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Santiago Abascal durante su discurso en el festival #Viva22 de Vox, el domingo 9 de octubre de 2022. (Foto: Europa Press vía Getty Images)

La Internacional de la ultraderecha

En medio de la crisis interna y una caída en las encuestas, Vox —el partido de la ultraderecha española— celebró su fiesta anual con buena parte del ultraderechismo global, incluidos varios referentes de América Latina. ¿Tiene futuro esta internacional reaccionaria?

Los vínculos internaciones de los partidos y movimientos de la ultraderecha suelen ser una materia difícil. Desde hace algún tiempo, la ultraderecha española se encuentra explorando estrategias para conducir y liderar a las diferentes fuerzas de ultraderecha de América Latina.

A finales de 2021, Vox, el partido de la ultraderecha española, anunció la creación del Foro de Madrid, una iniciativa construida desde la Fundación Disenso —principal think tank del partido de Santiago Abascal— con la ambición de generar un espacio de encuentro internacional para las fuerzas de derecha que se encuentran dentro del recorte geográfico de lo que Vox llama la «iberósfera», una invención a la medida del partido cuya definición no existe en ningún diccionario.

Pero la búsqueda de Vox por convertirse en una referencia para la ultraderecha de habla castellana no es una sorpresa para nada, y responde de forma más bien lineal al ideario clásico del conservadurismo español: la nostalgia imperial de una antigua metrópoli caída en desgracia. El resultado del primer año del Foro de Madrid fue, por lo menos, ambiguo. Mientras que Eduardo Bolsonaro, José Antonio Kast, Javier Milei y algunos referentes del PAN mexicano se sumaron a la iniciativa firmando la Carta de Madrid, otros partidos y figuras de la derecha latinoamericana decidieron tomar el llamamiento español «contra el avance de la extrema izquierda» con más cautela.

El caso de Keiko Fujimori es bastante ilustrativo. A pesar de reunirse públicamente con referentes de Vox, la por ese entonces líder de Fuerza Popular y candidata a la presidencia del Perú no firmó la Carta de Madrid. La razón es clara: a los ojos de Keiko, Vox no era otra cosa que un partido de oposición que se encontraba objetivamente lejos del poder. Así, Keiko entendió que un vínculo muy profundo con Vox le hubiera podido jugar una mala pasada a la hora de buscar el apoyo de la derecha mayoritaria europea, si es que lograba acceder a la presidencia. La relación de Mauricio Macri con el Partido Popular, que se sostiene en el tiempo a pesar de la radicalización del expresidente argentino y de la imagen mucho más moderada con la que Alberto Feijóo, el nuevo presidente del PP, busca recomponer los lazos con el electorado, puede analizarse desde esa misma óptica.

La presencia de Vox en América Latina desató una serie de tensiones entre los propios conservadores latinoamericanos: en México, la firma de la Carta de Madrid de parte del senador del PAN Julen Rementería desató un tembladeral interno que terminó con la expulsión del partido del organizador del evento junto a Vox, y con la publicación de un documento del comité nacional del PAN que desmintió cualquier tipo de vinculación institucional con la ultraderecha española, reconociendo que su único socio en el Estado español era el Partido Popular.

Por otro lado, el desembarco de Vox en América Latina tampoco llega en buen momento: las victorias de Pedro Castillo, pero particularmente la victoria de Gustavo Petro en Colombia —el primer país de la región que visitó el propio Abascal en el contexto del lanzamiento del Foro de Madrid— hizo caer las expectativas de los ultraderechistas españoles sobre una rápida «avalancha marrón» en la región.

Es también útil señalar que la gran mayoría de los partidos conservadores competitivos de América Latina se encuentran afiliados en materia internacional a la Unión Internacional Demócrata (el PRO de Argentina, CREO en Ecuador, el MDS y el ADN en Bolivia, el Partido Nacional de Honduras o el Partido Colorado de Paraguay, entre otros) y que más inscriptos aporta al Partido Popular Europeo dentro del Parlamento de la Unión Europea, con partidos como el CDS alemán, el Partido Popular español, el Partido Popular de Austria y el partido griego Nueva Democracia, a lo que habría que agregar al Partido Conservador británico, ahora fuera del Parlamento Europeo pero dentro de la Unión Internacional Demócrata. Un cambio de filiación internacional masivo debería tener alguna justificación más sólida que un «auge» momentáneo de la performance electoral de algunos partidos de ultraderecha.

