Hoy Algeria se presenta en el mundo con un rostro cerrado y receloso. Aunque su Estado revolucionario sobrevivió a las tumultuosas rupturas del siglo veinte, su historia reciente está plagada de conflictos de frontera, levantamientos islámicos y, más recientemente, protestas juveniles. Sin embargo, el legado del pueblo argelino y de su Estado de liberación es internacionalista, dinámico y valiente como pocos en el mundo. En términos de heroísmo revolucionario, Argelia es una hermana orgullosa de Cuba o de Vietnam.
Hace un siglo, Argelia ocupaba en el imperio francés una posición equivalente a la que había ocupado India en el británico. Argelia estaba en parte ocupada por colons blancos, que la consideraban su patria y no se percibían a sí mismos como una casta de funcionarios imperiales. Francia mantenía la ficción legal de que Argelia formaba parte de la nación, como cualquier otra provincia nacional separada del continente por el Mediterráneo como París está dividida por el Sena.
La gran mayoría de la población árabe gozaba de una ciudadanía de segunda categoría. Aunque a una pequeña minoría se le permitía «evolucionar» hasta obtener una ciudadanía francesa completa que implicaba renunciar a la cultura árabe, en particular a su fe musulmana, la mayoría no despertaba ningún interés en los colonos franceses. Así estos mantenían a los árabes tan segregados como fuera posible y no los percibían más que como sirvientes domésticos, trabajadores agrícolas o carne de cañón en tiempos de guerra. Hasta la clase obrera industrial de la Argelia francesa estaba compuesta desproporcionadamente por pobladores blancos, y eso hacía que el poderoso movimiento obrero francés se mantuviera a distancia de la miseria económica que afectaba a la mayoría de la población musulmana.
Nacionalismo temprano
Los argelinos habían sostenido una larga y furibunda batalla contra la colonización cuando esta empezó en los años 1830, pero hacia fines del siglo diecinueve, habían desaparecido todas las huellas de esta resistencia. Sin embargo, como en otras partes de los viejos imperios, la experiencia de haber servido en los ejércitos imperiales durante las dos guerras mundiales, además de la migración dentro y fuera de los centros industriales, expuso a los argelinos a nuevas perspectivas ideológicas. El liberalismo wilsoniano, el socialismo soviéticos y las corrientes reformistas del Islam se combinaron en la producción de una conciencia nacional argelina renovada.
En los años 1920, las corrientes liberales de la política argelina respondieron a las declaraciones anticoloniales de Woordrow Wilson y comenzaron a exigir igualdad ciudadana y autonomía limitada. Sin embargo, el gobierno no tardó en frustrar y perseguir a los militantes, que no encontraron en Estados Unidos el aliado que habían imaginado. La autodeterminación «wilsoniana» apuntaba a las personas blancas de Europa. La resistencia contra la participación musulmana en la vida democrática era especialmente fuerte entre los colons, que no tenían ninguna intención de permitir que los nativos conquistados coexistieran en términos igualitarios.
El 8 de mayo de 1945, el Día de la Victoria en Europa, estalló una movilización de masas en la ciudad de Sétif. La liberación de Francia había generado expectativas en una posible reforma colonial. Los colons que, durante la guerra, habían participado decididamente del lado de los fascistas de Vichy, profundizaron su resistencia ante cualquier tipo de reforma, y la movilización se topó con una recriminación inmediata y brutal. Los soldados dispararon indiscriminadamente contra la multitud, desatando nuevas revueltas y conduciendo a cinco días de represión intensa, que incluyeron el bombardeo aéreo de los pueblos cercanos y la organización de pogromos ratonnade (caza de ratones) en los asentamientos musulmanes. El resultado fue la muerte de más de treinta mil personas.
La masacre de Sétif resonó en todo el país y radicalizó el movimiento liberal por la independencia. Pronto surgió una nueva generación de dirigentes independentistas de las filas de los soldados musulmanes del ejército de la Francia Libre desmovilizados, muchos de los cuales habían servido a Francia con honores y no tenían ninguna intención de volver a una vida de opresión violenta en su propio territorio.
Una guerra en dos frentes
El Front de Libération Nationale (FLN) que nació en ese momento era una organización que valoraba la acción por sobre los matices teóricos y la unidad por sobre la exaltación de las particularidades. El 1 de noviembre de 1954, el FLN declaró unilateralmente la guerra contra Francia. La guerra comenzó antes de que el FLN hubiera adquirido una forma política concreta, y la dirección intentó conquistar inmediatamente el apoyo del pueblo. Fue una apuesta fundada en el deseo de los dirigentes del FLN —en general soldados en vez de académicos— de convertir una retórica ineficaz en una acción decisiva. Y funcionó.
