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La virtud estratégica de las teorías conspirativas, como descubrió la derecha, reside en poner nombre y rostro a sus obsesiones. (Ilustración de Gabriel Alcala)

El hombre detrás del telón

Traducción: Natalia López

Cómo fue que George Soros, un gestor de fondos de cobertura, se convirtió en el enemigo número uno de la derecha internacional.

Cada 12 de agosto, en el cumpleaños de George Soros, la extrema derecha internacional celebra el «Día Internacional contra George Soros».

El evento fue inaugurado en 2020 por el Movimento Brasil Conservador. En los materiales publicitarios, el rostro del multimillonario judío aparecía en un macabro blanco y negro salpicado de sangre roja brillante. Soros, decían, era «responsable de derrocar gobiernos y desestabilizar naciones» mediante su financiación de clínicas abortistas y manifestantes de Black Lives Matter. Una petición firmada por veinticinco mil personas exigía el cierre de sus Fundaciones Sociedad Abierta en Brasil.

En los últimos años se ha denunciado la influencia de Soros en todas partes. Donald Trump le atribuye haber orquestado las protestas contra la confirmación de Brett Kavanaugh para el Tribunal Supremo. Benjamin Netanyahu lo acusa de difundir propaganda contra el Likud en Israel, y su hijo Yair alega que está «destruyendo Israel desde dentro». La administración de Sorin Grindeanu en Rumanía lo culpa de las protestas contra la corrupción. Vladimir Putin, de las protestas rusas. En Hungría, donde nació Soros, Viktor Orbán y su partido Fidesz lo presentan como el «titiritero» de la migración musulmana a Europa Oriental.

Esta recurrencia de la paranoia antisemita, que también se manifiesta en la teoría del «marxismo cultural», hunde sus raíces en el nacionalismo que estalló tras el colapso del Bloque del Este en 1989.

Fue en Hungría, en medio de la agitación provocada por la «terapia de choque» del Fondo Monetario Internacional, donde aparecieron por primera vez los memes antisoros. El prestamista internacional había impuesto privatizaciones drásticas, diezmado el bienestar social y destrozado el antiguo Comecon, que había vinculado las economías de Europa Oriental a la de Rusia. Los activos estatales se transfirieron al control de elementos de la antigua nomenklatura y de una burguesía incipiente. El resultado fue una crisis humanitaria devastadora que causó cientos de miles de muertes. La depresión industrial en Hungría hizo que los salarios reales cayeran un 14% entre 1990 y 1992. El sector agrícola sufrió a medida que las importaciones subvencionadas de la Comunidad Europea inundaban el mercado. Los homicidios se dispararon un 43%.

Pero la derecha húngara tampoco se oponía al liberalismo económico. De hecho, había florecido gracias a la colaboración con el gobierno de János Kádár, que había promovido la reforma basada en el mercado y ayudado a expandir la pequeña burguesía de la que surgieron muchos de los derechistas estudiantiles que formaron los cuadros del Fidesz y del Magyar Demokrata Fórum (MDF). El propio Orbán fue un beneficiario de estas políticas. Irónicamente, también se benefició de una beca de Soros que permitió al futuro líder estudiar en el Pembroke College de Oxford.

Las teorías conspirativas suelen funcionar adhiriéndose a elementos de verdad que, sin embargo, inflan hasta convertirlos en la causa tangible de todo sufrimiento y división. En este caso, el núcleo de verdad es que Soros es una figura extremadamente influyente que ha asesorado a gobiernos, financiado medios de comunicación y activismo social, y utilizado su dinero y capital político para promover causas liberales. Esto comenzó con el lanzamiento del Fondo Sociedad Abierta en 1979. Al principio, Soros afirmó que solo era «un truco fiscal muy interesante» que le permitía pasar dinero a sus herederos sin pagar impuestos. Parecía plausible. Los negocios de Soros se ubicaban en paraísos fiscales para evitar impuestos, y su dinero se ganaba apostando en las zonas con menos regulación, donde el alto riesgo conllevaba una alta recompensa.

Pero más tarde contaría una historia diferente. Había aprendido «el concepto de sociedad abierta» de Karl Popper mientras estudiaba en la London School of Economics. En la sociedad abierta, a diferencia de los regímenes cerrados del fascismo y el comunismo, no existía una verdad última. Por tanto, las opiniones minoritarias deben ser protegidas. Los gobiernos ineptos deben ser expulsados. Los errores empresariales deberían corregirse mediante los mecanismos de retroalimentación de una economía de mercado. Cuando ganó sus primeros 25 millones de dólares, Soros pensó que ya tenía suficiente dinero. Se lanzó a crear ONG liberales, que más tarde se llamaron Fundaciones para una Sociedad Abierta, y a financiar proyectos en los medios de comunicación y becas. Éstos tenían un alcance mundial, desde Sudáfrica hasta Indonesia, pero naturalmente se centraban en promover figuras liberales en Europa del Este.

Soros, debido a sus útiles conexiones con el mundo empresarial estadounidense, fue agasajado por los gobernantes de esos países. Presionó directamente al general polaco Wojciech Jaruzelski en favor de la reforma económica y colaboró con el régimen de Kádár, que le dio permiso para crear una fundación en Hungría. Tras el colapso del Pacto de Varsovia, y sobre todo después de que su reputación mundial se viera bruñida por haber sacado provecho del desplome de la libra esterlina, la participación de Soros se extendió al asesoramiento a gobiernos. En 1998, contrató al decano de la «terapia de choque» Jeffrey Sachs para asesorar al gobierno nominalmente de izquierdas de Aleksander Kwaśniewski sobre la reforma económica en Polonia.