A pesar de lo que se esperaba, una década después de la crisis financiera buena parte de los partidos tradicionales europeos han logrado volver a salir a flote, excepto algunos casos puntuales que aparecen más bien como excepciones. En el caso italiano, por ejemplo, la desaparición lisa y llana de la centroderecha no fue producto de la crisis económica global iniciada en 2008, sino un largo proceso que inició con la caída de la primera república en 1994 y la descomposición de la Democracia Cristiana, aspecto que dejo un amplio espacio «vacante» para representación política de la derecha italiana, hoy llenada por diversas caras de la ultraderecha.

En base a todo lo anterior, la estrategia de Vox para la «iberósfera» parece haber cambiado: si con el Foro de Madrid se intentó convertirse en la referencia central de todos los partidos conservadores, ahora parece intentar recalcular su enfoque y reclamar solo la conducción de la ultraderecha del habla castellana. Aun así, emerge una pregunta central: ¿es posible este objetivo «de mínima»? ¿Puede la ultraderecha global reunirse y consolidarse programáticamente a escala trasnacional? El evento anual de Vox, #Viva22, puede ayudar a pensar esta cuestión.

Problemas desde la España viva

#Viva22, el encuentro más importante del año organizado por Vox, mostró las serias dificultades de la ultraderecha para congregarse a escala internacional. Esta dificultad no es tampoco nueva dentro de la ultraderecha; para rastrear las tensiones transnacionales que se originan entre las ultraderechas europeas solo hace falta analizar las divisiones que ocurren dentro del parlamento europeo, donde todos los intentos por «unir» a la ultraderecha fracasaron.

Hoy por hoy, la ultraderecha se encuentra divida entre el Partido Identidad y Democracia —Partido de la Libertad de Austria (FPO), Interés Flamenco (VB), Agrupación Nacional (Le Pen), La Liga (Salvini), el partido portugués ¡Basta! y Alternativa por Alemania (AfD)— y el Partido de los Conservadores y Reformistas Europeos —donde participan Vox, Fratelli d’Italia, Ley y Justicia de Polonia y donde participó hasta el 2021 el partido húngaro Fidesz, liderado por Viktor Orbán (que ahora se encuentra sin inscripción a ningún partido europeo).

En vista a lo anterior, el evento de Vox no tenía por objetivo unificar a la ultraderecha, pero la performance de sus oradores desnuda las tensiones internas de las identidades políticas que, a veces, analizamos monolíticamente bajo el concepto paraguas de «ultraderecha». Siendo realistas, Vox tampoco se encuentra en buenas condiciones para embarcarse en ese tipo de empresas. La ultraderecha española se encuentra hoy en una situación endeble: primero, la pobre performance en las elecciones autonómicas de Andalucía desató la primera fractura interna luego de que Macarena Olona —la excandidata para la presidencia de la Junta de Andalucía— renunciara al partido y desatara una crisis que se cobró la cabeza de Javier Ortega Smith —cofundador y exsecretario general a cargo de la organización de Vox a nivel nacional—, lo que también generó que el importante grupo de lobby ultracatólico Hazte Oír quitara su apoyo a Vox. Por otro lado, las encuestas muestran que la tendencia andaluza se está haciendo general, con una recuperación del PP a lo largo del Estado español. En la familia de las derechas españolas, el juego electoral es de suma cero: lo que crece el PP se lo quita a Vox, y viceversa.

El encuentro #Viva22 fue aprovechado por Vox tanto para normalizar al partido después de su primera gran crisis interna, presentando a quien será el sucesor de Ortega Smith, el candidato de Vox en Cataluña, Ignacio Garriga, aspecto que reafirma la lucha de la ultraderecha contra el independentismo catalán (es interesante notar cómo el discurso de Vox se mueve entre una crítica al globalismo y al separatismo, fenómenos contradictorios en los términos de las teorías de conspiración de la ultraderecha, pero unidos en el discurso de Vox como los dos principales amenazas para España).

Luego de esto, el protagonismo del evento lo tuvieron los invitados internacionales. Bajo el lema de «no estamos solos», desfilaron los principales líderes de la ultraderecha global del mundo occidental. Los invitados de honor de la ultraderecha española se dividieron entre quienes ofrecieron un mero saludo formal, mediante videos muy breves, y quienes se hicieron presentes en el escenario y no menospreciaron las fotos con Abascal.

En el primer grupo se encontró desde Donald Trump, que grabó un video de alrededor de un minuto desde su asiento en un avión privado sin mucho más contenido que una felicitación personal a Abascal «por todo lo que hizo» —sea lo que fuere—, y que pensaba que España era «un gran país». La otra participación estadounidense fue la de Ted Cruz, un opinólogo habitual sobre la situación en América Latina desde el sector más reaccionario del GOP, quién llamó a combatir contra la «élite global de izquierda» con algunas menciones puntuales a la victoria de Gustavo Petro, que desnuda la preocupación de la derecha estadounidense sobre la situación en Colombia.

