Militares ucranianos montan en un vehículo blindado de transporte de personal (APC) durante un ejercicio no lejos de la segunda mayor ciudad ucraniana de Kharkiv el 30 de abril de 2022. (Sergey Bobok / AFP vía Getty Images)
Se equivocan quienes desde la izquierda defienden la victoria militar del gobierno ucraniano o del gobierno ruso. Una victoria militar de Putin condenaría a Ucrania a la condición de semicolonia rusa. Si se mantiene el gobierno de Zelensky, Ucrania quedaría reducida a la condición de protectorado estadounidense. No hay ningún resultado progresivo si la guerra continúa.
Se nos informó que durante la semana critica de setiembre se elevaron voces desde el ala izquierda del socialismo planteando que, en el caso de un «combate aislado» entre Checoslovaquia y Alemania, el proletariado tendría la obligación de ayudar a Checoslovaquia y de salvar su «independencia nacional» (…). No se dio esta hipotética situación. Los héroes de la independencia de Checoslovaquia, tal como era de esperar, capitularon sin lucha. Sin embargo, pensando en el futuro no podemos dejar de señalar la grosera y peligrosa confusión de estos anacrónicos teóricos de la «independencia nacional». (…) Aun si los demás estados imperialistas no hubieran estado directamente involucrados, es inadmisible considerar una guerra entre Checoslovaquia y Alemania independientemente de las relaciones imperialistas europeas y mundiales, de las que tal guerra sería solamente un episodio. Casi inevitablemente, en un lapso de uno o dos meses los demás estados hubieran intervenido en una guerra checo-alemana, si la burguesía checa hubiera tenido deseos y capacidad de luchar. Por lo tanto, habría sido un error que los marxistas definieran su posición en función de los episódicos agrupamientos militares y diplomáticos y no del carácter general de las fuerzas sociales subyacentes tras la guerra.
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La guerra en Ucrania no es una guerra justa. Todas las guerras son una catástrofe, pero hay guerras justas e injustas. Vivimos en una época histórica de guerras y revoluciones. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, aunque el peligro apocalíptico del terror nuclear, entre otros factores, ha impedido una confrontación mundial, no han dejado de estallar guerras entre Estados y guerras civiles. Toda guerra es una tragedia humanitaria, pero la conmoción sincera ante el sufrimiento humano no justifica una posición de neutralidad incondicional.
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En la época del imperialismo, es decir, de la dominación mundial del capitalismo, el pacifismo como principio es, en el mejor de los casos, políticamente ingenuo y casi siempre una complicidad con el bando más fuerte. La tradición marxista se ha posicionado irreductiblemente contra la guerra, por la paz y el antidefensismo revolucionario, por tanto, por el derrocamiento de los gobiernos de sus países, cuando hay guerras entre estados imperialistas. Se trata de guerras injustas. Tales fueron las dos guerras mundiales del siglo XX.
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La izquierda mundial ha establecido cuatro criterios para juzgar si una guerra es justa o no: a) la naturaleza histórico-social de cada Estado; b) el lugar de cada Estado en el sistema internacional; c) el tipo de régimen político de cada Estado; d) el papel de agresor de un Estado. Pero reconoció la existencia de guerras justas: (a) para la defensa de los Estados postcapitalistas contra los Estados capitalistas, es decir, para la defensa de los países donde habían triunfado las revoluciones sociales; (b) para la defensa de los Estados periféricos o coloniales contra los Estados imperialistas; (c) para la defensa de los Estados con regímenes liberal-democráticos contra los Estados fascistas o bonapartistas; (d) para la defensa del Estado agresor contra el invasor, en las guerras entre países dependientes o no capitalistas.
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El primer criterio legitimó el apoyo al Estado soviético contra la invasión alemana en 1941 y la defensa de Corea del Norte en 1951. El segundo criterio legitimó el apoyo a todas las luchas de liberación nacional, como en Vietnam, Egipto y Argelia. El tercer criterio legitimaba la defensa de todas las guerras contra los regímenes fascistas. El cuarto criterio legitimó la defensa de Vietnam contra China en el conflicto de finales de los años setenta.
