Entrevista por
Daniel Finn
Simone de Beauvoir se vio a menudo eclipsada en vida por su compañero, Jean-Paul Sartre. Sin embargo, desde su muerte en 1986, la reputación de Beauvoir como una de las pensadoras más importantes del siglo XX y pionera del feminismo moderno ha quedado firmemente establecida.
El principal problema al que se enfrenta Beauvoir hoy en día es la incomprensión, más que el olvido. Gran parte de los comentarios sobre su obra ignoran el diálogo con el marxismo en el que estaba comprometida. Beauvoir identificó las múltiples formas en que estaban vinculadas la opresión de género y la de clase, y subrayó la necesidad de un amplio movimiento emancipador basado en principios socialistas.
Emma McNicol es investigadora del Centro de Prevención de la Violencia de Género y Familiar de la Universidad de Monash, en Australia. Daniel Finn, de Jacobin, conversó con ella sobre la obra y el legado de Simone de Beauvoir, y acerca del modo en que sus reflexiones gravitaron tanto en torno al feminismo marxista como al marxismo feminista.
DF
¿Cómo se ha visto afectado el debate sobre la obra y las ideas de Simone de Beauvoir por lo que sabemos —o quizá por lo que creemos saber— sobre su vida personal?
EM
Simone de Beauvoir es alguien con quien millones de personas se han sentido siempre muy familiarizadas, alguien con quien se han sentido cercanas y, a menudo, quizás alguien cuyas elecciones vitales la gente se siente muy libre de comentar. Probablemente se la conozca sobre todo como la bella compañera del filósofo europeo más importante de su época, Jean-Paul Sartre, aunque ella misma fuera una filósofa muy comprometida y aplicada, cuestión que se suele pasar por alto.
El olvido de la Beauvoir filósofa no está totalmente desvinculado del sexismo. Probablemente a la sociedad le resultaba demasiado difícil aceptar el hecho de que una mujer filosofara. Y hay implicaciones significativas en relación a que hayamos dado demasiada importancia a su vida en detrimento de su obra. Sus escritos no se han tomado en serio como filosofía. Siempre hemos sabido mucho más de su vida amorosa que de sus reflexiones, y estamos más familiarizados con pequeños aspectos de su obra que con las particularidades de su agudeza y originalidad filosóficas.
En primer lugar, su corpus se consideraba principalmente ficción, por lo que se la celebró como escritora. Cuando finalmente se la reconoció como filósofa, o se reparó en las dimensiones filosóficas de su obra, se creyó que desplegaba una jerga existencialista y que era un eco de la influencia de su pareja, en lugar de representar un compromiso original y sostenido con la historia filosófica occidental. Pero Beauvoir fue una filósofa por derecho propio mucho más que una sombra o un eco de las ideas de Sartre.
Una de las razones por las que sabemos más de su vida que de su obra es que narró su vida en una ficción pseudo autobiográfica y la detalló asiduamente en unas memorias en cuatro partes. No instrumentalizó directamente su vida para cultivar la fama y su propia mitología, aunque sin duda lo consiguió. Jugó con su vida y su experiencia vital como forraje textual y filosófico. Sus preocupaciones literario-filosóficas influyeron y contribuyeron a que los eruditos no se comprometieran cuidadosa, sistemática y empáticamente con su obra como filosofía.
Como es bien sabido, rechazaba el papel de filósofa y se remitía a Sartre. Insistía en que «él es filósofo, yo soy escritora». Podríamos decir que desafió nuestras concepciones de lo que es o debería ser la filosofía. El segundo sexo es una investigación filosófica, una exploración de lo que significa ser mujer. Y ella estaba comprometida con una forma de investigación literario-filosófica como fenomenóloga. Estaba detallando su propia experiencia vivida en un cuerpo como filosofía.
