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Margot Robbie en Barbie. (Warner Bros. Pictures, 2023)

Es asombroso que Barbie sea tan buena

Traducción: Florencia Oroz

Con una ingeniosa secuencia inicial y un excelente reparto, Barbie consigue superar los argumentos engorrosos y las típicas cursilerías para ofrecer un espectáculo placentero lleno de momentos graciosos que logran un resultado bastante bueno.

Hay que reconocer que la guionista y directora Greta Gerwig ha encontrado un enfoque inicial por demás de inteligente para su aproximación a Barbie. El comienzo de su película sobre la famosa e infame muñeca tetona de Mattel es sagaz y gracioso. Toma prestada su ironía directamente de 2001: Odisea del espacio (o de diez millones de malas redacciones estudiantiles) y luego de un grandilocuente «Desde el principio de los tiempos», establece que, antes de la llegada de Barbie, las niñas de todas las épocas se veían atadas a primitivas muñecas bebé con las que poco podían hacer salvo jugar a ser madres. Y aunque ser madre puede ser divertido «durante un tiempo», entona la narradora Helen Mirren, pronto aburre. «Si no me crees, pregúntale a tu madre», dice con severidad.

Entonces aparece una gigantesca Barbie ante una pandilla de niñas boquiabiertas, alta e icónica como una estatua moai de la Isla de Pascua, con su dinámico bañador de tirantes a rayas blancas y negras adornado con gafas de sol blancas de ojo de gato y esos perpetuos zapatos de tacón alto. Diversión glamorosa y sexy para adultos es lo que promete la Barbie original, la popularísima versión de 1959 diseñada por Ruth Handler, una de las tres cofundadoras de Mattel junto con su marido y socio, Elliot, y Harold «Matt» Matson. (Nótese la combinación de «Matt» y «Elliot» para crear el nombre de la empresa, sin espacio para el de Ruth).

El trío empezó experimentando a finales de los años 30 con los nuevos plásticos Lucite y plexiglás —este último muy utilizado en la construcción de aviones y submarinos en tiempos de guerra— para crear muebles innovadores. Pero rápidamente pasaron al floreciente mercado de los juguetes de los años cuarenta.

Barbie debe su nombre a la hija de los Handler, Barbara, como explica en la película la versión maternal de Ruth Handler, interpretada por Rhea Perlman (asimismo, el muñeco Ken se llamaba así por su hijo, Ken, pero como señala el personaje de Will Ferrell, director general de Mattel: «Nunca nos preocupamos por Ken»). Lo que no se menciona es el hecho bien conocido de que Barbie era en realidad un rediseño de una muñeca alemana de 1955 mucho más racista que había descubierto Ruth Handler. Llamada Bild Lilli, aquella muñeca era un personaje originado en una tira cómica que aparecía en el sensacionalista periódico de derechas Bild.

Lilli era una prostituta ingeniosa y sexy que vivía de la generosidad de una variedad de pretendientes masculinos, conocida por su ropa elegante que la convertía en «la estrella de todos los bares». La muñeca, al igual que su derivada Barbie, se presentaba con diversos atuendos y accesorios de alta costura, y en un principio era un regalo de broma para adultos considerado inadecuado para niños, hasta que en Alemania se adaptó para niños y se optó por fabricarla también en otros países.

El pelo negro, el grueso delineador de ojos y la sombra de ojos azul de la Barbie original le daban un toque nocturno más oscuro que recordaba algunas de las cualidades asociadas con Bild Lilli, pero Mattel no iba a permitir que esa historia apareciera en la película. Gerwig opta por convertirla en una rubia más sosa, más playera y más aséptica, en consonancia con la «Barbie estereotipada» de los modelos posteriores, que Margot Robbie interpreta muy bien en todo momento.

La larga e ingeniosa secuencia introductoria de Gerwig nos sitúa en Barbieland, donde cientos de modelos diferentes de la muñeca desarrollados a lo largo de las décadas conviven en un paraíso de plástico rosa, retozando en la Casa de los Sueños de Barbie donde «cada noche es noche de chicas», pero también dirigiéndo todo en una sociedad construida para ellas. Ahora hay una Barbie para cada profesión, recuerden: Barbie Maestra, Barbie Doctora, Barbie Obrera, Barbie Jueza del Tribunal Supremo, Barbie Presidenta…

Una vista de Barbieland. (Warner Bros. Pictures, 2023).
Una vista de Barbieland. (Warner Bros. Pictures, 2023).

