En ocasiones, el capitalismo recurre a una violencia excepcional para subordinar a los trabajadores. Sin embargo, lo más habitual es que ejerza una forma impersonal de poder económico que moldea nuestro entorno y nos obliga a obedecer a diario.
Notas publicadas en Capital
La explotación de la clase trabajadora es fundamental para el funcionamiento del capitalismo. El argumento socialista es sencillo: podemos vivir en un mundo sin opresión.
En tanto lugar de exploración, transporte y adquisición, la historia y la política del mar muestran cómo el capitalismo se extiende desde su costa más cercana hasta sus más oscuras profundidades.
Ludwig von Mises se autopercibía como un crítico sobrio y científico del socialismo. Pero en realidad era un ideólogo del libre mercado, que utilizaba un dogma camuflado para probar por qué los trabajadores debían someterse a sus amos capitalistas.
Mucho antes de Bretton Woods, las poderosas naciones capitalistas perfeccionaron el arte de explotar a otros países sin colonizarlos formalmente. Lo hicieron a través de una economía internacional amañada, gobernada por instituciones como el Banco Mundial y el FMI.

La sociedad capitalista necesita la naturaleza, pero la destruye; depende del trabajo de cuidado de las personas, pero lo precariza; exige políticas públicas, pero las desarticula. Este es un sistema caníbal, y para evitar que siga propagando autodestrucción solo queda una alternativa: derribarlo.
Los sorbetes de papel y las bombillas de bajo consumo no salvarán el planeta: necesitamos un movimiento para acabar con el sistema que lo está destruyendo.
Las dinámicas de distribución del ingreso y de la desigualdad están cambiando para peor. El economista Branko Milanovíc conversó con Jacobin sobre nuestro malestar y sobre por qué volver a la «época dorada» del capitalismo no es una opción.
Los críticos del capitalismo a menudo han asociado al sistema con los vampiros, los zombis y los hombres lobo. Y han visto su derrocamiento como la forma de liberar a la humanidad del horror.