Vivimos en una época de monstruos, plagas y desorden aterrador. Por supuesto, el capitalismo siempre ha sido un sistema monstruoso, como bien sabía el propio Karl Marx. En su esfuerzo científico por describir el funcionamiento interno del sistema, Marx recurrió repetidamente a imágenes de vampiros y hombres lobo para retratarlo.
Al revelar el papel crucial del trabajo no remunerado de los trabajadores para alimentar el monstruoso crecimiento del capital, Marx escribió: «El capital es trabajo muerto que, al modo de los vampiros, vive solamente chupando trabajo vivo, y vive más cuando más trabajo chupa». Al igual que la sed de sangre del vampiro es insaciable, también lo es el ansia del capital por realizar cada vez más trabajo no remunerado.
Para que los lectores de El capital no perdieran el hilo, Marx movilizó rápidamente otra imagen monstruosa. Condenando la explotación y la deshumanización en el corazón del sistema, declaró que el secreto de la economía moderna es el «hambre de hombre lobo del capital por el trabajo excedente».
Sin embargo, si algún monstruo domina las imágenes del capitalismo tardío, es el zombi. En las pantallas de televisión y en las páginas de las novelas y los cómics, los zombis corren a sus anchas. Se han vuelto tan prolíficos que, cuando la economía mundial cayó en la depresión de 2008-09, la revista Time proclamó al zombi como «el monstruo oficial de la recesión». Hoy podríamos añadir que el zombi es también el monstruo oficial de la pandemia.
Pensemos en los Centros de Control de Enfermedades de Estados Unidos, que lanzaron un «Zombie Preparedness Blog» (blog de preparación contra los zombis) con el fin de preparar a la población para el próximo brote de la plaga. O el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, que publicó un importante informe sobre las «empresas zombis», compañías muertas-vivas que no generan beneficios. Para no quedarse atrás, el Foro Económico Mundial (FEM) tiene un artículo en su página web titulado «¿Es su colega un trabajador zombi?».
Sin quererlo, el FEM ha hecho un gesto hacia una imagen monstruosa que alude a la subversión. Es cierto que, a primera vista, la idea del trabajador zombi parece ser exactamente lo que el capitalismo desea: bestias de carga descerebradas que siguen las instrucciones irreflexivamente. Y esa es la imagen que a menudo domina Hollywood y la cultura de masas hoy en día. Los zombis suelen ser retratados como trabajadores y consumidores sin sentido, obedeciendo las órdenes del sistema y atiborrándose de mercancías inútiles mientras llevan una existencia carente de significado.
Sin embargo, si se deja ahí, la imagen del zombi pierde su carácter crítico. Para ver esto, volvamos al lugar donde surgió por primera vez la imagen moderna del zombi: Haití.
El trabajador zombi
La figura del trabajador zombi tiene profundas raíces en la experiencia histórica del trabajo esclavizado en Haití, que fue la mayor colonia de esclavos del mundo. Pero fue durante el periodo de ocupación por parte de Estados Unidos (1915-34), momento en el que los marines estadounidenses construyeron un violento régimen de trabajos forzados para construir carreteras y otras infraestructuras, cuando el trabajador zombi asumió su forma esencial.
Los zombis adquirieron su significado único en Haití como muertos animados, mera carne y huesos desprovistos de memoria e identidad, condenados a un trabajo interminable. Esta imagen entró por primera vez en las industrias culturales estadounidenses en los años 30 y 40, y conllevaba una carga crítica en la medida en que sugería que el capitalismo zombifica a los trabajadores, reduciéndolos a meros cuerpos laboriosos que generan un excedente de trabajo sin sentido.
Según un estudio académico realizado en los años 50, el zombi haitiano «es una bestia de carga explotada sin piedad por su amo, que lo obliga a trabajar en el campo, lo aplasta con el trabajo y lo azota al menor pretexto». El zombi simbolizaba así la despiadada explotación capitalista y, como veremos, también insinuaba la perspectiva de la rebelión.
