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José Antonio Kast con el escudo del Capitán América. Todo dicho. (Foto: Aton Chile)

Kast gana terreno en las presidenciales chilenas

A pocos días de que Chile celebre sus esperadas elecciones presidenciales, lo que parecía una carrera ganada para la izquierda se ha vuelto un escenario incierto. En medio del declive del piñerismo, el candidato de ultraderecha, José Antonio Kast, ha aumentado sus chances de ganar. Las bases de la sociedad democrática están amenazadas.

El 21 de noviembre los chilenos y chilenas acudirán a las urnas después de casi cuatro años desde que el derechista Sebastián Piñera comenzara su segundo mandato presidencial. Su gobierno ha sido fuertemente cuestionado luego del estallido social de 2019, cuando las fuerzas policiales cometieron repetitivas violaciones a los derechos humanos de los manifestantes (como consigna Amnistía Internacional). 

La elección llega tras haber elegido a los miembros de una inédita Convención Constitucional, a cargo de escribir una nueva constitución para el país. El proceso tiene la oportunidad de ponerle fin a la Constitución de 1980, biblia del «Estado subsidiario» y uno de los motivos principales por los que la gente se rebeló en 2019. Se trata de las dos caras de un periodo de cambios en el país reconocido como «la cuna del neoliberalismo». Mientras el presidente destacaba a Chile como el «oasis de una América Latina convulsionada», la sociedad fraguaba un profundo descontento, expresado en el auge de las protestas. La indignación contra la desigualdad y la creciente valorización ciudadana del rol del Estado en la economía (Rovira, 2019), no solo abrieron el proceso constituyente sino que le otorgaron a los sectores transformadores una mayoría abrumadora de representantes en el nuevo órgano.

En ese escenario, la izquierda parecía contar con una amplia ventaja. Gabriel Boric (Frente Amplio), exdirigente estudiantil y actor clave para posibilitar la Convención Constitucional, se convirtió en la carta más fuerte de la oposición tras ganar contundentemente las primarias del sector. Parte importante de la población ha acudido a votar por primera vez en su vida en las instancias del proceso constituyente y su programa sintoniza con los votantes más jóvenes que se levantaron contra el neoliberalismo y el patriarcado en la última década.

Pero en política nunca está todo dicho. La campaña ocurre en medio del desfonde del candidato oficialista, Sebastían Sichel. El reciente escándalo de los Pandora Papers sacó a la luz la presunta participación de Piñera en la venta de la minera Dominga, llevada a cabo en el paraíso fiscal de las Islas Vírgenes Británicas. La filtración ha provocado el inicio de un proceso penal en su contra por posible cohecho, soborno y delitos tributarios, mientras que el poder legislativo ha iniciado un juicio político. El daño colateral a Sichel, sumado a su incapacidad, parecen haberlo dejado fuera de competencia. La ultraderecha ha ocupado el vacío dejado para instalar a su candidato, José Antonio Kast. 

A simple vista, Kast pareciera ser solo la adaptación chilena de los populistas Trump y Bolsonaro, lo que cobra sentido considerando sus conexiones internacionales. Pero cabe analizar más en detalle quién es Kast, por qué crece en la sociedad chilena y cuales son los riesgos que implica su ascenso. Y es que el candidato de la ultraderecha chilena no es simplemente otra expresión de la derecha populista global: Kast es el rostro de la vieja derecha pinochetista, autoritaria y antipolítica. El problema es que su adaptación a los tiempos presentes es, en realidad, una deriva hacia prácticas de crueldad despiadada que emergen en una sociedad en transformación.

¿Quién es José Antonio Kast?

Se trata de un político de larga trayectoria, que lleva ocupando cargos públicos desde 1996. Hasta su primera campaña presidencial en 2017, Kast siempre se postuló por la UDI, el partido conservador fundado por el ideólogo de la dictadura, Jaime Guzmán. Su historia de vida está fuertemente ligada a la fundación de la UDI. Por un lado, cuando cursaba sus estudios de derecho en la Universidad Católica, Jaime Guzmán fue su tutor y así se volvió militante del Movimiento Gremial, un grupo corporativista y religioso, que luego se convertiría en la génesis del partido. Por otro lado, su hermano, Miguel Kast, fue un neoliberal parte de los Chicago Boys formados por Miltron Friedman, para luego convertirse en ministro de Pinochet. 

