«La lógica me dice que si existen tribunales, Batista debe ser castigado, y si Batista no es castigado y sigue como amo del estado, presidente, primer ministro, senador, mayor general, jefe civil y militar, Poder Ejecutivo y Poder Legislativo, dueño de vidas y haciendas, entonces no existen tribunales, los ha suprimido. ¿Terrible, verdad? Si es así, dígase cuanto antes, cuélguese la toga, renúnciese al cargo; que administren justicia los mismos que legislan, los mismos que ejecutan, que se siente de una vez un cabo con una bayoneta en la Sala augusta de los Magistrados».
Es abril de 1952 cuando el joven abogado Fidel Castro, de tan solo 25 años, denuncia ante el Tribunal de Urgencia de La Habana todas las violaciones de las normas constitucionales cometidas por el general Fulgencio Batista que, con un golpe de Estado el 10 de marzo, se había autoproclamado jefe del Estado y derogado la Constitución de 1940. Su petición fue rechazada y Fidel se convenció de que solo había una forma de derrocar al usurpador: «Si Batista tomó el poder por la fuerza, hay que arrebatárselo por la fuerza».
Las reacciones de la mayoría de los cubanos inmediatamente después del golpe de Batista habían sido bastante confusas, pero no se les había pasado por alto que el coronel, con el apoyo de Estados Unidos, había violado la Constitución y había impedido que las masas llevaran al poder al Partido Ortodoxo, pero nadie imaginaba que establecería un régimen peor que el del presidente-déspota Gerardo Machado (el «Mussolini tropical»). El golpe fue reconocido una semana después por Washington y, en consecuencia, también por los grupos empresariales norteamericanos. En abril, Cuba apareció por primera vez en la portada de la revista Time con una extravagante representación del rostro de Batista, con la bandera cubana desplegada como un halo alrededor de su cabeza, y la leyenda en vivos colores «Batista lleva la democracia a Cuba».
Entre los miembros de la Juventud Ortodoxa que se mueven por la Universidad de La Habana, Fidel Castro es el más activo, y pocas semanas después del golpe, los «fidelistas» no son más de media docena cuidadosamente elegidos; este pequeño grupo pronto se convertiría, junto a Castro, en la célula motriz de la revolución.
El movimiento estudiantil del que proceden Fidel y algunos de sus camaradas más devotos, como Camilo Cienfuegos, hijo de anarquistas españoles, es liberal pero también nacionalista y antiimperialista. Existen fuertes razones históricas para ello: mientras que casi todos los países latinoamericanos habían declarado su independencia a principios del siglo XIX, Cuba no rompió con España hasta 1898. Su independencia tardía, conseguida tras largas guerras contra la madre patria, ancló el nacionalismo en el corazón de cualquier proyecto revolucionario cubano.
También explica la importancia de la figura de José Martí en el imaginario de la revolución cubana. Martí fue considerado el padre de la independencia de la isla, por la que tomó partido siendo aún un adolescente, y que le valió la detención y el exilio con solo dieciséis años, en 1869. España, que le acogió, era entonces tierra de exilio, pero también lugar de creación de redes anticolonialistas transnacionales. El joven Martí continuó su viaje por Francia, América Latina y Estados Unidos. En México, conoció a socialistas opuestos a Porfirio Díaz y se unió a su causa. Durante sus largas estancias en Estados Unidos, el libertador entró en contacto con organizaciones de cubanos exiliados y contribuyó a su radicalización a favor de la causa independentista.
Fidelismo
El 28 de enero de 1953 se conmemoró el centenario del nacimiento de José Martí y los «fidelistas», unos cuatrocientos voluntarios, hicieron su primera aparición pública junto al frente antibatistiano al grito de «¡Abajo Batista!» y «¡Revolución!». Eran los presagios de la rebelión.
En pocas semanas reuní a los primeros combatientes y células. Montamos algunas emisoras de radio secretas y distribuimos un periódico en mimeógrafos. (…) Nos convertimos en verdaderos conspiradores. (…) Organizamos el movimiento en unos 14 meses. Teníamos 1.200 miembros (…). A través de reuniones con los futuros combatientes, durante las cuales les di ideas e indicaciones, establecimos una organización sólida basada en una disciplina de hierro.
Fidel Castro, junto con el estado mayor del movimiento, comenzó a planificar un ataque contra un cuartel en Santiago de Oriente, por razones tácticas y porque el cuartel Moncada solo albergaba a mil soldados. La idea era atacar y tomar simultáneamente el cuartel Moncada y el cuartelito de Bayamo, con el fin de apoderarse de un nuevo arsenal y armar así al grupo rebelde con vistas a futuras represalias, pero al mismo tiempo representar el primer acto simbólico del (esperado) levantamiento popular.
