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Abandonemos la resignación de administrar la misera, volvamos a militar por lo que soñamos y preparémonos para luchar. De otra forma la derrota está asegurada. Y el futuro, cancelado.

¿Y si la solución es el comunismo?

El problema es el capitalismo y no hay más camino que su destrucción. El resto es pura ilusión.

En un artículo que lleva por título «No voten, no los incentiven», el bloguero y filósofo británico Mark Fisher denunciaba de manera magistral la lógica del «malmenorismo» como una de las manifestaciones más acabadas de lo que él denominaba «realismo capitalista»:

Elegir «lo menos peor» no es hacer una elección particular, es también elegir un sistema que nos fuerza a aceptar lo menos peor como lo mejor que podemos esperar.

Así Fisher desnudaba los mecanismos de desmoralización y resignación que militaban quienes defendían a desgano el voto al Nuevo Laborismo británico «sobre la base de que los tories[1] son la única alternativa realista y manifiestamente peor que el Nuevo Laborismo». Y se despachaba haciendo una lúcida definición de esta última alternativa política supuestamente progresista: «es gerencialismo tatcheriano sin el ataque tatcheriano a los intereses establecidos».

No es la intención de quien escribe promover el voto en blanco o la abstención en las próximas elecciones en Argentina. Soy un convencido de que quienes vivimos de nuestro trabajo, si no podemos elegir el terreno de lucha, al menos debemos conservar el derecho a elegir (al mejor estilo de un videojuego) al enemigo más conveniente para enfrentar en los próximos años. Y, sin duda, los más sanguinarios no son la mejor opción. Pero aun así, cualquier coincidencia del análisis de Fisher con la situación política del campo popular argentino… no es pura coincidencia. A continuación pretendo aportar a una reflexión más general sobre lo que, con urgencia, debemos tener en cuenta para lo que se nos viene. Y para eso, creo que Fisher es un imprescindible.

Se acercan las tormentas y yo mirando la pared…

La situación argentina actual, fuertemente atravesada por el inesperado triunfo de Javier Milei, adquiere bastante más claridad si la analizamos desde un punto de vista «fisheriano». Las reflexiones de Mark sobre la deflación de las expectativas, la «estasis» cultural y la cancelación del futuro resultan más que ilustrativas del momento político que vive la humanidad y, dentro de ella, la sociedad argentina.

Me interesa reparar particularmente en dos cuestiones que se desprenden del análisis de Fisher y que están íntimamente vinculadas: primero, el papel que juegan las utopías y la imaginación utópica en la política (Milei deja en claro que una política sin pasiones y sin utopías es una cuestión de «la casta» y no de militancia); segundo, hasta dónde ha penetrado en la militancia popular, en las organizaciones y en las personas que piensan y sienten en coordenadas de izquierda y progresista la lógica del «realismo capitalista».

Fisher dice que el «realismo capitalista» es una atmosfera generalizada en la que reina la famosa idea de que es «más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo». Pero el realismo capitalista no es solo una atmosfera sino también una lógica que se instala en nuestra forma de pensar y actuar políticamente. Fisher caracteriza esa lógica, muy pertinentemente, como de «impotencia reflexiva», esto es, la conciencia de que las cosas andan muy mal pero la conciencia aún más clara de que no se puede hacer nada para cambiarlo.

A su juicio, en gran medida, aquello es el resultado de que las principales fuerzas progresistas adoptaran e hicieran de la resignación una estrategia. Estas fuerzas, al mostrarse incapaces de oponer un modelo político-económico alternativo y coherente, han instalado que el objetivo no es erradicar el capitalismo, sino mitigar sus excesos. Eso es algo que está muy presente en la «ola de gobiernos progresistas» de la región. De modo que el realismo capitalista está relacionado con una actitud de resignación, derrotismo y depresión que no solo es diseminada por la derecha neoliberal, sino que se presenta como una patología a la que sucumben los elementos de la llamada «izquierda».

No es casual que, en Argentina, la principal referencia del llamado campo «nacional y popular» venga insistiendo hace rato en que el capitalismo es el sistema más eficiente y, peor aún, en la idea de que «ya no es un sistema político, ni ideológico» sino que «se ha independizado de la ideología». En este y en muchos otros mensajes resuena la idea fisheriana de que el éxito del realismo capitalista reside en la naturalización de una posición ideológica vía su neutralización, es decir, a través de su transformación de valor en hecho.

De modo que si el capitalismo es algo natural y posideológico, estamos obligados —ya que es la única opción posible— a aceptar que «es el único juego que podemos jugar». Como diría Fisher, «lo único que tenemos que hacer es comprar los productos correctos». En ese marco es que aparecieron todas las consignas y latiguillos (u oxímoron) que hemos escuchado hasta el hartazgo en los últimos diez años: «humanizar el capital» o «construir un capitalismo humano» son solo algunos de ellos. De este modo, el capitalismo pasó a ocupar sin fisuras el horizonte de lo imaginable.

