Vislumbras una figura en el espejo del otro lado del pasillo, pero cuando te vuelves para comprobarlo, no hay nadie. Los espectros permanecen en los espacios vacíos, como los pasillos de una vieja mansión o un camino a través de un cementerio desolado, creando una atmósfera lúgubre. Estos son los contextos clásicos de los fantasmas, al igual que el vacío antinatural de una aldea Potemkin.
Es extraño contemplar el horizonte de una gran ciudad estadounidense y saber que algunos de esos relucientes rascacielos están completamente vacíos; torres residenciales fantasmas que sirven como meros activos financieros en carteras inmobiliarias, embrujadas por su propia vacuidad. Asimismo, los fantasmas son conocidos por sus inquietantes dobles, como los gemelos de El resplandor, y por sus enervantes excesos: enjambres negros de moscas, una matanza de cuervos, voces que surgen de la nada. Del mismo modo, resulta extraño pasear por detrás de un gran almacén, más allá de los muelles de carga, y encontrar contenedores llenos de comida perfectamente comestible o de productos de consumo envasados que, al parecer, no se vendían y ahora van a parar al basurero.
En Lo raro y lo espeluznante, Mark Fisher escribió sobre cómo estas sensaciones extrañas apuntan a cosas fuera de nuestra percepción, a algo fantasmal que desafía toda descripción. Velados y de otro mundo, estos fantasmas apuntan a lo que Fisher llamó evocadoramente «el espectro de un mundo que podría ser libre».
Fisher, que luchó toda su vida contra la depresión clínica, se quitó la vida en 2017, pero su obra perdura como antídoto contra la desesperanza, especialmente su última propuesta de libro, titulada, en broma, Comunismo ácido.
Más allá del espejo del realismo capitalista
La obra más famosa de Fisher sigue siendo Realismo capitalista. Es un libro que describe el sistema plano y sin futuro en el que estamos encerrados; un periodo de estancamiento cultural y austeridad unido a la sospecha siempre presente de que el mundo llegará pronto a su fin.
Fisher describe al realismo capitalista como una visión del mundo construida artificialmente que nos atrapa en un ciclo depresivo. El ciclo se mantiene gracias a una paradoja: la omnipresente sensación de fatalidad y presentimiento en realidad refuerza el statu quo. Según Fisher, esta visión pesimista es un desarrollo estratégico del capitalismo neoliberal. Es un sistema que garantiza que no podamos pensar fuera de sus confines, por mucho que lo intentemos. Incluso si nos quitamos los lentes ideológicos estilo They Live, hay otro par que todavía sigue en nuestra cara, si que podamos siquiera detectarlo. Hasta cuando pensamos que estamos escapando de la Matrix mediante la píldora roja, simplemente estamos pasando a otra habitación de la Matrix etiquetada como «el mundo real». Esta espeluznante duplicación al estilo de Escher forma parte del embrujo y, por necesidad, tenemos que recurrir a la ficción para hablar de ello.
Mientras que las generaciones anteriores creían en algún tipo de proyecto ideológico de ese presente —destinado a construir un futuro mejor—, el realismo capitalista está plenamente definido por el capitalismo, que pone en primer plano el corto plazo, borrando cualquier futuro en el que el capitalismo esté ausente. O más capitalismo o el fin del mundo. No hay alternativa.
Esta condición se desarrolló gradualmente durante décadas, creando una parálisis generalizada a través de la atomización. Pero en Comunismo ácido, Fisher trató de invertir el poder de este sistema, dándole la vuelta a Goliat: «En lugar de tratar de superar el capital, debemos centrarnos en lo que el capital siempre necesita obstruir: la capacidad colectiva de producir, cuidar y disfrutar, (…) lejos de centrarse en la “creación de riqueza”, el capital necesariamente y siempre bloquea la producción de riqueza común».
Tanto para Fisher como para sus héroes intelectuales, como Fredric Jameson, la distancia entre el mundo que podría ser libre y el que tenemos ahora es un terreno mensurable si utilizamos las metáforas y el lenguaje creados en la ficción, especialmente en la ciencia ficción. En Comunismo ácido, sin embargo, Fisher también apuntaba a formas de ver concretas, históricas: la efervescente proliferación de experimentos de socialismo democrático y comunismo libertario que florecieron en los años sesenta.
