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Gene Hackman en 1973. (M. McCarthy / Express / Hulton Archive vía Getty Images)

Gene Hackman, intérprete de los comunes

Traducción: Natalia López

El mítico actor Gene Hackman, que fue encontrado muerto esta semana a los 95 años, aportó una actitud tenaz y humilde a sus apasionantes interpretaciones.

Gene Hackman era un hombre corriente, de clase trabajadora, oriundo de Danville, Illinois, Estados Unidos. Fue hijo de una mesera y un trabajador gráfico de un periódico local que abandonó a la familia cuando el joven Hackman tenía solo trece años. Aficionado al cine desde la infancia y gran admirador de James Cagney, a quien consideraba «el actor definitivo», Hackman sintió deseos de actuar desde muy joven. Pero pasó años trasladando muebles, conduciendo camiones y vendiendo zapatos para ganarse la vida mientras estudiaba actuación y se formaba en los escenarios under de Nueva York.

Lejos de ser un joven glamoroso, listo para las cámaras, Hackman se describía a sí mismo como «un típico minero». Cuando intentó introducirse en el mundo del cine y la televisión, él y su amigo, compañero de piso y también forastero, Dustin Hoffman, fueron votados como «quienes menos probabilidades tenían de triunfar».

Pero la apariencia no lo es todo, y Hackman tuvo suerte. En los años 60 y 70, cuando los actores de carácter con rostros toscos y vividos pudieron pasar a papeles protagonistas basados en el talento, el carisma y la misma energía exótica que los había relegado a papeles secundarios antes, su carrera por fin pudo tomar ritmo. Hoffman, Lee Marvin y Walter Matthau eran compañeros de Hackman entre los actores principales «poco agraciados» en las películas de esa época.

Actor de renombre durante casi cincuenta años, fue encontrado muerto esta semana a los noventa y cinco años, en «circunstancias sospechosas» que también se cobraron la vida de su esposa Betsy Arakawa, de sesenta y cuatro años, y de uno de sus tres pastores alemanes. La policía está investigando la causa de sus muertes.

Hackman protagonizó tantas películas que es difícil elegir solo unas pocas para celebrarlo. Reconoció que, durante décadas, «al chico pobre que había en mí» se le dificultó rechazar papeles cinematográficos bien remunerados, y tendió a trabajar hasta el agotamiento en proyectos que iban desde emblemáticos hasta pésimos. También le resultó difícil lidiar con la riqueza, la fama y su propia ambición: «Estaba muy decidido a tener éxito. Tenía varias casas, coches y aviones. Era como el barril sin fondo».

Aunque en general era un solitario amable, Hackman era famoso por haber hecho gala de su mal genio en muchas películas, peleándose con los directores e irritándose con los compañeros de reparto menos dedicados. Se quejaba durante el rodaje de The Package (1989): «Sé que soy un pesado (…) Sáquenme de este negocio. Rezo por el día en que alguien diga: “Has terminado en esta ciudad”».

Pero eso nunca pasó hasta que él mismo dijo que había terminado, en 2004, después de que un examen médico le mostrara que su corazón no estaba en condiciones de soportar el estrés de un proceso de filmación. Antes de eso, estaba permanentemente disponible como el tremendo actor que podía triunfar en «papeles de hombre común». Parecía capaz de interpretar cualquier papel, ya fuera el de policía urbano, el sheriff de un pueblo pequeño, el convicto, el trabajador siderúrgico, el sargento del ejército, el funcionario del gobierno o el entrenador de baloncesto.

Pero también fue memorable en otros roles, como el ermitaño ciego en la desenfrenada comedia de Mel Brooks El joven Frankenstein (1974), tan ansioso por ofrecer hospitalidad que rompe la jarra de vino del sufriente Monstruo (Peter Boyle) durante el brindis, derrama sopa caliente en su regazo y prende fuego a su pulgar en lugar del cigarro. Luego, mientras el Monstruo huye de esta escena de tortura, haciendo trizas la puerta cerrada para escapar, el ermitaño grita lastimeramente: «¡Espera, espera, ¿adónde vas? ¡Iba a hacerme un expreso!».

Esta famosa escena está tan bien interpretada que realmente es una lástima que Hackman no se haya centrado más en la comedia durante su larga carrera. Las pocas veces que volvió a papeles cómicos, estuvo inspirado. Su interpretación de Royal Tenenbaum, el excéntrico, insensible y sobre todo negligente patriarca de una acomodada familia de genios en The Royal Tenenbaums (2001) de Wes Anderson, es realmente brillante. Hackman dota al egoísta embaucador de una vena de ternura al utilizar sus propias tendencias hedonistas para animar a sus deprimidos hijos en un intento tardío de enmendarse.

Como suele ocurrir con sus interpretaciones, cristalizó los rasgos en poses y gestos bellamente realizados. Todavía puedo verlo ejemplificando la versión desaliñada del estilo del joven Royal —con su traje arrugado, el típico pelo largo de los años 70 y lentes cuadrados— exhalando el humo de cigarrillo y ofreciendo severas críticas a su muy joven «hija adoptiva Margo» y a su obra, todo ello en su cumpleaños. Hackman, que aprovechaba su considerable corpulencia para crear efecto cómico (medía 1,88 metros), está sentado encorvado sobre una mesa de tamaño infantil con los hermanos pequeños de Margo, que intentan defenderla. Cuando Margo se aleja enfadada, él dice en tono racional: «Cariño, no te enfades conmigo. ¡Es solo la opinión de un hombre!».