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La guerra de Ucrania no se ajusta a ninguno de estos cuatro criterios. Rusia y Ucrania son Estados capitalistas y ambos tienen regímenes autoritarios, bonapartistas o semifascistas. No es una guerra justa porque no es ni una guerra defensiva por parte de Rusia ni una guerra de liberación nacional por parte de Ucrania. Es una guerra interimperialista.
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No es una guerra defensiva de Rusia porque no existía un peligro real e inmediato para Moscú. La invasión fue una provocación «preventiva». El reciente discurso de Putin evocando todo lo más paranoico, reaccionario y grotesco del nacionalismo extremo gran ruso fue la máxima expresión del carácter bonapartista, incluso semifascista, del régimen. Fue Moscú quien precipitó la guerra.
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Pero si la guerra de Ucrania comenzó como una justa guerra defensiva de Kiev frente a una invasión imperialista, cambió de naturaleza con el compromiso militar de la OTAN del lado de Ucrania. La ausencia de tropas de la OTAN sobre el terreno no legitima a quienes insisten en la defensa militar de Ucrania. No puede ser el criterio decisivo y tampoco lo es militarmente que no haya infantería estadounidense o europea sobre el terreno de combate. Las guerras modernas se deciden en función de otros factores. La superioridad militar depende de armas sofisticadas y de última generación. Además, por supuesto, de la capacidad de cohesión social y movilización popular de los gobiernos. La ocultación de la descarada intervención de la OTAN en la guerra es una maniobra política para evitar la explosión de un movimiento antibelicista contra los gobiernos de Biden y la subordinada Unión Europea con la llegada de ataúdes con miles de muertos. Pero es innegable.
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Se equivocan quienes desde la izquierda defienden la victoria militar del gobierno ucraniano o del gobierno ruso. Una victoria militar de Putin condenaría a Ucrania a la condición de semicolonia rusa. Si se mantiene el gobierno de Zelensky, Ucrania quedaría reducida a la condición de protectorado estadounidense. No hay ningún resultado progresivo si la guerra continúa. Pero más allá de eso, un mínimo de realismo sugiere que la guerra ucraniana no tiene solución militar a la vista: nadie está hoy más cerca de la victoria militar. El gobierno ruso estaba y sigue estando en una posición debilitada ante la ofensiva de EEUU y la OTAN para aumentar el cerco sobre Moscú. Tiene el máximo interés en una negociación que establezca un estatus de neutralidad para Ucrania. La decisión de precipitar la invasión no fue un movimiento defensivo. Fue una agresión. Putin ya había enviado al ejército a Georgia en 2007, anexionado Crimea en 2014 y enviado tropas para defender al gobierno de Assad en Siria. Calculó mal al invadir Ucrania.
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Washington no puede ir más allá de un apoyo a Kiev que permita contener al ejército ruso. Mantendrá e incluso puede aumentar el apoyo militar a Kiev, pero no puede apoyar una contraofensiva que cruce la frontera rusa. Sería una señal de la voluntad de intentar derrocar el régimen de Putin. La amenaza rusa de un posible uso de armas nucleares tácticas sigue siendo una alerta roja. Pero la administración Biden no tiene ningún interés en un alto el fuego. Dejará que Rusia se desangre. Moscú, aun conservando por ahora el apoyo popular a Putin, sabe que la OTAN no puede permitir que Zelensky sea derrocado. Lo que es seguro es que la continuación indefinida de la guerra destruirá irreparablemente Ucrania durante toda una generación. Después de un año, el callejón sin salida es terrible. La única posición internacionalista es la lucha por el alto el fuego y la paz y el antidefensismo, por tanto la solidaridad con los que luchan por el derrocamiento de los gobiernos de Zelensky y Putin. Sí, la situación no es nada alentadora.
Historiador, militante del PSOL (Resistencia) y autor de O Martelo da História. Ensaios sobre a urgência da revolução contemporânea (Sundermann, 2016).
Historiador, militante del PSOL (Resistencia) y autor de O Martelo da História. Ensaios sobre a urgência da revolução contemporânea (Sundermann, 2016).