En algunos aspectos, no podemos decir que nos centremos en su vida más que en su filosofía de forma simple, porque ella mezclaba ambas y desafiaba nuestras ideas sobre lo que era la filosofía. Por supuesto, esta es también una dimensión de su praxis feminista. Compartía los detalles de lo que en aquella época se consideraba una vida muy poco ortodoxa, liberada e inspiradora.
Solo a partir de su muerte, en 1986, su obra ha sido tratada y reconocida como filosofía. Al principio, a finales de la década de 1980, se produjeron debates en los comentarios académicos sobre quién influyó en quién, y hubo algunos estudios revisionistas feministas de línea dura que afirmaban que el pensamiento de Beauvoir era la base del libro de Sartre El ser y la nada, por ejemplo.
Hoy en día, las cosas son un poco más comedidas. No se trata de si ella derivó todas sus ideas de él o si, de hecho, él copió todo lo que ella pensaba. Los comentaristas están reconociendo por fin el hecho de que la obra de Beauvoir surgió en un medio literario-filosófico concreto e influyó y fue influida por una serie de obras de distintas personas. Actualmente, los estudios sobre Beauvoir están en pleno florecimiento. Por fin está teniendo su día y está siendo debidamente reconocida como filósofa.
DF
¿Cuál era el contexto político e intelectual en el que se preparó para escribir El segundo sexo a finales de la década de 1940?
EM
El final de la década de 1940 en Francia fue una época muy interesante. La generación de Beauvoir había pasado directamente de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana a la Guerra Fría. Las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial influyeron sin duda en las obras de Sartre y Beauvoir. Yo conjeturaría que el clima hizo que la filosofía de Beauvoir sintonizara de forma única con una relación dialéctica entre las circunstancias y la libertad. En mayo de 1949 empezó a publicar capítulos sueltos de El segundo sexo y luego publicó el texto en dos volúmenes completos.
Formó parte del entorno intelectual de la Margen Izquierda, en referencia a un conjunto dinámico y fluido de músicos, escritores, filósofos y artistas que bebían, salían de fiesta y compartían ideas en la margen izquierda de París. Y es importante recalcar que Beauvoir y Sartre también pertenecían firmemente a la izquierda: eran anticapitalistas y creían apasionadamente en una alternativa socialista.
Sin embargo, Beauvoir y Sartre se encontraban en una posición política bastante precaria. Dirigían la revista Les Temps Modernes, que pretendía ser neutral en un contexto de Guerra Fría, lo que significaba que estaban en contra de la segregación y el racismo en Estados Unidos, pero también en contra de la malversación estalinista de Marx y de los informes que surgían sobre los gulags en la Unión Soviética.
Beauvoir y Sartre tenían una relación muy compleja con el dominante Partido Comunista Francés (PCF). Beauvoir desconfiaba de la línea estalinista dura del PCF. El PCF desconfiaba igualmente de Beauvoir y Sartre, suponiendo que eran intelectuales burgueses inútiles que no querían ensuciarse las manos, y que su educación e intereses los alejaban peligrosamente de las preocupaciones de la clase obrera.
Sin embargo, Beauvoir seguía pensando que el PCF era un mal menor que el Occidente capitalista e imperialista. Beauvoir explicó que compartía el horror del PCF ante todas las cosas contra las que luchaba, aunque subrayó que nunca podría ser miembro del partido. Sartre siguió colaborando con el PCF tras la liberación, aunque de una forma que él enmarcaba como estar con el partido pero fuera de él, una posición desde la que ofrecería tanto apoyo como crítica.
En Les Temps Modernes, Beauvoir y Sartre intentaban movilizar y comprometerse con aspectos menos deterministas del marxismo, reformulando y explorando cómo sería un marxismo no estalinista. El PCF pensaba que este proyecto era extremadamente arrogante.
Beauvoir viajó a Estados Unidos en 1947 y escribió un interesante diario de viaje, América día a día. Estaba cada vez estaba más familiarizada con las obras que abordaban la opresión basada en la raza. Beauvoir mencionó el libro An American Dilemma, de Gunnar Myrdal (que era blanco y sueco), y citó conversaciones con el novelista negro estadounidense Richard Wright como decisivas para desarrollar la estructura y el argumento de El segundo sexo.
