenes dispersas como esquirlas. En algunos casos su intervención no tiene intenciones de pasar desapercibida y configura versos que parecen escritos ayer, no hace decenas de siglos. La gente se obsesiona con la ropa, / marcha por el derecho a portar armas, / saca fotos de todo lo que come / y acopia más de lo que puede usar. O más hacia el final: La gente tiene hambre. Los impuestos / subieron. Los de arriba pagan poco. ¿Hace falta aclarar la vigencia de esta actualización de un texto milenario que reinscribe en el presente los alcances de una reversión situada?

«La mayoría de las traducciones han atrapado sentidos en su telaraña, pero en prosa, dejando que la belleza se resbale. Y en poesía la belleza no es ningún adorno; es el sentido. Es la verdad», escribía Ursula K. Le Guin. Si se insiste en una lectura totalmente secular del Tao de Zaidenwerg-Dib, igual es inevitable que la experiencia revista un efecto de verdad (llamémoslo así para sostenernos en el campo de lo estético). Pero parece contradictorio hablar de verdad en un libro demorado en la confección de paradojas. Guiado por el «hacer sin hacer» que rige el pensamiento taoísta, Zaidenwerg-Dib recurre a su facilidad para los juegos de palabras y, siempre que puede, acentúa en el nivel sonoro la incoherencia semántica (El sabio ve complejidad en todo / por eso mismo nunca se complica, o Para mandar hay quesoltar el mando). Me acordaba de la Posdata comunista, donde Boris Groys reclamaba un gobierno ejercido por la paradoja:

El que hoy en día habla con paradojas aparece como un philosophe maudit que —traumatizado por la vida, llevado por las fuerzas del deseo e irremediablemente perdido en las ambigüedades del lenguaje— hace que el discurso racional explote o se deconstruya (…).

Hay en el Tao una fuerza subversiva contenida en las estrategias con las que compone verdades: la puesta en tensión de los binarismos, las repeticiones, las contradicciones aparentes y, último pero no menos importante, el humor. Esa es la fuerza que dinamita el lenguaje que habla a través de la época y sugiere otra manera de juntar palabras con palabras para hacer cosas con ellas. En el terreno de la literatura, me llama la atención que la ficción extraña, siempre interesada en cuestionar la ilusión de mímesis del realismo, haya recurrido al pensamiento de Laozi en la creación de algunos mundos ficcionales: la propia Le Guin imagina una religión similar al taoísmo en La mano izquierda de la oscuridad, y más recientemente M. John Harrison les atribuye a dos criaturas de El curso del corazón un movimiento en ying yang que el narrador vincula al Tao. En esta clave de escrituras extrañas, me gusta pensar que el poema LXXX podría ser un disparador para una novela weird utópica:

Un país chico donde quepan todos,
donde no falten adelantos técnicos
pero que no generen dependencia;
en el que, por respeto hacia la muerte,
nadie quiera emprender largos periplos;
con excelentes medios de transporte
pero sin incentivos para irse;
donde, si hay armas, no haya que exhibirlas;
donde la gente vuelva a usar el quipu,
cocine rico y vista igual de bien;
le guste dónde vive y cómo vive
y su costumbre sea la alegría.

Un país en un mundo sin fronteras.

En el incendio de la catástrofe psíquica, política y ambiental del presente, llego al Tao buscando no solo una compañía personal, sino principalmente un manual de gobierno para un futuro abierto y paradójico, uno donde los verdaderos líderes / son los desconocidos.

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Publicado en Argentina, Cultura, homeIzq, Libros, Literatura, Política and Reseña

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