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Giorgia Meloni en una conferencia de prensa el 25 de septiembre de 2022 en Roma. (Valeria Ferraro / SOPA Images / LightRocket via Getty Images)

Las mujeres de la extrema derecha

Traducción: Florencia Oroz

Marine Le Pen y Giorgia Meloni representan un nuevo modelo de marketing político de extrema derecha: presentan el neoliberalismo occidental como un faro de empoderamiento femenino, afirmando que defienden los derechos de las mujeres. Pero omiten que esos derechos solo son válidos para una selecta minoría.

«Soy Giorgia, soy mujer, soy madre, soy italiana, soy cristiana, y eso no me lo pueden quitar». En Italia estas palabras probablemente sean el más famoso resumen del credo que profesa Giorgia Meloni. Pronunciada por primera vez en 2019, esta frase se le ha escuchado muchas veces desde entonces, incluso transformada en remix y adaptada al castellano en mítines del partido de extrema derecha Vox.

En la Cumbre Demográfica de Budapest del pasado septiembre, presidida por el primer ministro húngaro Viktor Orbán, Meloni abundó en su catecismo: «Lo que quería decir con esas palabras es que vivimos en una época en la que todo lo que nos define está siendo atacado. ¿Y por qué es peligroso? Es peligroso para nuestra identidad —nuestra identidad nacional, nuestra identidad familiar, nuestra identidad religiosa— es también lo que nos hace conscientes de nuestros derechos y capaces de defenderlos».

El movimiento encaja perfectamente en lo que la filósofa y feminista italiana Giorgia Serughetti denomina «maternalismo identitario»: un estilo de liderazgo que «aprovecha las cualidades típicamente asociadas a las mujeres y las madres para ofrecer al electorado un rostro tranquilizador y protector en tiempos de gran incertidumbre». La retórica de la maternidad forma parte de un manual habitual en las extremas derechas, que se enemista con el concepto de «género» pero lo utiliza para referirse a la «ideología feminista y LGBTQ». Tal operación se traduce en una defensa acérrima de la familia «tradicional» (heterosexual) como núcleo de la sociedad, la condena del aborto y cualquier ampliación de los derechos LGBTQ y la obsesión con las tasas de natalidad.

Esta estrategia, por supuesto, no implica un abandono de los elementos autoritarios, discriminatorios y antiobreros más habituales de las extremas derechas. Pero merece la pena entender cómo el modelo reaccionario tradicional se hibrida con otros elementos del marketing político bajo el disfraz del liderazgo femenino. Hoy nos enfrentamos a una operación más caleidoscópica que en los tiempos en que Margaret Thatcher encarnaba el conservadurismo neoliberal.

En aquel entonces, la primera ministra tory promulgaba políticas antisociales a pesar de ser mujer. En el clima político actual, la extrema derecha puede servir a los mismos fines gracias a contar con líderes femeninas.

Ambigüedad estratégica

El hecho de ser mujer no implica en absoluto un liderazgo feminista. Aunque menos conocida que la cita de «soy madre», una declaración en las memorias de Meloni, Io sono Giorgia, lo dice claramente: «Nunca he sido feminista». Meloni también parece estar en sintonía con el machismo: «El líder (literalmente: il capo) debe ser un líder y demostrar ser el más fuerte».

Como en el caso de Alice Weidel, líder de Alternative für Deutschland (AfD) en Alemania, o de Riikka Purra, que dirige el Partido Finlandés de extrema derecha, esta «fuerza» no tiene nada que ver con el empoderamiento de la mayoría de las mujeres. Persiguen una agenda neoliberal que glorifica la competencia y sacrifica el bienestar. Como ejemplo, los Fratelli d’Italia de Meloni se opusieron a la reciente directiva de la Unión Europea sobre el refuerzo del principio de igual salario por igual trabajo. La líder del Partido Finlandés, Purra, que también es ministra de Economía de su país, es una feroz defensora de la austeridad. Weidel, al igual que Meloni, se opone al salario mínimo —una política con muchas más probabilidades de beneficiar a las mujeres— y cita a Thatcher como su modelo político.

No obstante, debemos señalar el papel de la ambigüedad estratégica en el avance de esta visión política. Los Fratelli d’Italia, enraizados en el fascismo histórico, mantienen una postura viril y machista aunque su líder utilice una retórica maternal; la AfD sigue manteniendo un discurso homófobo aunque esté liderada por una lesbiana. Y cuando la líder ultraderechista francesa Marine Le Pen dice que quiere defender los valores de Occidente como mujer, su batalla no es para ampliar derechos sino para restringirlos.

