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De Kast a Vox: la Iberoesfera de la extrema derecha

Este domingo en Chile se librará una batalla fundamental que supera los marcos nacionales y tendrá fuertes repercusiones en la región. Una victoria de Kast podría dar impulso definitivo a la integración e influencia de la extrema derecha a ambas orillas del Atlántico.

Poco después que Vox consiguiera representación en el Congreso de los Diputados, José Antonio Kast, del Partido Republicano de Chile, se reunía con su plana mayor en Madrid, en lo que sería la primera visita internacional que recibió la formación ultraderechista española. Más allá de lo simbólico de esta circunstancia, la verdad es que ambas formaciones, así como sus líderes, tienen mucho en común. 

Tanto Vox como el Partido Republicano son escisiones de la derecha tradicional; organizaciones con claros genes autoritarios ligados a las dictaduras franquista y pinochetista; económicamente turboneoliberales y moralmente neoconservadores. Al igual que Santiago Abascal, José Antonio Kast empezó joven en la política y ambos provienen de familias con fuertes vínculos con sus respectivas dictaduras. Pero más allá de todos estos paralelismos, lo verdaderamente reseñable es que ambas fuerzas se inscriben en un proceso de auge de lo que podríamos denominar «neoliberalismo autoritario». Y destaca, sobre todo, su intención de construir espacios internacionales de coordinación y relación estables en el marco de lo que han venido a llamar la Iberoesfera. 

La Iberoesfera es un concepto que ha acuñado Vox que viene a intentar suplantar al termino Iberoamérica, surgido a finales del siglo XIX para englobar a los países colonizados por los Estados de la Península Ibérica. El término refiere, como el propio Vox señala, a «una comunidad de naciones libres y soberanas (de más de 700 millones de personas) que comparten una arraigada herencia cultural y cuentan con un gran potencial económico y geopolítico para abordar el futuro». Un concepto, la Iberoesfera, trufado de referencias nostálgicas al pasado imperial y colonial español que tanto le gustaba al franquismo. El propio Santiago Abascal definía a Vox como esa «alternativa» en la que los españoles encontrarían el actor necesario para liderar la Iberosfera y devolver a España su papel capital como piedra angular a ambos lados del Atlántico». Ese «hacer España grande otra vez», propio del trumpismo hispano. Es indudable que la única motivación por parte de Vox para inventarse un nuevo término como el de la Iberoesfera es política. Vox entiende que su peso internacional vendrá de su capacidad por tener influencia en las derechas latinoamericanas. 

Con este objetivo, Vox se ha lanzado no solo a disputar la hegemonía del Partido Popular (PP) español con sus organizaciones homólogas latinoamericanas, sino que ha ido un paso más allá, planteando este marco común estable de la ultraderecha de la Iberoesfera que han venido a llamar la Carta de Madrid. Que, como escribió Herman Tertsch, europarlamentario por Vox, pretende «movilizar a las naciones de este inmenso espacio de lengua, historia, cultura y valores comunes para organizar una defensa común de la vida que merece vivirse», frente a la ideología «igualitarista, ecológico-climática, feminista, abortista, de lobbies LGTB y multiculturalismo» que representan no solo Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, sino también «las fuerzas totalitarias» de América que «están en gran parte muy organizadas porque tienen una larga experiencia de sinergias siempre coordinadas». 

Una referencia clara al Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla, utilizados convenientemente como espantapájaros por parte de la derecha latinoamericana siempre que quieren estigmatizar o criminalizar cualquier movimiento popular. El propio Kast ha utilizado este recurso para criminalizar las protestas sociales del 2019 en Chile, llegando ha referirse incluso a la participación de agentes extranjeros del Foro de São Paulo en las mismas. O el expresidente colombiano Álvaro Uribe que, ante las masivas movilizaciones del Paro Nacional, afirmó que «el paro hace parte de la estrategia del Foro de São Paulo, que intenta desestabilizar a las democracias de América Latina».

La conspiranoia de la ultraderecha latinoamericana en torno al Foro de Sao Paulo no es nueva, sino que entronca con una larga tradición de propaganda anticomunista que tan profusamente utilizaron las dictaduras latinoamericanas para justificar la represión contra el enemigo interior que en teoría suponía el comunismo. La mayoría de la extrema derecha, desde la caída de la URSS, ha relegado a un segundo plano su retórica anticomunista ante la emergencia de nuevos «enemigos» como el islam(ismo), comprando la teoría de los halcones norteamericanos del choque de civilizaciones. Pero la ultraderecha hispana de Vox y sus homólogos latinoamericanos no han reciclado mucho su propaganda anticomunista: lo que antes eran agentes soviéticos y cubanos ahora son agentes cubanos y del Foro de São Paulo. La importancia de la «cruzada contra el comunismo» es uno más de los rasgos que comparte Vox con la ultraderecha latinoamericana y que les otorga un imaginario compartido.

Otro de los elementos comunes y a la vez distintivos del resto de fuerzas ultraderechistas, es su identificación y reclamo de las dictaduras patrias. Mientras la mayoría de las fuerzas europeas han intentado romper explícitamente con su pasado dictatorial, reclamándose de tradiciones democráticas (e incluso reclamando más democracia frente a su secuestro por parte de las élites), la ultraderecha latinoamericana y Vox reivindican sin pudor sus respectivas dictaduras. El propio Kast ha llegado a afirmar que Pinochet hubiera votado por él. En Brasil, con motivo del cincuenta aniversario del golpe de estado, Bolsonaro instaló un gran letrero amarillo frente al Ministerio de Defensa que decía: «Gracias a ti, Brasil no es Cuba». También lanzó fuegos artificiales y dijo que los brasileños deben «su libertad y democracia» a los militares. Otro ejemplo fue Abascal que, en una intervención desde la tribuna del Congreso de los Diputados, definió al gobierno de Sánchez como el peor que ha tenido España durante «los últimos 80 años». Esta afirmación implícitamente reclamaba el legado de la dictadura franquista por delante de gobiernos democráticos como el actual.

