En los meses anteriores a las elecciones, quedó claro que las películas políticas se hundían, independientemente de la actitud que adoptaran. La derechista Vindicating Trump, de Dinesh D’Souza, tuvo una muerte espeluznante, al igual que The Apprentice, un drama con una perspectiva liberal basado en la relación tóxica del joven Trump con su mentor, el notoriamente corrupto abogado Roy Cohn.
Incluso cuando la visión política de una película era bastante general, el público no la aceptaba. Rumours, una sombría comedia de terror de Guy Maddin sobre la ineptitud política en la que unos zombis invaden la reunión anual del G7, apenas pareció calar en el público y desapareció rápidamente de los cines.
Una rara cinéfila que fue a ver Rumours, en busca de «ligereza» para contrarrestar su creciente temor preelectoral, escribió un artículo de opinión para el New York Times titulado «No hay escapatoria en el cine». La crítica, Pamela Paul, lamentaba que Rumours no hiciera sino agravar sus ansiedades con su premisa, que establece la absoluta incompetencia de los líderes mundiales «reunidos para redactar el borrador de una declaración provisional que aborda una crisis global no identificada, con el tipo de indecisión pusilánime que seguramente creó la crisis en primer lugar». Huelga decir que estas élites torpes e interesadas no son rival para «una avalancha de desafíos inmediatos, que incluyen amenazantes cuerpos de pantano zombificados».
En la misma reseña, Paul menciona que también probó Conclave, pensando que un thriller de misterio ambientado en el Vaticano sobre las intrincadas maquinaciones entre cardenales para elegir a un nuevo Papa sería una buena escapada. En lugar de ello, se encontró con una película hecha a medida para recordarle al público las elecciones presidenciales que se estaban celebrando: Conclave trata de la viciosa politiquería en nombre de dos candidatos, uno progresista y el otro conservador. «Intentas escapar y ¿qué consigues?», se preguntó Paul. «Una elección enconada entre un idealista liberal y un conservador que quiere hacer retroceder el reloj».
En septiembre, Ben Mankiewicz, presentador de Turner Classic Movies, escribió un artículo lamentando la falta de películas políticas que se estrenen en Estados Unidos. Se preguntaba si Hollywood había abandonado definitivamente un género que había producido películas tan importantes como Mr. Smith Goes to Washington (Caballero sin espada en Argentina y El señor Smith va a Washington en otros países de habla hispana, 1939), A Face in the Crowd (Un rostro en la multitud, 1957), The Manchurian Candidate (El embajador del miedo, 1962), All the President’s Men (Todos los hombres del presidente, 1976), The American President (Mi querido presidente en la mayoría de los países de la región, 1995), e incluso el éxito televisivo de larga duración The West Wing (El ala oeste de la Casa Blanca, 1999-2006).
Parece haber una sensación general de que la industria cinematográfica estadounidense está más reacia que nunca a hacer películas políticas. Deadline citó recientemente como prueba la forma en que todas las grandes distribuidoras le huyeron de la oferta de estrenar The Apprentice —ante los furibundos gritos de Trump contra la película— antes de que Tom Ortenberg, de Briarcliff Entertainment, aceptara finalmente. The Hollywood Reporter, al comentar The Apprentice, aprovechó la ocasión para lamentar la pérdida de un fiable financiador de películas de contenido político, Participant Media:
En abril, Participant Media, el principal productor de Hollywood de películas con conciencia social, responsable de éxitos ganadores del Óscar como Spotlight (2015) y Judas and the Black Messiah (Judas y el Mesías Negro, 2021), además de documentales como An Inconvenient Truth (Una verdad incómoda, 2006) y RBG (2018), cerró por completo. Muchos estudios temen una reacción adversa liderada por sectores del movimiento MAGA hacia películas percibidas como excesivamente «woke», lo que puede incluir desde el simple hecho de contar con un elenco diverso hasta la mención de la comunidad LGBTQ+.
Pero, independientemente de las tendencias actuales entre las audiencias y los líderes de la industria, el cine político nunca fue un género particularmente próspero. Con la atención constantemente puesta en la taquilla, los ejecutivos de cine siempre fueron cautelosos con películas que casi automáticamente expulsan a una parte del público masivo al adoptar una perspectiva política. Las películas estadounidenses con contenido político explícito tienden a ser producciones únicas de «prestigio» o filmes-evento ofrecidos con un tono autocomplaciente, cuyas promociones destacan propuestas valientes, incisivas y de «gran impacto» que abordan temas urgentes de actualidad.
La lista de películas mencionada por Mankiewicz ofrece una buena idea del muestreo de este tipo de filmes a lo largo de varias décadas, pero también podría incluir títulos como The Great Dictator (El gran dictador, 1940), The Last Hurrah (El último hurra, 1958), Seven Days in May (Siete días de mayo, 1964), Fail Safe (Punto límite, 1964; reversionada en 2000), The Candidate (El candidato, 1972), The Conversation (La conversación, 1974), Reds (Rojos, 1981), Wag the Dog (Mentiras que matan, 1997), Primary Colors (Colores primarios, 1998), Argo (2012), The Death of Stalin (La muerte de Stalin, 2017), Don’t Look Up (No miren arriba, 2021) y Civil War (2024).