Los franceses reaccionaron como siempre habían hecho: con una represión veloz y brutal. Sin embargo, en el nuevo contexto internacionalista, los viejos métodos produjeron resultados radicalmente opuestos. Sintiendo los vientos de cambio que soplaban en el mundo colonizado, los argelinos reclutaron bajo la bandera del FLN primero a miles de personas y después a millones. Los franceses respondieron con una intensa campaña antinsurgente en la que el uso de la tortura, el asesinato de civiles y los campos de concentración se convirtieron simple y llanamente en la política oficial.
El FLN reconoció rápidamente la importancia de la nueva dinámica internacional e inició una guerra en dos frentes. En el territorio adoptaron una organización partidaria leninista-maoísta adecuada a los objetivos de una guerra de guerrillas. Usaron el asesinato político y el terror contra funcionarios franceses y colaboradores musulmanes, profundizando deliberadamente la polarización del conflicto y forzando a la población a elegir uno de los dos lados. También usaron intensamente tácticas de agitación política, especialmente entre la población rural de la que dependían en cuanto a protección y apoyo. Los comisarios políticos del FLN enfatizaron el aspecto social revolucionario de la guerra y lograron convertir el movimiento en un Estado en las sombras bajo las narices de los franceses. Como el Viet Cong, en el que se habían inspirado, el FLN empezó a brindar servicios de salud, bienestar y educación a una población rural de campesinos que trabajaban por su subsistencia.
El otro frente era el internacional. Los argelinos contaban con importantes cuadros diplomáticos entre los que destacaban revolucionarios con mucho carisma, como Ahmed Ben Bella. De esta manera, la lucha se desplazaba desde el bled abierto hacia las salas de debate de las Naciones Unidas. A pesar de no representar todavía un Estado propio, el FLN había enviado representantes a reuniones importantes, incluyendo la conferencia de Bandung en Indonesia. En las Naciones Unidas, en Bandung y en otras partes, los argelinos defendieron su causa frente a las superpotencias y también frente a personajes importantes del Tercer Mundo, como Jawaharlal Nehru de la India, Zhou Enlai de China y Gamal Abdel Nasser de Egipto.
En el centro del mundo
Nasser, panarabista que gustaba presentarse como el representante de todo el mundo árabe, mostró una gran simpatía por el FLN. Los argelinos lo respetaban mucho porque veían en él una prueba de que la autoliberación revolucionaria era posible. La radio cairota Voz de los Árabes empezó a repetir la propaganda del FLN en Medio Oriente y en África del Norte, otorgándoles una presencia mundial enorme y reforzando la legitimidad de su revolución a ojos de los árabes y de los africanos.
Los egipcios también facilitaron la compra de armas de los mujahideen argelinos a Checoslovaquia, Yugoslavia y China. Estas armas se complementaban con la formación en táctica militar guerrillera que garantizaban los comunistas chinos y norvietnamitas, con los cuales los argelinos mantenían contacto estrecho. Marruecos y Túnez, vecinos de Argelia en el oeste y en el este, permitieron que el FLN usara su territorio como base de operaciones de sus comandos militares.
Los saudíes, que detestaban a Nasser, en quien percibían un socialista sin dios y una amenaza directa contra sus propias reivindicaciones de dirección sobre el mundo árabe, competían en la oferta de apoyo financiero. También ofrecían el uso de pasaportes saudíes con los cuales viajar libremente por el mundo, incluida Nueva York, donde se celebraban las cumbres de las Naciones Unidas y donde el FLN estableció una oficina permanente con el fin de difundir su reivindicación de convertirse en Estado independiente.
Mientras el salvajismo de la guerra seguía creciendo, el prominente equipo diplomático del FLN hacía todo lo que podía para mantener la mirada del mundo en el conflicto. Cuando la situación militar del país empeoró, la presión diplomática sobre Francia se intensificó y consecuentemente el FLN empezó a pensar en una salida del conflicto políticamente mediada.
Abane Ramdane, comandante de la sección argelina del frente y uno de los ideólogos más importantes del FLN, intentó resolver la guerra en los dos frentes lanzando una espectacular insurrección sin cuartel en la capital. La batalla de Argel, a pesar de toda su mitología, no logró el efecto deseado y resultó en la destrucción casi completa de la organización clandestina de la ciudad. Ramndane fue asesinado poco tiempo después por sus compañeros mientras huía hacia Marruecos.