Así, en su biografía se cruzan dos movimientos que también se juntaron en el repertorio ideológico de la derecha chilena. El gremialismo propone reemplazar el rol de la política por grupos intermedios y asociaciones privadas que permiten la correcta expresión de un orden social naturalmente desigual. El neoliberalismo surge como un corpus de políticas económicas de libremercado que reproducen las desigualdades, y evoluciona hacia un principio de organización social donde el funcionamiento del mercado es lo único importante. 

A la base de ambos se encuentra el principio de «subsidiariedad» del Estado que guía la Constitución Política, esto es, la idea según la cual el Estado cede la provisión de servicios a los privados y solo se entromete a través de subsidios focalizados. «Los señores políticos a sus covachas», solía decir Pinochet despectivamente, para propagar esta visión donde los representantes democráticos estorban un desarrollo que solo los privados pueden dar. Cuando Kast renuncia a su partido y se lanza como candidato independiente, lo hace, en el fondo, en nombre de esa vieja idea antipolítica. 

Más que la versión chilena de la nueva derecha populista en el mundo, Kast es el nuevo rostro de un antiguo sector.

¿Por qué Kast crece en la sociedad chilena? 

Aunque es difícil vaticinar el resultado de las elecciones, parece claro que ha habido un crecimiento explosivo del apoyo a José Antonio Kast. Su discurso de campaña replica el mensaje de su candidatura del 2017, una apelación directa a actuar frente al peligro en que se encuentra la familia, su estabilidad económica y sus valores fundamentales. ¿La amenaza? Una serie de enemigos relativamente coordinados: los comunistas, los delincuentes, los operadores políticos, la «ideología de género» y los inmigrantes. 

Kast atribuye la incertidumbre económica provocada por la situación sanitaria a un plan iniciado en las protestas de 2019, donde la izquierda y sus aliados extranjeros habrían desatado el caos en las vidas privadas de los chilenos. En 2017, este relato solo convocaba a un nicho concentrado en los sectores más ricos de la sociedad. Sin embargo, hoy parece interpelar a un segmento importante de chilenos, y crece entre los sectores populares.

El vigorizado discurso de Kast distingue cuatro elementos. Primeramente, el énfasis en que solo la mano dura de un líder fuerte que ponga orden podría devolver la tranquilidad financiera a los hogares. Su puesta en escena es, ante todo, la de un hombre al que no le tiembla la voz para debatir con sus adversarios; que, en vez de hacer preguntas, da respuestas y habla claro. En ese sentido, pese a que la revuelta social puso en duda las relaciones de poder y dio voz a las demandas por un mayor rol del Estado frente a los abusos de la élite, aquello no erosionó la cultura autoritaria ampliamente extendida en la sociedad, cuyas raíces se remontan tanto a un reciente pasado hacendal, como a una historia marcada por las figuras fuertes de Diego Portales y Pinochet. 

Como nota Araujo (2016), la pregunta por la autoridad en Chile nunca se resolvió aludiendo a la legitimidad de creencias compartidas, sino que siempre ha sido respondida sobre la base de prácticas de mando eficaces, a través del ejercicio mismo de la autoridad. Esta obsesión con el orden —siempre impuesto, nunca consensuado (y, por lo tanto, precario)— explica la existencia de un miedo perpetuo a la rebelión de los subordinados, un miedo que se generaliza a todo el imaginario social. De esta manera, un momento de cambios estructurales como el que vive la sociedad chilena es también ocasión para que Kast crezca, en la medida en que le eche leña al fuego a la demanda por certezas.

El segundo elemento de su discurso, esto es, la apelación a salvar la familia como núcleo fundamental de la sociedad, toca teclas nuevas. Por su puesto, se trata de un elemento constitutivo del conservadurismo chileno, pero la manera en que se entrega el mensaje y, sobre todo, en que se recepciona, no solo hablan de un Chile que ha cambiado, sino que son signos de un peligro mayor. Con un tono firme pero sereno, dice las cosas más extremas. Le habla a su audiencia en segunda persona, sin mediaciones, pero guarda los modales de un señor y habla con la voz de la experiencia. De su experiencia: la de un hombre blanco de 55 años, heredero de una gran empresa familiar, acompañado por su mujer y padre de 9 hijos, todos partícipes de su campaña. Kast construye la imagen de un padre de familia dispuesto a todo para salvaguardar la intimidad de su hogar. De un tiempo a esta parte, su discurso encuentra lugar en una incertidumbre real, pero se encarga de transformarla en miedo para activarla a su favor.

La particular receta de Kast nos retrotrae a tiempos oscuros del pasado. Ya en 1945, Hannah Arendt hablaba de cómo la máquina del terror del nazismo solo fue posible sobre la base de un llamado a la acción dirigido a padres de familia atemorizados por el desempleo (2005). La solemne determinación del paterfamilias de proveer a su esposa e hijos, dada la presión ejercida por el caos económico, dejaban al sujeto listo para sacrificar sus creencias, su honor y su dignidad humana. Así, el responsable miembro de la sociedad, interesado en los asuntos públicos, se transformaba primero en un individualista y luego en una pieza más del engranaje del horror. 

Tamaña transformación degradante solo era posible al alero de figuras como la de Himmler, el capitán general de las SS nazi que se suicidó tras ser capturado. Lejos de aparecer como un fanático o un asesino congénito para sus reclutados, su imagen tocaba la fibra del hombre común al apelar a la reponsabilidad con la vida privada. «Cada vez que la sociedad, a través del desempleo, frustra el funcionamiento normal y la estima normal del hombre común, lo prepara para esa última etapa en la que cumplirá voluntariamente cualquier función, incluso la del verdugo» (Arendt, 2005, p. 129). Hoy, como ayer, aunque guardando las distancias, pareciera que la radicalidad del mal solo puede ocurrir mientras se reduzca toda la existencia humana a la esfera privada. Para ello no solo basta el capitalismo, también se necesitan actores que propaguen el miedo. 

El tercer elemento es la construcción de enemigos contra los cuales rebelarse. De alguna manera, Kast logra conectar una constelación de actores muy diferentes que estarían coordinando la inestabilidad que afecta a la gente común. La izquierda como un enemigo interno que trunca los intereses de la patria, con reminiscencias a la Doctrina de Seguridad Nacional de la Guerra Fría. Las feministas que destruyen los valores fundamentales de la familia bien constituida. Los migrantes que vienen a delinquir y a quitarle el trabajo a los chilenos. Los terroristas y narcotraficantes que incendian la región de La Araucanía. 

En esa línea, Kast resignifica el 18 de octubre de 2019 como el día en que, finalmente, se comenzó a realizar un plan coordinado por los enemigos. Este relato tiene su correspondencia en acciones concretas de violencia de grupos que enarbolan sus posiciones extremas. Según un informe reservado de la DIPOLCAR, desde 2015 que APRA (un grupo armado de propietarios de extrema derecha) se organiza en territorio mapuche en respuesta a la toma y quema de sus terrenos, hoy reclamados por comunidades indígenas. Entre otras cosas, APRA protagonizó el desalojo de manifestantes mapuche en la municipalidad de Curacautín, reemplazando la acción de la fuerza pública. 

Más recientemente, una masiva marcha contra los migrantes en la ciudad de Iquique terminó con los manifestantes quemando las pertenencias y las carpas de los extranjeros que se alojaban en una plaza de la ciudad. La imagen de cientos de personas vestidas con banderas chilenas, agrupadas en torno al fuego mientras uno lanza un coche de bebé a la fogata, dio la vuelta al mundo y fue calificada como una humillación inadmisible por Naciones Unidas. En ambos casos, se trata de la autotutela de grupos organizados que, en nombre de un bien superior, usan la fuerza para responder ante sus enemigos. El peligro que representa Kast es que las acciones que han llevado a cabo estos grupos violentos de la sociedad civil ahora sean realizadas sistemáticamente por el Estado. 

Manifestantes en Iquique queman las pertenencias de un grupo de migrantes venezolanos que se alojaban en un campamento (Foto: ATON Chile vía Cooperativa).

