Entrevista de Cal Turner
y Sara Van Horn
En mayo, representantes de los recicladores de todo el Sur Global se reunieron en París por las negociaciones del tratado de las Naciones Unidas sobre el plástico para llamar la atención sobre el impacto medioambiental de su trabajo —como personas que retiran plásticos tóxicos de los vertederos— y subrayar su importancia en la economía mundial. Abogaron por una autorización legal como recicladores, lo que les permitiría una mayor dignidad en sus puestos y el reconocimiento de su papel clave para acabar con los residuos plásticos. Aunque su trabajo es crucial, a menudo es invisible. También revela una verdad flagrante del clima contemporáneo: los residuos fluyen hacia el Sur Global mientras que el capital fluye hacia el Norte Global.
En su nuevo libro, Carbon Colonialism: How Rich Countries Export Climate Breakdown, la académica Laurie Parsons investiga la dinámica colonial de la riqueza y la extracción de recursos que hace casi invisibles muchos aspectos del cambio climático, como la vulnerabilidad a las inundaciones drásticas. Carbon Colonialism desvela los procesos corporativos ocultos a través de los cuales el Norte Global externaliza su impacto medioambiental al Sur Global.
Cal Turner y Sara Van Horn hablaron con Parsons para Jacobin sobre cómo las campañas de «greenwashing» (lavado verde) eluden la mitigación significativa del cambio climático, cuáles son los efectos de la riqueza en la vulnerabilidad al cambio climático y qué cambios en la producción mundial podrían acercarnos a un futuro con justicia climática.
SVH:
¿Cómo define usted el colonialismo del carbono?
LP:
He intentado huir de una definición simple y monolítica del colonialismo del carbono. Esta misma etiqueta se ha aplicado a todo tipo de procesos: se ha utilizado para hablar de la externalización del carbono —cuando una industria o un país traslada la fabricación al extranjero y no contabiliza esas emisiones en sus propias estadísticas— y se ha utilizado para hablar de las compensaciones de carbono, que es cuando tienes una empresa contaminante que compra tierras en el extranjero con el fin de crear una compensación negativa de carbono contra su industria intensiva en carbono. Puedes definir estos procesos por separado o preguntarte: ¿cuál es la lógica subyacente de todos ellos?
Esencialmente, se trata de la explotación del medio ambiente de tal manera que el valor del uso de ese medio ambiente fluye en una dirección y los residuos fluyen en la otra. Ese es el sistema que se ha creado a lo largo de cientos de años y la raíz subyacente a estas diferentes formas de colonialismo del carbono que han proliferado recientemente.
CT:
En el libro habla del «lavado verde», un tema candente en los círculos ecologistas. ¿Podría hablarnos de cómo el lavado verde sirve para subyugar al Sur Global a las campañas de relaciones públicas del Norte Global?
LP:
A nivel estatal, el lavado verde significa la forma en que seguimos tratando cualquier territorio fuera de las fronteras de nuestra nación como si no importara en la misma medida. Al día de hoy, todos los acuerdos internacionales sobre el clima se basan en esta idea de que la frontera es la unidad fundamental de nuestra sociedad global. Todas las formas de contabilizar nuestro impacto medioambiental dependen de estas fronteras, en un sistema que beneficia a los países muy ricos, como Estados Unidos, el Reino Unido y otros de Europa, porque importan los bienes que quieren mientras dejan sus residuos al margen del sistema global de producción.
Luego está el lavado verde corporativo. Una de las cosas que me fascinan del lavado verde corporativo es que no es algo nuevo. La historia del lavado verde corporativo se remonta casi a la primera gran oleada de preocupación medioambiental de los años sesenta. Por aquel entonces, con la conciencia inicial de lo que nuestra economía global estaba haciendo al medio ambiente, la gente dijo naturalmente: «Tenemos que hacer algo al respecto». Sin embargo, los primeros en subirse al carro fueron las grandes empresas. Por ejemplo, Coca Cola fabricó una «botella para la era de la ecología», pero era la misma botella, sólo que presentada de forma diferente.
Estamos hablando de una historia de sesenta o setenta años de lavado verde. No es un fenómeno que se pueda separar del comercio y del comportamiento de las empresas. Es normal que muchos productos comerciales hagan afirmaciones que no son fáciles de refutar.
SVH:
¿Podría hablarnos de la subcontratación y de la longitud de las cadenas de suministro en la economía contemporánea? ¿Qué significan para el colonialismo del carbono?