El grueso de las fuerzas, ciento treinta y cuatro hombres, atacarían en Santiago. Veintiocho lo harían en Bayamo. Entrarían por sorpresa, capturarían los cuarteles y distribuirían armas a los demás voluntarios que, se suponía, acudirían en masa a apoyarles. El armamento de que disponía Castro se limitaba a tres fusiles del ejército estadounidense, seis viejos Winchester, una ametralladora gastada y un gran número de escopetas, así como algunos revólveres y una escasa cantidad de munición.
Tras semanas de reclutamiento y de formación de células sobre el terreno, a mediados de 1953 Fidel Castro dirigió a un grupo de jóvenes pertenecientes a la pequeña burguesía y al proletariado, en su mayoría del Partido Ortodoxo, que pretendían derrocar a Batista. El plan de la «Juventud del Centenario» (en homenaje al centenario del nacimiento de Martí) es proyectado y estudiado con gran detalle. La fecha elegida por Fidel Castro es el domingo 26 de julio, día de la celebración del carnaval que involucra a toda la ciudad con numerosas congas sonando en las avenidas, cubanos acudiendo en masa a Santiago y la ciudad desbordada de extranjeros. Una decena de voluntarios asustados abandonan la empresa en el último momento.
Los fundamentos teóricos del movimiento de liberación nacional, desprovistos de toda referencia ideológica, están contenidos en la proclama que se leerá una vez tomada la emisora:
La Revolución declara su firme propósito de colocar a Cuba en un plano de bienestar y prosperidad económica que asegure la supervivencia de su rico subsuelo, su situación geográfica, la diversificación de la agricultura y la industrialización (…). La Revolución declara el establecimiento total y definitivo de la justicia social, sobre la base del progreso económico e industrial (…). La Revolución reconoce y construye los ideales martianos y (…) declara su respeto a la Constitución dada por el pueblo en 1940.
El objetivo declarado de los rebeldes del 26 de Julio no era más que exigir el respeto de la Constitución de 1940 y poner límites a las pretensiones norteamericanas sobre Cuba.
Cuando decidió atacar el Moncada, Fidel Castro estaba fuertemente influido por los escritos de otro líder estudiantil y populista radical de los años 30: Antonio Guiteras. Desilusionado por la experiencia revolucionaria de 1933 y la fragilidad de las instituciones democráticas que siempre parecían tener que ceder a las inclinaciones autoritarias del dictador de turno, Guiteras estaba convencido de que la vía electoral era inadecuada para el contexto cubano. En su opinión, la lucha armada era la única vía para consolidar la democracia y derrocar a los tiranos locales. Las ideas rectoras de Guiteras —el fracaso del proceso electoral, la viabilidad de la lucha armada, la necesidad imperiosa de derrocar a los tiranos y la desconfianza en las instituciones democráticas de Cuba— fueron asumidas y aplicadas por Fidel antes y después de su conquista del poder.
El amanecer revolucionario
A las 5:15 horas del 26 de julio de 1953 comenzó la operación, pero, como contaría el propio Castro, «debido a un desafortunado error la mitad de nuestras fuerzas —la mitad mejor armada— se perdió a la entrada de la ciudad y no pudo ayudarnos en el momento decisivo». Fidel, que estaba en primera línea, se lanzó sin cobertura alguna a un tiroteo con los soldados resultando increíblemente ileso, mientras a su alrededor caían algunos de sus hombres. Las otras dos fases del ataque a Santiago habían tenido éxito: Raúl Castro logró tomar un Palacio de Justicia casi vacío y Abel Santamaría el hospital civil, sin bajas ni en sus filas ni entre los militares. Pero a estas alturas el efecto sorpresa en Moncada había fracasado y, al cabo de una hora, Fidel da la orden de retirada. También fracasa el ataque a Bayamo, donde unos nerviosos caballos dan la alarma y los rebeldes se ven obligados a huir. En el asalto al cuartel Moncada mueren diecinueve soldados y veintisiete resultan heridos: entre los voluntarios de Fidel hay ocho muertos.
Batista regresa precipitadamente de las playas de Varadero, desata una represión desproporcionada en toda la isla y suspende las garantías constitucionales. Por primera vez en cuarenta y tres años, el Ejército ha tenido que luchar y ha perdido hombres. El gobierno se aterroriza, el ejército se pone en estado de alarma en toda la isla y cientos de personas son encarceladas: como se sabe que algunos «fidelistas» están heridos, cualquiera que tenga una herida corre el riesgo de ser interrogado y maltratado.