Debo hacer un último comentario sobre el contexto francés. No debemos dejarnos engañar por las introducciones editoriales a El segundo sexo que afirman que el texto surgió en un momento oportuno porque se acababa de conceder a las mujeres el derecho al voto. Las mujeres francesas habían luchado por ese derecho durante mucho tiempo. Y cuando el gobierno de Charles de Gaulle se lo concedió por fin en 1944, fue como un regalo por su contribución al esfuerzo bélico más que como un acto de reconocimiento de su condición de ciudadanas iguales.
Beauvoir escribía en un contexto en el que las mujeres francesas realizaban trabajos remunerados fuera del hogar —solían trabajar en la agricultura antes de la Segunda Guerra Mundial y en empleos de servicios mal pagados después de la guerra—, pero la fuerza laboral estaba estructurada en torno al supuesto de que las mujeres eran, ante todo, madres.
De hecho, a finales de la década de 1940, el Estado esperaba que las mujeres abandonaran la población activa e impulsaran la depauperada economía francesa, y las animaba a ello. A las mujeres se les ofrecían prestaciones sociales y familiares que aumentaban con cada hijo. Como argumentó Beauvoir en El segundo sexo, la idea de la mujer como madre cuya vocación natural estaba en el hogar era una dimensión central, inmutable e implacable del imaginario francés.
DF
¿Cuál fue la reacción al libro en el momento de su publicación en Francia?
EM
El segundo sexo realmente tocó una fibra sensible. Era enormemente provocador. Fue rechazado tanto por la derecha gaullista y católica como por la izquierda comunista. En 1963, Beauvoir reflexionó que no le sorprendía que a la derecha no le gustara el libro, pero que le chocaba que los comunistas fueran tan duros con él. Afirmó que su tesis debía tanto a Marx y le otorgaba un lugar tan destacado que esperaba al menos cierta imparcialidad por parte del PCF.
Beauvoir dio a conocer tres de los que probablemente eran los capítulos más subidos de tono, titulados «La madre», «La iniciación sexual» y «La lesbiana», encendiendo la conmoción, el horror y el escándalo antes incluso de que hubiera publicado los dos volúmenes completos. Las críticas comparaban sistemáticamente el texto con la pornografía y la obscenidad, afirmando que el libro era completamente indecente y repugnante. Personas de ambos extremos del espectro político pensaban que era inmundo. Estaba claro que había irritado a algunos: se tenía la sensación de que, al hablar de la sexualidad de las mujeres, estaba diciendo algo que no debía decir y sacando a la luz los sucios secretos de Francia.
No olvidemos que en aquella época los hombres franceses tenían un sentimiento de humillación y de masculinidad herida. Francia no solo había sido derrotada en 1940, sino que había colaborado con la ocupación nazi. Había un sentimiento de vergüenza y derrota tras la guerra que creaba lo que hoy podríamos llamar un momento tóxico de fragilidad masculina. El texto de Beauvoir parecía echar sal en esa herida.
Podemos entender por qué los hombres estaban enfadados. Beauvoir atacaba la moral burguesa y las normas francesas de las que los hombres se beneficiaban directamente. No se limitó a discutir lo que no se debía discutir: la sexualidad femenina y la realidad de que las mujeres pueden disfrutar del sexo, pero la mayoría no lo hace. Fue directa en su ataque, señalando, por ejemplo, que la ilegalización del aborto era enormemente hipócrita.
Curiosamente, el trabajo de Beauvoir sobre la maternidad fue casi tan provocador como su trabajo sobre la sexualidad femenina. Su argumento de que la maternidad es básicamente una especie de estafa y que a las mujeres se las alimenta con la falsedad de que su destino natural es ser madres, al tiempo que se las despoja del control y la volición sobre esa elección, fue muy mal recibido. Incluso periodistas comunistas acusaron a Beauvoir de disuadir a las mujeres de ser esposas y madres (aunque no está claro que lo hiciera realmente).
