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Carabineros de Chile es una de las muchas fuerzas policiales militarizadas de América Latina.

La policía no tiene nada que ver con la seguridad pública

UNA ENTREVISTA CON
Traducción:
Valentín Huarte


La policía no tiene nada que ver con la seguridad publica, explica Alex S. Vitale. El autor del El final del control policial conversó con Jacobin sobre el verdadero fundamento de la institución policial y algunas propuestas concretas para abordar el delito por fuera del marco represivo.

ENTREVISTA POR Nahuel Roldán[1]Nahuel Roldán es investigador de CONICET, coautor de «Yuta» (2020) y docente en la Universidad Nacional de Quilmes y Universidad Nacional de La Plata (Argentina). e
Ignacio Saffarano[2]Ignacio Saffarano es abolicionista penal, integrante del Área de Sociología de la Justicia Penal – Universidad Nacional de La Plata (Argentina).

En marzo de 2018, la policía de Sacramento, California mató brutalmente a Stephon Clarke, un joven negro que tenía 22 años y estaba desarmado. En Francia, las protestas por el asesinato policial del francés-maliense Adama Traoré en 2016 cobraron nuevo ímpetu tras las revueltas por la muerte de George Floyd en Estados Unidos. En septiembre de 2020, en Bogotá, el uso por la policía de una pistola taser provocó la muerte de Javier Ordóñez, dando lugar a protestas masivas que resultaron en la muerte de diez manifestantes. Este es el telón de fondo de brutalidad policial y militancia antirrepresiva con que Alex Vitale escribíó El final del control policial, editado por Capitán Swing en 2021.

Con la reciente oleada mundial de protestas antirracistas, el libro de Vitale se ha vuelto un especie de best-seller y su autor se ha convertido en una de las voces más elocuentes del movimiento que pone en jaque los presupuestos de la institución policial. Para sus adversarios del establishment liberal, Vitale es la figura más visible y temida de una nueva oleada abolicionista, mientras sus lectores más atentos lo toman como impulsor de un nuevo modelo para abordar el delito en la sociedad.

«Policing», termino preferido de Vitale, puede ser traducido en español de dos formas: como «policía» o como «policiamiento». Sin dudas, el titulo del libro de Vitale impacta mucho más si se piensa, como han hecho varios, en «el fin de la policía». Pero en verdad es un error interpretar el trabajo de Vitale como una propuesta abolicionista sin más. La tesis principal del libro es otra: acabar con el policiamiento total y absoluto de la sociedad. Antes de ampliar las funciones policiales de intervención, o –como plantean algunos sectores progresistas– mejorar su entrenamiento para poder atender a diversas problemáticas sociales, Vitale propone que el accionar de la policía sea radicalmente restricto y que deje de ocuparse con asuntos solo atendibles por políticas de transformación social.

Nahuel Roldán e Ignacio Saffarano conversaron con el autor del libro que varios han llamado el «manual del movimiento para desfinanciar la policía», tocando temas como el surgimiento histórico de la policía moderna, el movimiento antirracista en Estados Unidos y las propuestas concretas para abordar el delito por fuera del marco represivo.


IS / NR

El argumento principal de tu libro apunta a esta idea de abolir la policía, o al menos en la forma en que existe en la actualidad. ¿Podrías elaborar un poco este argumento general?

 


 

AV

De alguna forma, puede decirse que hemos llegado a aceptar la idea de que la vigilancia policial [policing] es un componente inevitable de la civilización moderna. Pero, en realidad, su forma moderna cuenta con pocos siglos de existencia. La vigilancia policial como institución se deriva de sistemas de desigualdad. Los departamentos de policía fueron creados, sobre todo, durante el siglo XIX, en un vínculo estrecho con realidades como la esclavitud, el colonialismo y la fabricación, por decirlo de alguna forma, de una clase trabajadora industrial estable. En este sentido, puede decirse que la vigilancia policial [policing] es una herramienta para gestionar las consecuencias ocasionadas por los regímenes de explotación.

Hoy no nos enfrentamos necesariamente a la esclavitud ni al colonialismo, al menos en el sentido que estas palabras tienen cuando se refieren al período que va del siglo XVIII al siglo XIX. Sin embargo, todavía podemos observar que existen regímenes basados en una explotación muy intensa, organizados alrededor de realidades como el extractivismo, las relaciones económicas neoliberales, las políticas de austeridad y los ajustes estructurales. Los recursos económicos se utilizan para subsidiar a quienes tienen más éxito con la expectativa de que tal vez algo de esto se derramará mágicamente hasta alcanzar al resto. Evidentemente, en lugar de generar un crecimiento de la clase media, todo esto ha conllevado una permanente desigualdad económica.