Pero sería bueno recordar que lo que hoy consideramos «realista» alguna vez nos parecía «inaceptable». Para ello resulta fundamental invocar al fantasma de un pasado no tan lejano.

Volvamos a hablar de nuestras utopías

El 2013 fue un punto de inflexión fundamental para entender por qué y cómo se instaló esta lógica en el campo popular. Aquel fue el año de la muerte de Hugo Chávez, y con Chávez no solo murió el líder revolucionario más importante del siglo XXI, sino que con él se enterró —nuevamente— la utopía del socialismo (o Socialismo del Siglo XXI, como queramos llamarlo). Es importantísimo recordar que ese proyecto utópico era el motor de gran parte de quienes empezamos a militar por aquellos años. Con sus defectos y sus virtudes, allí estaba puesta nuestra libido y nuestra imaginación política, y a partir de allí imaginamos, pensamos y nombramos a la revolución, al poder popular, a la radicalización de la democracia, etcétera.

Incluso para quienes no pensaban en esa clave, el Socialismo del Siglo XXI o el chavismo oficiaba de telón de fondo desde el que pensar la política (cuya agenda, en sentido amplio, se había desplazado hacia la izquierda). Con la muerte de Chávez, la deriva reformista de los procesos que lo rodeaban y la obsesión por la gestión del Estado que comenzaron a tener muchas organizaciones, la utopía se fue abandonando y el realismo capitalista se instaló progresivamente en nuestras filas.

Paulatinamente, y sobre las ruinas de esa utopía, la derecha construyó su contraofensiva utópica. Tan exitosa fue en esa empresa que no solo logró retomar la iniciativa política (al punto de presentarse ahora ella como la rebelde y de cuestionar lo que creíamos incuestionable) sino que —y esto es quizás lo más preocupante— logró que muchos de nosotros se sientan avergonzados de la utopía que nos movilizó años atrás. Escondieron nuestras palabras, las disfrazaron de pragmatismo y comenzaron a imponer como inevitable lo que antes nos parecía inadmisible.

Ahora resulta que querer erradicar (y digo erradicar, no «mitigar») la pobreza, el hambre y la dependencia son un utopismo ingenuo o, peor aún, hablar de eso y denunciarlo es funcional al enemigo. Para ponerlo en términos más concretos: plantear que no hay que pagarle al FMI es una «ultrada» o un metier de «troscos»; para enfrentar a la derecha, la mejor alternativa es tener un candidato de derecha. Pareciera que el camino ha sido volvernos más «realistas».

Aquí hay algo que es fundamental y que es importante remarcar: el hecho de que nuestras utopías aparezcan hoy como planteos ingenuos (de tiempos románticos de militancia estudiantil) no depende de la utopía misma, sino de la correlación de fuerzas. Para decirlo bien claro: el que tiene la iniciativa es el que «pone» la utopía. Y eso lo demuestra Milei, que no se ruboriza al plantear un programa casi de ciencia ficción. Al proponer una sociedad donde podamos vender los órganos libremente o privatizar las calles y cobrar peaje por cuadra nos está planteando su utopía, su programa de máxima, sus objetivos estratégicos.

Los delirios de Milei no son otra cosa que la imaginación política al servicio del capital. Pero, al fin y al cabo, no deja de ser otro futuro posible, y por eso convoca. Y es eso lo que tenemos que hacer nosotros. Debemos retomar la iniciativa política, y la única forma de hacerlo es —nuevamente— con nuestras utopías. Las más radicales de todas.

Sacar otra conclusión sería una muestra de miopía ante la evidencia de que lo que moviliza a quienes viven de su trabajo no es el deseo nostálgico de volver a los años (no tan) gloriosos del «capitalismo con inclusión» sino de un cambio radical en sus penosas, monótonas y precarias vidas. El problema está en que quienes siempre fueron la referencia política en ese horizonte prometeico, hoy aparecen como los más «realistas». Así, «liberados de una sujeción a la que ya no quieren volver, abandonados en el desierto, confundidos respecto al camino por seguir», la clase-que-vive-del-trabajo está ahí, disponible ante el surgimiento de cualquier utopía que prometa romper con su realidad.

Cuando Fisher analizaba el éxito del yihadismo islámico en el reclutamiento de jóvenes en las escuelas y en las universidades de Occidente reflexionaba muy atinadamente que se debía a la astucia de reconocer en la adolescencia masculina el tiempo de la «asfixiante confusión» y la avidez de certezas fáciles, y planteaba: «para un yihadista ferviente, no puede ser tan difícil convencer a un impresionable joven, que se encuentra a la deriva en la niebla miserable del capitalismo babilónico, de que el verdadero Mal no es Al Qaeda sino sus enemigos».