El modo en que Beauvoir abre el capítulo sobre la maternidad con una apasionada defensa del aborto sigue pareciendo sorprendentemente valiente incluso en 2023. Hoy en día asociamos el aborto con el embarazo, pero sigue considerándose un paso en falso temático enmarcarlo e introducirlo tan directamente junto al tema de la maternidad.
Sin embargo, la opinión generalizada de que el texto era repugnante es la que encontramos en las fuentes históricas externas. En otras palabras, se trata de reseñas y artículos escritos por los árbitros de lo que se consideraba indecente, la mayoría de los cuales eran hombres. Y sin embargo, el primer volumen de El segundo sexo fue inmensamente popular, vendiendo veintidós mil ejemplares en la primera semana en Francia. Esta popularidad y la perdurable influencia histórica de la obra nos demuestran que, aunque los árbitros de la buena filosofía, la buena literatura o la cultura francesa no la aceptaran, muchísimas mujeres sí lo hicieron.
DF
¿Cómo influyó El segundo sexo en el desarrollo de la teoría feminista en el mundo anglófono?
EM
A menudo se compara El segundo sexo con la Biblia para subrayar su autoridad para el feminismo de la segunda ola. Esta comparación tiene algunas valencias no intencionadas pero acertadas. Al igual que la Biblia, los poseedores de El segundo sexo a menudo reconocen con culpa que no lo han leído todo y que, en lugar de lecturas sostenidas de principio a fin, conocen mejor los extractos que el conjunto. Eso sin entrar siquiera en cómo se usa y abusa de esos extractos.
También se describe con frecuencia a Beauvoir por haber sido decisiva en el desarrollo de una conciencia feminista estadounidense. Se esperaba que aquellas a quienes identificamos —no sin problemas— como autoras y activistas clave de la segunda ola, como Shulamith Firestone, Kate Millett y Betty Friedan, reconocieran obedientemente su deuda beauvoiriana.
Betty Friedan, por ejemplo, explicó que El segundo sexo «me llevó a cualquier análisis original de la existencia de la mujer que pude aportar al movimiento feminista y a su singular política», refiriéndose a su obra de 1963, La mística de la feminidad. Kate Millet, a quien a menudo se ha descrito en sentido figurado como «la hija de Beauvoir», reflexionó más tarde que ahora se daba cuenta de que probablemente estaba engañando a todo el mundo y que debía mucho a lo que Beauvoir había dicho. Millet acabó admitiendo que su análisis de D. H. Lawrence estaba dolorosamente en deuda con el examen de Beauvoir en El segundo sexo.
Firestone, que en su día fue descrita como «la Simone de Beauvoir estadounidense», dedicó La dialéctica del sexo a Beauvoir, a pesar de que su argumento es profundamente distinto del de El segundo sexo. Judith Butler, probablemente la teórica del género más importante en la actualidad, se basó mucho y explícitamente en Beauvoir en su primer libro, El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad, que planteaba la tesis de que el género se representa, mantiene y perpetúa mediante repeticiones iterativas.
El impacto de Beauvoir en el mundo anglófono de la teoría feminista no se limitó, por supuesto, a Estados Unidos. Por ejemplo, la escritora australiana Germaine Greer también citó El segundo sexo como fuente importante en obras canónicas como su libro de 1970, La mujer eunuco. En general, El segundo sexo expuso un enfoque extraordinariamente rico de la filosofía feminista que ha sido ampliamente recuperado.
La declaración de Beauvoir en El segundo sexo de que no se nace mujer, sino que se llega a serlo, es una formulación extraordinariamente famosa, que sugiere que el género es una formación cultural y psicológica. Pero El segundo sexo no propone realmente una división sexo-género. Es probable que hayas oído la paráfrasis popular de que «el género es una construcción», que en realidad es una interpretación errónea de la tesis de Beauvoir.