Mientras la fascinación mundial con la lucha argelina alcanzaba su ápice, también crecían las tensiones en la dirección secreta del FLN. Los comandantes de la sección rural, acampados en el bled profundo, sentían fuertemente las pérdidas que debían soportar mientras sus compañeros exuberantemente acomodados desplegaban su campaña diplomática. Cuando Francia endureció las fronteras marroquíes y tunecinas y comenzó a cercar a la población rural en campos de recalentamiento, la capacidad de abastecimiento de las milicias revolucionarias menguó drásticamente. Sin embargo, incluso cuando los franceses empezaron a ganar cierta ventaja militar con estas tácticas, su violencia indiscriminada, que incluyó el bombardeo de los pueblos tunecinos del otro lado de la frontera, despertó bastante ira a nivel mundial.
En cambio, las obras de Frantz Fanon dotaron a los métodos terroristas del FLN de un fundamento teórico. Fanon era un psiquiatra de la Martinica francesa que se había unido a las filas de las fuerzas de liberación mientras trabajaba en Argelia. Fanon definía elocuentemente el imperialismo en términos de racismo mediante una descripción nítida de la deshumanización de los pueblos conquistados, y defendía con decisión la violencia revolucionaria como medio de redención de las masas. La perspectiva de Fanon se complementó bien con las corrientes socialistas y nacionalistas del movimiento de liberación y ayudó a definir el campo ideológico de todo el proyecto del Tercer Mundo.
Revolucionarios de todo el continente africano —entre ellos, Nelson Mandela— recibieron entrenamiento militar y político en los campos del FLN en Marruecos, Túnez y Mali. Antes de haber liberado su propia patria, los argelinos habían logrado ocupar un lugar fundamental en el centro de la política panafricana y tercermundista.
Tabula rasa
En Francia, la opinión pública estaba cansada de la guerra. En medio de una época de importante progreso económico nacional, el francés promedio estaba cada vez más desinteresado en la expansión colonial de la clase dominante. Los conservadores pied noirs (nombre que recibían los colons) se habían convertido en una fuerza vergonzante y desestabilizadora en la política nacional, y llegaron incluso a intentar un golpe contra el presidente Charles de Gaulle, democráticamente electo con el mandato de terminar con la guerra.
En 1962, a pesar de su aplastante superioridad militar en el interior del Sahara, el bando francés colapsó, atrapado entre los incesantes ataques diplomáticos del FLN, que habían logrado generar una agitación urbana permanente en Argelia y en Francia, y un ejército argelino bien equipado, que no paraba de crecer bajo el comando del despiadado coronel Houari Boumédiène.
Liberado de una cárcel francesa y con el apoyo de Boumédiène y de los militares, Ahmed Ben Bella se convirtió rápidamente en un dirigente nacional enérgico y popular. Como la guerra había terminado simultáneamente con el viejo Estado colonial francés y con el modo de vida argelino tradicional, Ben Bella y el FLN asumieron la tarea de traducir su revolución a un nuevo Estado nación.
Ben Bella encaja perfectamente en el molde de un hombre de Estado tercermundista revolucionario. Carismático y hábil en términos ideológicos, embarcó a Argelia en una revolución social dentro de sus fronteras y en una política de activismo fuera de ellas. Mientras los pied noirs votaban con los pies y abandonaban un país destruido, la población árabe ocupaba sus amplias propiedades agrícolas, sus fábricas y sus negocios. Reconociendo que el control obrero estaba estableciéndose de hecho en una buena parte de los sectores industriales y agrícolas, Ben Bella mantuvo al FLN en la cresta de la ola revolucionaria reconociendo formalmente y respaldando estas ocupaciones populares.
La rápida transición a una economía socializada deleitó a los soviéticos, que pensaban que Argelia estaba siguiendo los pasos de Cuba en una vía hacia el desarrollo que se salteaba el capitalismo. También causó un fuerte entusiasmo general entre ciertos intelectuales, que veían en el reconocimiento y el impulso de Ben Bella al control popular de la industria el cumplimiento de las aspiraciones más democráticas del socialismo.
Argelia también se convirtió en un pujante foco diplomático para todas las corrientes revolucionarias del mundo. El gobierno formalizó las relaciones estrechas que el FLN había forjado durante años de lucha con otros movimientos de liberación. El Viet Cong, el Congreso Nacional Africano y hasta las Panteras Negras fundaron oficinas y embajadas en el país. Los argelinos no ocultaban su apoyo a las fuerzas subversivas de África y promovían el intercambio de ideas y de armamento. En los años 1960, Argel era un lugar en el que los nacionalistas árabes, las guerrillas angoleñas, los trotskistas franceses y los diplomáticos yugoslavos caminaban libremente por las calles, charlaban en los cafés y cumplían tareas secretas en los bares de los hoteles.
