El sociólogo Boris Kagarlitsky, destacado marxista ruso, ha sido detenido por el FSB de Vladimir Putin bajo cargos inventados de «justificación del terrorismo». Su detención muestra cómo el Estado ruso está silenciando a los críticos de su guerra.
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Se equivocan quienes desde la izquierda defienden la victoria militar del gobierno ucraniano o del gobierno ruso. No hay ningún resultado progresivo si la guerra continúa.
Si George W. Bush no va a ser juzgado por crímenes de guerra, debería al menos dejar opinar en público sobre guerras sin justificación, como hizo hace poco al referirse accidentalmente a la «totalmente injustificada y brutal invasión de Irak».
Es central clarificar el status internacional de Rusia, porque el hecho de ser hostilizada por la OTAN y Estados Unidos no la excluye automáticamente de una dinámica imperialista.
Las miradas que dan por consumada la reconstitución de un imperio ruso pierden de vista que Putin no hereda seis siglos de feudalismo, sino tres décadas de convulsivo capitalismo.
La enorme mayoría de medios de comunicación hegemónicos, instituciones y partidos políticos de Occidente se han posicionado en contra del gobierno de Putin. Sin embargo, esas posturas a menudo han decantado en una rusofobia generalizada.
Un triunfo de la OTAN fortalecería el imperialismo. Una victoria de Putin dejaría una dramática herida en el pueblo ucraniano. La tregua es el mejor sendero para evitar esos infortunios y construir un proyecto popular contra el belicismo imperialista.
La invasión de Ucrania por parte de Putin ha abierto las compuertas a un derrame de histeria nacionalista y de odio contra un supuesto «pueblo enemigo» ruso.
Implementar sanciones que apunten a hundir a los ciudadanos rusos en la pobreza es una política errónea e ineficaz. La verdadera base de poder de Putin son los 500 oligarcas más ricos de Rusia, pero castigarlos a ellos no está en los planes de Occidente.