Los muñecos masculinos que acompañan a Barbie, encabezados por el Ken original (Ryan Gosling), el chico de playa liso, bronceado, rubio, aburrido y sin genitales, más todos los Kens posteriores —interpretados por Simu Liu y un montón de otros guapos actores que rompen en divertidos bailes coreografiados por todo el paisaje falso de colores brillantes— saben cuál es su lugar en un mundo centrado en Barbie. Viven en ninguna parte, principalmente pasando el rato junto a las rígidas olas de plástico siempre a punto de llegar a la orilla en Barbieland, y Ken considera que su trabajo es «ir a la playa». Los Ken expresan ocasionalmente su rivalidad por la atención de Barbie y sus frustraciones por su humilde lugar en la sociedad de una forma sexual confusa, amenazándose con «embarrarse con arena los unos a los otros».

Entonces, de repente, en medio de un baile discotequero en la Casa de los Sueños de Barbie en la noche de chicas de siempre, Barbie, extasiada y sonriente, dice a sus amigas, igualmente extasiadas y sonrientes: «¿Piensan alguna vez en morir?». Ese momento está realmente muy, muy bien.

Tiene todo el sentido del encantador fenómeno «Barbenheimer», todos esos memes y pósters de burla que combinan a Oppenheimer y Barbie, inspirados por su aparentemente incongruente estreno en el mismo día del verano boreal. Por ejemplo, una imagen rosada y sonriente de la cara de Barbie, sobre la que aparece la famosa frase de Oppenheimer cuando la prueba del átomo demostró su espantoso poder destructor de masas: «Ahora me he convertido en la Muerte, la destructora de mundos».

«¿Entenderé a Oppenheimer si no he visto antes Barbie?», interrogaba otro de los más difundidos memes, demostrando la intuición instantánea que todo el mundo tenía de que, bajo la extremidad de sus contrastes superficiales, una saga estadounidense de la época de la Guerra Fría tenía mucho que ver con la otra: Barbie y la bomba. Una reflejaba la negación soleada y consumista de lo que había hecho EE. UU. con su ascenso como superpotencia sobre el mundo de la posguerra; otra, el horror descarnado de la realidad de lo que había hecho.

Si toda la película de Barbie hubiera podido mantener de algún modo la emoción de ese momento, habría sido un filme inolvidable. Pero no fue posible. Hay una larga explicación de cómo una muñeca de plástico animada puede estar pensando en la muerte, el primero de muchos tediosos intentos en la narración de dar sentido a algo que nunca puede tener un sentido literal, solo un perfecto sentido emocional. Parece que cada muñeca de Barbieland está vinculada a una niña que juega con ella en el mundo real: America Ferrera y Ariana Greenblatt son la madre y la hija adolescente separadas que jugaron con la Barbie estereotipada. De algún modo, la angustia existencial de la madre, y sus dibujos de la Barbie de los Pensamientos Intrusivos de Muerte, han abierto un portal al mundo de Barbie, cuyo resultado es que Barbie desarrolla cualidades humanas.

Sin embargo, este engorroso argumento da pie al agradable espectáculo de lo que podría llamarse la «Barbie angustiosamente humana». Se despierta aturdida, con mal aliento, y en lugar de bajar flotando del piso superior de su Casa de Ensueño como todas las mañanas, se cae con una torpe bofetada. Tiene celulitis y el pelo liso. Lo peor de todo es que sus famosos pies en forma de tacón han perdido su arco insano y se han vuelto completamente planos, provocando el grito de horror de todas las demás Barbies. («¡Nunca llevaría tacones si mis pies tuvieran esta forma!», exclaman).