Fin de juego
El 19 de junio de 1965, la población libre de Argel despertó con tanques en las calles. Durante varias semanas, la ciudad había estado preparándose para recibir a importantes dirigentes afroasiáticos en una nueva conferencia. Bautizada como Bandung 2, la cumbre marcaría el tono de la próxima fase de la revolución mundial en el Sur Global. Cuando faltaban apenas unos días, incluso con algunos dignatarios extranjeros en el territorio, Boumédiène atacó a su antiguo aliado Ben Bella.
La reacción de la población fue reprimida. El golpe se presentó como un fait accompli cuando las fuerzas militares secuestraron a Ben Bella mientras dormía en la humilde casa que tenía en la ciudad. La visible presencia militar en las calles disuadió todo intento de protesta espontánea.
Pero, ¿qué sucedió exactamente? A pesar de la exuberancia de la revolución argelina, como en toda revolución las contradicciones hervían bajo la superficie. Las ambiciones de Ben Bella de alentar el control popular genuino de la industria había flaqueado frente a las demandas de una modernización dirigida por el Estado. Los campesinos que recién empezaban a ejercer una autonomía genuina empezaron a sentir la presión que ejercían la exigencia de una rápida automatización de la producción y también la de producir grandes cantidades de plusvalor para reinvertirlas en el desarrollo industrial, especialmente en los sectores del gas y del petróleo.
Además, los elementos conservadores de la sociedad argelina, entre los que estaban ciertas partes de la coalición del FLN, percibían con una hostilidad creciente el cosmopolitismo del gobierno de Ben Bella. Aunque Ben Bella estaba comprometido con una rama del nacionalismo revolucionario que exigía armonizar la identidad árabe con el socialismo, estaban claro que el modernismo del régimen veía el islamismo como una fuerza reaccionaria que debía ser reprimida. Los extranjeros que llegaban al país —compañeros de ruta ideológicos, periodistas o representantes de gobiernos hermanos— recibían la desdeñosa calificación de «pied rouges», primero a puertas cerradas, aunque cada vez más abiertamente hasta que llegó a ciertos ámbitos de la prensa conservadora. Todavía más significativo es que, en las filas del ejército, el nacionalismo empezó a asumir rasgos cada vez más xenofóbicos.
La cumbre afroasiática marcó el clímax de estas tensiones que subyacían en el sistema de poder argelino. Desde el punto de vista de Ben Bella, la conferencia fortalecería su posición como hombre de Estado internacional y le permitiría afirmar su autoridad tanto sobre la revolución argelina como sobre sus oponentes. Para Boumédiène, el segundo dirigente de facto de Argelia, la cumbre representaba el último momento en el que sería posible desafiar a Ben Bella antes de que asumiera un estatuto casi divino similar al de Fidel Castro.
El mismo año que Ben Bella fue depuesto, Kwame Nkrumah fue forzado a abandonar el gobierno en Ghana y también hubo golpes en Nigeria, en el Congo y en otros países africanos. Poco tiempo después, Nasser sufrió una enorme humillación en la desastrosa guerra de 1967 contra Israel, anunciando el cierre de la época más idealista y pluralista del Tercer Mundo.
Aunque muchas personas del Tercer Mundo temían que el golpe militar de Boumédiène representaría un giro hacia la contrarrevolución y el un realineamiento con Occidente, eso no fue lo que sucedió. La socialización de la economía siguió su curso, pero el énfasis se desplazó hacia una planificación central de tipo soviético orientada a explotar las enormes reservas de hidrocarburos del país. En el campo internacional, Argelia siguió comprometida con el no alineamiento, defendiendo con fuerza en las Naciones Unidas una reconfiguración mundial en favor del mundo en vías de desarrollo. Sin embargo, incluso este internacionalismo adoptó formas cada vez más estatistas, que culminaron en la participación de Argelia en la formación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEC). La OPEC logró afectar la economía mundial mediante la manipulación de los precios del petróleo, alimentando involuntariamente la expansión del incendio neoliberal, primero en un Occidente que empezaba a sufrir la desindustrialización y más tarde en el Tercer Mundo y en el bloque comunista.
La revolución de Argelia fue fundamental en el mapa político de mediados del siglo veinte. En este proceso, las dinámicas de la descolonización y de la Guerra Fría se convirtieron en un espectáculo visible. Emplazada en la encrucijada geográfica de Europa, África y Medio Oriente, y con una política que resistía los sistemas mundiales capitalista y comunista, el estatuto internacional de Argelia superó ampliamente las expectativas que cualquiera habría tenido en un país devastado por la guerra y con una población pequeña y empobrecida.
Aunque durante las últimas décadas Argelia abandonó el centro de la escena mundial, sigue siendo uno de los Estados más modernos del mundo árabe, tanto en términos de infraestructura como de cultura. La lucha de Argelia fue larga y dura, pero no por eso menos heroica.