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Un soldado ucraniano en la región de Pokrovsk, Ucrania, el 27 de diciembre de 2024. (Piotr Sobik / Anadolu vía Getty Images)

Ucrania, un esfuerzo bélico capitalista tardío

Traducción: Pedro Perucca

Después de años del inicio de la guerra con Rusia, el Estado ucraniano no recurrió a nacionalizaciones generalizadas ni al reclutamiento laboral. A diferencia de las movilizaciones totales del siglo pasado, el esfuerzo bélico de Ucrania depende en gran medida de los mecanismos del mercado y de las donaciones civiles.

Si uno pasea por el centro de Kiev durante una noche de apagón navideño, tarde o temprano se topará con Tsum, unos grandes almacenes de lujo de varios pisos, con su portero ataviado con un abrigo y un sombrero de copa. En los apagones programados, que ahora duran entre cuatro y ocho horas al día, una cuarta parte de la población de Kiev, y millones más en toda Ucrania, se quedan a oscuras y muchos también sin calefacción. Sin embargo, la fachada de Tsum brilla con miles de luces doradas, por encima de fastuosos escaparates navideños de lujosas marcas de moda.

Podríamos caer en la tentación de interpretar el espectáculo como una muestra de descarada corrupción o de cruda desigualdad. Esto parece especialmente cierto si sabemos que esas luces no se alimentan del generador privado del centro comercial —que sólo funciona durante los apagones de emergencia— y que Tsum es propiedad de Rinat Akhmetov, uno de los oligarcas más ricos de Ucrania, que también controla DTEK, el mayor proveedor privado de energía del país. Pero si seguimos caminando descubriremos que muchas otras tiendas también están iluminadas. Tsum es una de las muchas excepciones a las normas supuestamente igualitarias del racionamiento energético.

Muchos ucranianos —desde economistas a políticos y ciudadanos de a pie— creen que detrás de esas brillantes decoraciones navideñas hay algo más que la mera captura del Estado por los intereses de los ricos. Argumentan que existen razones económicas racionales para mantener las luces encendidas, incluso cuando millones de personas están sumidas en la oscuridad. Al permanecer abiertas y atractivas, con luces festivas y lujosos escaparates navideños, las tiendas de lujo de la calle principal de Kiev generan valiosos ingresos y pagan impuestos, fondos que apoyan directamente la defensa del país.

Después de vivir más de un año en Ucrania —y de haber visitado muchas regiones y casi todas las líneas del frente—, a menudo me sorprendí al descubrir cuántos ucranianos están de acuerdo con esta perspectiva y con qué frecuencia la mentalidad consumista y los mecanismos basados en el mercado son la base del esfuerzo bélico de Ucrania.

Privatizar la guerra

Una de mis primeras entrevistas en Ucrania fue con Artem Denysov, fundador de Veteran Hub, la mayor ONG privada de apoyo a ex militares. Denysov, psicólogo militar con una perspectiva lúcida del conflicto, no se mostró preocupado en absoluto por el hecho de que, tras una década de operaciones militares en el este y años de guerra a gran escala, los esfuerzos públicos para apoyar a los veteranos continuaran siendo una broma, con leyes de la era soviética que siguen ofreciendo derechos obsoletos, como conexiones telefónicas y radios nuevas para los soldados heridos. «Los Estados son intrínsecamente incapaces», me dijo. «Es mejor dejar las cosas en manos de ciudadanos particulares con recursos».

Uno de los ejemplos más llamativos de la privatización del esfuerzo bélico se encuentra en las estaciones de subterráneo de Kiev. Se trata de una campaña de marketing de la Tercera Brigada de Asalto, la principal rama militar del movimiento de extrema derecha Azov. Los anuncios muestran imágenes impactantes de bellas jóvenes abrazadas o mirando con nostalgia a corpulentos soldados con equipo táctico completo. La campaña fue criticada por su representación sexista de la mujer, pero aún más sorprendente es el hecho de que haya sido financiada y producida de forma privada por la propia unidad militar. El sitio web al que enlaza no pertenece al Ejército ni al Ministerio de Defensa, sino que es el portal privado de la Tercera Brigada de Asalto, utilizado para reclutar miembros, recaudar fondos y compartir vídeos y otros materiales promocionales.