Para la derecha húngara, sin embargo, el verdadero objetivo de Soros era destruir la nación. Esto tiene un sentido perverso dentro de su ideología. El impulso animador del nacionalismo húngaro es redimir el régimen fascista de entreguerras del almirante Miklós Horthy. Horthy y sus aliados estaban obsesionados con los judíos y con cómo librar a Hungría de ellos, ya que los culpaban de la efímera revolución socialista de Béla Kun de 1919. Horthy había colaborado con los nazis; entre el millón de húngaros que murieron por causas no naturales bajo su gobierno había medio millón de judíos a los que entregó en manos del Tercer Reich.

Así, desde principios de la década de 1990, los principales medios derechistas, como el Magyar Fórum y Riadó, empezaron a «sacar a la luz» el objetivo secreto de Soros de aplastar la «conciencia nacional húngara» y marginar las tradiciones nacionales y étnicas haciéndose con el control de los medios de comunicación. István Csurka, destacado político del MDF, describió a Soros como una marioneta de «Jerusalén». Su aliado Gyula Zacsek dijo que Soros, a través de sus esfuerzos filantrópicos, estaba construyendo un «imperio». Tropos similares surgieron en la vecina Rumania, donde la extrema derecha nacionalista era mucho más mayoritaria.

Sin embargo, estas teorías conspirativas antisemitas no empezaron a despegar hasta la década de 2010. Fue en la volátil situación que siguió al crack financiero mundial, y en medio de la agitación política, cuando los gobiernos de derechas las convirtieron en una herramienta de control. Según Corneliu Pintilescu y Attila Kustán Magyari, esto comenzó con el giro represivo de Putin hacia las ONG tras las elecciones presidenciales rusas de 2012. Putin empezó a alegar que estos movimientos, y luego el movimiento Euromaidán en Ucrania, estaban impulsados por nefastos manipuladores extranjeros como George Soros. Estas ideas pronto se difundieron por toda Europa del Este a través de medios financiados por el gobierno, como Sputnik y RT.

Fue en Hungría, bajo un gobierno Fidesz reelegido y el primer ministro Orbán, donde las fábulas sobre la amplia influencia subversiva de Soros cobraron más fuerza. Al ser elegido tras la crisis financiera y la corrupta austeridad fiscal dirigida por los socialistas, el Fidesz gobernó como si Hungría se encontrara en una situación revolucionaria. Se embarcó en uno de los proyectos de austeridad más extremos de Europa. Recortando las prestaciones universales, las sustituyó por políticas de «la familia primero» al estilo de Horthy, para fomentar la fertilidad y hacer más explotables a los trabajadores pobres y gitanos. Justificando las reformas como una ruptura con el legado comunista, revisó el sistema constitucional, eliminó elementos de consulta parlamentaria y de la sociedad civil, hizo retroceder los derechos de género y llenó los tribunales, el consejo presupuestario y los medios de comunicación de leales a Orbán. Con los medios de comunicación dependientes de la publicidad gubernamental, el Fidesz boicoteó todo lo que fuera de izquierdas o liberal, asegurándose de que el 80% de lo que la gente veía y oía estuviera filtrado por la lealtad al gobierno. Las protestas eran ignoradas por periodistas dóciles o presentadas como parte de una conspiración de la «izquierda internacional».

Un paso crucial por parte de Fidesz fue un proyecto de ley que obligaba a las ONG que recibían fondos extranjeros a registrarse en los tribunales, inspirado en parte en la guerra de Netanyahu contra las organizaciones de derechos humanos. Esto significaba que las organizaciones financiadas por Soros podían hacerse visibles como enemigas. Durante la crisis europea de refugiados de 2015, Orbán dijo que Soros utilizaba sus ONG para imponer su propia agenda, sobre todo cuando Soros pidió que se ayudara a los solicitantes de asilo. Según Orbán, aprovechando las populares teorías conspirativas de «Eurabia», Soros quería que «un millón de musulmanes» entraran en Europa «cada año». Su legislación «Stop Soros» penalizaba esa ayuda. La legislación posterior que atacaba la libertad académica se justificaba por la necesidad de erradicar los «privilegios injustos» de la «Universidad Soros». Prácticas similares, justificadas por la paranoia anti-Soros, fueron adoptadas por el gobierno rumano de «centroizquierda» y en el Israel de Netanyahu. Y tras una oleada de éxitos de la derecha, desde Trump y el Brexit hasta Jair Bolsonaro, estas prácticas se globalizaron.

La virtud estratégica de estas teorías conspirativas, descubrió la derecha, era que ponían nombre y rostro a sus obsesiones. Soros era un florete útil para los gobiernos que intentaban definirse como los verdaderos portadores de la tradición nacional y religiosa. Pero el conspiracionismo no es solo una técnica, o un fallo de la cartografía cognitiva, como dicen los psicólogos. Atrae auténticas creencias en parte porque es una especie de teodicea nacionalista.

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Publicado en Artículos, Élites, Estados Unidos, homeCentro, Hungria, Ideas and Políticas

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