Hackman se dio a conocer en el cine con Bonnie and Clyde (1967), donde interpretó a Buck, el hermano de Clyde Barrow y su compañero de asaltos. Allí aporta una energía física estridente, expansiva, y la ingenuidad de un pueblerino al personaje, que no ve ninguna contradicción en ser un exconvicto recién reformado y un hombre de familia, casado con la mojigata Blanche (Estelle Parsons), pero que recae fácilmente en los robos de la banda de Barrow.

La escena de la muerte de Buck es una de las más desgarradoras que se han filmado, debido a la repentina y extrema violencia con armas de fuego que acaba con él, dejándolo con la cabeza «medio volada» pero aún luchando y gritando en la noche. En sus últimas palabras, le dice a Clyde que ha perdido sus zapatos, y Hackman le da un tono desgarrador y lastimero al diálogo mientras las funciones cerebrales de Buck se desvanecen: «Creo que se los ha llevado el perro…».

¿Y quién podría olvidar el papel de Hackman como el sádico sheriff de un destartalado pueblo del Oeste de Estados Unidos en la mejor película de Clint Eastwood, Los imperdonables (1992)? Hackman muestra una sonrisa tensa y amenazante que atestigua la letal barbarie de Little Bill Daggett como expresión de niveles aterradores de inseguridad masculina, en una película que trata sobre la violencia derivada de la inseguridad masculina. Recordemos que Little Bill está obsesionado con construir una casa, pero es un carpintero incompetente y ridículo. Como compensación, se deleita en las crueldades como entretenimiento para él y para la ciudad, desde el asesinato-tortura del personaje de Ned Logan, interpretado por Morgan Freeman —es memorable la forma enfermiza y sexualizada en que Bill se para cerca de Ned, susurrándole al oído la advertencia del espantoso destino que le espera—, hasta la hilarante tortura psicológica del pistolero English Bob (Richard Harris), orgulloso del libro que lo glorifica llamado The Duke of Death [El duque de la muerte]. Como parte de la humillación que arruina su reputación, Little Bill pronuncia mal el título repetidamente, llamándolo en tonos insistentes y fingidamente serios, «The Duck of Death» [El pato de la muerte].

El propio Hackman consideró que su interpretación de Harry Caul en La conversación (1974) de Francis Coppola estaba entre sus mejores. Es una obra maestra de emoción reprimida, sostenida escena tras escena, hasta que una paranoia cada vez más aguda deshace todo control de sí mismo por parte de Harry Caul. Caul, un experto en vigilancia que cree que escucha la planificación de un asesinato, se obsesiona con su grabación hasta que sus intentos por entenderla fracasan y se convence de que se ha convertido en el objeto de la vigilancia de otra persona.

Pero mucho antes del famoso final, cuando un mentalmente arruinado Caul se sienta desplomado, tocando un solitario saxofón, en el apartamento que destruyó tratando de encontrar el micrófono que está convencido de que debe estar allí, Hackman ya había agotado los nervios del público logrando que interiorice el miedo del personaje hacia el mundo. En la primera escena, el inexpresivo Caul, con gafas y corbata, es detenido en seco en una postura de alarma cuidadosamente controlada, y luego se muestra incapaz de descansar hasta que descubre quién invadió su apartamento y dejó una botella de champán en honor a su cumpleaños. ¿Cómo podría alguien entrar en su apartamento? ¿Y quién sabría su cumpleaños? (Resulta que la culpable era la casera).

Esa actuación es un estudio tremendo de lo mucho que se puede hacer con tan poco en términos de expresiones faciales, inflexiones vocales, posturas y gestos de un actor, sin dejar de transmitir un efecto general de intensa gravedad.

Hackman ganó el Óscar al mejor actor por su papel de policía grosero, racista y alcohólico Jimmy «Popeye» Doyle en The French Connection (1971), de William Friedkin, y al mejor actor de reparto en Los imperdonables. Fue nominado por Bonnie and Clyde, I Never Sang for My Father (1970) y Mississippi Burning (1988). Consiguió los premios, los elogios, el respeto y el dinero que merecía por su excelencia constante e implacable. Y realmente parecía haber pagado un precio por ello, lo cual no es algo que uno suela notar en los profesionales ricos y reconocidos. Aparentaba considerar necesario, para mantener la calidad de su trabajo, conservar la crudeza emocional que había caracterizado sus primeros años de escasez y precariedad:

Si te ves a ti mismo como una estrella, ya has perdido algo para la representación de cualquier ser humano. Necesito llevar esa camisa de piel. Necesito mantenerme al límite, lo más puro posible. Debe existir algo que te haga sentir quién eres y a quién estás representando. Tienes que recordar que no eres una estrella de cine y que no debes ser demasiado feliz. Nunca hay que dar nada por sentado.

Con frecuencia, Hackman parecía un hombre reprimiendo una mueca de dolor o de ira, o muy probablemente ambas. En las entrevistas, a menudo contaba una inquietante historia de su juventud, cuando su padre abandonó a la familia para siempre, pasando en coche por donde el niño estaba jugando en la calle y saludando con la mano. Según lo contaba Hackman, el gesto parecía tan significativo que especulaba con que las semillas de su carrera como actor podrían haber brotado de ese momento de sombrío reconocimiento: «Me invadió como una ola que me decía que se había acabado; corrí a casa para preguntarle a mi madre qué pasaba. Era como si esa ola me dijera: “Bueno, todo tuyo. Estás solo, chico”».

Aunque duro, fue un comienzo adecuado para un intérprete de los «comunes», un hombre de lo cotidiano. Y sus esfuerzos por mantener la solidaridad emocional con todas las demás personas que viven con lo justo es para celebrar.

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Publicado en Artículos, Cine y TV, Cultura, Estados Unidos, homeIzq and Sociedad

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