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Retrato de Ilio Barontini. (Vía Wikimedia Commons)

Un comunista italiano en la resistencia etíope

Traducción: Natalia López

Uno de los partisanos más destacados de Italia fue Ilio Barontini, un comunista que ayudó a liderar la resistencia etíope contra la ocupación colonial de Benito Mussolini.

Giuseppe Di Vittorio corrió las cortinas y encendió la gran lámpara de araña, a la que le faltaban dos bombillas. Las corrientes de aire que entraban por las ventanas dejaban pasar el frío intenso de aquella tarde de diciembre de 1938. La sala de reuniones de la sede del exilio de los comunistas italianos en París se llenó rápidamente.

El primero en arribar fue el representante de Etiopía ante la Sociedad de las Naciones, Lorenzo Taezaz. A continuación, llegó una numerosa y ruidosa delegación francesa: Georges Mandel, recientemente nombrado ministro de Colonias; su jefe de gabinete, André Diethelm; Pierre Cot, del Partido Radical, un político que mantenía buenas relaciones con las organizaciones comunistas y había sido ministro de Comercio en el segundo gobierno del Frente Popular; y el coronel Paul Robert Monnier, del Deuxième Bureau, el servicio de inteligencia militar francés.

Ante los demás líderes comunistas, Di Vittorio esbozó la misión que se llevaría a cabo en Etiopía. Dijo que había reclutado a una docena de expertos durante su estancia en España, pero que solo tres o cuatro combatientes partirían hacia Etiopía.

Los militantes elegidos por Di Vittorio eran sin duda valientes, pero también hombres ingeniosos y con imaginación. Eran capaces de salir de situaciones difíciles y de hacerle frente a un entorno hostil y traicionero. Los tres militantes elegidos fueron el veterano de la guerra civil española Ilio Barontini, Anton Ukmar y Domenico Bruno Rolla, que había participado en la dolorosa retirada de España. Mandel dijo que estaba dispuesto a poner a disposición todos los canales que París tenía abiertos con la resistencia etíope. El coronel Monnier confirmó que la Deuxième Bureau e incluso los británicos estacionados en Sudán ya habían establecido contactos directos con los ras (jefes o duques) etíopes Kassa Haile Darge y Abebe Aregai.

En España

El primero en irse, a fines de 1938, fue Ilio Barontini, el héroe de la batalla de Guadalajara, junto a otro compañero, Paolo De Bargili, un hombre siempre en las sombras que operaba bajo el seudónimo Paul Langlois. El partisano que fue nombrado viceemperador de Etiopía era Barontini, nacido en Cecina, Toscana, en 1890. Perseguido por los fascistas, huyó en 1931, se unió al aparato clandestino del Partido Comunista de Italia (PCd’I) en París, se trasladó a la Unión Soviética, siguió a Mao Zedong en la Larga Marcha y, en 1936, fue enviado a luchar a España.

Aunque célebre como héroe, Barontini había respirado desde siempre el espíritu rebelde de la ciudad portuaria de Livorno, y mostraba una cierta intolerancia hacia la «disciplina» política y militar. Manfred Stern, comandante en jefe de las Brigadas Internacionales, llegó a llamarlo cobarde. Él respondió a su manera: el 24 de septiembre de 1937, después de esperar dos horas bajo una lluvia torrencial, le ordenó a sus tropas —que volvían de la segunda ofensiva fallida en Aragón y estaban formadas para ser inspeccionadas por el teniente coronel Casado, comandante del XII Cuerpo de Ejército, el comandante Vernal y el comisario político del XXI Cuerpo de Ejército— que se retiraran a sus alojamientos en Castelnou. Sólo podemos imaginar lo que Barontini le dijo a sus hombres, empapados hasta los huesos: «¡Estos idiotas me tienen cansado, vámonos!»