La contracultura de los sesenta fue creada por ciertas condiciones materiales: Fisher utiliza un ejemplo de las memorias de Danny Baker, un DJ de radio que recuerda unas vacaciones familiares en 1966. Los padres de Baker llevaron a la familia a la playa en un automóvil de consumo accesible, aprovechando el tiempo libre fuera del trabajo gracias a los derechos laborales duramente conquistados por la generación anterior. En la arena, con vistas al mar, la tecnología de una radio de transistores del tamaño de un electrodoméstico permite escuchar a los Kinks y a los Beatles, que cantan sobre los sueños, la percepción y el modo en que las reglas del mundo se presentan como inquebrantables pero no lo son. La realidad es psicodélica, maleable, está en constante cambio, y si todo el mundo decide que algo debe detenerse o que debe empezar otra cosa, entonces nuestro deseo colectivo —nuestra voluntad de futuro— es una fuerza imparable para toda la especie humana.
Para Fisher, esta ensoñación no es un desperdicio; es el reconocimiento lógico de un hecho irrefutable: esta capacidad colectiva se demostró físicamente, con efectos espeluznantes, en las guerras mundiales.
Perseguido por la escasez
Fisher señala la carrera de Baker en la radiotelevisión pública como parte de esta evolución de la esfera pública en la posguerra. En la radio y la televisión proliferaron las perspectivas de la clase trabajadora, especialmente cuando los programas gubernamentales movilizados financiaron una producción cultural occidental que podía cargarse y dispararse como munición contra los enemigos, haciendo temblar los cuerpos tanto del fascismo europeo como del comunismo soviético.
Programas como el New Deal, la Ley de Reajuste para los Miembros de las Fuerzas Armadas [programa de beneficios para veteranos de guerra, conocida popularmente como GI Bill] o el vasto programa británico de viviendas de protección oficial exhibieron a los gobiernos occidentales no sólo como pilares de los valores capitalistas, sino también como arquitectos de estructuras cuasi comunistas. Iniciativas como la Administración de Proyectos de Trabajo [WPA, por sus siglas en inglés] o el propio Ejército demostraron la capacidad del Estado para la organización colectiva a escala de masas.
El auge de la posguerra elevó a millones de personas normales (predominantemente blancas) a una nueva vida de clase media caracterizada por la seguridad, la dignidad social, el consumismo, las oportunidades creativas y el descanso. Los avances en la automatización, los materiales de construcción y la agricultura apoyaron esta transformación, que demostró que los gobiernos podían crear poderosos sistemas de bien público de la noche a la mañana. En la década de 1960, los hijos de quienes habían demostrado este poder colectivo soñaban con aplicar esa capacidad a escala mundial, sin distinción de raza, género ni nacionalidad. Pero, en lugar de eso, sólo conseguimos escasez.
En Comunismo ácido —un título que hace un guiño a nuestra necesidad de reestetizar la vida cotidiana, elevar nuestra conciencia y ver a través del tigre de papel del realismo capitalista—, Fisher señala a la escasez y a la restricción artificial como los principales generadores de riqueza para los responsables del orden de posguerra.
La inflación fue la palabra de moda de las elecciones de 2024, debido en parte a la escasez real, al igual que las diversas crisis de la cadena de suministro durante la pandemia, lo que terminó volviendo a los estadounidenses más ricos un 40 por ciento más ricos. Pero las empresas también estuvieron subiendo los precios sin consecuencias, creando una forma de escasez artificial que erosiona el valor de los aumentos salariales a través de la inflación. Fisher identifica este patrón como una característica definitoria del capitalismo neoliberal: «Un sistema que genera escasez artificial para producir escasez real; un sistema que produce escasez real para generar escasez artificial».
