Antonio Gramsci no necesita presentación. El pensador político antifascista es uno de los autores italianos más citados y uno de los filósofos marxistas más célebres del siglo veinte.
Parte de la fascinación con la figura de Gramsci surge de su historia de vida y su muerte prematura, desgarrado entre la lucha política y el compromiso intelectual, la cárcel de Mussolini y las ocupaciones fabriles, pero también responde a su condición singular dentro de la tradición marxista. Gramsci nos dejó treintaitrés Cuadernos, escritos a mano en la cárcel, con más de dos mil reflexiones, anotaciones, referencias y traducciones. Evidentemente, la naturaleza fragmentaria de su obra y el destino fortuito, hasta misterioso, de la recuperación y publicación de los Cuadernos, emprendida por el Partido Comunista Italiano (PCI) a comienzos de la Guerra Fría, colaboraron con el mito.
Gramsci fue el primer marxista que escribió que la cultura no es simplemente la manifestación de relaciones económicas subyacentes, sino —y sobre todo— uno de los elementos de la hegemonía, definida como el proceso constante de negociación del poder y desplazamiento ideológico que determina la política moderna y las sociedades capitalistas. Su sofisticado análisis del poder social, al que no reduce exclusivamente a la dominación y a la subordinación, sino que estudia como una matriz compleja donde las instituciones, junto a la producción cultural y literaria de las masas populares, juegan un rol importante, encontró ecos en todo el mundo, de la India a la Argentina, pasando por España y el continente africano, y de Estados Unidos a Gran Bretaña.
La capacidad de adaptación de sus reflexiones sobre la democracia y el sentido de la revolución, al igual que sus ideas sobre la sociedad civil y los grupos subalternos, terminaron siendo elementos fundamentales, no solo en el marco de la teoría social contemporánea, sino como modelo de las estrategias electorales de izquierda en épocas de populismo. Entonces, es posible afirmar, sin temor a equivocarse, que el legado de Gramsci perdura.
Antonio Gramsci y el mundo anglófono
Sin embargo, la globalización de Gramsci es un fenómeno bastante reciente. Durante mucho tiempo, Gramsci fue solo una inquietud italiana, estrechamente vinculada a la historia del PCI y al uso (o abuso) de su obra que hizo Palmiro Togliatti, líder de la organización después de la Segunda Guerra Mundial. Con el objetivo de fortalecer los lazos entre el marxismo y la tradición intelectual italiana, Togliatti buscó fundar su «nuevo partido» en los escritos de Gramsci sobre la unidad interclasista y el nuevo bloque histórico. Los hilos se anudaron virtuosamente en el cinturón rojo: el éxito de la gestión comunista de Emilia-Romaña colaboró con la difusión de la teoría de Gramsci, especialmente en Estados Unidos y en Gran Bretaña.
En la Italia de los años 1970 y 1980, la historia de la Bolonia roja y sus políticas socialistas (o al menos progresistas) representó una firme oposición al ascenso del neoliberalismo. No es casualidad que los debates sobre el comunismo italiano, por un lado, y el thatcherismo como proyecto hegemónico, por el otro, se desarrollaran en las páginas de Marxism Today. Los editores a cargo de la revista eran el historiador Eric Hobsbawm y el teórico de la cultura Stuart Hall, figuras evidentemente marcadas por la obra de Antonio Gramsci.
En general, los Cuadernos de Gramsci circularon por el mundo a través del filtro de sus traducciones al inglés. La primera publicación de los escritos de Gramsci fuera de Italia fue una traducción inglesa de unos fragmentos breves, aparecida en 1957. Más tarde, en 1971, llegó una selección de los cuadernos de la cárcel, traducida por Quintin Hoare y Geoffrey Nowell-Smith y publicada por Lawrence & Wishart. Esa fue la chispa que desató la fiebre gramsciana a nivel mundial.
Toda aplicación política o intelectual de las categorías gramscianas está mediada necesariamente por el modo en que aparecieron sus palabras por primera vez. Y, aún hoy, cincuenta años después, los no especialistas o los que no leen italiano, siguen dependiendo de esa traducción inglesa para operativizar la teoría.