A lo largo de los últimos años estamos asistiendo al resurgimiento de un ultraconservadurismo cristiano caracterizado por un autoritarismo patriarcal, homófobo y por la defensa del statu quo. En este contexto se sitúa la lucha contra la llamada «ideología de género», un concepto que inventa el Vaticano durante el papado de Wojtyla, y que se ha convertido en uno de los leitmotiv movilizadores de la extrema derecha latinoamericana y de Vox. La ideología de género es un dispositivo retórico reaccionario que tiene como objetivo oponerse a la «desnaturalización» del orden sexual, es decir, a todo aquello que conciba como contrario a un status quo conservador, misógino y homófobo de normas sociales y opciones sexuales. 

Pero la ideología de género también se ha constituido como «un enemigo multipropósito», es decir, como un mecanismo que ha unificado tanto a corrientes religiosas, como a colectivos antiderechos y partidos de extrema derecha. Así, el antifeminismo militante de la ultraderecha no solo se opone a los avances de los derechos de las mujeres, sino que se constituye como un auténtico pegamento político para las fuerzas de extrema derecha en el continente que le permite movilizar a sectores populares influidos por un neo fundamentalismo cristiano. 

Una buena muestra de ello fue la campaña de Bolsonaro en 2016, en donde la supuesta lucha contra la «ideología de genero» fue un aspecto fundamental para granjearse el apoyo de las pujantes iglesias pentecostales y neopentecostales. Y ahora Kast ha presentado una auténtica agenda antifeminista como programa electoral a las presidenciales que incluye, entre otras propuestas, la eliminación del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género y del Servicio Nacional de la Mujer y la Equidad de Género (SernamEG) para crear un «Ministerio de la Familia», o la derogación de la legalización del aborto en tres causales, aprobada en 2017. Medidas en consonancia con la agenda antifeminista de la ultraderecha en el continente.

Días antes de la elección de Bolsonaro, el economista Joaquín Estefanía reflexionaba sobre cómo las teorías económicas ultraliberales de los Chicago Boys germinan mejor en dictaduras y modelos autoritarios que en democracias consolidadas. La verdad es que Chile —pero podríamos hablar casi del conjunto de América Latina— ha sido un laboratorio de las políticas neoliberales a nivel global. Es normal que en el gen de la ultraderecha latinoamericana se encuentre un turboneoliberalismo autoritario basado en «una defensa a ultranza del libre mercado y el desarrollo del capitalismo sin frenos, con valores morales reaccionarios. Es, así, la suma de dos vectores. En primer lugar, posiciones ultra neoliberales en lo económico: desregulación, imperio de la meritocracia, odio larvado al pobre, recortes fiscales, desmantelamiento del Estado social, individualismo extremo. Por otra parte, posiciones reaccionarias en lo moral». Una vez más, una característica que comparte con Vox, a diferencia de otros grupos de extrema derecha europea que se situarían más en un cierto chovinismo de bienestar, a decir de Habermas.

La revuelta antifiscal es, también, uno de los símbolos genéticos de esta extrema derecha neoliberal autoritaria, que se levanta contra el papel del «Estado usurero» y corrupto que lastra las oportunidades de los emprendedores a favor de los intereses de su burocracia. Una reivindicación antifiscal que conecta con unas clases medias pauperizadas, como hemos podido constatar con el surgimiento del Tea Party en EEUU, Bolsonaro en Brasil, Kast en Chile, Milei en Argentina o el propio Vox en España. Una extrema derecha que abandona el culto al Estado «en beneficio de una visión del mundo neoliberal centrada en la crítica del Estado Providencia, la rebelión fiscal, la desregulación económica y la valorización de las libertades individuales, opuestas a toda interferencia estatal».

Con estos ingredientes, es normal que Vox se haya lanzado a agrupar a la ultraderecha latinoamericana en el marco de un espacio formal de coordinación como la Carta de Madrid. Un manifiesto sobre el que se intentan sentar las bases de un contra-Foro de São Paulo de la extrema derecha. Para ello, Vox ha realizado una intensa actividad internacional, participando en los principales eventos de la ultraderecha latinoamericana o visitando a la mayoría de los países de la región. Como el que realizó el propio Abascal a Brasil la semana pasada, reuniéndose con el mismo Bolsonaro, a quien pretende incluir en su alianza de la Carta de Madrid. Es paradójico que cada vez tengamos una extrema derecha más articulada internacionalmente y que la izquierda parezca haber abandonado la política internacional e internacionalista. 

Este domingo en Chile se librará una batalla fundamental, en una segunda vuelta electoral con un ambiente polarizado como nunca se ha visto desde el plebiscito nacional de 1988. Una contienda que supera los marcos nacionales y que tendrá una repercusión fundamental en la región. Una victoria de Kast no solo sería un desastre para Chile, sino que también impulsará decididamente la integración e influencia de la extrema derecha en el conjunto de la región. Frenar a Kast no valdrá por sí mismo para enfrentar el fenómeno de la extrema derecha en América Latina, pero que la revuelta de octubre del 2019 no acabe con un giro reaccionario sería un paso fundamental, no solo para Chile sino también para enfrentar un 2022 lleno de retos en la disputa contra la ola reaccionaria que azota Latinoamérica y Europa.

 

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