Pensemos en Blackstone, propietaria de un tercio del parque inmobiliario estadounidense: puede crear escasez y fijar los precios. O pensemos en la degradación de la capa superficial del suelo por los pesticidas, que beneficia a empresas como Monsanto: se benefician de la venta de pesticidas y luego pueden lanzar alimentos modificados genéticamente como solución a los daños. Esta lógica cíclica perpetúa un sistema aparentemente diseñado para la creación de riqueza pero que, en realidad, obstruye la producción de riqueza común. Se retienen los recursos y se desvía el valor del trabajo. Así se frustra deliberadamente la posibilidad de un sistema capaz de satisfacer las necesidades de todos, vivienda, alimentos, atención médica y una vida libre de trabajo sin sentido (premisas de la llamada Abundancia roja).
Para Fisher, éste es el núcleo materialista de la contracultura. Los restos de los hippies —signos de paz, chalecos de cuero, música de la época— son vestigios atormentados de un potencial más profundo e irrealizado. Fisher despreciaba a los hippies y su exaltación del consumo de drogas, criticando su «infantilismo hedónico» como un refuerzo del realismo capitalista en lugar de una rebelión contra él. Sin embargo, Fisher se aferraba al sueño «psicodélico» de la emancipación, una visión de la capacidad y la posibilidad colectivas.
Cuando nos enfrentamos a la inquietante presencia del realismo capitalista —al llegar al trabajo con Donald Trump de nuevo al timón, al soportar el aumento de las temperaturas a medida que el mundo se acerca a la marca de 1,5 grados centígrados, al enfrentarnos a un clima cada vez más catastrófico o al escuchar la última historia de crueldad confusa cometida por la clase dominante— es importante reconocer que el fin del mundo se esgrime como una amenaza constante para mantener el statu quo. El interminable serpenteo de términos como «temperaturas récord», «lluvias jamás vistas» y «Hillary Clinton ofrece su consejo» inspira pavor, pero está claro que no tiene por qué ser así.
¿Cómo sonaría esa «razón psicodélica»? ¿Cómo podrían converger la conciencia psicodélica y la conciencia de clase para imaginar un mundo más allá del realismo capitalista?
Golpeando en el desierto de lo real
Como David Graeber documentó en Trabajos de mierda, cada día, nuestro sistema de trabajo inflige una «cicatriz» moral y espiritual a «nuestra alma colectiva». En 1930, escribe Graeber, el economista John Maynard Keynes predijo que Estados Unidos y el Reino Unido tendrían una semana laboral de quince horas en el año 2000. «Por el contrario, la tecnología ha sido utilizada para conseguir que todos trabajemos aún más. Para ello se han tenido que crear empleos que son inútiles».
Graeber señala el engordamiento del sector administrativo, el crecimiento astronómico de los servicios financieros, el marketing, el derecho de sociedades, los recursos humanos y la consultoría de relaciones públicas como ejemplos de profesiones cuyos profesionales confiesan que ellos mismos no creen que estén contribuyendo a la sociedad. Todos sabemos que es una mierda. Muchos de nosotros vamos a trabajar por el sueldo, contamos las horas y luego utilizamos nuestro limitado tiempo libre para la reparación autocalmante necesaria para repetir el ciclo mañana.
Esta fue mi experiencia con la mayoría de los trabajos, y genera un ciclo repetitivo de «látigo y bálsamo» día tras día, propagando una epidemia de depresión, abuso de sustancias y una sensación fundamental de falta de propósito personal, a pesar de recibir una compensación financiera adecuada o incluso buena. Este es el resultado de la visión de la abundancia aplazada: nos persiguen sueños de abundancia roja, de posibilidades colectivas aparentemente fuera de nuestro alcance. Pero pensadores como Fisher nos dan pistas sobre cómo superarlo. En Comunismo ácido, capta este malestar desde una perspectiva que logra salir de la rutina de la vida moderna:
La ansiedad-sueño de la vida cotidiana desde una perspectiva que flota a su lado, por encima o más allá de ella: ya se trate de la ajetreada calle vislumbrada desde la alta ventana de un trasnochador, cuya cama se convierte en un bote de remos suavemente mecido por la corriente; la niebla y la escarcha de una mañana de lunes alejadas por una soleada tarde de domingo que no necesita terminar; o las urgencias de los negocios desdeñadas con ligereza desde el nido de un laberinto aristocrático, ahora ocupado por soñadores de clase trabajadora que nunca volverán a fichar.