Es muy fácil encontrar pruebas que apoyen una lectura construccionista social del texto y alinear esto con una visión particular del programa crítico de Beauvoir, es decir, una que demuestre que el discurso y las instituciones patriarcales han hecho femenino al ser humano. La poesía de Beauvoir da cuenta de cómo los mitos de la feminidad son recibidos por el cuerpo y del modo en que la experiencia encarnada refuerza esos mitos femeninos.
En El segundo sexo, Beauvoir se pregunta: «¿qué ha significado para mí vivir como mujer?». Como fenomenóloga, se pregunta: «¿qué significa vivir como mujer en este cuerpo?». Al preguntarse esto, podríamos atribuirle el mérito de haber inaugurado la fenomenología feminista. Beauvoir también se basó significativamente en la idea de alteridad o del Otro de Hegel, a la que accedió originalmente a través de las conferencias de París de Alexandre Kojève. Podemos ver la idea de la mujer como ciudadana inferior y como alterada por todas partes en la teoría feminista actual.
En la introducción a El segundo sexo, Beauvoir se compromete explícitamente a cuestionar una concepción biológico-esencialista de la mujer según la cual la anatomía es el destino, o mediante la cual podríamos definir a la mujer en términos de un supuesto cuerpo femenino. Beauvoir rechaza una noción del género como mera construcción, así como una concepción biológica de lo que es ser mujer como ingrediente necesario para ser mujer. En el contexto actual, El segundo sexo contiene algunas refutaciones útiles al feminismo transexcluyente, mal llamado radical, mediante su eficaz desmontaje del esencialismo biológico.
DF
En tu artículo para Jacobin discrepabas de muchas de las críticas que algunas feministas contemporáneas han hecho a Beauvoir y a El segundo sexo. ¿Cómo resumirías las principales líneas de crítica y en qué medida, en tu opinión, resisten el escrutinio?
EM
A menudo se tacha a El segundo sexo de vergonzosa reliquia de un feminismo blanco e ingenuo cuyos días ya han pasado. Con frecuencia se lo considera anticuado, tendencioso, pasado de moda, racista, clasista o misógino. Existe un consenso significativo entre los comentaristas anglófonos de que El segundo sexo es excluyente cuando se trata de mujeres de color, judías y de clase trabajadora, y que ciertamente no es interseccional en su enfoque.
Según esta crítica anglófona a la diversidad, El segundo sexo asume como sujeto a mujeres privilegiadas, blancas y heterosexuales, que solo experimentan la opresión por motivos de género y no de clase, raza, orientación sexual u otros factores. La idea de que Beauvoir y Sartre eran intelectuales burgueses, que escribían solo para su propio medio y pensando en sí mismos y en sus amigos, es una línea constante de crítica a la que se enfrentaron a lo largo de sus vidas (y ahora, al parecer, también en la posterioridad). Fueron aborrecidos por la derecha y a menudo todavía hoy se les considera demasiado burgueses, individualistas y privilegiados para la izquierda.
En mi lectura, sin embargo, El segundo sexo es más interseccional de lo que han permitido los críticos anglófonos. El ámbito en el que Beauvoir es muy buena, mientras que las feministas anglófonas están en general muy calladas, es la clase. A menudo se nos dice que El segundo sexo es incapaz de abordar las intersecciones de la opresión basada en la raza y el género o de la opresión basada en la clase y el género. Sin embargo, esta crítica nunca aborda realmente la opresión de clase. Nunca examina el compromiso de Beauvoir con Marx en el texto.
En mi opinión, El segundo sexo es un texto mucho más consciente de las clases de lo que la mayoría de la gente parece creer. Creo que habla de algo sobre la incomodidad hacia el comunismo y el marxismo en estos círculos. La gente es reacia a considerar el socialismo e incluso a explorarlo analíticamente.