Dado que los voluntarios pueden elegir a qué unidad unirse y que los reclutas pueden solicitar el traslado por medio de unos pocos clicks a través de la aplicación militar oficial, existe una feroz competencia entre las unidades ucranianas para atraer a los reclutas mejores y más aptos. La Tercera Brigada de Asalto es sólo el ejemplo más destacado de una unidad militar que aprovecha eficazmente una máquina de marketing. Casi todas las unidades intentan hacer lo mismo.

Los mecanismos de mercado también determinan el reclutamiento por el lado de la demanda. Cuanto más alto es el salario habitual de un civil, menos probabilidades tiene de ser reclutado, debido a exenciones tanto formales como informales. Los salarios suelen considerarse un barómetro de la utilidad de un individuo para la economía y, por extensión, para el esfuerzo bélico. Llega un momento en que los impuestos que genera una persona se consideran más valiosos que su contribución potencial en el campo de batalla. En Ucrania se han presentado varias propuestas en el Parlamento para formalizar este planteamiento vinculando explícitamente las exenciones de la movilización a la escala salarial. Tales esfuerzos se han enfrentado a críticas, pero esta perspectiva —los que ganan más no deberían ser movilizados— sigue contando con un amplio apoyo entre las élites y los economistas.

Las unidades militares también compiten por las donaciones. Casi todas las brigadas de Ucrania cubren parte de sus necesidades mediante donaciones civiles o medios alternativos, como los salarios privados y los fondos personales de los soldados. Las tiendas militares, que suministran de todo, desde chaquetas de invierno hasta chalecos antibalas, se convirtieron en un negocio en auge en Ucrania y la gente instala tiendas de campaña temporales en cruces y pueblos cercanos a la línea del frente.

Se necesita dinero para todo: desde ropa y drones hasta alquiler. Los soldados a menudo tienen que sufragar sus propios gastos de alojamiento, y la vivienda cerca de las abarrotadas líneas del frente puede ser tan cara como en el centro de Kiev. Tuareg, un teniente de cuarenta y cuatro años al mando de una compañía de drones de la Brigada 92, a quien conocí en Kupyansk, en el frente noreste, me dijo que nueve de cada diez drones de su unidad son donados por civiles o comprados con sus contribuciones. Una forma eficaz de conseguir más, me explicó, es demostrando el éxito de la unidad en su uso. Un vídeo de un dron impactando contra un tanque ruso, compartido en el canal de Telegram de la brigada, puede generar miles de dólares en nuevas donaciones. Esto crea un fuerte incentivo para que las unidades militares ucranianas lleven a cabo acciones que puedan ser filmadas y mostradas al público.

Una unidad con pilotos de drones bien entrenados y equipados con la última tecnología también corre menos riesgo de ser sacrificada, enviando a sus integrantes para actuar como fusileros en las trincheras. Sin embargo, la Tercera Brigada de Asalto —con su elegante sitio web, sus centros privados de reclutamiento bien equipados y sus soldados totalmente equipados— es una excepción. La mayoría de las brigadas están compuestas por reclutas de unos cuarenta años que reciben una formación mínima y están mal equipados. Estas unidades apenas pueden permitirse publicar anuncios y a menudo dependen en gran medida de la caridad. Algunas ni siquiera pueden aplicar estas estrategias, ya que carecen del personal necesario para sortear los obstáculos burocráticos necesarios para conseguir donaciones.

Visité una unidad de este tipo en primavera, cerca del eje de Vovchansk, en el norte: una compañía de artillería de la 57ª Brigada. Los soldados me contaron que sólo un miembro de la compañía era más antiguo que una parte de su equipo militar, un obús autopropulsado construido en 1976 en la cercana Kharkiv. Tuvieron que comprar la mayor parte de su ropa y recaudar fondos para pagar el combustible y las reparaciones de los vehículos de la compañía.