La obra de Fisher, incluido su blog k-punk , fue un elemento básico de la blogosfera de principios de los ochenta, antes de que ese espacio fuera subsumido por los recintos corporativos de los medios de comunicación en línea. Internet, que podría haber seguido siendo un vasto y poderoso espacio de información pública, fue secuestrado por las personas más estúpidas y tristes del mundo, que sólo ven su potencial como una herramienta para obtener beneficios sin fin. La inteligencia artificial está ensuciando nuestro lenguaje, nuestro arte y nuestra comprensión general del mundo, mientras que el avance tecnológico es cada vez más sinónimo de desempleo masivo, vigilancia y recolección de mano de obra a través un scrolleo y una serie «me gusta» interminables. Pero mientras tanto, Florida se hunde y proliferan nuevas epidemias y contaminaciones.
En un mundo post-1,5 grados Celsius, ¿no deberían las ruinas de las industrias abandonadas albergar algo mejor? ¿Una esfera mediática pública? ¿Galerías de arte, salas de conciertos, teatros, estadios y campos de deporte? ¿Y si más gente pasara el día aprendiendo las líneas de una obra de teatro, diseñando telas o asistiendo a sus propias obras? ¿Qué pasaría si la gente pudiera no hacer nada durante el tiempo suficiente para redescubrir qué tipo de trabajo encontraríamos realmente satisfactorio si estuviéramos completamente, 100%, aburridos?
El pensamiento utópico suele ser señal de falta de seriedad, especialmente en la izquierda, donde abunda el temor a la ingenuidad. Pero el comunismo ácido de Fisher nos recuerda que imaginar «cómo podrían ser las cosas» es un tónico vital contra la desesperación: «Las imágenes de gratificación (…) destruirían la sociedad que las suprime».
Fisher se basa en las ideas de Herbert Marcuse sobre por qué el arte no tiene el poder de representar la utopía o la «verdadera gratificación». Fisher dice que el arte sólo puede «medir nuestra distancia» entre la actualidad y la posibilidad de la Abundancia roja (en el desierto del realismo capitalista, representar lo utópico inundaría el paisaje estéril en el que la imagen fue suprimida. Este proceso no sería resultado de la violencia sino de la gratificación: seguridad, prosperidad, abundancia, crecimiento real; un torrente de bienes públicos.
En Realismo capitalista, Fisher analizó la famosa película de 2006 Niños del hombre, una historia de ciencia ficción sobre un mundo que se enfrenta a una epidemia de esterilidad. La incapacidad de concebir hijos casi destruye la humanidad, las escuelas primarias están inquietantemente deshabitadas y vacías de voces infantiles. La película sigue a la madre y tutora del primer niño nacido en décadas: es una poderosa narración mesiánica, que ofrece una visión de renovación espiritual en una distopía que se parece cada vez más a nuestro mundo.
Fisher se adelantó a su tiempo y sintió por demás el dolor del mundo. Él mismo buscó la renovación en Comunismo ácido, y hay indicios en sus últimas conferencias recogidas en Deseo postcapitalista, editado por Matt Colquhoun. Muchos de nosotros desearíamos que el proyecto no hubiera quedado inacabado. Pero ése es nuestro trabajo: el pensamiento de Fisher influyó en muchos y la antorcha pasó de manos en libros como Inventar el futuro: Postcapitalismo y un mundo sin trabajo o Después del trabajo: Una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre.
Uno de los temas clave de Comunismo Ácido es la «estetización de la vida cotidiana», una forma de ver lo mundano como algo radicalmente distinto. No se trata de un pensamiento mágico, como en El Secreto, sino de una herramienta para combatir el derrotismo. Reencantando lo cotidiano, podemos vislumbrar la utopía —la Abundancia roja— y resistirnos a la asfixiante inevitabilidad del presente. Fisher nos desafió a ver la dignidad humana global como una fuerza que debe ser contenida, atada y sedada para mantener intacto el sistema actual. ¿Cómo podemos adentrarnos en el reino de la razón psicodélica? Fisher nos abrió el camino preguntando: «¿Y si el éxito del neoliberalismo no fuera un indicio de la inevitabilidad del capitalismo, sino un testimonio de la magnitud de la amenaza que supone el espectro de una sociedad que podría ser libre?».