En América Latina esta desigualdad se expresa en la magnitud de la indigencia y de la pobreza infantil, en el fracaso de las instituciones educativas, en la escasez de recursos médicos, en los grandes niveles de precariedad económica y en el crecimiento o la continuación de las economías informales, los mercados negros, etc.

Hay que tener en cuenta que la policía es utilizada tanto para gestionar desórdenes cotidianos que solemos denominar «crímenes callejeros», que ciertamente emergen de estos problemas sociales y económicos, como así también la supresión de los movimientos sociales que exigen un cambio en esta situación. Creo que tener en cuenta este análisis de la naturaleza funcional de la vigilancia policial [policing] nos previene de caer en el error de pensar que podríamos solucionar el problema con más formación, cámaras portátiles, salarios más altos, diversificación de las fuerzas, más entrenamiento, etc.

Lo que solemos escuchar en América Latina es que a la policía no se le paga lo suficiente y que por eso es corrupta, o que no reciben suficiente entrenamiento, lo cual hace que sus prácticas sean demasiado brutales. Pero lo cierto es que la corrupción y la brutalidad están inscriptas en este modelo de abordar los problemas sociales recurriendo a la vigilancia policial [policing] cuando, en realidad, esta no está diseñada para resolver estos problemas, sino para contenerlos.

En mi libro —cuyos ejemplos están tomados principalmente del caso de EE. UU.— intento bosquejar qué podríamos hacer en lugar de recurrir a la policía para abordar este tipo de problemas. Creo que muchos de estos problemas son relevantes en el caso de América Latina si se tiene en cuenta el crecimiento de la violencia entre la juventud, del mercado de la droga, de la indigencia, de los crímenes callejeros, etc. Mi objetivo es explorar estas alternativas en el contexto de reivindicaciones más amplias sobre la justicia racial y económica.


IS / NR

Usas la palabra «policing», la cual en castellano puede referir a la policía como un sujeto pero también a la labor o al accionar policial. Esa ambigüedad llevó a algunos medios a concluir que llamabas directamente a la abolición de la policía.

 

Sin embargo, tuvimos la sensación de que tu tesis apunta más a que no debe reformarse a la policía para que intervenga en cuestiones de salud mental, de indigencia, etc., situaciones que no tienen que ver con el control del delito, sino que debe orientarse a desvincular a la policía de estas situaciones para que sean resueltas por otras instituciones.

 


 

AV

En un sentido, creo que el título del libro sería más preciso si, en vez de The end of policing dijera directamente «the end of police» [el fin de la policía]. Lo cual tampoco sería ideal, porque efectivamente necesitamos terminar con la vigilancia policial [policing]. Pero mi libro no aborda con mucha profundidad este tema. Tal vez no es lo suficientemente crítico de la extensión de la vigilancia policial [policing] a realidades como el trabajo social, las agencias de servicios sociales, etc. Mientras esos servicios sean ofrecidos bajo la lógica neoliberal de austeridad y responsabilidad individual, no constituirán una verdadera solución al problema.

Ahora bien, a pesar de estos reparos, lo cierto es que hablo un poco de esto en el libro y es un tema del cual soy muy consciente. Pero no es tan sencillo. El ejemplo que abordo con mayor detalle en este sentido se relaciona con la indigencia, en cuyo caso se ha creado toda una infraestructura de servicios que no lleva a ningún lado. Se obliga a la gente atravesar toda una serie de procesos (albergues transitorios, formación para el trabajo, etc.) que, sin embargo, no le permiten nunca tener una casa ni un trabajo. Se trata simplemente de manipular a la gente, manteniéndola bajo control y, aunque ciertamente esto es menos violento y coercitivo que meterla en la cárcel, no se trata de una verdadera solución.

No estoy interesado en reproducir una especie de estado de bienestar social que sirva simplemente para propagar un capitalismo más gentil y amable. En cambio, me interesa repensar estos regímenes de explotación que están en el corazón del capitalismo contemporáneo, y que se ven favorecidas por las prácticas de vigilancia policial [policing], una de las cuales es la policía uniformada.


IS / NR

¿Cuáles son los puntos de referencia históricos que deberíamos tener en mente cuando intentamos comprender la genesis de la policía y de la vigilancia policial [policing] contemporáneas?