LP:
A finales del siglo XX, las cadenas mundiales de suministro empezaron a expandirse, intensificarse y volverse más complejas. Los principales impulsores fueron el aumento de la capacidad de la telefonía móvil y las comunicaciones, que permitieron organizar la producción a través de distancias muy largas, y el crecimiento de la logística de contenedores. En lugar de comerciar con productos acabados, se empezó a expandir la propia fábrica a través de países y fronteras: una parte de la producción de la fábrica tiene lugar en un país, otra parte de la producción de la fábrica tiene lugar en otro país, otra parte podría tener lugar en un tercer país.
La industria de la confección es un buen ejemplo de ello. El algodón se cultiva en China, Brasil o Estados Unidos, se procesa en China, se cose en Camboya y, finalmente, llega a grandes compradores como Europa y Estados Unidos. Aunque tenemos capacidad para controlar esta fábrica, no tenemos la misma capacidad que antes para supervisarla. Si toda la producción se realiza en una sola fábrica, se puede supervisar de forma bastante literal. Si alguien quiere inspeccionarla, puede venir y ver lo que se está haciendo.
Ahora que tenemos esta fábrica global que abarca múltiples fronteras en todo el mundo, esa misma capacidad de inspección no existe. Hay que confiar en lo que dicen las fábricas. Se ha creado una enorme cortina de humo en torno a esa línea de producción, porque ver una línea de producción de un kilómetro de largo es muy diferente de ver una línea de producción de 18.000 kilómetros. Eso facilita mucho el lavado verde.
CT:
¿Qué significa esto para los consumidores y lo que pueden ver de la cadena de suministro?
LP:
Es difícil incluso imaginar lo que ocurre en este sistema de producción global. En el libro, hablo de cómo casi cualquier empresa de producción de ropa dirá: «Cero deforestación y cero residuos al vertedero». Pero, en realidad, ni siquiera tienen que ocultar la deforestación como si no estuviera ocurriendo en países donde sí sucede. Hemos sobrevolado algunas de estas fábricas con drones para averiguar qué ocurre en realidad. Se queman miles y miles de toneladas de madera de los bosques para planchar la ropa que al final vuelve al Reino Unido. Es completamente contrario a las afirmaciones que se hacen sobre la deforestación. Pero si señalo esto y llega a los medios de comunicación, la empresa hace una declaración diciendo: «Nuestro socio nos ha defraudado». ¿Retiran la afirmación de «no deforestación»? En absoluto. La empresa líder puede decir lo que quiera y lo que resulte contradictorio no es su problema.
La responsabilidad de la empresa líder disminuye por completo. Eso es un problema para el consumidor, porque el consumidor sólo interactúa con esa imagen de marca. No tiene ningún contacto con la fábrica en sí. El consumidor tiene muy poca capacidad para escudriñar lo que es una producción realmente significativa desde el punto de vista medioambiental y lo que no lo es.
Lo que tenemos en este momento es un sistema enormemente complejo en el que es realmente caro y difícil hacer algo sostenible desde el punto de vista medioambiental y muy barato simplemente parecerlo. Y todo el mundo hace lo segundo. Incluso si una empresa quisiera destacar y hacer realmente todos estos cambios, podría hundirse, porque la otra empresa que sólo parece sostenible medioambientalmente puede decir lo mismo. Y nadie es capaz de comprobarlo. Tal y como está el sistema, ni siquiera las empresas con las mejores intenciones pueden competir de forma significativa por el consumidor y darle a la gente lo que quiere.
SVH:
En Carbon Colonialism, usted habla de cómo se construye la vulnerabilidad al cambio climático. No se trata de una cuestión necesariamente inherente a la geografía, sino que se ve muy afectada por las medidas humanas de mitigación. ¿Cómo se relacionan las diferencias en la preparación climática con el colonialismo del carbono?
LP:
Se trata de un aspecto muy poco tenido en cuenta en nuestra forma de pensar sobre el cambio climático y sus repercusiones en general. En el fondo, el colonialismo del carbono consiste en explotar el medio ambiente y separar residuos y valor en direcciones opuestas. Los residuos son obviamente un problema. Pero el valor es también una parte clave de la historia. A medida que ese valor fluye hacia los países más ricos, esos países adquieren una enorme capacidad para protegerse de los problemas medioambientales.
Por ejemplo, topográficamente partes de los Países Bajos y Bangladesh son muy similares en cuanto a su vulnerabilidad a las inundaciones. Pero los Países Bajos tienen muy pocos problemas con las inundaciones, porque han invertido mucho en tecnologías de alto capital para reducir su riesgo. Los problemas de Bangladesh son completamente diferentes, aunque en términos geográficos sean similares, porque no tiene el capital para hacer esos mismos ajustes. Es la economía mundial la que mueve el dinero en una dirección y no en otra.