La intervención del Estado y sus límites

En una situación como ésta, cabría esperar que el Estado estuviera rascando desesperadamente el fondo de la olla para conseguir los recursos necesarios en el frente. En efecto, se hicieron recortes profundos en todo lo que podía sacrificarse, y la educación se llevó la peor parte, al tiempo que se aumentaron los impuestos indirectos. Por lo demás, el gobierno adoptó un enfoque estrictamente neoliberal de la guerra, aunque fuertemente subvencionado por países extranjeros, que ahora cubren alrededor de la mitad del presupuesto total de Ucrania.

No hubo nacionalizaciones generalizadas, ni reclutamiento de trabajadores, ni racionamiento de bienes de consumo, como ocurría tan a menudo en el pasado durante los conflictos largos y de desgaste, cuando los Estados se convertían en gigantescas máquinas de planificación bélica con amplios poderes de intervención. En Ucrania, el sector de la defensa pasó de unos 120.000 trabajadores en 2014 a 300.000 en la actualidad, un aumento considerable, aunque no especialmente notable tras una década de guerra. Está formado por unas quinientas empresas, cien de las cuales son de propiedad estatal, que representan aproximadamente la mitad de la producción total del sector. Sin embargo, las empresas privadas a menudo ocupan un lugar central, como la marca de ropa militar M-TAC, que viste al presidente Volodymyr Zelensky con su icónico uniforme verde oliva.

Mientras tanto, el gobierno proseguía con sus planes de privatización en tiempos de paz y seguía reduciendo la burocracia —o al menos eso pretendía— con el fin de hacer a Ucrania más atractiva para los inversores internacionales. El sistema fiscal no se reformó hasta hace un par de meses. Durante casi tres años de una guerra ampliamente descrita como existencial para el país, los impuestos se mantuvieron en los niveles del paraíso fiscal de antes de la guerra. Los economistas de Kiev, junto con muchos otros, argumentan que intervenciones más intrusivas simplemente llevarían a una mayor parte de la economía a la clandestinidad o la empujarían al extranjero, socavando así los esfuerzos de generación de ingresos.

Se trata de algo más que una simple aplicación de la famosa Curva de Laffer [que indica la relación óptima entre nivel de impuestos y recaudación fiscal]; la verdadera preocupación es que, dadas las actuales limitaciones nacionales y sobre todo internacionales, este enfoque de laissez-faire puede ser la única opción viable. Si el Estado sube demasiado los impuestos o si empieza a obligar a las tiendas de lujo a apagar la luz o a nacionalizar sus generadores en nombre del esfuerzo bélico, las ventas caerán y las empresas y sus clientes simplemente se trasladarán al extranjero, privando al gobierno de unos ingresos fiscales vitales. Al mismo tiempo, los inversores extranjeros y los socios internacionales podrían criticar tales medidas por autoritarias o contrarias al mercado, perjudicando potencialmente las relaciones internacionales de las que depende Kiev para sobrevivir. Y muchos estarían de acuerdo con esta perspectiva.

En la era modera, muchas veces la guerra fue librada por los pobres, mientras que las clases altas encontraron formas de evitar el servicio militar. Sin embargo, lo que está ocurriendo con la guerra en Ucrania es diferente tanto en escala como en intención. Se defiende el sistema actual como racional y con un propósito, en lugar de aceptarlo simplemente como un mal inevitable.

La corrupción está muy extendida en las oficinas militares y de adquisiciones. Los ricos especuladores de la guerra implicados en escándalos prominentes enfrentan críticas, pero los medios de comunicación y muchos ucranianos tienden a culpar al gobierno y a la «herencia soviética» mucho más a menudo que al sistema actual.

