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Fredric Jameson en São Paulo, Brasil, en enero de 2000. (Wikimedia Commons) 

El Fredric Jameson que yo conocí

El crítico cultural Fredric Jameson falleció el 22 de septiembre, dejando tras de sí una obra de incomparable amplitud y sofisticación. Robert Tally, crítico y antiguo alumno de Jameson, reflexiona sobre cómo era como intelectual, profesor y amigo.

La muerte de Fredric Jameson el 22 de septiembre de 2024 fue un duro golpe para quienes le conocieron personalmente —estudiantes, colegas, amigos, camaradas — y para muchos más que leyeron su vasta y variada obra. Algunos han sugerido que su muerte marca el final de una época: la confluencia de las fuerzas sociales —descolonialismo, marxismo, cultura popular— que se combinaron con la filosofía europea para producir a Jameson no es fácilmente replicable. Otros han señalado, dialéctica o irónicamente, que ésta es en sí misma una visión profundamente antijamesoniana, pues expresa una visión en la que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin de Jameson.

Pero, por supuesto, Jameson siempre insistió en que los elementos más «negativos» o ideológicos de la actualidad contienen en sí mismos alguna perspectiva «positiva» o utópica. Sólo necesitamos tener la energía, la habilidad y la voluntad de percibirlo. Esta insistencia en identificar el potencial utópico incluso de situaciones verdaderamente desalentadoras fue su mayor logro. De hecho, fue la base de su enfoque ecléctico, abierto y profundamente crítico de todas las cosas, incluida su maravillosa generosidad y amabilidad con todos los que le conocieron.

Entre los efectos más utópicos que ya se pueden encontrar tras la muerte de Jameson, de hecho, están las sinceras apreciaciones de la persona —es decir, Jameson el profesor, el mentor, el conferenciante invitado, el corresponsal por correo electrónico, el amigo— que tantos de sus amigos, antiguos alumnos e incluso aparentes desconocidos han compartido en línea en los últimos días. Estos recuerdos atestiguan la inveterada amabilidad e inagotable generosidad de Jameson, así como su profundo compromiso con el bienestar de los demás a lo largo de toda su carrera. En la cima de su fama, Jameson se las arreglaba para tener o hacer tiempo para otras personas y —a pesar de su dominio aparentemente imposible de todas las cosas literarias, filosóficas y políticas— el esnobismo y el elitismo le eran ajenos. Como estudiante, es probable que a veces le hablara «alto», pero él nunca me habló «bajo», una experiencia que parece que comparto con casi todos los que se relacionaron con él.

Conocí a Jameson en la primavera de 1989, cuando cursaba segundo año en la Universidad de Duke, en un curso de introducción a la literatura titulado simplemente «¿Qué es la literatura? Como estudiante de filosofía interesado exclusivamente en el pensamiento de los siglos XIX y XX, descubrí a través de Jameson la ficción poscolonial y la poesía francesa, así como a Claude Lévi-Strauss, Walter Benjamin y Roland Barthes, pensadores a los que podía recurrir tan fácilmente como al canon literario estadounidense, que era el pilar de la formación académica de la época.

Puede parecer trillado decirlo, pero Jameson amaba la literatura; lo hacía contagiosamente. En una ocasión, recitó «Zone» de Guillaume Apollinaire en francés. Quería que apreciáramos el sonido del poema. La literatura existía para él como parte de un mundo más amplio de política y experiencia: sus conferencias saltaban graciosamente del cine a la arquitectura y la música. Este curso y su profesor me afectaron profundamente, como quizás resulte obvio en mis recuerdos de hace treinta y cinco años. Pero para mí, en aquel momento, Jameson era sólo eso, un gran profesor cuya clase disfruté. No sabía nada de su erudición o crítica más allá del aula.

Aún no había descubierto que Jameson era aparentemente un «pez gordo», pero no se comportaba como tal. En la Librería Gótica había una sección dedicada a autores de Duke, y yo tenía la costumbre de buscar libros de profesores a los que admiraba (tuve la suerte de tener varios profesores maravillosos, de campos muy diferentes). Vi que el profesor Jameson había escrito un libro sobre Jean-Paul Sartre, que resultó estar basado en su tesis de 1959 en Yale, donde se doctoró en francés. Tan grande fue su influencia en la lectura de una generación que sospecho que, de entre los muchos admiradores de los escritos de Jameson, soy uno de los pocos que leyó antes Sartre: Origins of a Style que Marxismo y forma, El inconsciente político o Postmodernismo, o la lógica cultural del capitalismo tardío.

Nunca estuve tan cerca de él como muchos de sus estudiantes de posgrado. Sin embargo, desde aquel semestre de 1989 hasta hoy, siempre ha sido una presencia constante: apoyando mi trabajo, ofreciéndome consejos, escribiendo cartas de recomendación o de apoyo, participando en conferencias o números especiales y, en general, animándome en todo lo que me proponía. Asistí a dos clases más con Jameson en la universidad, un curso superior sobre cine y un seminario de posgrado dedicado a los Grundrisse de Karl Marx, durante el cual me familiaricé con los escritos del propio Jameson, ya que yo también cursé estudios de posgrado en la Universidad de Pittsburgh.

Jameson me invitó más tarde a ser profesor visitante en el Programa de Literatura de Duke, donde completé mi tesis sobre Herman Melville y «la cartografía literaria del sistema mundial», un proyecto bastante jamesoniano, basado en sus exploraciones críticas generativas de la globalización, el posmodernismo y lo que él llamó célebremente «cartografía cognitiva». Años más tarde escribiría Fredric Jameson: The Project of Dialectical Criticism, un estudio introductorio de la carrera de Jameson. Creo que es justo decir que todo mi trabajo, incluidos libros y artículos sobre toda una serie de temas, pero también mis enfoques de la enseñanza y la tutoría de estudiantes, la relación con colegas y la participación en el mundo en general, se ha inspirado en Jameson, como intelectual y como hombre.

Sus contribuciones a la teoría crítica, al análisis de las formas y el contenido del mundo en que vivimos y a la potenciación de la imaginación para vislumbrar alternativas al presente son inconmensurables. Pero lo más importante, quizá, es que su pensamiento sirvió para inspirar a otros —artistas, activistas, críticos, teóricos y estudiantes de todo tipo— a ampliar sus esfuerzos.

La mejor manera de honrar la memoria de Fredric Jameson, después de todo, será pensar con él, recordar su ejemplo al tiempo que emprendemos nuestra propia crítica despiadada de todo lo que existe, como dijo el joven Marx.

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