Si te enfrentas a un medio ambiente cada vez más peligroso, tienes dos opciones: puedes hacer algo contra la causa principal de los peligros medioambientales —reduciendo tus emisiones de carbono e intentando hacer frente a ese problema a nivel mundial— o puedes continuar con tu sistema actual y acumular los recursos que necesitas para protegerte contra ese sistema y sus riesgos medioambientales. Está claro que las naciones ricas de todo el mundo están tomando el segundo camino.
El cambio climático no está «causando más desastres naturales», porque los desastres no son naturales. Se convierte en desastre cuando un peligro se encuentra con la vulnerabilidad. Estos desastres son una elección económica que hacemos como economía global. Creo que es muy importante introducir esa agencia en la forma en que pensamos sobre los impactos del cambio climático y la degradación medioambiental en el mundo.
Hace muy poco se produjo una trágica catástrofe en la República Democrática del Congo. Cuatrocientas personas murieron en una inundación masiva. Esto se presenta como un desastre natural en casi todas partes. En realidad, hay muy poco de natural en esto. La República Democrática del Congo ocupa un determinado lugar dentro de la economía mundial: es una economía extractiva, es muy pobre, está en lo más bajo del sistema mundial. Como resultado de esa situación, no por casualidad, acaba enfrentándose a algunas de las peores vulnerabilidades que, por tanto, convierten los peligros en los peores desastres.
Pero si creamos vulnerabilidades de esta manera, también podemos deshacerlas. No se trata de inventar una tecnología que elimine el carbono del aire. Se trata de trabajar por una sociedad más justa, distribuyendo los beneficios de la extracción medioambiental que realizamos. No hay ninguna intervención medioambiental que se acerque al poder de hacer que los pobres sean menos pobres.
CT:
¿Cuáles son sus soluciones? ¿Podría resumir su visión de un futuro más justo?
LP:
En un sentido amplio, lo que tenemos que hacer es responsabilizarnos de nuestra economía global y de los trabajadores que hay en ella. Tenemos que reconocer que nuestra economía no se detiene en nuestras fronteras; para que podamos vivir como vivimos, mucha gente tiene que intervenir en muchos entornos más allá de nuestras fronteras. Tenemos que responsabilizarnos de hacer sostenibles esos entornos y de hacer sostenibles las vidas de las personas que trabajan en esa economía más amplia.
Para facilitar esa mayor responsabilidad en nuestra economía global, necesitamos una legislación y una regulación sólidas y significativas de la cadena de suministro. Eso significa tener un respaldo legal real para las cosas que ocurren en los sistemas que fabrican los bienes que utilizamos. En la actualidad, tenemos un sistema completamente contradictorio. En países como el Reino Unido y la mayor parte de Europa, sólo tenemos leyes sobre lo que se produce dentro de nuestras fronteras. Ahora bien, si la misma empresa tiene parte de su producción dentro de esas fronteras y parte de su producción fuera de ellas, entonces es sólo la producción dentro de las fronteras la que está regulada por la ley.
Legalmente, no tienes que ser sostenible fuera de nuestras fronteras. Si quieres hacer algo insostenible, puedes trasladarlo a tu cadena de suministro internacional, donde puedes informar sobre ello voluntariamente. La notificación voluntaria suena bien en principio, pero en última instancia, nadie lo comprueba rigurosamente. Podríamos ampliar ese marco jurídico para decir: si una empresa va a importar algo a nuestro país, esos productos están sujetos a leyes y una empresa que no las cumpla puede enfrentarse a repercusiones específicas o a procedimientos penales.
La razón por la que creo que es importante no es sólo porque marcará la diferencia, sino también porque está empezando a suceder. Estamos empezando a ver los primeros brotes verdes, como la legislación alemana o la ley francesa sobre la cadena de suministro. Incluso el Reino Unido tiene su propia versión débil de la ley sobre el tema, que no es ni de lejos tan fuerte como algunos querían, pero me parece enormemente emocionante porque es el comienzo de un cambio de mentalidad: el reconocimiento de que las personas y los entornos de todo el mundo no son algo externo. No están separados; no son el problema de gente que vive lejos. Son entornos que forman parte de nuestra economía.
Me gustaría que este libro arrojara luz sobre las realidades de la producción mundial y sembrara dudas sobre muchas de las normas de sostenibilidad que se nos presentan, para luego canalizar ese entusiasmo hacia una mayor responsabilidad sobre la forma en que gestionamos nuestra economía. En Europa y el Reino Unido hay una demanda popular masiva de medidas contra la crisis climática, pero el interés público se está dejando de lado llevándolo hacia pistas falsas y callejones sin salida. Quiero que la gente sea consciente de esos callejones sin salida y avanzar juntos en la dirección que resulte más eficaz.