Uno siempre tropieza con las piedras pequeñas porque las grandes se ven enseguida.
(Sabiduría popular japonesa)
La guerra en Ucrania ha adquirido una doble naturaleza. Comenzó como una invasión de Rusia. Ahora, diez días después, son dos guerras en una. La OTAN ha entrado —indirectamente— en la guerra, y ese hecho lo cambia todo. Por supuesto, esto no disminuye la necesidad de exigir un alto el fuego inmediato y la retirada de las tropas rusas. Pero sí impone la necesidad de exigir el fin de la escalada de la OTAN, del envío de armas y la suspensión de las sanciones económicas, que a quien más fuertemente golpean es al pueblo de Rusia (no solo a Putin y a la oligarquía que lo apoya). Esta doble dimensión plantea, pues, nuevos retos teórico-políticos.
Ucrania es un país económicamente dependiente y con un gobierno reaccionario pro-OTAN. Pero, sea cual sea la caracterización del gobierno de Zelensky, es una nación soberana y tiene el derecho irreductible a defenderse. Merece la solidaridad.
Quienes defienden la legitimidad de la invasión rusa afirman que la guerra «comenzó» con las movilizaciones reaccionarias en la plaza de Maidán en 2014. El argumento logra interpelar a una parte de la izquierda, pero no es correcto. Es cierto que las movilizaciones del Euromaidán fueron reaccionarias (no siempre las movilizaciones de grandes masas populares son progresistas; deben caracterizarse teniendo en cuenta cuatro factores centrales: cuál es el programa, quiénes son las clases y fracciones de clase en movimiento, quiénes son las organizaciones que las dirigen y cuáles son sus resultados). Pero, en perspectiva histórica, Ucrania lleva treinta años de decadencia económico-social ininterrumpida. Parece claro que la movilización de 2014 que derrocó al gobierno de Víktor Yanukóvich tenía como programa aglutinador la defensa de la integración de Ucrania a la Unión Europea, con la ilusión de que aseguraría un aumento del nivel de vida. De forma inequívoca, con un inmenso apoyo popular, la dirección fue reaccionaria, con presencia de la extrema derecha e incluso de grupos fascistas.
Pero la guerra de Ucrania no empezó allí. Eso es una «narrativa ideológica» de justificación retroactiva. La guerra comenzó el 24 de febrero de 2022. La invasión no responde al compromiso con la «desnazificación» de Ucrania, ni a la defensa de la autonomía de la población rusoparlante en la cuenca del río Don, sino a una estrategia de conquista de una zona de influencia del imperialismo subordinado a Moscú para recuperar una posición más fuerte en el sistema internacional de Estados.
Sin embargo, hay que señalar que una semana de guerra equivale a meses en tiempos de paz. La realidad ya ha cambiado. En solo diez días la guerra se ha vuelto más compleja —como era previsible— porque se ha internacionalizado y ha adquirido otra dimensión. Ahora también es una guerra entre la OTAN y Rusia. Aunque por el momento no haya tropas estadounidenses y europeas sobre el terreno.
La centralización de Europa por parte de EE.UU., obligando a Alemania a renunciar al suministro del gasoducto Nord Stream2, la escalada de apoyo económico de los países de la OTAN al gobierno de Zelensky, la promesa de envío de armamento pesado, las sanciones contra Rusia (como la exclusión del sistema de pagos SWIFT) y las iniciativas en Naciones Unidas, entre otras medidas, confirman que, con excepción del envío de tropas a Ucrania, cosa que precipitaría un enfrentamiento directo, están comprometidos hasta el final. La OTAN ha entrado en la guerra, aunque de manera indirecta.
La OTAN no se compromete a defender los intereses de Ucrania. Estados Unidos no respeta los derechos nacionales de las naciones soberanas, ni ahora ni nunca. La estrategia de la OTAN responde a un proyecto de la Tríada liderada por Estados Unidos, que está precipitando una ofensiva de presión sobre Rusia, pero que hasta ahora no se ha declarado formalmente en guerra con ella. El gobierno de Zelensky implora que la OTAN entre en la guerra imponiendo un escudo en el espacio aéreo de Ucrania, lo que cambiaría todo. Hasta ahora, la OTAN se ha negado.
Sería indigno de los internacionalistas no reconocer que la naturaleza de la guerra se ha vuelto más compleja, planteando nuevos y difíciles problemas tácticos cuya solución requerirá serenidad, humildad, paciencia y colaboración. Cuando la realidad cambia, el programa marxista debe cambiar. Así considerada, la guerra tiene una doble dimensión. No se trata de una guerra de defensa de Rusia contra Estados Unidos. Es, por el momento, una lucha por la liberación nacional de Ucrania contra Rusia. Pero también ha comenzado, aunque por delegación, una guerra indirecta de la OTAN contra Rusia. La ausencia de tropas de la OTAN sobre el terreno es importante, pero no anula la intervención.
Quien se acoja a la caracterización de que la esencia del conflicto es solo la lucha de liberación nacional de Ucrania contra la invasión rusa, estará cediendo a las presiones de los intereses de la OTAN, que quieren reducir a Ucrania al estatus de un protectorado estadounidense, como intentaron y fracasaron en Irak y Afganistán. Quien se acoja a la caracterización de que esto es solo una guerra interimperialista entre Rusia y la OTAN, estará cediendo a las presiones de Moscú y despreciando que Putin ya ha declarado que ni siquiera reconoce el derecho a la existencia de una nación ucraniana con soberanía sobre su destino.
La guerra en Ucrania no facilita las analogías simples. Siendo una guerra interimperialista, como la Primera Guerra Mundial, los intereses de la clase obrera internacional solo pueden ser defendidos en la lucha por la paz. Así lo entendían los internacionalistas reunidos en Zimmerwald, Suiza, cuando, conducidos por los bolcheviques de Lenin, ya pensaban en la necesidad de una Tercera Internacional. Su postura fue resumida en el Manifiesto escrito por León Trotsky:
Debemos emprender esta lucha por la paz, por la paz sin anexiones ni compensaciones de guerra. Pero esa paz solo es posible a condición de que se condenen todos los proyectos que atenten contra los derechos y las libertades de los pueblos. Esta paz no debe conducir a la ocupación de países enteros ni a anexiones parciales. Nada de anexiones, ni reconocidas ni ocultas, y menos aún una subordinación económica que, por la pérdida de autonomía política que conlleva, es aún más intolerable si cabe. El derecho de los pueblos a la autodeterminación debe ser el fundamento inamovible en el orden de las relaciones de nación a nación.
El problema de la guerra en Ucrania es que no es solamente una guerra interimperialista. Sigue siendo correcto dar prioridad a la lucha por la paz y por un alto el fuego inmediato. Pero eso no es suficiente. No se puede pedir por la paz sin tener en cuenta que hay un ejército de ocupación ruso. Exigir una rendición incondicional de Ucrania es una postura indefendible. La prioridad central debe abarcar las dos aristas de manera simultánea: retirada de las tropas rusas y repliegue de la OTAN.
[*] El artículo anterior fue publicado en su idioma original en Brasil de Fato.