En lo que respecta a la derecha latinoamericana participaron mediante videos también muy cortos el expresidente colombiano Álvaro Uribe, con un discurso mucho más duro que el que está empleando dentro de Colombia, centrado en la lucha contra el terrorismo; también estuvieron Carolina Ribera Añez, la hija de la expresidente de facto de Bolivia Jeaninne Añez, y José Antonio Kast, quien se dio el gusto de compartir que Chile vivió un «estallido delictual» —en referencia al estadillo social de 2020— y que el rechazo a la nueva Constitución significó impedir la instauración de un gobierno «totalitario» en Chile.

Por último, fue llamativa la breve intervención del primer ministro de Hungría Viktor Orbán, hoy puesto en cuarentena debido a su apoyo sostenido a Vladimir Putin. Orbán llamo a seguir peleando por los intereses de las naciones para evitar que los migrantes «invadan Europa» y para que la ideología globalista no «infecte a nuestros niños». Su breve mensaje apenas fue escuchado por los asistentes, lo que señala la caída relativa del premier húngaro como la figura central de la ultraderecha europea.

Por otro lado, el primer ministro de Polonia, Mateus Morawiecki, sí se hizo presente en persona y recibió una ovación. Bromas machistas y confusiones mediante —señaló que a su esposa le gustaba Julio Iglesias y el cantante Juanes (que es colombiano, no español, demostrando que para él todos los hispanohablantes son la misma cosa)— señaló que Rusia es la «principal amenaza a la civilización occidental» y que tanto España como Polonia fueron las fronteras del proyecto civilizatorio europeo.

Morawiecki fue el único orador del evento que centró su discurso en la guerra de Ucrania, aspecto que demuestra lo problemático para la ultraderecha que resulta abordar frontalmente a la «cuestión rusa». Hasta hace poco, el escenario construido por Vladimir Putin era el sueño de todo ultraderechista: un partido único de hecho, con restricciones serias restricciones a las libertades fundamentales, con la capacidad de cambiar la Constitución a gusto, con los principales opositores encarcelados y con una agenda ultraconservadora en términos sociales, aunque «pragmática» en términos de política económica. La invasión a Ucrania transformó ese escenario de forma radical, haciendo demasiado costoso para la ultraderecha continuar su romance con la Rusia de Putin.

Las intervenciones de Javier Milei (líder de La Libertad Avanza, de Argentina) y de André Ventura (líder de Chega!, de Portugal) fueron sin dudas las más disonantes con el tono del evento. Previamente, Abascal había ofrecido una versión bastante moderada de sí mismo, concluyendo incluso que para ganar las elecciones iban a tener que seducir a los votantes de izquierda «traicionados por sus propios partidos». Llegó a tratar de «jóvenes inmaduros que probablemente bebieron de más» a los estudiantes del liceo que desataron un verdadero escándalo producto de cantos misóginos atemorizantes dirigidos contra las estudiantes de un liceo femenino. Denunció un «pacto» entre la izquierda y los grandes poderes financieros, acusó a la izquierda de «elitista» que le roba al pueblo para dárselo a Bill Gates y afirmó que si ser populista es «decir lo que el pueblo piensa», entonces él era populista.

El discurso de Milei fue sustancialmente distinto a todas las intervenciones anteriores: a los gritos, y haciendo el bochorno de simular una voz gruesa de forma impostada cuando quería hacer foco en alguna frase, llamó a «pelear contra los zurdos» —una expresión que no se usa en España— y repitió datos de nula consistencia (como que los países «libres» crecen ocho veces más que los «reprimidos»). Denunció que Argentina lleva más de 100 años de socialismo —un disparate que no merece ni el más mínimo análisis— y se refirió a los reclamos indígenas y al ecologismo como «estrategias de los zurdos para destruir los valores de la sociedad». Mientras hablaba, las imágenes de la cámara mostraban a los asistentes más bien desatentos, saludando a la cámara o buscando sacarse alguna foto con los diferentes diputados de Vox que se veían en la pasarela.

Milei intentó ensayar una especie de «clase de economía» discutiendo con la tesis de los «fallos del mercado» (intentando mostrar que el mercado nunca se equivoca), pero los simpatizantes de la ultraderecha española no tenían absolutamente ningún interés en escuchar lo que un simple diputado de un país latinoamericano tiene para exponer mientras juega a ser profesor de economía. Milei cerró su discurso convocando a los asistentes a dar la batalla «contra el zurderío», en lo que fue el único momento en el que los asistentes le ofrecieron sus aplausos.