Barbie consulta a la reclusiva Barbie Rara (Kate McKinnon) sobre qué hacer. Ella es el resultado de lo que ocurre cuando las niñas juegan demasiado bruscamente con sus Barbies, cortándoles el pelo, dibujándoles la cara con rotulador y haciéndoles segmentaciones permanentes de aspecto doloroso. La Barbie Rara ofrece a la Barbie Estereotipada la opción de elegir entre la píldora roja y la píldora azul, al estilo de Matrix, en forma de tacones rosas o Birkenstocks: olvidarse de todo y volver a como eran las cosas o descubrir la verdad. Por supuesto, esa no es una opción real. A Barbie no le queda más remedio que ir a visitar la incómoda realidad para arreglar las cosas.

Desde el principio, el viaje de Barbie al Mundo Real —con un devoto despistado Ken como acompañante— mantiene un cierto nivel de deleite. Aunque Los Ángeles parece el lugar de plástico ideal para que aterricen, con sus conjuntos de patinaje de colores Day-Glo haciendo juego, las reacciones de sorpresa de Barbie ante las realidades más duras que encuentra (empezando por el acoso sexual) llevan la película durante un tiempo. Las adolescentes de la Generación Z la consideran una representación grotescamente anticuada de valores regresivos, sobre todo teniendo en cuenta las crueldades patriarcales todavía absurdamente opresivas que las rodean. Mientras tanto, al encontrarse por primera vez en una sociedad dominada por los hombres, Ken queda deslumbrado por las posibilidades del patriarcado y se apresura a volver a Barbieland para convertirla en Kendom, culminando en un plan (de gran actualidad) para hacerse con el Tribunal Supremo y reescribir la Constitución.

Finalmente, Barbie es introducida en un vehículo sin matrícula y escoltada hasta la sede corporativa de Mattel. Allí Barbie descubre que, en el mundo real, incluso Mattel está dirigida por hombres, y que el director general interpretado por Will Ferrell, chiflado pero de mirada fría, solo quiere que «vuelva a la caja». Su huida de Mattel lleva a la película a un intento cada vez más confuso, enrevesado y torpe de resolver la trama y transmitir lo que Gerwig y Mattel consideran los «mensajes adecuados». Allí hacen su aparición los ya conocidos y vacíos mensajes pseudofeministas que Mattel lleva décadas monetizando, junto a las nostálgicas afirmaciones de Barbie como una especie de unificador mágico y sanamente progresista de generaciones de madres e hijas.

Es una lástima. Pero lo realmente sorprendente es que la película consiga ser tan buena como lo es en tantos momentos. Al fin y al cabo, se trata de otra película grotesca, de alto perfil y de propiedad intelectual a favor del capitalismo que celebra productos de éxito como Air, Tetris, BlackBerry y Flamin’ Hot (Cheetos), todos ellos lanzados en 2023. Y Mattel nos amenaza con muchas más películas basadas en sus juguetes, como Hot Wheels, Magic 8 Ball, Rock ‘Em Sock ‘Em Robots, Chatty Cathy y Betsy Wetsy.

Pero cuando se trata de elegir un equipo, si la elección es Equipo Oppenheimer o Equipo Barbie, sé que estoy en el Equipo Barbie, solo por la secuencia de apertura y el ya querido número musical «Solo soy Ken» («¿Es mi destino vivir y morir una vida de rubia fragilidad?»). Al menos eso es seguro. Resulta extraño que el éxito de Barbie y Oppenheimer, que ha batido récords, se considere la salvación de la industria cinematográfica justo en un momento en que la gran huelga de la WGA y la SAG-AFTRA amenaza con paralizar Hollywood.

Si hubiera habido un boicot serio a estas películas, tal vez se habría forzado a la industria a un punto de crisis que hubiera llevado a un acuerdo decente para guionistas y actores, previniendo un futuro cinematográfico más espantoso. Por otro lado, la industria cinematográfica estadounidense lleva tanto tiempo dando tumbos en cuanto a la creación de películas interesantes que a veces cabe preguntarse si merece la pena salvarla.

Aun así, estamos acostumbrados a no tener más que malas opciones. Parece que siempre serán tacones rosas o Birkenstocks, a lo sumo unas Crocs como tercera opción. Pero incluso si solo se tiene un amor difuso por la gran era hollywoodense de las películas de género, no se puede evitar sentir un poco de emoción al ver que por fin está pasando algo en el cine popular.



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