En los años sesenta, Hollywood transformó al zombi en un consumidor descerebrado adicto a la carne humana. Aunque la imagen del consumidor zombi tenía una tendencia satírica al retratar un capitalismo tardío que se ahogaba en sus propios excesos, perdió el matiz subversivo de las imágenes haitianas.
De hecho, en la década de 2000, los zombis se asociaron con el apocalipsis. Con el desmoronamiento de la sociedad, ya sea debido a una plaga o al colapso medioambiental, los supervivientes humanos tenían que defenderse de los muertos vivientes que pretendían devorarlos. Esta era la premisa, por ejemplo, de la exitosa serie The Walking Dead, tan carente de esperanza que el líder del pequeño grupo de supervivientes que protagoniza el drama celebra que se encierren en una prisión, nada menos que el Correccional del Oeste de Georgia. Una vez instalados allí, declara que su situación es «perfecta».
¿Rebelión zombi?
El autoencarcelamiento puede agotar el horizonte del supervivencialismo apocalíptico. Pero la imagen haitiana del zombi también insinuaba una posibilidad radicalmente distinta: la liberación. En el interior del trabajador zombi acechaba la posibilidad de su despertar. A menudo era necesario un simple desencadenante —como la sal en la lengua— y los zombis podían adquirir conciencia de sí mismos y capacidad de resistencia.
El zombi haitiano conservaba así la capacidad de despertar histórico que Marx identificaba con el proletariado. Por mucho que los trabajadores se sientan como muertos vivientes bajo la dominación de los capitalistas, no dejan de tener capacidad de resistencia. A pesar de su opresión y degradación, los trabajadores siempre conservan elementos de conciencia y creatividad que alimentan la oposición a las tendencias deshumanizadoras del capital. Y como producen la riqueza que sostiene el sistema, sus revueltas tienen la capacidad de poner el mundo patas arriba. Así fue con el zombi haitiano, cuya imagen siempre aludió a las grandes convulsiones de la Revolución de Haití (1791-1804).
Resulta especialmente fascinante en este sentido que el primer cuento de vampiros publicado en Estados Unidos basara su mensaje subversivo precisamente en el legado de la revolución de los esclavos de Haití. The Black Vampyre, como se llamaba, apareció en 1819, apenas 15 años después de que Haití declarara su independencia de todas las potencias coloniales. Como ha señalado el investigador Sam George, The Black Vampyre puede haber sido también el primer cuento estadounidense que promovió la emancipación de los esclavizados. El zombi que ocupa el centro de la narración es un hombre negro que no solo ha escapado de los designios asesinos de su amo, sino que, de hecho, le ha dado la vuelta a la tortilla, provocando la muerte de su opresor.
Este tipo de inversión dialéctica —el esclavo destruyendo al amo— que está en el corazón del pensamiento revolucionario desde Karl Marx hasta Frantz Fanon, es fundamental en The Black Vampyre. De hecho, en un momento crucial de la historia, cuando un grupo de vampiros se reúne con una multitud de esclavos, uno de los vampiros se dirige a la reunión y lo hace en el lenguaje de la revolución: «Desechados nuestros grilletes, y disueltas nuestras cadenas, nos alzaremos liberados, redimidos, emancipados y desencantados por el irresistible genio de la emancipación universal».
Así pues, desde la primera historia de vampiros publicada en Estados Unidos, los relatos de monstruos estuvieron impregnados de los ideales emancipadores de la revolución haitiana, encarnados en el vampiro negro y en las masas de esclavizados. La misma carga crítica animó la aparición original del trabajador zombi en Haití.
Mientras el capitalismo tardío se tambalea de una crisis horripilante a otra —ya sea ambiental, económica o epidemiológica— necesitamos recordar esta dualidad de lo monstruoso. Sí, Marx necesitaba imágenes monstruosas para describir el funcionamiento del capitalismo. Pero también comprendió la importancia de los monstruos rebeldes —trabajadores zombi y vampiros negros— capaces de poner el mundo patas arriba.