El portugués André Ventura discursó casi en el mismo tono, aunque fue mejor recibido. Su figura es la de una estrella en ascenso, ya que la ultraderecha lusa tuvo su debut electoral recién en enero de este año (7% de los votos) y tiene todavía un largo camino que recorrer si es que quiere pisar fuerte —las próximas elecciones nacionales en Portugal son recién en 2026—; su discurso radical tiene por objetivo abrir una brecha dentro de la familia superpoblada de las derechas portuguesas. Ventura habló como lo hacía Abascal en el despegue de Vox: lucha contra el socialismo, clichés xenófobos contra los migrantes y un llamado al combate para evitar que España y Portugal sean países árabes o islámicos. En resumen: un poco de nativismo, un poco de racismo, un poco de teorías de conspiración (llamó a la crisis climática una «estrategia de la izquierda»), aunque sin ningún comentario sobre el gobierno de la economía.

A pesar de la grandilocuencia de Milei y Ventura, la intervención más interesante fue sin dudas la de quién seguramente será la próxima primera ministra italiana, Giorgia Meloni. En video, y con una estética presidencial —sentada detrás de un escritorio prolijamente ordenado y con una bandera de Italia como fondo— Meloni llamó a construir una Europa más valiente. Criticó con dureza a Putin (recordemos que la cercanía de Salvini con el Kremlin le costó el liderazgo de la ultraderecha italiana, por lo que es un tema cadente de la política de ese país) y llamó a la construcción de una Europa capaz de definir su destino.

Sorpresivamente, Meloni habló en contra del fundamentalismo de libre mercado, cuando afirmó que «la promesa de que el libre comercio global nos haría más ricos terminó en un fracaso». Dijo, además, que Europa se encuentra en una situación de dependencia internacional y que se debe reconstruir las cadenas de suministro de bienes y mercancías para que sean los propios europeos quienes controlen lo que «necesitamos para vivir». A diferencia del carácter de los discursos anteriores, Meloni convocó a establecer topes al precio del gas y la electricidad y, llamativamente, mencionó que Europa debe perseguir una transición ambiental —siendo la única oradora que no mencionó el tema desde el negacionismo—, pero sin poner en riesgo al tejido productivo, algo que «pondría a Europa de rodillas frente a China».

Hubo, por último, dos ausencias relevantes del lado de América Latina: no participó ni el recientemente electo alcalde Lima y firmante de la Carta de Madrid, Rafael López Aliaga —quién luchará por la hegemonía de la derecha en el Perú— y, todavía más llamativo, no hubo ninguna participación del clan Bolsonaro, ni siquiera de Eduardo Bolsonaro, quien suele aprovechar cualquier oportunidad para promocionar al gobierno de su padre a nivel internacional.

Problemas trasnacionales del ultraderechismo

A pesar de la concordancia de los ultraderechistas en temas como la violencia discursiva contra los migrantes, la islamofobia, la lucha contra la ideología de género y el antifeminismo, la ultraderecha tiene problemas para establecer vínculos internacionales sólidos. En su discurso de apertura, Abascal envió un saludo a todos quienes pelean por cosas «parecidas a las nuestras» alrededor del mundo. Es interesante analizar estas palabras: pelear por cosas parecidas a las nuestras no es igual que pelear por lo mismo.

Del encuentro #Viva22 podemos extraer algunas reflexiones particulares la situación internacional de la nueva ultraderecha. En primer lugar que, Fuera de Vox, la ultraderecha europea no tiene ningún interés en relacionarse con partidos de América Latina. A excepción de Abascal, ninguno de los líderes europeos de la ultraderecha hizo la más mínima mención a la región. La ultraderecha europea solo está preocupada por la «agenda europea». También es probable que buena parte de los ultraderechistas europeos que saben poco o nada sobre la región interpreten a América Latina como un espacio geográfico todavía «capturado» por el izquierdismo.

El impacto del caso venezolano en la opinión pública europea, las victorias resonantes de algunos referentes de la izquierda —principalmente en Chile y Colombia—, como también una evaluación no muy satisfactoria de los ultraderechistas europeos del gobierno de Bolsonaro (los únicos líderes de la ultraderecha europea que hicieron campaña activa por la reelección de Jair Bolsonaro fueron Santiago Abascal y Viktor Orbán) parecen truncar de origen cualquier intento de contacto trasatlántico.