Limitaciones compartidas

Rusia sigue siendo menos dependiente de las redes internacionales y mucho más autoritaria, lo que le permite una mayor libertad a los dirigentes políticos para remodelar la economía y la sociedad. El sociólogo ucraniano Volodymyr Ishchenko escribió acerca de un «keynesianismo militar» ruso, en el que el impulso del Estado para financiar la guerra dio lugar a una auténtica redistribución, trasladando los recursos de la parte superior de la sociedad a la inferior, en particular a los trabajadores del sector de la defensa y a los empleados en la llamada «operación militar especial».

Sin embargo, las diferencias entre las formas de hacer la guerra de ambos países son más cuantitativas que cualitativas. Las brigadas rusas también realizan campañas publicitarias, compiten por donaciones y tratan de comercializar sus acciones militares. Fue una unidad militar privada rusa, el Grupo Wagner, la que incluso llegó a amotinarse contra el gobierno, rompiendo brevemente —aunque sólo de manera temporal— el monopolio estatal de la violencia.

Mientras tanto, la economía rusa se gestiona cuidadosamente para que siga siendo lo más civil y orientada al consumo posible. Elvira Nabiullina, directora del banco central ruso, y los principales dirigentes económicos rusos le responden de forma similar a los economistas de Kiev cuando discuten cómo gestionar la economía en tiempos de guerra. Las élites rusas que abogan por la movilización total de la sociedad y la aplicación de una economía de guerra total fueron dejadas de lado, al menos por ahora. Incluso cuando Vladimir Putin enmarca la guerra como una lucha existencial y civilizatoria contra Occidente, las luces deben permanecer encendidas en el Tsum de Moscú, lo mismo que en su homólogo de Kiev.

Si se necesitan más pruebas, según estudios preliminares la guerra de Ucrania es la primera en un siglo en la que los soldados de etnia rusa están infrarrepresentados en la lista de bajas, mientras que los grupos minoritarios más pobres y con menos formación están sobrerrepresentados. Aunque este conflicto es, en muchos sentidos, más «ruso» que la Segunda Guerra Mundial o que Afganistán, también es uno en el que los rusos étnicos, comparativamente más prósperos, son proporcionalmente los que menos lo están sufriendo. O, como me dijo un guardia de un campo de prisioneros ucraniano: «Nunca he visto a nadie de Moscú aquí».

Lo cierto es que tanto Rusia como Ucrania operan dentro de limitaciones y contextos parcialmente compartidos. Ya sea que estemos discutiendo formas de financiar unidades mal equipadas, de esfuerzos para evitar que el capital huya del país o del poder de las sanciones para bloquear la exportación de bienes cuasi militares, ninguno de los participantes puede escapar completamente a la regla de hierro del capitalismo tardío y la globalización.

Esta guerra, que comenzó con la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Putin, marca una novedad histórica. No se trata de una operación de contrainsurgencia contra una milicia rebelde ni de un conflicto entre naciones pobres con instituciones frágiles. Es el primer enfrentamiento genuino entre dos leviatanes de la era del capitalismo tardío.

La última vez que presenciamos un conflicto de tales proporciones, los Estados imperiales y totalitarios de la primera mitad del siglo XX libraron guerras omnímodas que movilizaron a poblaciones enteras, incorporaron nuevos grupos a la fuerza de trabajo y generaron enormes expectativas de cambios en el modelo social. Sin embargo, estas luchas de vida o muerte también provocaron una destrucción nunca vista antes ni después, llevando a las naciones al borde del colapso social.

Por el contrario, las sociedades neoliberales y tardocapitalistas, al enfrentarse por primera vez a naciones pares, libran su guerra esforzándose por preservar en la medida de lo posible sus estructuras económicas y sociales civiles. Vienen luchado con un ojo puesto en el campo de batalla y el otro vigilando el sentimiento de los inversores y los mercados de capitales. Puede sonar cínico, pero esta actitud también dio como resultado una guerra que, aunque sigue siendo terrible y sangrienta, es mucho más limitada que conflictos similares en el pasado.

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