DF
En relación a esto último, ¿cómo se vinculó Beauvoir con la tradición marxista de la teoría social en El segundo sexo y en otras partes de su obra?
EM
En cierto modo, resulta útil pensar en la curiosa y bastante precaria posición social que ocupaba un intelectual comprometido en la Francia de la época. Estaban demasiado arruinados para ser de clase media, pero la clase trabajadora también desconfiaba de ellos. Beauvoir y Sartre tuvieron una relación muy compleja y problemática con el partido dominante en la izquierda francesa y se les consideraba demasiado burgueses para ser intelectuales comunistas propiamente dichos.
Sin embargo, Beauvoir creía en el marxismo. Recordaba que, tras leer El capital, «el mundo se iluminó con una luz nueva, cuando vi el trabajo como la fuente y por así decirlo la sustancia de los valores, y nada me hizo negar esta verdad» (y era una mujer joven cuando lo leyó). A lo largo de su vida, insistió en que el marxismo fue una gran influencia para ella, así como para El segundo sexo.
Sin embargo, solo se refiere abiertamente a Marx de forma esporádica en El segundo sexo, aunque declaró que Marx era una influencia fundacional sobre el texto. Sentimos la influencia de Marx más explícitamente en su estudio de 1970 sobre el escándalo del modo en que el capitalismo industrial trata a los ancianos, que se tradujo al inglés con el título Old Age. Pero hablemos de El segundo sexo en particular.
La primera forma en que vemos el marxismo de Beauvoir en este texto es a través de su compromiso directo con su obra. Aunque no hay muchas citas directas de su obra, Beauvoir ofrece una lectura cuidadosa de Marx, que permite una explicación matizada de la forma específica en que se interrelacionan ser de clase obrera y ser mujer.
En el quinto capítulo de la sección de historia subraya cómo las mujeres son explotadas más vergonzosamente que los trabajadores del sexo opuesto y habla de los ambiguos resultados de la revolución industrial. Por un lado, a las mujeres se les ofrecieron nuevas oportunidades, pero por otro, la combinación de su sexo y su condición de clase trabajadora supuso que fueran explotadas de forma extrema.
Basándose en Marx, escribe sobre cómo se utilizaba a las mujeres principalmente en hilanderías y tejedurías, donde estas actividades se realizaban en condiciones higiénicas lamentables. Explica que ser mujer las exponía a formas específicas de precariedad en el lugar de trabajo, incluida la amenaza de violencia sexual.
Estos pasajes en los que Beauvoir se relaciona con Marx son importantes por varias razones. En primer lugar, demuestran que ni Beauvoir ni Marx imaginaban exclusivamente a la clase obrera como blanca y masculina (aunque Beauvoir tuvo que buscar mucho para encontrar esas referencias en la obra de Marx; a veces cita sus notas a pie de página).
En segundo lugar, en estos pasajes, Beauvoir consideró la difícil situación específica de la mujer de clase obrera. Describe cómo las trabajadoras están especialmente oprimidas por el hecho de ser mujeres. Son inexpertas en la organización política, además de sufrir acoso y abusos sexuales. Al haber sido socializadas en la docilidad y la pasividad, son reacias a hacer valer sus derechos o a proteger su bienestar. En otras palabras, es poco probable que se sindicalicen. Las trabajadoras también están oprimidas por el hecho de ser de clase trabajadora. En concreto, explica cómo la mayor necesidad de la mujer trabajadora casada es explotada por sus astutos empleadores.
En mi opinión, el análisis feminista clasista de Beauvoir se encuentra por doquier en El segundo sexo. Denuncia al ama de casa burguesa como traidora a las mujeres menos afortunadas que ella. Enmarca el aborto ante todo como un crimen de clase, señalando que hay pocos temas en los que la sociedad burguesa muestre más hipocresía. También señala, de forma sobria e importante, que la experiencia del aborto de una mujer depende totalmente de sus circunstancias económicas y geográficas.