En segundo lugar, dentro de Europa la ultraderecha es un fenómeno completamente volátil, aspecto que dificulta la coordinación de agendas a nivel trasnacional. Hasta hace menos de un año, Giorgia Meloni era una figura menor de la derecha italiana; hoy es la ultraderechista con mayores responsabilidades de gobierno del mundo occidental, estando al frente del gobierno de la octava economía del mundo y la tercera de la Unión Europea. El ascenso de Meloni también simboliza la apuesta ideológica de la ultraderecha europea: patria, nación, soberanía y ahora democracia son los puntos clave para la construcción del nuevo discurso ultraderechista europeo. Si hasta hace poco la ultraderecha alababa a los gobiernos iliberales de Orban y Putin, Meloni, en cambio, alertó que los sistemas antidemocráticos están ganando terreno en el mundo (apuntando, sin decirlo, contra China y Rusia).

En este sentido, el rol central ocupado en #Viva22 por el primer ministro polaco en comparación al breve mensaje enviado por el primer húngaro señala que la vía polaca es un espejo en el que la ultraderecha de Europa occidental le gusta más mirarse. Esto responde a que, a pesar de las críticas, el euroescepticismo de buena parte de la ultraderecha es limitado a la política migratoria común, a la promoción de algunos derechos pluralistas a escala continental, a algunas regulaciones ambientales… y no mucho más. Incluso es probable que la invasión rusa a Ucrania termine por reforzar la eurofilia dentro de la ultraderecha, que se ha quedado sin una alternativa real a la democracia liberal y al sistema de gobernanza promovido por las instituciones europeas.

A pesar de la participación de algunos de los referentes latinoamericanos, la conclusión es que la ultraderecha latinoamericana se encuentra programáticamente aislada. Milei y Kast, por ejemplo, celebraron la victoria de Meloni como si fuera propia. Ahora bien, el discurso de la próxima premier italiana contra el libre mercado, a favor de la introducción de regulaciones a los precios de la emergía (Abascal, en esa misma línea, habló de nacionalizar los recursos naturales del Estado español) y con la lucha en puertas por la presentación de los próximos presupuestos de la economía italiana, que van a volver a desafiar los niveles de déficit fiscal permitidos por la Comisión Europea, van a ser difíciles de dirigir para los ultraderechistas latinoamericanos de agenda ultraliberal.

Seguramente, para salvaguardar la relación, el foco será puesto en cuestiones identitarias —como los más que seguros ataques al movimiento feminista, a las personas migrantes, a los colectivos LGBTQ+, etcétera— y todos los gestos que reafirmen la lucha imaginaria de la ultraderecha contra la «élite globalista mundial», la única materia en la que los ultraderechistas de América Latina pueden mantenerse inequívocamente unidos a los europeos.

En resumen, #Viva22 terminó mostrando más debilidades que fortalezas, tanto para Vox como para la ultraderecha en general. En materia de vinculación internacional, mientras que estas instancias de encuentro permiten el contacto real entre movimientos y partidos que tienen raíces ideológicas comunes, también evidencian la emergencia de diferencias profundas en el más que zigzagueante laberinto ideológico de la ultraderecha contemporánea. Si podemos hablar de una ultraderecha global es gracias a que la ultraderecha todavía funciona como un enorme paraguas identitario que agrupa a una serie variopinta de derivaciones ideológicas conservadoras que ofrecen una respuesta reaccionaria a la crisis de hegemonía del liberalismo, así como a la imposibilidad del capitalismo global para recomponer las tasas de crecimiento económico anterior a la crisis global de 2008.

Pero si la ultraderecha global es un hecho, su constitución como un actor internacional necesita de un liderazgo lo más estable y claro posible (un desafío serio ya que los principales referentes del ultraderechismo en occidente fueron expulsados del poder luego de una administración, mientras que otros retrocedieron electoralmente luego de su histriónica emergencia), de una consolidación programática lo menos elástica posible y de una propuesta común para organizar la vida social, económica y política de cada uno de los países, como también coincidir en qué hacer con las organizaciones internacionales que conectan a los Estados nacionales y a las reglas básicas de la economía global. En todas estas aristas, la ultraderecha todavía tiene un largo camino por recorrer, si es que busca convertir el momentum reaccionario en una fuerza política trasnacional.

De momento, las ambiciones trasnacionales de Vox deberán aguardar un poco más. Lo más probable es que el encuentro #Viva22 solo le traiga dolores de cabeza al partido de Abascal, producto de la apertura de una investigación judicial por el show musical que cerró el evento, cuando un grupo de jóvenes raperos cantó «vamos a volver al 36».

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