Barontini pasó un mes aislado en París antes de emprender el viaje que lo llevaría a Etiopía, pasando por Egipto y Sudán, con las credenciales del emperador Haile Selassie escritas en pañuelos de seda para evitar que el enemigo las viera. En el verano de 1939, Barontini se unió a Anton Ukmar, un ex ferroviario esloveno de Gorizia (anexionada a Italia en 1920) que había conocido en España. También estaban Bruno Rolla, un antifascista de La Spezia, el coronel Monnier, del Deuxième Bureau, y Lorenzo Taezaz, secretario del negus (emperador de Etiopía).

La voz de los abisinios

Tras invadir Etiopía en octubre de 1935, las fuerzas de Benito Mussolini conquistaron, usando gas mostaza, las aldeas y ciudades más importantes, el ferrocarril Addis Abeba-Yibuti y las principales vías de comunicación. Sin embargo, una parte considerable del territorio seguía en manos de los Arbegnuoc, los patriotas etíopes. A Barontini le resultó difícil reunir a los distintos ras locales, por lo que pidió ayuda al negus, exiliado en Londres, quien lo nombró su adjunto.

Así, armado con el cetro imperial, el comunista de Livorno mantuvo a raya a los ras locales. Sobre esta base, organizó un ejército de unos 250 mil combatientes de la resistencia, utilizando la táctica de pequeños grupos ofensivos de quince a veinte combatientes para atacar los fuertes fascistas, llevó a cabo importantes misiones y publicó un periódico bilingüe, La voce degli Abissini (La voz de los abisinios), convirtiéndose en una leyenda.

Cuando los tres italianos se encontraron por primera vez en Gojjam, al noroeste de Etiopía, se fundieron en un largo abrazo. No se habían visto desde su desafortunada huida de España. Rolla y Ukmar se rieron al ver a Barontini vestido como un explorador colonial. El jefe de la aldea propuso que el botín de la última expedición —una docena de bueyes robados a unos ladrones de animales cuando intentaban vadear un río— se utilizara para una fiesta de bienvenida. A continuación, condujo a los invitados al tucul (casa redonda) y ordenó a sus dos o quizás tres hijas que lavaran los pies de Rolla, Ukmar y Monnier en señal de hospitalidad.

Los tres hombres se quedaron atónitos, pero Barontini hizo un gesto como diciendo que debían aceptar sin dudarlo demasiado. Los gestos rítmicos de las tres jóvenes parecían un ritual al que los europeos no estaban acostumbrados, pero no se puede decir que, aparte de la sorpresa, no sintieran también placer, sobre todo después de las penurias del largo viaje. La fiesta duró hasta altas horas de la noche, y el campamento olía a grasa quemada y especias. La carne se pinchaba en brochetas y se distribuía ligeramente cocida, cortada directamente en grandes trozos y saboreada con el clásico berberé (mezcla de especias) de pimientos y hierbas, devorada con trozos de injera (pan plano blando y ácido). Luego todos brindaban con tej (vino de miel).

Barontini y los demás intentaron escabullirse del banquete para ultimar sus planes, pero los rebeldes los llamaron inmediatamente. Así, después de tres días de celebración, aún un poco aturdidos, finalmente decidieron cómo dividirse las zonas de actividad. Barontini se quedó en Gojjam, Ukmar y Rolla se fueron a la zona de Gondar, alrededor del lago Tana y el Alto Nilo Azul, y Monnier a la región de Harar, en el este de Etiopía. El oficial francés murió el 11 de noviembre de 1939 en Gantola, pero no sin antes descubrir la casa de Harar donde había vivido entre 1880 y 1884 su poeta favorito, Arthur Rimbaud, cuyos libros guardaba en su maleta. Para identificarse mejor con los guerrilleros etíopes, los tres italianos adoptaron nombres bíblicos: Rolla era Petrus, Barontini era Paulus y Ukmar era Johannes. La misión terminó en junio de 1940, cuando los tres antifascistas emprendieron el viaje de regreso en medio de enfermedades y ataques de merodeadores. Una vez más, Barontini ideó un plan para escapar.

