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Javier Milei durante un de sus caravanas de campaña, en noviembre 2023. (Tomás Cuesta, Getty Images)

Javier Milei, la distopía del capital

Javier Milei es un síntoma: el presidente argentino expresa de manera concentrada tendencias intrínsecas al capitalismo de nuestros días. No es una anomalía, sino su producto mejor logrado.

Diez años atrás, en su libro Orden mundial, Henry Kissinger tuvo una premonición. ¿Que podría ocurrir si «la brecha entre las cualidades requeridas para la elección y las cualidades esenciales para ocupar el cargo se vuelve demasiado ancha»? ¿Qué ocurriría si las cualidades para ser un buen candidato a Presidente son las mismas que, llegado a ese cargo, impiden a esa persona desempeñarse de manera idónea?

El histrionismo de algunos personajes, su propensión a enunciar barbaridades, su capacidad para construir títulos que carecen de sustancia y la ventaja comparativa que ostenta el odio sobre otros sentimientos para la viralización de contenidos lleva a que individuos con esas características sean herramientas eficientes en redes sociales, a que funcionen como un buen anzuelo en la pelea por el rating televisivo y ahora también a que ganen elecciones.

Pero son esas mismas cualidades —su irreflexividad, su aversión a la complejidad— las que, arribados a un alto cargo gubernamental (ni hablar a la presidencia), los convierten en una amenaza para sus propios pueblos. Cuando Kissinger pensaba aquello, Donald Trump y Jair Bolsonaro aún no habían llegado a presidir sus países. Mucho menos quien hoy ostenta el cetro como paradigma de aquella descripción: Javier Milei.

En su predicción (previa también al Brexit) Kissinger vaticinaba otra característica complementaria de la política de nuestro tiempo, una que tiende a desmentir que el nombre más apropiado para el sistema institucional en el que vivimos sea «democracia»:

Las campañas presidenciales están a punto de transformarse en competencias mediáticas entre operadores de Internet. Lo que alguna vez fueron debates sustantivos sobre la actividad del gobierno se reducirá a candidatos convertidos en portavoces de un intento de marketing perseguido por medios cuya intrusión habría sido considerada cosa de ciencia ficción apenas una generación atrás. El papel principal de los candidatos podría pasar a ser recaudar fondos en vez de elaborar programas ¿El esfuerzo de marketing pretende expresar las convicciones del candidato, o las convicciones que expresa el candidato son reflejo de una investigación de big data sobre probables preferencias y prejuicios de los individuos?

Puestos a buscar semejanzas para Javier Milei, solemos pensar en los dos personajes mencionados, Donald Trump y Jair Bolsonaro, que comparten su verborragia violenta, sus posicionamientos ultrarreaccionarios y su poca inclinación hacia la reflexión. Sin embargo, para apreciar la gravedad a la que pueden conducir individuos de este talante gobernando países —esa era parte de la preocupación que aún desde la más conservadora de las derechas tenía Kissinger—, es mas ilustrativo observar a otro mandatario que tiene mayores similitudes personales, que además asistió a la asunción del argentino y con quién ostentó una familiaridad que no demostró hacia otros mandatarios presentes: el ucraniano Volodymyr Zelensky.

Uno y otro comparten el haber arribado a la política luego de desempeñarse como clowns televisivos, priorizar el simulacro del ejercicio de la presidencia por encima del ejercicio efectivo y su desconocimiento de las condiciones geopolíticas en las que les toca ejercer el cargo. Pocos días después de su encuentro, Milei no se privó de realizar su propio simulacro al mejor estilo Zelensky, y se disfrazó de militar para visitar una ciudad asolada por un temporal.