Como dijo Joseph Buttigieg —traductor estadounidense de Gramsci, fallecido antes de terminar la edición crítica—, la historia de la recepción, aplicación, adaptación y circulación de Gramsci en el mundo anglófono es de una importancia capital. No menos cierto es que el análisis de los distintos disfraces adoptados por Gramsci a partir de su éxito mundial plantean la posibilidad de reconsiderar la política radical del pasado y dotar a la contribución del marxista italiano de un nuevo sentido estratégico y democrático.
La prehistoria y el espectro de los cuadernos
El pensamiento de Gramsci tuvo que pasar por encima de una enorme brecha espacial, histórica y cultural antes de llegar a Gran Bretaña. Es sabido que las ideas del italiano ayudaron a contrarrestar el «economicismo» del marxismo británico y sirvieron a la izquierda en su interpretación del thatcherismo y del proceso de globalización. Las dos antologías de Gramsci de 1957 no tuvieron ningún impacto fuera de la izquierda y de los círculos intelectuales comunistas. The Modern Prince and Other Writings, traducido por Louis Marks, presentaba a Gramsci como el teórico del partido, mientras que The Open Marxism of Antonio Gramsci, traducido por Carl Marzani en Estados Unidos, presentaba un Gramsci «moderado». El verdadero punto de inflexión llegó recién con la traducción de 1971.
Piero Sraffa, amigo del autor y profesor de Economía en Cambridge, había intentado publicar los cuadernos de Gramsci apenas terminada la guerra y Hamish Henderson, poeta escocés, había empezado a traducir parte de la obra del italiano. Pero las vacilaciones, cuando no el bloqueo deliberado, del Partido Comunista Británico, hicieron fracasar todos los proyectos hasta el Otoño húngaro de 1956.
Al año siguiente, José Aricó empezó a traducir la obra al castellano con el fin de difundirla en Latinoamérica y comenzó a circular una traducción francesa no autorizada, fuente principal de la importante crítica que Louis Althusser incluyó en Lire le Capital. Sin embargo, la obra de Gramsci no recibió mucha atención antes de la publicación de la selección de 1971, versión de Gramsci evidentemente adaptada al mundo posfordista y post-1968.
Los traductores, Quintin Hoare y Geoffrey Nowell-Smith, tuvieron acceso a los manuscritos originales de Gramsci y al primer borrador de la edición crítica italiana de Valentino Gerratana, que se publicaría en 1975. La introducción, escrita sobre todo por Hoare, presentaba a un Gramsci «izquierdista», en armonía con la interpretación radical favorecida por los nuevos lectores británicos y en directa oposición a la versión «interclasista» adoptada por el medio intelectual y político italiano de la posguerra.
Hoare y Nowell-Smith acuñaron neologismos y crearon lengua política inglesa completamente novedosa. La traducción fue una bocanada de aire fresco en el discurso político británico, que introdujo los conceptos de «bloque histórico», «guerra de posición», «sociedad civil» y, sobre todo, «hegemonía». Presentó por primera vez un sistema más complejo y menos monolítico capaz de mediar la recepción del marxismo en las democracias liberales de Occidente.
El libro tuvo mucho éxito en una escena organizada por la «nueva izquierda» y Gramsci se convirtió a la vez en un medio para que ella afirmara su propia existencia y en un instrumento que fomentó nuevas divisiones y confrontaciones. Por un lado, estaba la rígida apropiación que comandó Perry Anderson en las páginas de la New Left Review; por otro, la aplicación culturalista de Stuart Hall, especialmente el concepto de thatcherismo.
Ambos intelectuales habían descubierto a Gramsci en los años 1960 a través de un lente italiano: Anderson por medio de la experiencia de Tom Nairn en la Scuola Normale de Pisa; Hall por medio de Lidia Curti, que había llegado a Birmingham con una copia de las cartas de Gramsci bajo el brazo. Con todo, ambos utilizaron la obra del italiano con fines distintos y sus huellas terminaron transmitiendo una especie de régimen de lectura doble en el contexto de la izquierda británica.