Además, Marx brindaba a Beauvoir la oportunidad y los recursos para imaginar lo que ella llamaba un mundo auténticamente democrático, permitiéndole imaginar un mundo de igualdad y liberación sin explotación ni clases. También le permitió comprender las relaciones sociales que colocan a ciertos grupos en situaciones de dependencia material que los hacen vulnerables —y a menudo cómplices— de su propia alteridad y opresión.
El enfoque literario-filosófico de Beauvoir en sus obras de ficción y ensayos es con frecuencia historicista, materialista y fenomenológico al mismo tiempo. Pone en primer plano las relaciones sociales concretas y la cuestión de cómo nuestros cuerpos interactúan con esas relaciones y las experimentan. Por último, dado que Beauvoir entendía el colonialismo como una forma particularmente atroz de capitalismo, podemos asociar razonablemente sus escritos en apoyo de la independencia de Argelia con su marxismo.
DF
¿Qué efecto tuvieron los problemas de traducción en la recepción de El segundo sexo entre los lectores anglófonos?
EM
Existen dos traducciones al inglés de El segundo sexo. Empecemos por la primera, de H. M. Parshley, de 1953, que es notoriamente mala. Tiene varios problemas. Para empezar, Parshley era zoólogo, no filósofo, y carecía de competencia filosófica para negociar una traducción compleja, intercultural, filosófica y literaria.
Además, suprimió entre un 10% y un 15% del texto original de Beauvoir, y sabemos por una carta que escribió a su editor que en realidad estaba bastante orgulloso de ello. Como han demostrado varios estudiosos, sus recortes no eran ingenuos ni inocentes. A menudo recortó material filosóficamente molesto, así como varias de las apasionadas diatribas de Beauvoir contra la misoginia. En otras palabras, tenemos la sensación de que se sintió un poco molesto por algunos contenidos feministas y los eliminó.
También eliminó casi todas las referencias al feminismo socialista, lo que significa que los anglófonos leerán El segundo sexo sin el marxismo de Beauvoir. Eliminó los nombres de al menos setenta y ocho escritoras, suprimiendo la rica variedad de voces femeninas que componen el texto. El segundo sexo es más bien como una colcha de retales: es un archivo de textos que Beauvoir improvisó con todo lo que tenía a su alcance.
Desde entonces existe una traducción de 2010 realizada por Constance Borde y Sheila Malovany-Chevallier. En cierto sentido, esta traducción es superior a la de Parshley, porque Borde y Malovany-Chevallier no han suprimido nada. Sin embargo, el texto corre el riesgo de haberse corregido en exceso y haber ido un poco demasiado lejos en la otra dirección. Es una traducción muy literal, palabra por palabra, casi una transposición. Por supuesto, el arte de la traducción implica tomarse algún tipo de licencia artística.
En muchos sentidos, la primera traducción hizo de Beauvoir un blanco fácil para la crítica, despojando al texto de su profundidad, complejidad y textura filosóficas. El texto en inglés parece mucho más simplista y mucho menos inteligente. Es como si Beauvoir hiciera declaraciones generales en lugar de comprometerse con los textos y las voces de otras personas.
Ante todo, cuando Parshley recortó el contenido filosófico, significó que no entendía a Beauvoir como filósofa y que no entendía el libro como una obra de filosofía. Al recortar las referencias al feminismo socialista, eliminó el contexto del marxismo de Beauvoir. La pérdida de textura literaria y filosófica y de la variedad de interlocutores con los que Beauvoir se relaciona hace que a menudo se lea como si estuviera legislando sobre la vida y presentando afirmaciones extrañamente normativas.
El segundo sexo es una obra de crítica literaria, cargada de ejemplos de otros textos. Es casi polifónica. Sin embargo, muchos críticos anglófonos han pasado por alto este aspecto del texto porque ninguna de sus traducciones lo capta plenamente. Beauvoir ofrece descripciones y ejemplos de otros textos, no para refrendarlos, sino para mostrar cómo son las cosas para esa persona o ese personaje concretos en ese libro concreto. Sin lecturas cuidadosas y traducciones sólidas y seguras, perdemos eso.