Si cambiamos yihadista ferviente por libertario histérico, pareciera que no necesitaríamos modificar ni una coma. Siguiéndole el ritmo a la reflexión del británico, llegamos a la misma conclusión: el ascenso del fanatismo libertario debe correlacionarse con el deceso de la izquierda. Si la rabia libertaria se transformó en rabia contra la injusticia (de la casta, por ejemplo) es porque nosotros dejamos un espacio vacío.

Por eso es fundamental que abandonemos los eufemismos y volvamos a nuestras ideas-fuerza sin vergüenza. Quizás nos demos cuenta que hablar de comunismo no esté mal. En medio de tanta desorientación, prestarle atención a cuál es el enemigo que elige la derecha puede darnos una pista. Ellos saben cuál es su verdadera competencia. Tienen en claro —a menudo más claro que nosotros mismos— que nuestras utopías son las únicas que pueden sacar a la humanidad de esta crisis.

Nuevamente, el problema es el capitalismo y no hay más camino que su destrucción. El resto es pura ilusión. Es sobre ese tipo de verdades que debemos volver. En tiempos de la «pura política», paradójicamente, hay que volver a Gramsci. Fue el mismísimo «teórico de la hegemonía», tan citado en estos tiempos, quien sin ambages nos recordaba que no puede haber transformación cultural, intelectual y moral sin transformación económica cuando decía que «el programa de reforma económica es precisamente la manera concreta de presentarse de toda reforma intelectual y moral». Por más empeño que le pongamos a la batalla de ideas, si no asumimos que la lucha es sistémica, parafraseando a Marx, todo lo que parecía sólido se desvanecerá en el aire.

Y no me refiero a reeditar, como pastiche, la retórica y los proyectos del siglo XX ni los de los primeros años del XXI. Eso sería, nuevamente, razonar nostálgicamente. Como plantea Fisher, nuestro proyecto es de futuro y viene del futuro. No se trata de reivindicar el «ya no más» de los proyectos revolucionarios de antaño, sino de recuperar el «todavía no» de los futuros para los que aquellos nos prepararon, pero que nunca se materializaron.

Por último, quizás también otra de las cosas que debamos hacer es abandonar de una vez por todas el eslogan inmovilizador que reza que «el amor vence al odio» y volver a poner a las cosas en su lugar, porque no pareciera que sea una buena estrategia amar a nuestros enemigos. Como nos recuerda Mark, estos no tienen ninguna duda de que están en una guerra de clases y dedican enormes recursos a entrenar a su gente para pelear.

El pueblo tiene derecho odiar y nosotros sabemos por qué. De lo que se trata, en todo caso, es de esclarecer cuáles son los verdaderos verdugos. Para ello resulta imprescindible generar (no tan) nuevas figuras de odio en nuestra propaganda: «Si el realismo capitalista construyó la figura del vividor vago e inútil como un chivo expiatorio populista, debemos introducir una nueva figura [la] del parásito». Ese parásito es la verdadera casta, compuesta por los personeros del capital y sus representantes.

Abandonemos la resignación de administrar la misera, volvamos a militar por lo que soñamos y deseamos, identifiquemos a nuestros enemigos (de clase) y preparémonos para luchar. De otra forma la derrota está asegurada. Y el futuro, cancelado.

 

Notas

[1] Tory es el nombre con el que se denomina a quien pertenece o apoya al Partido Conservador británico.

Referencias

Fernández de Kirchner, Cristina: «Estado, Poder y Sociedad: la insatisfacción democrática», en la entrega del Doctorado Honoris Causa de la UNCAUS, 6/05/2022. Recuperado de: https://www.cfkargentina.com/conferencia-estado-poder-y-sociedad-la-insatisfaccion-democratica-en-la-entrega-del-doctorado-honoris-causa-de-la-uncaus/

Fisher, M. (2018): Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Caja Negra.

Fisher, M. (2020): Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Caja Negra.

Fisher, M. (2020): «Abandonen las esperanzas (el verano está llegando)» en K-Punk-Volumen 2. Escritos reunidos e inéditos (Música y política), Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Caja Negra.

Fisher, M. (2020): «Cómo matar un zombi: estrategias para terminar con el neoliberalismo» en K-Punk-Volumen 2. Escritos reunidos e inéditos (Música y política), Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Caja Negra.

Fisher, M. (2020): «No los voten, no los incentiven» en K-Punk-Volumen 2. Escritos reunidos e inéditos (Música y política), Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Caja Negra.

Fisher, M. (2020): «Vencer a la Hidra» en K-Punk-Volumen 2. Escritos reunidos e inéditos (Música y política), Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Caja Negra.

Gramsci, A. (2003): Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Buenos Aires: Nueva Visión.

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