Algunos directores han logrado establecer una identidad creativa haciendo consistentemente películas políticas de corriente principal, como Frank Capra (Mr. Smith Goes to Washington, Meet John Doe [Juan Nadie], State of the Union [Esposa modelo]), Oliver Stone (Salvador, Platoon [Pelotón], Born on the 4th of July [Nacido el 4 de julio], JFK, Nixon, W), George Clooney (Good Night and Good Luck [Buenas noches y buena suerte], The Ides of March [Secretos de estado]) y Adam McKay (The Big Short [La gran apuesta], Vice, Don’t Look Up). Sin embargo, es un camino profesional poco común para los directores de cine comercial que no sean exclusivamente documentalistas.
La forma más segura de presentar contenido político es a través de películas de género, como comedias políticas más ligeras o amplias y bulliciosas (The Farmer’s Daughter [La hija del granjero, 1947], Bananas [1971], The American President [1995], Dave [Dave, presidente por un día, 1993], Dick [1999], Idiocracy [Idiocracia, 2006]) y películas de acción con una política generalmente caricaturesca (Rambo [1982], A Prayer for the Dying [El ocaso de un asesino, 1987], The Hunt for Red October [La caza al Octubre Rojo, 1990], Patriot Games [Juego de patriotas, 1992], In the Line of Fire [En la línea de fuego, 1993], Clear and Present Danger [Peligro inminente, 1994], Air Force One [1997]).
Las comedias negras y sátiras son más arriesgadas financieramente, aunque mantienen críticas políticas más serias (Dr. Strangelove [Dr. Insólito, 1964], The Candidate [El candidato, 1972], Shampoo [1975], Nashville [1975], Primary Colors [1998], Wag the Dog [Mentiras que matan, 1997], Election [La elección, 1999], Bulworth [1998], In the Loop [2009], The Death of Stalin [2017]).
El género que ha encontrado mayor éxito manteniendo contenido político serio es el thriller de conspiración política, particularmente prominente en el cine de los años 70. Los años 60 y principios de los 70 destacaron por un cine político más explícito en general. El thriller político «paranoico» se convirtió en un género notablemente popular con títulos como The Manchurian Candidate [1962], Torn Curtain [Cortina rasgada, 1966], The Day of the Jackal [El día del chacal, 1973], The Odessa File [El expediente Odessa, 1974], The Parallax View [El último testigo, 1974], Three Days of the Condor [Los tres días del cóndor, 1975], All the President’s Men [1976], Marathon Man [1976], y The Boys from Brazil [Los niños del Brasil, 1978].
Esa era de «Nuevo Hollywood» surgió en un momento peculiar de agitación política y rebelión contracultural, cuando jóvenes cineastas externos al sistema tuvieron acceso inusitado a los grandes estudios en un intento desesperado de revitalizar una industria anticuada y poco rentable. En resumen, en ese período crítico de la historia del cine, estaban dispuestos a probar cualquier cosa. Esos días quedaron atrás, aunque el thriller político mantiene su reputación como género serio con películas como Enemy of the State [Enemigo público, 1998], Syriana [2005], The Constant Gardener [El jardinero fiel, 2005], State of Play [Juego de poder, 2009], y Bridge of Spies [Puente de espías, 2015].
El clima actual, más adverso para cineastas que buscan productores y distribuidores de películas políticas (y audiencias, para el caso), es realmente una intensificación del statu quo en Hollywood. Por supuesto, cualquier película puede interpretarse ideológicamente para identificar posturas políticas e implicaciones. Como señala Mankiewicz, citando al crítico Michael Schulman del New Yorker, la mayoría de las películas comerciales transmiten «mensajes políticos robustos» a través del subtexto.
Creo que la mayoría de las veces, la política se manifiesta en las películas a través de metáforas. Las películas refractan más que reflejan. Una de mis películas favoritas de los años 50 es High Noon (A la hora señalada, 1952), un western sobre un sheriff de un pequeño pueblo que debe enfrentarse solo a su enemigo porque todos sus aliados lo abandonan. Esta es una película sobre la lista negra de Hollywood y sobre la cobardía de las personas durante la Caza de Brujas. Por otro lado, Planet of the Apes (El planeta de los simios, 1968) es, por supuesto, sobre un planeta de simios. Pero en realidad trata —sorpresa— de cómo la humanidad se está destruyendo a sí misma y de la amenaza de la aniquilación nuclear.
Sin embargo, justo cuando podrías estar tentado a estar de acuerdo —aunque Schulman está siendo demasiado simplista respecto a la crítica feroz al racismo y a las instituciones sociales contemporáneas en Planet of the Apes—, concluye que las «ideas profundamente políticas» están siendo transmitidas en películas recientes como Joker (2019), con su retrato del «descontento del hombre blanco» en la era Trump, y el supuesto feminismo intenso de Barbie (2023).
Esa comparación entre películas antiguas con subtextos políticos sólidos y consistentes y nuevas películas que presentan un «mensaje político» amplio pero superficial, te hace darte cuenta de lo sombrío que es este momento para el cine político en Estados Unidos.