 


 

AV

Me referiré primero a los orígenes históricos de la vigilancia policial [policing] tal como la entendemos en la actualidad. Tal como dije antes, esta hunde sus raíces en realidades como la esclavitud, el colonialismo y la industrialización. Todo esto puede observarse en el caso de América Latina, donde los poderes coloniales europeos trajeron primero un modelo militar de control social, usando fuerzas armadas, creando sistemas de esclavitud y colonialismo respaldados por la tortura y algunas veces por asesinatos en masa y exterminaciones, etc. Pero sucede que ese enfoque es muy caro y es ilegítimo. Conlleva resistencias constantes, revueltas, levantamientos y, por lo tanto, lo que marca la historia del colonialismo es la voluntad de crear un sistema de control social más suave, que sea menos abiertamente violento, que tenga mayor estabilidad y legitimidad. Eso es lo que la policía civil intenta lograr.

Si prestamos atención a la historia de estas fuerzas de ocupación colonial, lo primero que vemos es que intentaron utilizar a las poblaciones locales para su proyecto. Esto tal vez es más evidente en África y en Asia del Sur, en donde las poblaciones indígenas fueron reclutadas para ser parte de la policía, siendo el colonialismo blanco su núcleo de ultramar. Esto por supuesto socava la obsesión estadounidense que tenemos con cosas como los requisitos de residencia y la diversificación de la policía.

La historia de la vigilancia policial [policing] colonial es la historia de cómo se reclutó a las poblaciones locales para usarlas en contra de sus vecinos locales. Y, de hecho, lo que solía hacerse era tomar a la gente de un área y asignarla a un área distinta para intentar prevenir que se desarrollara cualquier tipo de simpatía. Así que esta idea de que vamos a arreglar la vigilancia policial [policing] con estas reformas es ridícula.

Los desarrollos de la forma más moderna de la vigilancia policial [policing] se dieron en la búsqueda de legitimidad y estabilidad a la hora de facilitar la explotación. La vigilancia policial [policing] no emergió como un sistema para garantizar la seguridad pública. Surgió como un sistema para producir y mantener un orden social. Pero este orden no beneficia a todos por igual. Este orden está siempre anclado en regímenes de explotación. Algunas veces la búsqueda de orden incluye cosas como mantener a raya el crimen callejero, algo de lo que probablemente la mayoría de la gente pueda verse beneficiada. Pero a la hora de la verdad, se ve que la función principal de la policía no es garantizar la seguridad de la gente, sino la de contener la resistencia y todo lo que interfiera con los regímenes de explotación.


IS / NR

En el caso de EE. UU., ¿cómo debe pensarse la interpenetración que existe entre el sistema de justicia penal y la vigilancia policial [policing]?

 


 

AV

Es una cuestión interesante. Durante los años sesenta vivimos en EE. UU. una ola de lo que podríamos denominar «reformas policiales» en respuesta al Movimiento por los derechos civiles y a la agitación social de aquella época. La necesidad de ajustar la vigilancia policial [policing] se hizo sentir. El ajuste que estaba disponible consistía realmente en reconceptualizar la vigilancia policial [policing] de forma más intensiva como una extensión del sistema de justicia penal. Antes de esto, creo que estaba más claro el hecho de que la policía era principalmente una herramienta para el mantenimiento del orden. Pero la reforma de los años sesenta, que tendió hacia la profesionalización, apuntaba a integrar la policía a los juzgados, etc. Entonces empezamos a pensar en la policía como el eslabón final del sistema de la justicia penal. Y esto significa más formación, formación legal, una preocupación mayor a la hora de reunir la evidencia apropiada para los procedimientos judiciales, etc.

En este marco, la policía empezó a pensarse a sí misma como una institución que «lucha contra el crimen». Se trata de esta idea de que la policía atrapa a los criminales correctos juntando la evidencia necesaria, lo cual se expresa en la actualidad con la manía sobre la tecnología, la evidencia forense y los programas televisivos como CSI, Bones, etc., en donde todo el énfasis está puesto en encontrar una muestra de pintura que nos llevará hacia algún asesino serial insospechado. Pero todo esto es un mito y no tiene nada que ver con la vigilancia policial [policing] tal como existe realmente.

