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Los países latinoamericanos atraviesan escenarios muy distintos, pero con un resultado similar: el fortalecimiento de la izquierda y, en algunos casos, el debilitamiento de la derecha.

Las provocaciones de Trump fortalecen a la izquierda

Traducción: Pedro Perucca

En toda América Latina, las movidas agresivas de Donald Trump —desde los aranceles hasta los ataques a embarcaciones en el Caribe, pasando por la injerencia en las elecciones argentinas— están uniendo a las fuerzas progresistas en la oposición y apuntalando las expectativas políticas de la izquierda.

Cuando Donald Trump asumió la presidencia en enero de 2025, los gobiernos de la marea rosa en América Latina venían perdiendo terreno. La aprobación del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva caía al nivel más bajo de sus tres mandatos, mientras que la de Gustavo Petro en Colombia apenas llegaba al 34 por ciento. Y tras los resultados muy disputados de las elecciones presidenciales de julio de 2024 en Venezuela, con Nicolás Maduro cada vez más aislado en la región.

Ahora, menos de un año después, el panorama político cambió. Las extravagancias de Trump —como renombrar el Golfo de México, el uso de los aranceles como arma y las acciones militares agresivas en el Caribe y el Pacífico— revitalizaron a los gobiernos de la marea rosa y a la izquierda en general. América Latina reaccionó a la invocación trumpista de la Doctrina Monroe con un auge del sentimiento nacionalista, manifestaciones masivas y denuncias de figuras políticas de casi todo el espectro, incluso algunas de centroderecha.

Mientras Estados Unidos aparece cada vez más como un hegemón poco confiable y en declive, China busca posicionarse como defensora de la soberanía nacional y voz de la sensatez en materia de comercio e inversión internacionales. En julio, cuando Trump le impuso un arancel del 50 por ciento a la mayoría de las importaciones brasileñas, los chinos intervinieron para ayudar a cubrir el bache en las exportaciones de soja, cruciales para el país.

Lula vs. Trump

Los países latinoamericanos atraviesan escenarios muy distintos, pero con un resultado similar: el fortalecimiento de la izquierda y, en algunos casos, el debilitamiento de la derecha. Un tipo de caso se ve tanto en Brasil como en México, donde Lula y la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum combinaron firmeza con discreción, en contraste con la retórica más confrontativa de Petro.

En julio, Lula respondió con un desafío al intento de Trump de presionar a Brasil a través de aranceles punitivos diseñados para forzar la liberación del aliado del presidente estadounidense, el expresidente Jair Bolsonaro, encarcelado por su participación en planes golpistas y de asesinato. A diferencia de otros jefes de Estado, Lula se negó a comunicarse con Trump: «No me voy a humillar», dijo. En cambio, sostuvo que «Brasil no iba a ser tutelado por nadie» y recordó el golpe brasileño de 1964 como ejemplo histórico de intervención estadounidense.

El enfrentamiento disparó manifestaciones masivas a favor del gobierno en todo el país, que superaron ampliamente a las convocadas por la derecha para pedir la liberación de Bolsonaro. Los simpatizantes de Lula responsabilizaron a la derecha por los aranceles, en particular a Eduardo Bolsonaro, hijo del expresidente, que viajó a Washington y militó abiertamente por esas medidas. Lula llamó a Bolsonaro «traidor» y dijo que debía enfrentar otro juicio por ser responsable de lo que pasó a conocerse como «el impuesto Bolsonaro». Como muestra de que los aranceles de Trump fueron un impulso decisivo para la izquierda, Lula, de ochenta años, anunció el mes pasado que se postularía para la reelección en octubre de 2026, justo cuando su popularidad alcanzó el 50 por ciento.

Algunos analistas criticaron a Lula por no haber usado su videoconferencia de treinta minutos con Trump, el pasado 6 de octubre, para condenar la diplomacia de cañoneras de Washington en el Caribe. Según esa lectura, Lula mostró ingenuidad y falta de carácter al combinar «preocupación y acomodamiento frente al imperialismo estadounidense» y suponer que «las negociaciones se guiarán por una lógica de ganar-ganar».

En realidad, Lula habló en contra de la presencia militar estadounidense, a la que definió como «factor de tensión» en el Caribe, al que considera una «zona de paz». De todos modos, está claro que podría haber ido más lejos, como le reclamó el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST) —que apoyó su última candidatura—, declarando explícitamente su solidaridad con Venezuela frente a los ataques estadounidenses.