Esa lógica de simulacro destinada a vender una imagen es aplicada por el gobierno de Ucrania también a sus operaciones militares. Muchos de sus ataques no son acciones con impacto militar, sino simulacros realizados con el único fin de ser vendidos en el exterior y conseguir apoyo. Zelensky envía a una muerte segura a soldados que deben tomar posiciones que podrán ser capturadas pero que no podrán ser sostenidas. El lapso de tiempo de esa captura —antes de volver a perderla— es utilizado para operaciones de relaciones públicas destinadas a conseguir armas y dinero de parte de Estados Unidos y Europa. Los combatientes que realizan la operación se juegan su existencia en función de recuperar una parte del territorio de lo que consideran su patria, pero terminan siendo víctimas de una estafa que les cuesta la vida. Porque no fueron enviados allí para recuperar su tierra sino para realizar una operación de relaciones públicas diseñada por el mando ucraniano, con el cosplayer Zelensky a la cabeza.

En aquel ya lejano 10 de diciembre, para congraciarse con el ucraniano, Milei le regaló tres helicópteros, involucrando innecesariamente a la Argentina en una guerra con la segunda potencia militar del planeta. Con simétrica torpeza, tiempo después la canciller Diana Mondino no se privó de acercarse a Taiwán y generar un foco de tensión con China, el principal socio comercial del país. Si Ucrania es el frente de guerra declarado entre Rusia y la OTAN, Taiwán es el frente de guerra potencial —su paso de la potencia al acto dependerá de la estrategia adoptada por el aparato de guerra que dirige el destino de Estados Unidos— entre las dos potencias geoeconómicas del planeta.

Pero eso no es todo. Dos meses mas tarde, Milei involucró a la Argentina como cómplice del genocidio israelí al visitar aquel país y anticipar el traslado de la embajada argentina a Jerusalén. Además, en mayo recibirá la visita del portaviones USS Washington destinado a la Flota del Pacífico, un instrumento de Estados Unidos para la guerra contra China. En menos de 3 meses en el cargo, y carente de cualquier tipo de plan estratégico, Milei involucró a la Argentina en los tres frentes principales en los que se desarrolla la disputa hegemónica a escala mundial.

El bufón de Kiev y sus antecesores condujeron a su país a la guerra civil, a la balcanización y a la invasión. Ignorar la correlación de fuerzas internacionales no es gratuito: siempre trae consigo consecuencias onerosas. En algunos lugares, en ciertos momentos precisos, puede alcanzar el atalaya de la tragedia y es entonces más sencillo de visualizarlo. Pero sin llegar a semejantes alturas, el precio de ignorarla se paga siempre, aunque muchas veces no sea tan sencillo percibirlo.

Milei tiene más suerte que Zelensky: no comparte fronteras ni con Estados Unidos, ni con Rusia o China, ni gobierna un Estado nación con problemas étnicos severos (aunque su Ministra de Seguridad busca con ahínco crearlos) y por eso probablemente pague mas baratos sus errores. Pero adolece de igual manera de comprender el terreno resbaladizo en el que transita la reconfiguración del mundo, así como las tensiones sociales existentes en su propio país. Y probablemente olvida —o no aprecia la gravedad ni las implicancias— que en un momento de agudización extrema de las disputas en el mundo, una parte del territorio del país que gobierna (las Islas Malvinas) esté ocupada y sea una pieza de relevancia geoestratégica en el dispositivo de guerra global de la OTAN.

Esas confusiones no lo direccionan a la reconstrucción nacional como le gusta imaginar sino a su antinomia, a la perdida definitiva de Malvinas, del territorio antártico y a la balcanización del país. Le tocó al vicegobernador de la Provincia de Río Negro Pedro Pesatti, adelantar esa tendencia aún incipiente cuando amenazó con cortar los flujos de energía si los intereses de la provincia no eran tenidos en cuenta por Milei: «Tendremos que defendernos, podemos dejar sin energía al gobierno nacional. La Patagonia es el verdadero motor energético de la Argentina. Nosotros, los patagónicos, producimos el 90% de la energía que Argentina necesita. En ese juego de amenazas uno responde como puede».