Creo que hemos visto cómo se manifestaba gran parte de esta herencia, sobre todo en la literatura feminista anglófona temprana que se ha visto influida explícitamente por Beauvoir. Por ejemplo, mucha gente considera que La mística femenina de Friedan es la versión estadounidense de El segundo sexo. Pero se trata de un tipo de texto mucho menos profundo.
DF
Para terminar, ¿qué temas y argumentos dirías que tienen mayor relevancia en la obra de Beauvoir para los debates de hoy en día?
EM
En nuestro actual ambiente feminista hipercapitalista y consumista, hablamos de raza, pero la clase está sistemáticamente ausente. Por esta razón, creo que el análisis feminista-marxista de Beauvoir no se considera generalmente relevante. Una de las razones por las que los comentaristas han pasado por alto la presencia de Marx en El segundo sexo y la comprensión más amplia de Beauvoir sobre la clase es que nuestro actual clima de opinión angloamericano no considera que todas las formas de exclusión tengan la misma importancia.
La crítica anglófona de la diversidad hace hincapié en la exclusión basada en la raza como laguna clave de El segundo sexo. Obviamente, es muy importante centrarse en el problema de la raza en la obra de Beauvoir. Sin embargo, quizá no debería ser nuestra única preocupación. También podemos sacar mucho provecho examinando las influencias socialistas de Beauvoir.
A través de su apropiación de Marx en El segundo sexo, Beauvoir nos advierte explícitamente contra la tendencia a enfatizar las diferencias basadas en la identidad por encima y en contra de la desigualdad que genera el capitalismo. Señala que el resultado clave de que las trabajadoras se unan para sindicarse es hacer que las diferencias de género entre ellas parezcan menos apremiantes.
En su relato, aunque las mujeres que Marx describió trabajaban en condiciones deplorables y explotadas, ni se veían a sí mismas como clase trabajadora ni eran percibidas como tales por sus compañeros de trabajo varones hasta que se afiliaron al sindicato. Sostiene que el acto de sindicarse promovió una conciencia más profunda de la situación compartida de opresión entre las trabajadoras, y que el problema era similar al de la mano de obra negra en Estados Unidos.
Según Beauvoir, las minorías más oprimidas de una sociedad pueden ser utilizadas por los opresores como arma contra la clase a la que pertenecen, y es necesario desarrollar una conciencia más profunda de la situación para que los trabajadores blancos y negros o los trabajadores hombres y mujeres puedan formar coaliciones en lugar de oponerse entre sí. Para Beauvoir, una coalición basada en el compañerismo y la solidaridad no sería ni un movimiento de negros ni uno de mujeres, sino un movimiento obrero global.
En otras palabras, Beauvoir señala que la clase capitalista puede acentuar estratégicamente la percepción de la diferencia entre grupos, mientras que la colaboración política en favor de la igualdad puede atenuar esa percepción. Podemos reconocer nuestra experiencia compartida de explotación, y tal reconocimiento es tanto una condición previa como un logro de la coalición que ella desea.
Sin duda podemos criticar El segundo sexo por descuidar la experiencia de las mujeres negras (por no mencionar algunas de las cosas terribles que dice sobre las mujeres musulmanas). Pero no deberíamos pasar por alto su interés por la difícil situación de las mujeres de clase trabajadora. Ya en 1949, identificó nuestra tendencia a empantanarnos en la política de la identidad y olvidarnos de la desigualdad de clase.
Y lo que es más importante, subraya que la inclinación a enfatizar las diferencias de género y raza hasta el punto de ocultar la desigualdad de clase es una táctica central de la clase dominante. Desde mi punto de vista, el análisis feminista-socialista de Beauvoir tiene una relevancia perdurable para nuestro tiempo.