Así y todo, es difícil acusar a Lula de sumisión en su vínculo con Trump. De hecho, tanto él como Sheinbaum manejaron con habilidad la relación con el presidente estadounidense y terminaron obteniendo buena parte de lo que buscaban. Además, al mismo tiempo que Trump retrocedió en sus amenazas arancelarias contra Brasil y México, se dedicó a elogiar a ambos mandatarios.

Un frente unido en gestación

En Brasil y en otros lugares de la región empieza a surgir un nuevo alineamiento que reúne fuerzas de derecha e izquierda en reacción a la postura de Washington. Un ejemplo notable fue la designación de Guilherme Boulos —dirigente del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) y excandidato presidencial— como ministro de la Presidencia en octubre. Boulos pertenece al Partido Socialismo y Libertad (PSOL), una escisión por izquierda del Partido de los Trabajadores (PT) que apoyó la candidatura de Lula en 2022, pero había descartado ocupar cargos en su gobierno.

Boulos, que tuvo un rol clave en la organización de las recientes protestas contra los aumentos arancelarios de Washington, habló sobre el significado de su designación: «Lula me dio la misión de ayudar a poner al gobierno en la calle… y atender las demandas populares». Su nombramiento señala un giro hacia la izquierda en el que, según el medio CE Noticias Financiera, radicado en Miami, «Lula mostró que entra a la elección de 2026 listo para la guerra. Una guerra a su manera, utilizando a los movimientos sociales».

Venezuela es otro caso donde actores políticos de buena parte del arco político convergen en la necesidad de un frente amplio para enfrentar la agresión estadounidense en la región. Ningún otro gobierno de la marea rosa enfrentó una sucesión tan rápida de intentos de cambio de régimen y desestabilización como Venezuela bajo el gobierno de Maduro, sucesor de Hugo Chávez. La respuesta oficial a esos y otros desafíos a veces se apartó de normas democráticas e incluyó concesiones a intereses empresariales, lo que generó duras críticas de sectores moderados y más radicales de la izquierda.

Un dirigente de este último sector es Elías Jaua, exmiembro del círculo íntimo de Chávez, cuyas posiciones de izquierda en política económica y democracia interna lo dejaron marginado dentro del chavismo. Frente a la amenaza militar estadounidense en el Caribe, Jaua cerró filas con Maduro y denunció la existencia de una «guerra psicológica» contra el presidente. Agregó que, en este momento crítico, es necesario «poner la tranquilidad del pueblo por encima de cualquier interés ideológico, político o ulterior» y afirmó: «La Patria está primero».

Otros referentes históricos que apoyaron el llamado de Maduro a un diálogo nacional para enfrentar la amenaza estadounidense —aunque sigan criticando al presidente por prácticas presuntamente antidemocráticas— incluyen figuras de centro y centroderecha como los excandidatos presidenciales Henrique Capriles, Manuel Rosales y Antonio Ecarri.

También acompañan figuras moderadas de izquierda que ocuparon cargos importantes bajo Chávez o pertenecieron al Movimiento al Socialismo (MAS) en los años noventa. Uno de ellos es Enrique Ochoa Antich, que presentó una petición firmada por veintisiete referentes opositores anti-Maduro que afirmaba: «Desalienta ver a un sector extremista de la oposición» apoyar sanciones y acciones estadounidenses. Ochoa Antich propuso un diálogo con representantes del gobierno «sobre la mejor manera de fomentar la unidad nacional y defender la soberanía».

En Argentina, Trump salió en auxilio de la derecha en lo que probablemente resulte una victoria pírrica. En vísperas de las elecciones legislativas del 26 de octubre de este año, ofreció un rescate financiero de 40 mil millones de dólares para la economía argentina, pero solo si el partido del presidente de derecha Javier Milei salía victorioso, cosa que finalmente ocurrió. La extorsión fue denunciada como tal por dirigentes que van desde referentes peronistas ligados a gobiernos de la marea rosa hasta centristas que habían sido duros críticos de esos gobiernos. Facundo Manes, líder de la Unión Cívica Radical, fue uno de ellos: «La extorsión avanza», declaró. Mientras tanto, en las calles de Buenos Aires, las protestas contra Milei mostraban pancartas con consignas antiestadounidenses como «Yankee go home» y «Milei es la mula de Trump», además de la quema de banderas estadounidenses.