La mayoría de los rebeldes supervivientes capturados en los dos primeros días son asesinados a sangre fría o mueren a consecuencia de las torturas. En Bayamo, tres prisioneros son arrastrados durante kilómetros colgados de un Jeep. Las dos mujeres que participaron en el asalto, Haydée Santamaría y Melba Hernández, no son maltratadas, pero oyen cómo torturan hasta la muerte a Abel Santamaría, hermano de la primera y novio de la segunda, y a Boris Santa Colona, novio de Haydée.
Mientras, un puñado de rebeldes con Fidel Castro consiguen esconderse en las montañas de Sierra Maestra, pero son capturados al cabo de cinco días: «Pensábamos que ya estábamos muertos, pero el teniente se volvió hacia los soldados y exclamó en voz baja: “¡No disparéis; las ideas no se matan!” (…) El hombre lo repitió tres veces: “¡las ideas no se matan!”». A los jóvenes rebeldes les salvó la vida el teniente afrocubano Pedro Manuel Sarría. Las fotos de los cadáveres de sus compañeros, obtenidas furtivamente y publicadas el 2 de agosto por el periódico Bohemia, conmocionan a todo el país y vuelven a la población contra el régimen, provocando una ola de indignación y simpatía hacia los asaltantes.
El juicio de los treinta y dos presos comenzó el 21 de septiembre y terminó el 16 de octubre. Fidel Castro, que a estas alturas gozaba de gran popularidad, se convierte en el protagonista absoluto. Se intenta envenenarle o impedir que comparezca debido a una enfermedad fantasma, pero habiendo obtenido la oportunidad de comparecer en su propia defensa, el líder habla ininterrumpidamente durante cinco horas. Su discurso no es una petición de clemencia; al contrario: es una implacable acusación contra el régimen de Fulgencio Batista que termina con estas memorables palabras:
Sé bien que la cárcel será tan dura para mí como lo ha sido para cualquiera, llena de viles amenazas y horribles torturas. Pero no temo la prisión, como no temo la furia del miserable tirano que extinguió la vida de setenta de mis hermanos. Condenadme, no me importa. La Historia me absolverá.
Los castigos son muy duros. Fidel es condenado a quince años de prisión, su hermano Raúl a trece, otros veinte insurgentes reciben diez años, Haydée Santamaría y Melba Hernández siete meses. Al día siguiente Castro fue trasladado en avión a la isla-cárcel Isla de Pinos con otros camaradas e inmediatamente comenzó la reconstrucción de su movimiento revolucionario. Mientras tanto, su famosa arenga de defensa es sacada de la cárcel en cajas de cerillas y, una vez publicada, se convierte en el manifiesto político del castrismo.
Al igual que sus camaradas, Fidel permaneció en prisión hasta el 15 de mayo de 1955. Tras un año y siete meses de encarcelamiento, todos son liberados en virtud de una amnistía obtenida gracias a la presión pública apoyada por la prensa cubana. A las pocas semanas decide trasladarse a México para formar, en total secreto, un núcleo bien entrenado y disciplinado que más tarde constituiría la columna vertebral de una unidad guerrillera con el objetivo de derrocar a Batista por la fuerza.
En el México romántico y revolucionario de Lev Trockij, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, de Juan Antonio Mella y Tina Modotti, de Diego Rivera y Frida Kahlo, Fidel Castro y el médico argentino de 27 años Ernesto «Che» Guevara se encuentran una noche de principios de julio. Paco Ignacio Taibo II escribió en su libro Ernesto Guevara, también conocido como el Che que la primera conversación entre ambos duró ocho o diez horas, según los relatos, y quedó profundamente grabada en la memoria de los dos protagonistas: «Desde las ocho de la tarde hasta el amanecer hablaron de la situación internacional, repasaron sus respectivas ideas sobre América Latina, hablaron de política y, sobre todo, de revoluciones».
A partir de entonces, el piso de la calle Emperán se convirtió en una especie de cuartel general y centro de información de los «fidelistas». Pocos días después, Fidel Castro formó el núcleo de lo que se convertiría en la organización político-militar «Movimiento 26 de Julio» (denominada M-26-7 en honor a su primer gesto de resistencia armada), que adoptaría un semanario ciclotímico bautizado como Revolución. En diciembre de 1956, un grupo de ochenta y dos guerrilleros, dirigidos por Fidel Castro, embarcaron en México en la lancha rápida Granma para desembarcar en Playa de las Coloradas, al este de Cuba. Un grupo de veinte personas, el núcleo original del Ejército Rebelde, consigue organizar la primera base guerrillera en la Sierra Maestra. Es el comienzo de la lucha y la revolución que derrocará a la dictadura de Batista el 1 de enero de 1959. La revolución cubana está en marcha.
[*] El artículo anterior fue publicado originalmente en Jacobin Italia.