El 9 de noviembre, Elon Musk compartió un vídeo publicado por el presidente electo Donald Trump y lo subtituló con una sola palabra en mayúsculas: «¡SÍ!». En el vídeo, Trump grita a la cámara durante seis minutos y medio e insiste en que «destrozará el régimen de censura de la izquierda y reclamará el derecho a la libertad de expresión para todos los estadounidenses». Según Trump, este régimen estaba dirigido por «un siniestro grupo de burócratas del Estado profundo, tiranos de Silicon Valley, activistas de izquierdas y depravados medios de comunicación corporativos». En los últimos años, estos grupos conspiraron para suprimir «información vital sobre todo, desde las elecciones hasta la salud pública».
El presidente electo prometió tomar cinco medidas para acabar con el «cártel de la censura». Afirma que prohibirá a las agencias federales etiquetar «el discurso nacional como desinformación o desinformación»; despedirá a «todos los burócratas federales que hayan participado directa o indirectamente en la censura nacional»; hará que el Departamento de Justicia investigue y procese a «todas las partes implicadas en el nuevo régimen de censura en línea»; revisará la Sección 230 de la Ley de Comunicaciones, que otorga inmunidad frente a responsabilidades civiles a los proveedores de servicios que restrinjan el acceso a contenidos que consideren obscenos; desfinanciará «toda la industria de la censura tóxica que surgió bajo el falso pretexto de hacer frente a la llamada desinformación, incluidas las universidades»; y aprobará una «Declaración de Derechos Digitales», cuyo contenido aún no está claro, que también concederá a cualquier persona mayor de dieciocho años el derecho a «excluirse por completo de la moderación y curación de contenidos».
Trump está dando vuelta el debate sobre la desinformación. ¿Te preocupa la desinformación? Trump te ofrece «un flujo de información no manipulada». ¿Estás preocupado por la incitación al odio y las noticias falsas? Trump revisará la Sección 230, elevando sus «estándares de neutralidad, transparencia, imparcialidad y no discriminación» al tiempo que protege «la expresión legal».
El problema es que el debate sobre la información centrado en los medios sociales que hemos estado teniendo desde 2016 es, en general, una gran distracción. El intento de Trump de reclamar esta línea de argumentación para la derecha solo sirve para volver a centrar la atención en el mundo discursivo en línea que el progresismo, confusamente, responsabilizó por su victoria. Una respuesta instintiva típica de muchos liberales y demócratas a la elección de Donald Trump, ahora como en 2016, fue la de culpar a un «ecosistema de información» defectuoso, planteando la necesidad de luchar contra la «desinformación».
Un sketch de Jimmy Kimmel, emitido poco después del día de las elecciones de la semana pasada, presentaba entrevistas burlándose de transeúntes al azar por pensar que aún podían votar el miércoles. Este enfoque en la aparente estupidez de los sectores del electorado que no apoyan a los demócratas fue una característica destacada de la fallida campaña presidencial de Hillary Clinton, pero el Partido Demócrata aprendíó pocas lecciones en ocho años. En su lugar, la misma condescendencia de siempre, la misma respuesta fácil de siempre a la derrota electoral masiva: el otro bando simplemente no lo entiende. Es la última respuesta apolítica a la política, y los nuevos planes de Trump demuestran que es hora de dejarla atrás.
La invención de la desinformación, que en Estados Unidos supuso la creación del nefasto (ahora disuelto) Disinformation Governance Board bajo la égida del Departamento de Seguridad Nacional, se produjo tras la elección de Trump en 2016. A pesar de la bandera roja que debería haber levantado el muy debatido comentario de Hillary Clinton sobre la «cesta de deplorables», el resultado de las elecciones fue seguido por la amplia negativa de los comentaristas liberales a creer que algo pudiera obligar a la gente a votar realmente por Trump que no fuera el hackeo ruso o las noticias falsas.
La conmoción y la incredulidad absoluta —ambas totalmente comprensibles— llevaron a centrarse en los años siguientes en las burbujas de las redes sociales, las cámaras de eco, los deepfakes, etcétera. Surgió toda una industria, fuertemente financiada por las grandes tecnológicas, para diagnosticar y ofrecer soluciones a la crisis. Esto es sólo superficialmente contradictorio: para empresas como Meta y Alphabet, la limpieza del feed con la comprobación de hechos y la moderación de contenidos mantiene los ingresos por publicidad tanto como antes lo hacía la inundación de contenidos.
Todo el debate se basa, implícitamente, en la suposición de que si no fuera por la desinformación, la mayoría de la gente se inclinaría por el Partido Demócrata. Pero la inflación y el desempleo no son fenómenos que la gente experimente a través de sus pantallas. De hecho, gran parte de los mensajes de la corriente dominante liberal en el periodo previo a las elecciones, que desestimaban las preocupaciones por la inseguridad económica como resultado de una «crisis anímica», podrían describirse, sin exagerar, como noticias falsas.
Por supuesto, el acceso a una información clara sobre política es esencial para el funcionamiento de cualquier democracia. Pero centrarse en la desinformación se convirtió en gran medida en una distracción condescendiente para una política liberal poco dispuesta a aplicar medidas políticas y económicas concretas a favor de la mayoría de la gente.