Todo esto es más bien una ideología que una realidad, porque la policía siguió siendo  durante todo este tiempo un instrumento cuya función principal es el mantenimiento del orden. La gran mayoría de lo que hacen no está articulado con el resto del sistema de la justicia penal. Cubren asuntos no criminales y también gestionan temas criminales por fuera del sistema de la justicia penal.

Déjenme decir una cosa más sobre esto. En parte, lo que me motivó a escribir el libro fue el hecho de haber presenciado el ascenso de un discurso muy crítico sobre el encarcelamiento masivo. Tanto en la academia como en los movimientos sociales, el foco estaba puesto en el llamado complejo industrial carcelario. Y me pareció que había algo raro en todo este enfoque. En primer lugar, nadie llega a la cárcel sin antes haber lidiado con la policía y, en segundo lugar, la vigilancia policial [policing] crea una gran cantidad de daños que están completamente desconectados del resto del sistema de la justicia penal. Los asesinatos extrajudiciales, la brutalidad, el acoso, incluso fuera de cualquier tipo de operativo, etc. Así que creí que era importante añadir a este debate abolicionista una crítica que se centra explícitamente en la naturaleza y en el rol funcional de la vigilancia policial [policing].


IS / NR

Qué tipo de cambios o de reformas piensas que deberían implementarse en el sistema de justicia criminal en EE. UU.?

 


 

AV

Parte del problema es que, en EE. UU. (y en muchas otras partes del mundo), hemos convertido en problemas criminales lo que fundamentalmente son problemas sociales y económicos. Esto se hizo para incrementar el alcance y la intensidad de la vigilancia policial [policing] y para expandir el alcance y la intensidad de la ley penal y de las prisiones. La reforma general, o la transformación radical, que se necesita implica dejar de definir estas realidades como asuntos que deberían ser resueltos por el sistema penal, desde la vigilancia policial [policing] hasta las prisiones, pasando por los juzgados.

La indigencia no es resultado de una falla moral individual que se expresa en violaciones a la calidad de vida que deberían ser gestionadas por una vigilancia policial [policing] intensiva y un rápido encarcelamiento, ni por juzgados especializados. Es un problema que tiene que ver con el fracaso completo de los mercados inmobiliarios y laborales de EE. UU. y a nivel internacional, que en última instancia deberán ser abordados directamente. Este es básicamente el análisis desde el punto de vista de la vigilancia policial [policing] y del abolicionismo de las prisiones, que sostiene que estamos tapando desigualdades profundas al convertirlas en problemas criminales y gestionarlas por medio del sistema de la justicia penal.

La vigilancia policial [policing] no es única en este sentido, como tampoco lo son las prisiones. Todo esto forma parte de un mismo proceso que el profesor de derecho Jonathan Simon ha denominado «gobernar a través del delito». Eso es realmente lo que me lleva a hacer el trabajo que hago, la idea de que tenemos que dejar de gobernar a través del delito. Mi esperanza es que una vez que rompamos con esta lógica de gobernar a través del delito, se abrirá un espacio político para un debate mucho más amplio acerca de lo que realmente necesitamos para alcanzar una verdadera justicia económica y racial, acerca de qué tipo de transformaciones políticas y económicas son necesarias en este sentido.


IS / NR

¿Podrías comentarnos brevemente cuál es tu opinión sobre la situación en la que se encuentran actualmente los movimientos sociales en EE. UU.?

 


 

AV

Estamos viviendo un momento histórico muy apasionante en EE. UU. Lo que vemos es una especie de convergencia de toda una serie de movimientos sociales que comparten análisis muy profundos y radicales. Y creo que, en un sentido, su habilidad para converger tiene que ver con esa capacidad de análisis.

Durante los últimos veinte o treinta años, lo que veíamos en EE. UU. era la emergencia de una gran cantidad de movimientos unidireccionales, organizados en torno a una sola problemática, que en términos generales mantenían una óptica liberal en sus análisis, con la voluntad de operar al interior de la política convencional para realizar algunas mejoras (en cuestiones medioambientales, en relación con la indigencia, los derechos de las mujeres, etc.). En cambio, lo que observamos ahora son movimientos que tienen un análisis socialista mucho más radical: hay levantamientos, gente que se considera comunista, movimientos anarquistas, análisis profundos acerca de lo que implicaría alcanzar la justicia racial, etc. Lo que estamos viendo es cómo se unen movimientos como Occupy Wall Street, Black Lives Matter, el socialismo democrático, el movimiento ecologista radical, entre otros.

Las protestas de este verano estuvieron caracterizadas por su diversidad. Se trata de una diversidad racial pero a la vez política, en el sentido de que los temas que reúnen a estos movimientos generan mucha efervescencia. A nivel local vemos que esto se expresa, incluso, en victorias electorales. Estamos viendo el ascenso de un movimiento político que es capaz de ganar algunos escaños en municipios y en la legislatura. Sin embargo, todo esto está todavía muy lejos de la política nacional. Ninguna de estas ideas está siendo tomada en serio por las direcciones de los partidos principales de EE. UU. Esto genera un profundo pesimismo en el marco de las elecciones nacionales, porque está claro que ninguno de los partidos políticos va a tomar en serio estos temas. Pero esta construcción de base, subterránea, está en movimiento y está empezando a ganar visibilidad. En cualquier caso, todavía tenemos un largo camino por delante.


IS / NR

Nos interesaría que hables un poco sobre la relación entre la policía y otras instituciones políticas. Para ser más específico,  el sindicato de policías en determinado momento hizo explícito su apoyo a Donald Trump quien, por su parte, se ha apropiado de un discurso feroz a favor de «ley y orden».

 


 

AV

Se habla mucho en Estados Unidos acerca de cómo los sindicatos policiales interfieren con la reforma de la policía y con las alternativas posibles a la vigilancia policial [policing]. Evidentemente, esto tiene algo de cierto. Pero se trata, en última instancia, de un diagnóstico incompleto del problema, porque las fuerzas políticas que favorecen una concepción del mundo orientada hacia la vigilancia policial [policing] exceden en mucho a la institución policial en términos específicos.

Los sindicatos de la policía son simplemente un punto de convergencia para toda una serie de actores políticos que incluyen a las aseguradoras inmobiliarias, a los propietarios conservadores, a los propietarios de los pequeños comercios, etc. Por ejemplo, ganarse el apoyo de la policía no se trata simplemente de hacer que los miembros de un sindicato policial voten de una determinada manera. Señala más bien la existencia de toda una constelación de fuerzas políticas de derecha. E incluso debe decirse que si fuésemos de alguna manera a neutralizar o ilegalizar los sindicatos policiales, esto no evitaría que la policía siguiera siendo un actor político.

Podemos verlo en América Latina, donde la policía ejerce influencia política independientemente de los sindicatos formales. Se alían a partidos de derecha, ejercen su influencia sobre partidos conservadores e incluso moderados, ofrecen dinero y protección y hacen declaraciones políticas incendiarias. Entonces es necesario realizar un análisis más amplio de estas fuerzas de derecha que parecen adherirse a la vigilancia policial [policing] pero que en ningún caso se limitan a la forma específica de los sindicatos.


IS / NR

Este accionar policial que señalas, que tal vez podría definirse como un proceso de militarización, ¿es análogo en los países de América Latina y en EE. UU.?

 


 

AV

La militarización nunca se trata simplemente de tecnología y de equipamiento. Se trata, fundamentalmente, de un modo de pensar. En general cometemos el error de intentar separar artificialmente lo militar de la policía. Esta separación es típica de los proyectos liberales. Pero, de hecho, estas realidades siempre han estado integradas. En su excelente libro Badges without borders, Stuart Schrader intenta socavar esta idea, de la misma forma en que lo hace Micol Seigel en su libro Violence Work.

La vigilancia policial [policing] tiene algunas formas que están diseñadas para darle legitimidad y que tienen bastante independencia. Pero la historia de esta instituciones es la de un constante diálogo y, a medida que crecen los desafíos al orden, la vigilancia policial [policing] recurre a intervenciones cada vez más intensas, invasivas y militaristas. En países en los que hay poca legitimidad, mucha desigualdad y una gran resistencia, la vigilancia policial [policing] es más violenta y más intensa, más represiva. En cambio, en los países que tienen un nivel más alto de legitimidad, niveles más bajos de desigualdad y menos resistencia, la vigilancia policial [policing] puede presentarse de forma más amigable, puede tener más tacto, por decirlo de alguna forma.

Pero como vimos este verano en EE. UU., cuando irrumpe la resistencia, la vigilancia policial [policing] se vuelve inmediatamente más violenta, menos legítima, porque el orden fundamental está siendo amenazado. Y a la hora de la verdad, la policía siempre elegirá el orden sobre la ley, sobre la justicia, sobre los derechos humanos o sobre cualquier otra cosa.


IS / NR

Una crítica que suele hacerse a tu libro es que propone abolir la policía sin proponer ninguna alternativa. Si este no es el caso, ¿cuáles son las propuestas concretas para reducir la violencia?

 


 

AV

Quiero retomar aquí un punto de la pregunta anterior, que me permitirá pasar a este tema sobre el que me preguntas. Hemos visto durante los años recientes en América Latina un ciclo de políticas de mano dura, donde la vigilancia policial [policing] se vuelve más intensa y militarizada. Es el caso, por ejemplo, de Uruguay, y más recientemente de Centroamérica. Esta intensificación de la policía bajo la consigna de mano dura es una respuesta a ciertos desafíos profundos al orden existente. Si atendemos a la forma en que se conduce esta vigilancia policial [policing], nunca se trata realmente de garantizar la seguridad pública ni la estabilidad social en términos generales. Se trata, en cambio, de neutralizar estas amenazas al orden. La policía entra y ocupa una favela o una villa para evitar que el tiroteo se extienda por las comunidades de clase media. Pero las condiciones de estas comunidades nunca mejoran, no se crean nuevos trabajos ni se genera nada de estabilidad mediante estos procesos.

Ahora bien, ¿qué deberíamos hacer? Están sucediendo cosas muy interesantes en América Latina. En Ecuador y en parte de Centroamérica hubo intentos de abordar la violencia juvenil, la violencia callejera y la violencia de las pandillas a través de estrategias de inclusión social. Estas campañas intentan legalizar las pandillas callejeras e incluirlas en los procesos políticos, porque lo que está impulsando la violencia es en buena medida una alienación profunda de tipo económico, social y político. En Ecuador dijeron «bueno, vamos a dejar de reprimir a las pandillas callejeras, para intentar incluirlas en un proceso político y mejorar de alguna forma su situación económica».

La gente joven que vive estas realidades suele conocer mejor que nadie cuáles son los impedimentos que viven sus comunidades y cuáles son los desafíos que se les plantean. Entonces la idea es incluirla en un proceso político popular para identificar estos problemas y trabajar en conjunto para encontrar soluciones. Y en el mismo proceso se intenta contener la violencia. Yo creo, como mucha gente, que no podemos esperar a que acontezca alguna transformación política profunda para abordar la violencia que se desarrolla al interior de las comunidades, porque es justamente esa violencia la que lleva a la gente hacia la derecha, dejándola a merced de la vigilancia policial [policing] y de las políticas de mano dura.

Entonces tenemos que abordar de alguna forma la cuestión de la violencia. Esto forma parte de cualquier estrategia de movilización política, y es justamente lo que permiten las estrategias de inclusión social, que han demostrado tener buenos resultados. De forma similar, en EE. UU. tenemos programas como Cure Violence y Credible Messengers, que no están solucionando la pobreza en términos generales, pero que están conteniendo la violencia y abriendo un poco de espacio para la solidaridad en las comunidades, lo cual es necesario para cualquier tipo de programa de movilización de masas.


IS / NR

Para cerrar: en Argentina se ha aumentado mucho el uso de las pistolas taser (armas de electrochoque) entre la policía, siempre con el discurso de que evitará el uso de armas más letales. ¿Qué opinión te merece esta postura?

 


 

AV

Diría dos cosas. La primera es siempre preguntarse si la policía no podría actuar de otra forma, gestionando una determinada situación sin una intervención armada. La segunda es que suelen vendernos estas armas «menos letales» como si se tratara de una forma de salvar vidas. Pero lo que podemos observar es que en realidad termina deviniendo en un proceso de «ampliación», lo que implica que las pistolas taser no son usadas simplemente en las situaciones en las cuales se podría haber utilizado un arma, sino que empiezan a utilizarse en todos lados y para todo tipo de cosas. Así que el resultado es un mayor uso de la fuerza, sin contar el hecho de que alguna gente muere a causa de los electrochoques. Por lo tanto, hay que decir que se trata de una respuesta profundamente incompleta al problema.

 

Notas

Notas
1 Nahuel Roldán es investigador de CONICET, coautor de «Yuta» (2020) y docente en la Universidad Nacional de Quilmes y Universidad Nacional de La Plata (Argentina).
2 Ignacio Saffarano es abolicionista penal, integrante del Área de Sociología de la Justicia Penal – Universidad Nacional de La Plata (Argentina).
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Publicado en Crisis, Economía, Entrevistas, Estados Unidos, homeCentro3, Políticas and Sociedad

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