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La familia Paiva y sus amigos posan para una foto en Aún estoy aquí. (Sony Pictures Classics / YouTube)

Aún estoy aquí tiene su Oscar bien merecido

Traducción: Florencia Oroz

Aún estoy aquí, de Walter Salles, cuenta la historia real de una familia de izquierda durante los años oscuros de la dictadura militar en Brasil. Es un relato fascinante, con personajes y detalles de época muy logrados, que bien merecido tiene el Oscar a mejor película extranjera.

La nueva película del director vivo más célebre de Brasil, Walter Salles (Diarios de motocicleta, Estación central), Aún estoy aquí, desembarcó hace unas semanas en los cines del mundo. La razón de su estreno masivo, sin duda, fue su nominación a los Óscar como mejor película, mejor película extranjera y mejor actriz, para Fernanda Torres. Aunque solo se quedó con el galardón de mejor película extranjera, lo cierto es que tiene argumentos para haber ganado todos.

Aún estoy aquí, un drama político basado en las memorias de Marcelo Rubens Paiva de 2015, trata sobre una familia fracturada por la dictadura militar brasileña de 1964-1985. Pese al intento de boicot de la película por parte de grupos de derecha del país, se ha convertido en pocas semanas en la película más taquillera en Brasil desde la pandemia.

A principios de la década de 1970, cuando se desarrolla la película, el exdiputado Rubens Paiva (Selton Mello) regresa a casa tras un exilio político luego del derrocamiento militar respaldado por la CIA del gobierno de izquierda de João Goulart. La película nos presenta a Rubens trabajando como ingeniero civil y viviendo con su esposa Eunice (Fernanda Torres) y sus cinco risueños hijos en Río de Janeiro.

Salles dedica mucho tiempo a explorar la dinámica de la familia, algo a primera vista inusual, porque parece ser genuinamente feliz. Los Paiva son acomodados, lo cual es de gran ayuda, y viven en una hermosa casa en la playa de Río. El jovial Rubens y la vivaz Eunice organizan cenas y fiestas en un cálido círculo de amigos, y pasan mucho tiempo con sus hijos, que están maravillosamente interpretados y dirigidos para transmitir sus fuertes personalidades individuales. La hija mayor, Veroca (Valentina Herszage), por ejemplo, es preciosa y muy franca. Eliana (Luiza Kosovski), por otro lado, es sensible y la primera en darse cuenta del desastre que se ha apoderado de la familia.

Y está Marcelo, brillante y comprometido, interpretado por Guilherme Silveira, un chico al que Salles vio jugando en la calle y que le pareció que tenía la inteligencia necesaria para interpretar al personaje. Este casting de actores no profesionales recuerda al de Vittorio De Sica con Enzo Staiola, un chico con la sensibilidad natural y el talento cómico para interpretar el papel de protagonista secundario en Ladrones de bicicletas (1948).

Salles dedica mucho tiempo a establecer la dinámica familiar, en parte porque representa a personas que conocía personalmente. Cuando era un joven adolescente, la hija mediana de los Paiva, Nalu, formaba parte de su círculo de amigos, y como resultado era un visitante frecuente de ese acogedor hogar, que Salles llama «un lugar luminoso». Admiraba la brillante vida social de la familia, con personas de notables logros de todas las generaciones y orígenes muy diversos que se reunían para comer, beber, hablar, debatir libremente sobre política, escuchar discos y bailar.

Salles hizo un gran esfuerzo para recrear el hogar que recordaba con tanto cariño, localizando una casa arquitectónicamente similar a la verdadera casa de Paiva, incluso construida por el mismo arquitecto. Llegó a hacer que los actores vivieran, cocinaran y socializaran en la casa, hasta el punto de que cuando el verdadero Marcelo Rubens Paiva pasó por el plató, dijo que la casa incluso olía como su antigua casa familiar.

Pero desde el principio de la película queda claro que, a pesar de toda la alegría de vivir, hay una larga sombra que se proyecta sobre estas vidas aparentemente privilegiadas. Salles lo representa en la escena inicial, con Eunice en el océano, nadando a cierta distancia para flotar de espaldas en un intervalo de paz que es perturbado por el helicóptero militar negro que ruge sobre su cabeza. Acto seguido, su hija Veroca, que regresa de una proyección de la película de 1966 Deseo en una mañana de verano de Michelangelo Antonioni, es detenida en un puesto de control militar donde sus amigos son maltratados en duros interrogatorios callejeros.

Con Brasil como un polvorín político, los amigos de los Paiva están emigrando a Londres y les instan a que se vayan también. Pero Rubens y Eunice deciden que la situación no está en un punto crítico, todavía. Sin embargo, acuerdan enviar a Veroca a Londres con ellos, con la intención de alejarla de su tendencia a involucrarse en política. Entretanto, Rubens está claramente involucrado en algún tipo de actividad política clandestina, con misteriosas llamadas telefónicas y paquetes que van y vienen, todo mantenido en secreto para Eunice y los niños. Como le murmura a su amigo: «No se puede no hacer nada…».

Así y todo, es toda una sorpresa para la audiencia cuando el martillo finalmente cae sobre ellos. Hombres no identificados vestidos de civil llegan a la casa y se llevan a Rubens para «responder algunas preguntas». Rubens se va, se da vuelta para mirar una vez más la casa, y sonríe valientemente a Eunice antes de que se lo lleven. Pero después varios de los hombres se quedan en la casa, corren las cortinas e impiden la salida del resto de la familia. Así pasan los días, con esos hombres viviendo extrañamente en la casa, compartiendo las comidas familiares desde lugares rígidamente aislados, rechazando los intentos de Eunice de entablar conversación con ellos.

