Entrevista por
Martín Mosquera
Francisco Lezama es uno de los nombres más destacados del cine independiente argentino contemporáneo. Con un estilo propio que mezcla el humor absurdo y la reflexión social, sus obras ahondan en las tensiones de una generación marcada por la precariedad y la obsesión nacional por el dólar. A través de una lente personal y con un toque de ironía, ha captado las luchas de una sociedad moldeada por el neoliberalismo y la inestabilidad económica. Su trilogía de cortometrajes explora cómo la precariedad financiera afecta al trabajo, las relaciones y los deseos, todo ello dentro de un sistema hostil e indiferente.
Un movimiento extraño, cortometraje que ganó el Oso de Oro en Berlinale y se clasificó para los Oscar, retrata con agudeza esta dualidad de apatía y resistencia entre la juventud argentina. En su discurso de aceptación en Berlín, Lezama condenó los recortes a las instituciones culturales bajo el gobierno libertario de Javier Milei, haciendo hincapié en el impacto de estas políticas en la industria cinematográfica y en el acceso a la cultura de las generaciones más jóvenes.
En esta conversación con Martín Mosquera, editor de Revista Jacobin, Lezama reflexiona sobre su obra, el contexto político y social que la inspira y sus próximos desafíos cinematográficos.
MM
Después de ganar en Berlín, tus tres cortometrajes se proyectaron juntos en Buenos Aires. Aunque son comedias con guion, el hecho de que compartan el mismo tema y hayan sido rodados a lo largo de una década les confiere un carácter casi documental. ¿Es así como lo imaginaste?
FL
Sí, creo que hay algo de verdad en eso. Es una cualidad distintiva del cine narrativo. El escritor y cineasta Edgardo Cozarinsky solía decir algo así como que con el tiempo, toda ficción se convierte en documental, y todo documental revela sus componentes de ficción. He trabajado en un archivo cinematográfico durante muchos años, y esa idea se demuestra una y otra vez. Por ejemplo, los noticieros de los años 40, que informaban a la gente antes de la llegada de la televisión, ahora pueden parecer ficción, incluso comedias.
Cuando escribí los cortos tenía esto en mente: quería que las comedias se proyectaran en el tiempo como una especie de documento sobre la inflación. En 2015, cuando rodamos el primer corto con Agostina Gálvez, se necesitaban quince pesos para comprar un dólar. Nueve años después, cuando las tres películas se proyectaron juntas en el MALBA (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), se necesitaban 1200 pesos para comprar un dólar. Argentina parece a menudo una distopía inflacionista.
MM
La inflación rara vez se explora en el cine. Equilibrar las particularidades del contexto económico argentino con temas que resuenan globalmente parece todo un reto.
FL
Es curioso que el cine mainstream haya explorado temas complejos como el lenguaje o la semiótica —Matrix, por ejemplo— pero rara vez se haya adentrado en la economía, y mucho menos en la inflación. Esto puede deberse a que los principales centros de la industria cinematográfica se encuentran en Estados Unidos y Europa, donde la inflación no ha sido una preocupación significativa hasta hace poco.
En Argentina, en cambio, la comprensión práctica de la dinámica económica es común entre personas de todas las clases sociales. Cuando escribí Un movimiento extraño quise narrar una corrida cambiaria, que es un fenómeno enigmático e intrincado. Diseñé la trama con sus giros —esas «excusas narrativas» de las que hablaba Alfred Hitchcock—, pero durante el rodaje me centré en documentar cómo un acontecimiento así transforma el ambiente urbano de Buenos Aires y del resto del país.
La inflación erosiona los salarios en pesos, empujando a la gente a comprar dólares para refugiarse. Este tipo de apuesta especulativa, necesaria para salvaguardar los ahorros, afecta muchas dimensiones de la vida: el trabajo, las relaciones, incluso el romance. Frente a la inflación, la especulación financiera y la adivinación esotérica parecen haber creado una forma peculiar de lenguaje común que ya está profundamente arraigado en Argentina, casi como el folclore.
En una corrida monetaria, la sociedad se divide secretamente en dos grupos: quienes pueden permitirse comprar dólares y quienes no. Es una ruptura silenciosa pero profunda. El primer grupo disfruta de un alivio temporal, mientras que el segundo ve cómo sus ahorros y salarios pierden valor. Lo que perdura en el aire es una misteriosa fusión de melancolía y tensión.
En ese sentido, no estoy del todo seguro de que el corto sea universalmente comprensible, pero confío en que el cine vaya más allá de la mera narración, desplegando atmósferas, ritmos y movimientos que trascienden lo que parece racional. Como las screwball comedies estadounidenses de los años treinta, que, sin quererlo, captaban la atmósfera decadente de la Gran Depresión. Espero que las comedias, como la poesía o la música, puedan transmitir lo intangible a través de lo tangible.

MM
Las películas latinoamericanas a menudo exploran la vida en comunidades cerradas. ¿Crees que ahorrar en dólares crea una fantasía de salvación similar?