Pocos días después, el secretario general del Gobierno de Santa Fe, Juan Cruz Cándido, se manifestó en la misma sintonía: «Si fuera un país, Santa Fe tendría un superávit de 12 mil millones de dólares en su balanza comercial. Hablan de Santa Fe como si fuera “la mantenida” del gobierno y es al revés. Se dan el lujo de decir que nos van a fundir con nuestros recursos. Tendrían que agradecerle a la provincia de Santa Fe que siga produciendo. No jodan, que sin nuestros puertos no van a tener ni para pagarle a los trolls». El programa de gobierno aplicado por Javier Milei empuja a la disolución nacional.

La escalada culminó la semana pasada cuando el gobernador de la provincia austral de Chubut, Ignacio Torres, mostró su voluntad de concretar el corte de energía. En la medida en que este plan de gobierno continúe su aplicación, es previsible que los síntomas de disolución nacional continúen incrementándose. Una de las cualidades esenciales que establece el capital como fuerza que moldea la totalidad de las relaciones sociales del mundo en el que vivimos, es el carácter adversativo que les imprime.

Mercancía y disvalores

La conversión del debate de ideas en un mercado de oferta y demanda, la mercantilización de las campañas electorales y el marketing desplazando a la elaboración de programas son procesos que vacían a la política. Pero, al mismo tiempo, son procesos intrínsecos al despliegue del capital —que aún está en desarrollo, extendiendo su alcance— y que solo se podrá considerar culminado cuando no quede nada por ser mercantilizado.

En su infantil comprensión de la sociedad, Javier Milei tiene el mérito de expresar estas ideas en estado «químicamente puro». En su (in)comprensión, los problemas se resuelven cuando las cosas se mercantilizan. Milei es el arquetipo de la personificación del capital de la que habló Karl Marx: un ser humano dedicado a su despliegue, incapaz de visualizar que el medio —el capital— se convirtió en el fin, y que el fin —el humano, la vida— trasmutó en el medio. Asumir esa ontología trae aparejada una «transvaloración de todos los valores» pero en una dirección distinta a la que deseaba Nietzsche.

Solemos asumir que los disvalores que se difunden son algo así como un error sistémico, un efecto colateral o que están inspirados en alguna decadencia, ya sea la de occidente, la de algún país particular y hasta hay quiénes revuelven la genética para achacarlo a alguna etnia. No parece esa la forma más productiva de pensar el tema. Los disvalores que promueve el modo de producción capitalista tardío tienen otro origen y función. No son casuales: son su parte constitutiva, un engranaje esencial para su funcionamiento. Esos disvalores son tan necesarios como la financiarización, de la cual en no poca medida son subsidiarios.

Como pieza imprescindible del funcionamiento sistémico, lentamente se difunden en procesos que duran décadas e incluso siglos, primero de manera subrepticia, producto de una coerción nacida en la necesidad, luego de manera crecientemente explícita, asumidos y difundidos por el entramado de los aparatos ideológicos que permiten su reproducción sistémica. Mientras se difunden y ganan alcance, incrementan también su respetabilidad, y poco a poco se produce una trasmutación en la que los viejos disvalores se convierten en los nuevos valores.

Y, a la inversa, los valores heredados de antaño, de los milenios que el humano lleva habitando el planeta, y que son aquellos que permitieron la reproducción de la vida, pasan a ser disvalores. En ese paradigma, la justicia social es una aberración, el individualismo un valor sagrado, el consumismo el más elevado horizonte al que se puede aspirar y el cuidado ecológico del planeta —una condición necesaria para la continuidad de la vida—, una conspiración de empresarios «socializantes».

Milei es, también aquí, una expresión paradigmática. Por boca del presidente argentino se expresa una de las capacidades mas notables del capitalismo contemporáneo: su potencia para la producción distópica, que se verifica en ciertos proyectos empresarios, en la planificación de algunos Estados y en los ámbitos de las artes y la cultura. La distopía del capital es el horizonte cultural de nuestra época. Pasen y vean.

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