De repente, también se llevan a Eunice y Eliana; las encapuchan y las conducen a un lugar desconocido, donde las separan y las encarcelan. A Eunice la fotografían, la interrogan y la instan a identificar a personas que conoce a partir de una carpeta de fotos. A medida que pasan los días, la interrogan repetidamente y le dicen amenazadoramente que mejor regrese a su celda y «cambie de actitud». En la carpeta ve una foto de Rubens. Y la suya propia.

Finalmente, después de doce días que cuenta Eunice rascando la pared, es liberada y regresa a casa, en donde encuentra a los niños dormidos. Eliana ya está allí: la habían liberado después de veinticuatro horas de llevársela. Eunice se da su primera ducha en casi dos semanas y comienza el proceso de tratar de averiguar qué le sucedió a Rubens, que será el motor que la impulse durante el resto de la película.

También se enfrenta a duras realidades económicas, ya que se le prohíbe el acceso a las cuentas bancarias de Rubens, se queda sin fondos, pierde la querida casa de la familia y se ve obligada a trasladar a todos a São Paulo, donde los abuelos los acogerán. Las tomas granuladas pero brillantes en Super 8 de la casa, grabadas por Veroca mientras se alejan de ella para siempre, son tan conmovedoras que constituirían un final más que poderoso para la película.

Pero ese no es el final y, para muchos, es difícil que los dos extensos epílogos no resulten anticlimáticos. Sin embargo, Salles opta por seguir la extraordinaria trayectoria de Eunice, desde una especie de ama de casa ideal hasta una figura formidable en la cima de su profesión. Veinticinco años después, Eunice es licenciada en Derecho y se ha convertido en una reconocida experta en derechos territoriales indígenas.

Luego hay otro salto hacia el año 2014, cuando Eunice, ahora muy anciana y enferma de Alzheimer, es una presencia silenciosa y en silla de ruedas en una reunión familiar de los Paiva. La propia madre de Fernanda Torres, Fernanda Montenegro, que ya había protagonizado Estación central, interpreta a una Eunice de ochenta y cinco años.

Resulta evidente que la familia ha tenido un aterrizaje más suave que el que tuvieron la mayoría de los perseguidos, amortiguado por el acceso a dinero y recursos de algún lugar, presumiblemente la familia. Esta cuestión de clase inexplorada probablemente sea el aspecto más inquietante de la película. Es un punto ciego que resulta aún más incómodo cuando se trata de la relación de la familia Paiva con su ama de llaves Zezé (Pri Helena). Zezé es tan incondicional que utiliza el dinero que Eunice le da para reponer su delantal deshilachado y comprar alimentos para la familia cuando los fondos escasean. Pero pronto Zezé recibe su paga y es despedida, y la vemos sentada en su cama, cabizbaja y rodeada de sus maletas, antes de desaparecer de la narración.

Sin embargo, no hay ninguna escena en la que algún miembro de la familia vea partir a esta mujer que presumiblemente formó parte de sus vidas durante muchos años. Es curioso. ¿Está Salles señalando una falta de afecto entre clases sociales o estamos presenciando su propio punto ciego? Al fin y al cabo, Salles procede de una extrema riqueza y privilegio y él mismo es multimillonario; de hecho, es el tercer cineasta más rico del mundo, detrás nada menos que de Steven Spielberg y George Lucas. Su padre era un destacado banquero, fundador de Unibanco, que también fue embajador de Brasil en Estados Unidos. La fusión de Itaú Unibanco es ahora el mayor grupo bancario de Sudamérica.

No parece casualidad que la película más política de Salles antes de esta, Diarios de motocicleta, sea otro relato de la radicalización de una persona acomodada, en este caso, un joven y próspero estudiante de medicina argentino llamado Ernesto «Che» Guevara (Gael García Bernal) y un fatídico viaje en moto por Sudamérica con su amigo bioquímico Alberto Granado (Rodrigo de la Serna).

Los ricos que se convierten a la lucha de clases del lado del trabajo y la liberación a menudo son un tema incómodo para la izquierda. ¿Cuántas figuras revolucionarias han salido de las clases altas? Además de Guevara, me viene a la cabeza la condesa Markievicz, líder del levantamiento irlandés de Pascua de 1916 y presencia política de primer orden en la lucha contra el dominio británico, que acabó su vida pobre, muriendo en un pabellón público, tras haber gastado su fortuna en la lucha por la independencia irlandesa.

El director Luchino Visconti, que realizó la gran obra maestra semidocumental a favor de la unión La tierra tiembla (1948) y se convirtió en una figura definitoria del movimiento cinematográfico de izquierdas conocido como neorrealismo italiano, fue durante muchos años un comunista comprometido. También era un noble milanés, hijo de un duque terrateniente, con el título de conde de Lonate Pozzolo. Visconti arriesgó su vida apoyando la resistencia antifascista durante la Segunda Guerra Mundial y escapó por poco de la ejecución por parte de los nazis. Y seguro se le ocurren sus propios ejemplos.

A pesar de su calidez y brillantez y de su valioso testimonio de los horrores de la dictadura militar brasileña, Aún estoy aquí deja este aspecto totalmente sin examinar. Está claro que para el público brasileño, la actual volatilidad política hace que la película parezca más que pertinente. Y la precariedad política que se hace norma tanto en Estados Unidos como en otras partes del mundo hace que Aún estoy aquí resulte francamente inquietante.

No hace falta decir que la recomiendo.

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Publicado en Arte, Brasil, Cine y TV, Historia, homeCentro, Política, Represión and Reseña

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