Tal posición también está notablemente marcada por su insistencia en que las acusaciones de machismo son falsas. «Como todas las mujeres, aunque no sea necesariamente una lucha militante, es sensible a la condición de la mujer en Francia e incluso en el mundo. Como política, yo misma estoy muy apegada a ella», escribió Le Pen la última vez que se presentó a las elecciones presidenciales. «Occidente debe estar orgulloso de hacer avanzar la igualdad y la emancipación de las mujeres».

En la retórica de la Agrupación Nacional de Le Pen, Occidente se opone al Islam. Cuando Le Pen reivindica derechos, no lo hace para ampliarlos, sino para hacerlos exclusivos y excluyentes. No es casualidad que, mientras predica la emancipación de la mujer francesa, Le Pen sueñe con una «preferencia nacional» para excluir a quienes tienen doble nacionalidad de los empleos en la administración del Estado y limitar el acceso de los inmigrantes a los servicios públicos.

Las líderes de extrema derecha no solo están privando al feminismo de cualquier potencial revolucionario; también están utilizando la feminidad como palanca para la exclusión. Incluso los derechos de las mujeres se reconfiguran como una frontera: no se conciben como un bien universal, sino como algo que nos distingue de los forasteros peligrosos (musulmanes, inmigrantes, homosexuales) que socavan esos mismos derechos.

Lo hemos visto en los últimos días, durante la presentación de una fundación dedicada a Giulia Cecchettin, una joven de veintidós años asesinada hace un año por su novio italiano, blanco: el ministro de Educación, Giuseppe Valditara, provocó un escándalo al afirmar que «el patriarcado ya no existe» y establecer un vínculo entre los feminicidios y la presencia de extranjeros. Meloni defendió a su colega, insistiendo en que la inmigración ilegal es un factor importante de violencia de género. Este lunes, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en una entrevista con la revista Donna Moderna, insistió sobre el mismo punto: «Me llamarán racista por esto, pero hay un mayor índice de casos de violencia sexual por parte de inmigrantes».

Una vez que las reivindicaciones sociales y económicas se han borrado del discurso público, los líderes de extrema derecha pueden reinterpretar fácilmente los derechos de las mujeres como una cuestión de identidad y seguridad: el derecho —o más bien la presión— a dar a luz y el derecho a defenderse (del demonizado «otro»). En la propaganda de Alternative für Deutschland, así como en la de su homóloga austriaca, esto se simboliza con mujeres embarazadas que dicen «No nos toques» a los inmigrantes.

Madres de Italia

La familia es importante para el gobierno italiano. En palabras de Isabella Rauti, senadora del partido de Meloni: «Sin hijos, sin la alegría de continuar, no hay futuro, no hay nada» (Rauti, dicho sea de paso, es hija de Pino Rauti, miembro fundador del fascista Movimiento Social Italiano, implicado en numerosas investigaciones judiciales sobre el terrorismo de los años setenta). Meloni insiste en que «todo lo que nos define está siendo atacado», y plantea un mensaje tradicionalista de defensa de una identidad asediada. Incluso su retórica sobre el «ecologismo conservador» (contrapuesto al «ecologismo», considerado una ideología de extrema izquierda) cita la causa superior de «Dios, la nación y la familia».

Pero hay un cuarto término que añadir a este trío: el laissez-faire. Se afirma tanto para la economía («quienes producen no deben ser molestados» por el gobierno, insiste este partido) como para la vida privada, aunque de la forma más contradictoria: la propia Meloni es madre soltera, como sin duda es su derecho, y sin embargo se ocupa sistemáticamente de distinguir lo que para ella es y no es una verdadera familia. También ha hecho de su propia familia una herramienta de comunicación clave, llevando a su hija de seis años en importantes visitas oficiales, como un reciente viaje a China. «Juntas a todas partes: te quiero, mi ratoncito», publicó en las redes sociales junto a una foto. Aquí, la maternidad tradicional y la exigencia de privacidad se funden con todo lo contrario.

En su obra de 1999 El nuevo espíritu del capitalismo, Luc Boltanski y Ève Chiapello ya habían insinuado cómo el capitalismo sería capaz de engullir movimientos e ideas progresistas. Una década más tarde, la filósofa Nancy Fraser explicaba cómo el feminismo estaba siendo distorsionado por el neoliberalismo, que bajo la retórica de «romper el techo de cristal» dejaba a la mayoría de las mujeres socialmente destrozadas. Y ahora, en la década de 2020, las líderes de extrema derecha están contaminando aún más el panorama. En Meloni, Le Pen y otras, la política de la ultraderecha encuentra un hogar cada vez más acogedor para sus patrias: el cálido abrazo de una madre.

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