Esta convergencia en torno a la necesidad de enfrentar las amenazas y acciones de Trump abre una oportunidad para que progresistas y socialistas del continente se unan. El Foro de São Paulo —un espacio que reúne a más de cien organizaciones de izquierda latinoamericana y que Lula ayudó a fundar en 1990— retomó ese llamado. Al inicio del primer gobierno de Trump, en 2017, el foro redactó el documento «Consenso de Nuestra América» como respuesta al neoliberal Consenso de Washington y a la escalada de la injerencia estadounidense en el hemisferio.

Aunque defendió el pluralismo de los movimientos progresistas y evitó el término «socialismo», el documento anticipaba la elaboración de un conjunto más concreto de reformas y objetivos. Sin embargo, ese siguiente paso nunca se materializó. Más recientemente, el analista y estratega cubano Roberto Regalado lamentó que, pese a la urgencia de la unidad, «lejos de consolidarse y expandirse, el “Consenso de Nuestra América” languideció».

Trump y la derecha latinoamericana

Buena parte de la derecha latinoamericana ató su suerte a la de Trump. Los presidentes de derecha de Argentina, Ecuador y Paraguay son seguidores de Trump, al igual que Bolsonaro, el candidato presidencial chileno José Antonio Kast y el expresidente colombiano Álvaro Uribe. En Venezuela, la dirigente opositora de derecha María Corina Machado le dedicó a Trump su reciente Premio Nobel de la Paz.

En 2022, el también dirigente opositor venezolano Leopoldo López cofundó el World Liberty Congress, dedicado al cambio de régimen en países que Washington considera adversarios. La idea encaja con la noción de crear una «Internacional de la Derecha» impulsada por estrategas como Steve Bannon. Bannon fundó The Movement en 2016 para unificar a la derecha europea, pero gran parte de ese continente le dio la espalda.

Ese «internacionalismo» de derecha tiene aún menos probabilidades de prosperar en América Latina. Mientras en Estados Unidos Trump explota el patriotismo —o una versión distorsionada de él—, en América Latina el nacionalismo y el apoyo a Trump son términos incompatibles, en particular cuando se trata de aranceles, inmigración, amenazas de invasión militar y la reivindicación de la Doctrina Monroe. En Venezuela, por ejemplo, la popularidad de Machado cayó y su movimiento opositor se fracturó debido al rechazo popular a las políticas de Trump.

En Estados Unidos, Trump juega para su base fanática mientras que su popularidad cae de manera sostenida. En América Latina ocurre lo mismo, con la diferencia de que su imagen difícilmente podría ser más baja de lo que ya es. El Pew Research Center señala que apenas el 8 por ciento de los mexicanos tiene «confianza» en Trump.

Trump contribuyó a un giro importante en el panorama político latinoamericano, hoy marcado por la polarización y por avances de la izquierda. En muchos países, la izquierda —que durante décadas quedó relegada— volvió a ser un punto de referencia central, enarbolando banderas de soberanía nacional, cuando no de antiimperialismo.

En Chile, una comunista, Jeannette Jara, obtuvo un sorpresivo 60,5 por ciento en las primarias para representar al principal bloque antiderechista en las próximas elecciones presidenciales. Aunque con un tono cauteloso, Jara se dirigió directamente a Trump tras su intromisión en las elecciones argentinas: «No entrarán soldados estadounidenses. Chile se hace respetar, y también su soberanía».

En Ecuador, pese a la dura represión, los seguidores del expresidente de la marea rosa Rafael Correa quedaron muy cerca de ganar las últimas tres elecciones presidenciales. Y en Colombia, Petro revitalizó la base de su movimiento con sus duras denuncias de las operaciones militares estadounidenses y al encabezar desde octubre una campaña para reunir dos millones de firmas para convocar una asamblea constituyente.

«Polarización» suele referirse a un escenario en el que los extremos de ambos lados del espectro ganan protagonismo. Eso no es lo que ocurre en América Latina, al menos en la izquierda. Lo que se ve es una convergencia de progresistas de distintas corrientes, tanto dentro de cada país como entre los gobiernos de la marea rosa, en su oposición a Trump y todo lo que representa. El desafío ahora es traducir esa convergencia en formas organizadas de unidad, mediante frentes amplios a nivel nacional y también dentro de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y otros organismos regionales.

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Publicado en América Latina, Artículos, Conservadurismo, Deuda, homeCentroPrincipal, Imperialismo, Partidos and Política

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