El regreso al poder de Donald Trump es un estímulo moral para políticos de extrema derecha como Viktor Orbán, Javier Milei y Giorgia Meloni. Tras ser pioneros en muchas de las ideas reaccionarias asociadas al trumpismo, ahora aspiran a la hegemonía global.
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El gobierno de Giorgia Meloni pisotea las más básicas normas democráticas. Esto no se debe únicamente a las raíces fascistas de su partido, sino que es el punto final de un largo proceso que ha puesto las decisiones económicas clave fuera del control popular.
Marine Le Pen y Giorgia Meloni representan un nuevo modelo de marketing político de extrema derecha: pintan al neoliberalismo occidental como un faro de empoderamiento femenino, afirmando que defienden los derechos de las mujeres. Pero omiten que esos derechos solo son válidos para una minoría.
La izquierda tienen razón al calificar de abuso de poder el proyecto de reforma constitucional de Giorgia Meloni.
Admiradora de toda la vida de J. R. R. Tolkien, la primera ministra italiana de ultraderecha, Giorgia Meloni, se ha apropiado de las fantasías de Tolkien para adaptar el fascismo al siglo XXI.
Recientemente se ha descubierto que la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, es pariente lejana de Antonio Gramsci. Aunque políticamente se ubican en extremos opuestos, Meloni ha emprendido una campaña por el control de las instituciones culturales cuyas razones Gramsci comprendería bien.
Silvio Berlusconi, fallecido el lunes a los 86 años, centró la política italiana alrededor de su imperio televisivo y condujo a la extrema derecha al poder. Predecesor de Donald Trump, fue el máximo emblema de la deslegitimación de la democracia por el poder mediático.
Combatir el nacionalismo de derecha no debería significar defender el consenso neoliberal.
Dejemos ya de extrañarnos: la extrema derecha ha llegado, está aquí, está normalizada y ha venido para quedarse. Es momento de abandonar la sorpresa y pensar cómo combatirla.