FL
Claro que sí. Salvo que los barrios cerrados, con sus altos muros y barreras físicas, son tangibles. La compra de dólares, al ser privada y a menudo virtual, es más inquietante y más críptica. Un movimiento extraño gira en torno a esta idea. Una guardia de seguridad prevé una corrida cambiaria utilizando un péndulo y es despedida. Compra dólares con su indemnización y, a medida que su valor en pesos se triplica, se encuentra fantaseando con un romance con un empleado de una casa de cambio ilegal que no puede permitirse comprar dólares.
Irónicamente, para evitar gastar sus ahorros en dólares, acepta un trabajo aún más precario que el anterior. Esta obsesión por aferrarse a los dólares con la esperanza de sacar provecho de otra corrida cambiaria es paralela en muchos aspectos a la mentalidad de los barrios cerrados: una fantasía de salvación individual mientras el entorno es un caos. Este tipo de individualismo, combinado con una narrativa empresarial distorsionada en torno a las aplicaciones de la gigeconomía, ha sido promovido agresivamente por influyentes voces libertarias.
La idealización del esfuerzo individual como único camino hacia el progreso, unida a la promesa de eliminar el gasto público, permitió a Javier Milei tocar la fibra sensible de trabajadores con empleos precarios que empezaron a reimaginarse como empresarios. Es curioso cómo, bajo una retórica de «libertad», emerge una fantasía: un futuro mejor despojado de derechos, donde el mercado reina sin freno.
Las políticas libertarias de Milei encuentran eco en la futura administración de Donald Trump, encarnada por figuras como Elon Musk y su plan «Departamento de Eficiencia Gubernamental» (DOGE) para reducir el tamaño del Gobierno y desmantelar las regulaciones. Al final, ambos parecen unidos por un proyecto ideológico común.
MM
Tus películas retratan con precisión la alienación de la juventud. ¿Cómo concilias el contraste entre unos jóvenes que, por un lado, parecen autómatas y, por otro, despliegan una vitalidad única en su mirada, sus deseos y sus movimientos?
FL
La inflación golpea duramente a los jóvenes argentinos, pero tras la pandemia, también empezó a afectar a Estados Unidos y otras partes del mundo. Los alquileres se volvieron cada vez más inasequibles y muchos jóvenes tienen que buscarse un segundo empleo para salir adelante. La sensación general es de lucha, de no poder proyectarse en el futuro.
A primera vista, podría parecer que esta generación está atrapada en un bucle, en una suerte de limbo. Pero yo quería retratar a una juventud que, aunque parezca no tener cabida en el sistema, sigue siendo vital. A pesar del entorno hostil, los intentos de conectar y proponer nuevas formas de relacionarse son reales y poderosos. Hay resistencia y creatividad, pero también incertidumbre. La inflación puede crear ese efecto neblinoso sobre nuestro entorno.
MM
En tu discurso de aceptación en Berlín defendiste el cine público argentino. ¿Qué opinas de la reciente victoria de Trump y del auge de los gobiernos de derecha que atacan a la cultura?
FL
Desde el principio, Milei ha atacado a la industria cinematográfica argentina, tanto retórica como financieramente. Recortó drásticamente las subvenciones y eliminó las políticas que permitían al cine independiente local encontrar espacio en las salas comerciales. La desfinanciación de las instituciones culturales está restringiendo la aparición de voces alternativas que divergen de la corriente dominante.

Los libertarios han aprovechado el descenso mundial de la asistencia al cine —que afecta incluso a Hollywood— para cuestionar la legitimidad del INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales), creado en un momento crítico para el cine argentino, cuando la producción nacional era escasa y las salas proyectaban casi exclusivamente películas extranjeras. Inspirado en parte por el neorrealismo italiano y los cines de la Nouvelle Vague de los años 60, el cine argentino buscó contar historias enraizadas en su propia realidad, distanciándose tanto de los argumentos melodramáticos burgueses como del nacionalismo populista.
Estos ataques a la industria cinematográfica forman parte de una tendencia global entre los gobiernos de extrema derecha. Jair Bolsonaro en Brasil y Victor Orbán en Hungría también recortaron la financiación pública de las artes, tachándola de improductiva o políticamente sesgada. El propio Trump ha mostrado una postura hostil hacia la industria cinematográfica estadounidense o cualquier emprendimiento artístico que se atreviera a cuestionar o provocar debates.
MM
Estás trabajando en tu primer largometraje. ¿Seguirá explorando los temas del dinero y la economía?
FL
Lo dudo, aunque el tema suele reaparecer. Mi próximo proyecto, Los dos paisajes, explora las tensiones sociales y religiosas provocadas por el creciente paso del catolicismo al evangelismo, un fenómeno que reconfigura tradiciones muy arraigadas. Voy a rodar en Alta Gracia, Córdoba, y tengo previsto trasladarme allí durante unos meses. Una vez más, mi intensión es fusionar comedia con elementos de la realidad.