En el caso de Anderson, Gramsci servía para explicar la ausencia de un proletariado radical y, en última instancia, de todo espíritu revolucionario en Gran Bretaña. El interés del historiador apuntaba sobre todo a los pasajes donde Gramsci intenta explicar la historia italiana como una desviación del modelo marxista de desarrollo histórico «normal». Pero, según sus críticos, Anderson había trasplantado mecánicamente a Gramsci a un contexto distinto. De esa manera, no lograba comprender que el propósito más urgente del italiano había sido explicar el ascenso del fascismo italiano en el marco de la tensión inherente y finalmente insuperable entre la democracia y el Estado.
En ese sentido, Anderson se habría distanciado del enfoque de Gramsci al no buscar en los Cuadernos más que sus hipotéticas «antinomias». Sin embargo, su culta lectura consolidó una potente alternativa al corporativismo a veces estanco del Partido Laborista de los años 1960 y 1970, supo conquistar los círculos académicos y conserva todo su interés en la actualidad, especialmente en el contexto de la izquierda posterior al Nuevo Laborismo.
Hall utilizó muchos de los conceptos fundamentales del repertorio gramsciano para abordar el consenso político de Thatcher. En 1979, en un célebre artículo de Marxism Today, presentó por primera vez el concepto de thatcherismo, definido como un proyecto hegemónico y sobre el cual trazaba una analogía provocadora: era una «modernización reaccionaria», un poco como el corporativismo fascista italiano, fenómeno analizado por Gramsci en términos de revolución pasiva y hegemonía, es decir, una fuerza modernizadora y regresiva. El eje principal del análisis de Hall era el postulado de que el thatcherismo era un fenómeno político porque era antes un fenómeno cultural.
La lectura encontró tanto partidarios como críticos tenaces, especialmente entre los historiadores, pero su legado es evidente cuando se considera el éxito que tuvo en el discurso político y en el debate académico. No es imposible atribuir a Hall la difusión de un enfoque culturalista unidimensional de la obra de Gramsci o la «formación discursiva hegemónica» sin estructura del posmarxismo de Laclau. Sin embargo, la obra de Hall, con su pretensión de analizar y actuar frente a la presencia simultánea de procesos de legitimación política democrática tradicionales y nuevas expresiones discursivas de identidad nacional y política de clases, testimonia la modernidad del socialismo gramsciano.
A diferencia de lo que sucedió en Europa, donde, en los años 1980, Gramsci se convirtió a una velocidad inusitada en un reformista socialdemócrata y sirvió como fundamento del proyecto eurocomunista, la recepción de la obra del italiano fuera del imperio fue muy distinta: en las excolonias europeas, sobre todo en India y América Latina, fue el Grasmci revolucionario el que revivió. Más allá del mundo anglófono hay un espectro gramsciano que se opone al europeo.
La producción del pasado en el presente
Según Anne Swhostack Sassoon, uno de los principales aportes de Gramsci es haber reconocido la importancia de la reflexión histórica como precondición de la expansión democrática y como elemento fundante de toda agenda política y teórica, es decir, que la historia no es solo crítica del pasado.
En este sentido, el cambio de paradigma gramsciano —de las estrategias de inclusión al cuestionamiento de las condiciones sociales y culturales de exclusión y subordinación— implica una transformación política crucial. Sin dejar de reconocer el peso de la historia, en vez de recuperar un programa del pasado, Gramsci supo construir una agenda política y teórica a partir de los problemas y de las posibilidades del presente y del futuro. En ese proceso, el presente no resulta de una acumulación de hechos, sino más bien de una negociación.
Las reflexiones de Gramsci supieron plasmar un cambio de época, marcado por los desafíos de la sociedad de masas, una nueva forma de capitalismo y las amenazas contra la democracia. Según Michele Filippini, Gramsci intentó absorber y hacerse cargo de la nueva realidad mediante la utilización del vocabulario de distintas tradiciones teóricas que perfeccionaron sus propios instrumentos de análisis.
En más de una ocasión, este intelectual, que supo definirse como un historiador de la historia, manifestó su interés en producir el pasado en el presente y su intención de escribir una teoría de la historia y de la historiografía. Por supuesto, la reconstrucción histórica no fue el eje principal de sus estudios. Pero fue la práctica sobre la que fundó su actividad política. En síntesis, cuestiones de método: