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Benjamin Netanyahu pronuncia un discurso en la base aérea de Palmachim, cerca de la ciudad de Rishon LeZion, el 5 de julio de 2023. (Jack Guez / AFP vía Getty Images)

Netanyahu quiere una guerra con Irán

Traducción: Pedro Perucca

La aterradora escalada de ataques entre Israel e Irán es un resultado predecible del claro deseo de Benjamin Netanyahu de iniciar una guerra con Irán, habilitada por Joe Biden, como todo lo que hizo Netanyahu desde el 7 de octubre.

Incluso en un mundo que prácticamente funciona con niveles industriales de amnesia política e hipocresía, los acontecimientos de los últimos días fueron para destacar. La narrativa general que los funcionarios y comentaristas de Estados Unidos, Europa e Israel estuvieron ocupados vendiéndole al mundo desde la oleada de ataques militares de Irán contra Israel este fin de semana es la siguiente:

El Estado iraní, un cruce entre el ISIS y el Tercer Reich, lanzó temerariamente un ataque no provocado contra un Israel que se ocupaba de sus propios asuntos, aumentando las tensiones entre los dos países y llevando a la región al borde de la guerra. El incidente, una peligrosa e inexplicable escalada que sólo se detuvo gracias a la oportuna intervención de los socios de Israel y los Estados vecinos, es un recordatorio del largo historial de terrorismo, desprecio del derecho internacional y hostilidad a la paz de Irán. Los hechos señalan la urgente necesidad de que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (UNSC, por sus siglas en inglés) condene e incluso sancione a Irán, como mínimo, o incluso que finalmente se quite los guantes y lo ataque directamente, posiblemente hasta llevando a cabo un cambio de régimen para que finalmente deje de amenazar sin sentido a Israel y a sus otros vecinos.

No hace falta tener una visión idealizada del gobierno represivo, teocrático y militarista de Irán para comprender que esta versión interesada de los hechos tiene poco que ver con la realidad.

El ataque de Irán, por alarmante y potencialmente desastroso que sea, no fue inexplicable ni no provocado. Fue una respuesta directa al escandaloso bombardeo israelí de hace dos semanas sobre un edificio del consulado iraní en Siria, que mató a dos generales iraníes de alto rango y dañó la cercana embajada canadiense. Estados Unidos tiende a criticar duramente a otros países por violar la inviolabilidad de las embajadas, e incluso se ensañó con Cuba por el hecho de que los trabajadores de su embajada en ese país sufrieran una probable enfermedad psicosomática que nada tenía que ver con subterfugios extranjeros.

Sin embargo, esta vez el gobierno estadounidense ni siquiera se molestó en criticar verbalmente el bombardeo real de un edificio consular por parte de Israel, limitándose a aumentar el flujo de armas tras el ataque. De hecho, mientras que la mayoría de los miembros del Consejo de Seguridad condenaron o al menos expresaron su horror ante esta violación de las normas internacionales de larga data en ese momento, Estados Unidos, Francia y el Reino Unido se negaron a hacerlo, aprovechando la oportunidad para sugerir que Irán era el responsable del ataque a su propio consulado.

Esto viene a sumarse a una serie de provocaciones durante los últimos seis meses por parte de un gobierno israelí que, aparentemente insatisfecho con el asesinato masivo que se le permitió llevar a cabo en Gaza, estuvo intentando desesperadamente iniciar otras múltiples guerras en su entorno inmediato.

Desde el comienzo de la guerra, Israel bombardeó sistemáticamente a Siria y Líbano, incluida su capital, Beirut, momento en que los temores de una guerra regional se dispararon brevemente, para calmarse luego únicamente gracias a que el objetivo no quiso morder el anzuelo. Sólo en lo que hace a Irán, Israel asesinó a una serie de figuras militares iraníes antes de este último acto, que equivale a un ataque directo en territorio iraní.

En otras palabras, calificar de provocación lo que Israel hizo la semana pasada es quedarse muy corto: fue un auténtico acto de guerra. Y es un acto que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, sabía muy bien que provocaría una respuesta destructiva por parte de Irán.

El hecho de que Israel y otros países fueran capaces de derribar casi todos los cientos de aviones no tripulados y misiles antes de que causaran algún daño no es tanto un testimonio de sus capacidades militares como del hecho de que se trataba de una parte calculada de la estrategia de Irán. Teherán, que a lo largo de esta guerra no mostró ningún interés en entrar en una guerra directa con Israel, advirtió con antelación a los vecinos de Israel de que se avecinaban los ataques, así como a Estados Unidos a través de canales diplomáticos, días antes del ataque, al tiempo que dejaba claro su desinterés por cualquier otra escalada.

Esto debería ser aleccionador para los partidarios de Israel que utilizaron el ataque frustrado como una ocasión para un baile de la victoria sobre la inexpugnabilidad de las defensas aéreas israelíes y, por lo tanto, una razón para simplemente seguir escalando: en una guerra real, Irán no tendrá la cortesía de telegrafiar sus ataques con días de antelación.

Pero hay razones para creer que incluso esta medida de represalia iraní, calibrada pero aterradoramente arriesgada, podría haberse evitado. La misión permanente de Irán ante la ONU declaró tras el ataque que querían una condena del Consejo de Seguridad del atentado contra el consulado, que nunca se produjo. De hecho, en el pasado Irán se conformó con aceptar algo así como una alternativa a la acción militar, como cuando los talibanes atacaron el consulado iraní en 1998 y mataron a varios de sus diplomáticos.

Pero nunca sabremos si eso habría servido en este caso: la administración Biden y los gobiernos británico y francés lo bloquearon, y el embajador estadounidense fingió que no estaba claro quién era el responsable del bombardeo, incluso cuando el Pentágono culpó abiertamente a Israel de los ataques y los funcionarios israelíes prácticamente admitieron que habían sido ellos.

Mientras tanto, el gobierno israelí está ahora, con una mano en el corazón y la otra melodramáticamente en la frente, invocando el derecho internacional y acudiendo a la misma ONU a la que en varias ocasiones definió como antisemita y literalmente como Hamás.

Este tipo de hipocresía —simular que se ignoran estos antecedentes y fingir ruidosamente conmoción porque alguien más le hace lo mismo a otro— no es una innovación exclusivamente israelí, como lo demostraron desde hace tiempo el comportamiento de Rusia y Estados Unidos. Pero lo que es nuevo es el nivel de descaro absoluto que los funcionarios israelíes reunieron para hacerlo, después de haber pasado el último medio año pisoteando el derecho internacional más que incluso los peores Estados delincuentes del último medio siglo.

Enumerar todas y cada una de las violaciones que Israel llevó a cabo en los últimos seis meses exigiría un libro corto, pero incluye:

En este caso, Israel recibió el apoyo de lo que los funcionarios estadounidenses llaman cariñosamente la «comunidad internacional», con un Estado asociado tras otro que no dijeron casi nada sobre el bombardeo del consulado israelí y que ahora se alinean públicamente para fingir que el ataque de Irán surgió de la nada y que es lo que realmente llevó a la región al borde de la guerra. Muchas de estas declaraciones fueron acompañadas por una insistencia en que Israel tiene derecho a tomar represalias y por un llamamiento a la moderación por parte de Irán.

Si esto le parece un poco incoherente, utilice esta sencilla fórmula: ¿Es el Estado que toma las represalias un aliado o socio de Estados Unidos? En caso afirmativo, lo que haga es apropiado, proporcional y se ajusta a las «normas» del «orden basado en normas», y el receptor debe mostrar moderación. Si no, se trata de una escalada ilegal, temeraria e injustificable, y casi cualquier respuesta es aceptable por parte del receptor.

Esto es obviamente hipócrita, pero también es algo peor: ineficaz para prevenir una guerra más amplia, ya que la contención y la desescalada no funcionan si sólo se presiona a una de las partes para que haga alguna de las dos cosas.

La cuestión más importante ahora es qué ocurrirá a continuación. El gobierno iraní dijo públicamente que considera el asunto «concluido», es decir, que considera que hizo lo suficiente para salvar la cara tras el ataque de Israel y que está dispuesto a retirarse. Washington está claramente deseoso de hacer lo mismo, con Joe Biden al parecer llamando a Netanyahu y diciéndole que Israel no obtendrá ningún apoyo de EE.UU. para un ataque de represalia, e instándole a «aceptar la victoria». Hay algunos indicios de que las severas palabras pueden haber evitado un contraataque inmediato, con funcionarios israelíes advirtiendo que en su lugar exigirían un precio a Irán en algún momento en el futuro.

Este sería el mejor resultado de una situación muy, muy peligrosa: se evita la guerra regional, Estados Unidos no se ve arrastrado a otra estúpida guerra en Oriente Próximo y no mueren civiles inocentes en ninguno de los bandos.

Pero no está nada claro que esto se mantenga, incluso cuando las cosas se encuentran actualmente en un estado de calma. Como señalaron numerosos analistas, Netanyahu y quienes le rodean tienen mucho que ganar personalmente iniciando una guerra en toda la región que involucre a Estados Unidos y, de hecho, dedicaron gran parte de su destrucción de Gaza a intentarlo intermitentemente, algo que incluso Biden reconoció en privado.

Que el presidente no quiera esto y se haya comprometido a no respaldar ninguna represalia israelí —y que Netanyahu haya respondido supuestamente que entendía su advertencia— es un pobre consuelo. Biden demostró su incapacidad e incluso su falta de voluntad para desafiar a Netanyahu o castigar su intransigencia a lo largo de la guerra, y si Israel toma represalias a su vez contra las represalias de Irán, la llamada telefónica del presidente será discutible: una vez que Netanyahu consiga atrapar a su país en una guerra abierta con Irán y sus aliados regionales, no hay casi ninguna posibilidad de que Biden resista la abrumadora presión para introducir a las fuerzas estadounidenses en la refriega para defender a Israel del lío en el que metió.

La única esperanza en este punto será que el Congreso —que, como Biden señaló correctamente, es el único que tiene el poder constitucional de declarar la guerra, cuando era Donald Trump quien amenazaba con iniciar una guerra idiota con Irán— se niegue a sancionar tal cosa. Pero el Congreso cedió durante mucho tiempo la responsabilidad de hacer la guerra al presidente, y este Congreso en particular no mostró absolutamente ningún apetito por controlar a Biden en sus guerras, incluso cuando, como con su apoyo incondicional al genocidio de Gaza, fue desastroso para los intereses de Estados Unidos y amenazó con destruir su presidencia.

La ridícula y enloquecedora tragedia de todo esto es que podría haberse evitado fácilmente en cualquier momento de los últimos seis meses. Los analistas e incluso los funcionarios de Biden temieron que la guerra de Israel pudiera desencadenar una catástrofe regional desde el principio y, por una combinación de suerte, diplomacia entre bastidores y moderación de los enemigos de Israel, esto se evitó. Pero cuanto más tiempo pase, más probabilidades habrá de que algo así ocurra. Y, por desgracia, el presidente decidió simplemente permitir que continuara mes tras mes tras mes sangriento, hasta llegar a este punto.

Biden aún podría haber evitado este desastre haciendo lo que tantos presidentes estadounidenses hicieron en el pasado y poniéndose finalmente firme más allá de las severas llamadas telefónicas y el enojo en privado, cortando realmente el apoyo material estadounidense a una guerra que Israel no puede librar por sí mismo. Sin embargo, el presidente se resistió a ello durante meses, a pesar de que cada vez tiene más sentido desde el punto de vista político y estratégico. Estaría bien pensar que éste podría ser finalmente el punto de ruptura. Pero eso ya lo hemos pensado muchas veces.

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