Aún estoy aquí cuenta la historia real de una familia de izquierda durante los años oscuros de la dictadura militar en Brasil. Es un relato fascinante, con personajes y detalles de época muy logrados, que bien merecido tiene el Oscar a mejor película extranjera.
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El mítico actor Gene Hackman, que fue encontrado muerto esta semana a los 95 años, aportó una actitud tenaz y humilde a sus apasionantes interpretaciones.
En la década de 1960, los cineastas de izquierda, desde Francia hasta Japón, revolucionaron el documental. El antifascismo no era solo la herencia de generaciones pasadas sino un mensaje transmitido por la vanguardia en la pantalla.
Los cortometrajes del premiado cineasta Francisco Lezama captan cómo la inflación y la especulación financiera han deformado la sociedad argentina, creando una división distópica entre quienes pueden y quienes no pueden escapar de la pobreza utilizando dólares estadounidenses.
De Donald Trump a Javier Milei, los principales referentes de la extrema derecha contemporánea son asociados de manera deliberada a los villanos más disfuncionales del cine. Si fuera ficción, quizás sería divertido. Pero no lo es.
El director David Lynch, fallecido esta semana a los 78 años, introdujo una particular sensibilidad vanguardista cuando más se la necesitaba. Nunca habrá otro como él.
Las industrias culturales están dominadas por unas pocas grandes empresas que prefieren seguir promocionando viejas historias en lugar de arriesgarse con algo nuevo. Los trabajadores creativos aún pueden producir ideas nuevas, pero no llegan a salir a la luz.
Como alternativa a las películas de las grandes franquicias que dominan la taquilla, The Order es un drama eficaz y emocionante sobre la persecución del FBI a nacionalistas blancos a principios de los años ochenta.
Inspirada por el optimismo ante el futuro de una nueva Alemania, la RDA creó su propia ciencia ficción: la «película utópica». Pero con su fosilización política, la vocación de futuro de este género también se agotó.
Los ejecutivos de la industria cinematográfica tienen miedo de las películas que abordan temas políticos porque aburren al público. Es una época sombría para el cine político.