El cuarto elemento se relaciona con su propuesta económica para entregar la estabilidad prometida en el discurso. En línea con la doctrina neoliberal, el programa del candidato se centra en bajar fuertemente los impuestos para favorecer el crecimiento económico y no afectar la inversión. Entre otras cosas, propone bajar en un 10% la carga impositiva a las empresas, además de eliminar el impuesto al patrimonio, contribuciones, herencias y donaciones. Todo esto con una estimación fantasiosa del crecimiento, (entre 5 y 7%, cuando el Banco Central lo estima en 1,4%). 

Si bien una parte del empresariado nacional celebra las políticas porque les asegura beneficios de corto plazo, el mundo financiero ha advertido graves problemas para las arcas fiscales, al punto que la internacional JP Morgan Chase advierte que «de hacerse, dejará un endeudamiento público de un 50% del PIB al 2027». No deja de ser paradójico que un programa de ultraderecha adolezca de problemas que se le suelen atribuir a la izquierda, como lo es el aumento de la deuda pública. Pero pareciera evidente que, a contrapelo de su discurso, las medidas económicas de Kast van a empeorar la situación financiera de la mayoría de los hogares. Esto confirma una de las principales características del populismo, a saber, «la promesa de satisfacer las necesidades populares sin respetar los tiempos reales de la política» (Barozet, 2019, p. 206). 

Cuando el capitalismo se vuelve soporte del horror

En las raíces del crecimiento de Kast hay un discurso que azuza el miedo, construye enemigos y ofrece a quienes temen por los cambios una transacción muy particular. Vastos sectores de la población pueden sentir una distancia moral con la radicalidad de las propuestas de Kast y su negación de los derechos humanos; otros pueden rechazar su matriz pinochetista, y la gran mayoría puede distanciarse de sus medidas contra las mujeres y la diversidad sexual. Sin embargo, ante las promesas para paliar la incertidumbre económica, muchos electores pueden ver en su figura una salvación. 

Lo que vale la pena advertir es que la transacción ofrecida por Kast es una farsa: al final de su hipotético gobierno el pobre seguirá siendo pobre y el costo será mucho peor. Las imágenes de coches quemándose y comuneros mapuche baleados por la espalda se transformarán en pan de cada día. Mientras tanto, solo algunos gozarán de todos los privilegios económicos. 

Unos meses antes del ascenso del nazimo, en febrero de 1933, Hitler tuvo una reunión secreta en el Reichstag con los 24 industriales alemanes más poderosos. Allí le donaron una importante suma de dinero para apoyarlo en la instalación del nuevo régimen. Como narra Vuillard, «las sombras [de los capitalistas alemanes] penetraron en el gran vestíbulo del palacio del presidente del Parlamento; pero muy pronto no habrá ya Parlamento, no habrá ya presidente y, dentro de unos años, no habrá ni siquiera Parlamento, tan sólo un amasijo de escombros humeantes» (Vuillard, 2018, p. 14).

A casi noventa años, y al otro lado del mundo, la pregunta que cabe hacerse es: ¿habrá existido o acaso existirá una reunión secreta de los poderosos empresarios nacionales con José Antonio Kast? Los aplausos que recibió en la cumbre empresarial de la Enade sugieren que una parte de quienes concentran el poder económico lo apoyan, aunque no se sabe hasta qué punto estarán dispuestos a intervenir. Se trata, en definitiva, de pistas peligrosas que todo demócrata debe atender. Y es que cuando el capitalismo se vuelve soporte del horror, son las bases de la sociedad democrática las que corren peligro. 

 


Referencias

Araujo, K. (2016). El miedo a los subordinados: Una teoría de la autoridad. LOM Ediciones.

Arendt, H. (2005). Essays in understanding, 1930-1954: Formation, exile, and totalitarianism. Schocken Books.

Barozet, E. (2019). Elementos explicativos de la votación de los sectores populares en Iquique: Lógica y eficiencia de las redes clientelares. Política. Revista de Ciencia Política, 205-251. https://revistapolitica.uchile.cl/index.php/RP/article/view/55774/58687

Rovira Kaltwasser, C. (2019). La (sobre)adaptación programática de la derecha chilena y la irrupción de la derecha populista radical. Colombia Internacional, 99, 29-61. https://doi.org/10.7440/colombiaint99.2019.02

Vuillard, É. (2018). El orden del día. Tusquets Editores.

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