Fuga

Milagrosamente, se encontraron con vida en Jartum, donde se tomaron la única fotografía en la que aparecen los tres juntos. De vuelta en Europa, Barontini organizó la resistencia, primero en Francia y luego en la región italiana de Emilia-Romaña, y participó en la liberación de Bolonia. En 1946, se convirtió en miembro de la Asamblea Constituyente por el Partido Comunista Italiano en la circunscripción de Pisa y Livorno y, en 1948, fue elegido senador de la República, donde fue secretario de la Comisión de Defensa. También fue nombrado ciudadano honorario de la ciudad de Bolonia, condecorado por las fuerzas aliadas con la Estrella de Bronce y por la Unión Soviética con la Orden de la Estrella Roja.

Murió en un accidente de coche en Scandicci en 1951, a la edad de sesenta años, cuando se dirigía a Florencia para transmitir los saludos de los comunistas de Livorno a la federación florentina del partido, junto con otros dos destacados líderes, Otello Frangioni y Leonardo Leonardi. 

A su regreso a Francia, Ukmar fue internado en Vernet d’Ariège y luego en Castres, de donde escapó el 8 de septiembre de 1943. Se unió a la resistencia en Venezia Giulia y en 1944 fue enviado por la dirección del Partido Comunista a Génova, donde se convirtió en comandante de la VI Zona Operativa Ligur de los partisanos garibaldinos con base en Carrega Ligure, en la provincia de Alessandria. Participó en la liberación de Génova y fue nombrado ciudadano honorario de la ciudad de la Lanterna, además de recibir la Estrella de Bronce de los Estados Unidos, la Medalla de Oro de la Resistencia del Gobierno italiano y otras distinciones del Gobierno yugoslavo.

A su regreso de África en marzo de 1940, Rolla fue internado en el campo francés de Vernet d’Ariege. Intentó regresar a Italia, pero fue detenido en Ponte Unione, en Menton, el 5 de abril de 1944, y trasladado a la cárcel de La Spezia bajo el Tribunal Especial del régimen fascista. El 24 de julio fue trasladado a la prisión Regina Coeli de Roma, pero a principios de 1944 logró escapar y llegar a Avezzano, en Abruzzo, donde participó en la Resistencia como comisario político con el nombre de «Carlo». Después de la guerra, regresó a La Spezia y se unió a la secretaría provincial del Partido Comunista Italiano como jefe de organización y luego a la dirección nacional del partido. Murió el 9 de junio de 1954, a los cuarenta y seis años. Está enterrado en el cementerio de Baccano, en la provincia de La Spezia.

Solo hay unas pocas fuentes que nos permiten reconstruir esta historia. Cuando Barontini murió en Scandicci, se habló de un diario que había escrito sobre sus experiencias en Etiopía, pero nunca fue encontrado.

«Nos dijo que había escrito en sus memorias sobre esta historia y que incluso había encontrado a un comunista etíope. Debía de ser una historia fascinante: tras su muerte, buscamos el manuscrito por toda Italia. Nunca lo encontramos, así que nos quedamos con la duda de si realmente lo había escrito. Se hizo todo lo posible, pero ninguna de las mujeres que podrían haberlo tenido en su poder —y eran muchas, lo que hizo que la búsqueda fuera embarazosa y difícil— pudo encontrarlo», escribió Giancarlo Pajetta en su libro Il ragazzo rosso (El chico rojo).

Rolla también murió a los cuarenta y seis años sin escribir ninguna memoria. La única persona que dejó algún testimonio de los acontecimientos en Etiopía fue Ukmar: un informe mecanografiado de doce páginas depositado en los archivos del Instituto Gramsci, otro conservado en los archivos regionales de Capodistria, varias entrevistas y conversaciones, y una biografía autorizada, Anton Ukmar (Miro). Storia di un rivoluzionario (Anton Ukmar (Miro). Historia de un revolucionario), editado por Rastko Bradaskja. Su historia también es un mosaico difícil de reconstruir, dado su apego al partido y sus mil vidas de actividad ilegal bajo innumerables seudónimos.

 

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