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El presidente francés Emmanuel Macron pronuncia un discurso en el Palacio presidencial del Elíseo en París, el 15 de septiembre de 2022. (Ludovic Marin/AFP vía Getty Images)

La Francia de Macron es una república rota

Traducción: Florencia Oroz

En su último libro, la periodista Nabila Ramdani indaga en los mitos autocomplacientes de la política nacional para ofrecer una imagen condenatoria de la Francia de Macron. Pero no da crédito suficiente a las fuerzas de izquierda que trabajan para transformar ese sistema roto.

El artículo que sigue es una reseña de Fixing France: How to Repair a Broken Republic, de Nabila Ramdani (Hurst Books, 2023).

 

La reciente ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París fue la quintaesencia de lo francés. Una performance drag de carácter vodevilesco y un beso poliamoroso fueron muestras de una tradición libertina viva. Las estatuas doradas que emergían del suelo eran un homenaje a mujeres radicales y revolucionarias de la historia de Francia, como la comunera Louise Michel, la filósofa y activista feminista Simone de Beauvoir y la política Gisèle Halimi.

Gojira, una de las bandas más famosas de Francia, rindió homenaje a la revolución con una actuación que incluyó a una María Antonieta decapitada. Y, por supuesto, ahí estuvo también la rareza del pitufo bailarín.

La ceremonia se produjo en un contexto de agitación política, ya que Emmanuel Macron ha instituido lo que algunos de sus críticos llaman un «golpe frío». Aunque la alianza de izquierdas Nouveau Front Populaire (NFP) fue la mayor fuerza tras las recientes elecciones legislativas, el autodenominado Júpiter de Francia se ha negado a aceptar su candidatura para el puesto de primer ministro. Mientras tanto, el antiguo gobierno ha dimitido oficialmente, pero continúa gobernando como si siguiera en funciones.

República rota

El espectáculo de la ceremonia, dirigida por el artista de izquierda Thomas Jolly, no fue bien recibido por todos. El retablo de María Antonieta indignó a la derecha reaccionaria, y la actuación de drags fue interpretada en sectores conservadores como una provocación decadente contra la moral cristiana (argumentaron que era una parodia ofensiva de la Última Cena).

También Macron pareció disgustado. En líneas generales, se había salido con la suya —la ceremonia se extendió por toda la ciudad, socialmente limpia, y tuvo como espacio central al Sena, ahora apto para bañarse—, pero el carácter progresista de la exhibición pareció irritar al hombre que acababa de pasar una campaña electoral denunciando a la izquierda como «inmigracionista» y que, de todos modos, perdió contra ellos.

Esta Francia, con un paisaje político completamente fracturado en el que la lógica desordenada de la desamorada Cuarta República se ha reconstituido dentro de la Quinta, la Francia a la vez radical y reaccionaria y con un establishment dominante que se burla desde lo alto, es el tema del nuevo libro de Nabila Ramdani, Fixing France. La obra de Ramdani es un diagnóstico de los problemas de la Francia contemporánea que analiza, en palabras de su subtítulo, «cómo reparar una república rota».

Ramdani nació en una banlieue parisina. Hija de padres argelinos, trabajó como periodista en Francia y Oriente Medio, periodo durante el cual conoció a gran parte de la clase política francesa, incluidos los presidentes Nicolas Sarkozy, François Hollande y, ahora, Macron. Sus antecedentes influyen en gran medida en su análisis en beneficio del argumento. Pasajes de sus memorias ilustran la experiencia de crecer como minoría étnica en el 91, una antigua barriada de trabajadores de las antiguas colonias francesas convertida en urbanización municipal. Según Ramdani, construida con un impulso «utópico», ha acabado convirtiéndose en un «panóptico que todo lo ve».

Ramdani describe cómo se siente una forastera mientras descubre «enormes baches en la historia nacional de mi país». Su objetivo en el libro es llenar esos agujeros, y su perspectiva desde fuera le garantiza un éxito considerable.

Rellenar los baches

Políticos y periodistas han explotado los sucesivos y brutales atentados yihadistas contra las oficinas de Charlie Hebdo, la sala de conciertos Bataclan e individuos como el profesor Samuel Paty para convertir a los musulmanes en chivos expiatorios como grupo colectivo y envenenar el discurso político francés. En su versión de los hechos, antes de que llegaran los musulmanes con su salvajismo, Francia era una tierra armoniosa.

Ramdani, interesada tanto en Argelia y Oriente Próximo como en Francia, corrige meticulosamente esta imagen engañosa. El terrorismo, demuestra, no fue una importación de otros lugares. Por el contrario, fue utilizado en ocasiones por los franceses blancos y, de hecho, por el propio Estado.

La Organización del Ejército Secreto (OAS) fue una organización terrorista de extrema derecha formada durante la guerra de independencia argelina bajo la dirección de altos mandos militares que habían roto con Charles de Gaulle cuando este empezó a contemplar la retirada de Argelia. Algunas de esas figuras pasarían a desempeñar papeles destacados en la Rassemblement National. Además de matar a cientos de civiles argelinos e intentar asesinar a De Gaulle, la OAS fue responsable de una serie de atentados en suelo francés, entre ellos el atentado con bomba contra un tren en Vitry-le-François en 1961, en el que murieron veintiocho personas.

Este último incidente quedó relegado al olvido; la gente no empezó a hacerse preguntas sobre el «atentado que nunca ocurrió» hasta 2015, después del de Bataclan. Ramdani denuncia mordazmente esta amnesia deliberada, así como las campañas de asesinatos llevadas a cabo en Argelia por el Estado francés, como «ejemplos de manual de cómo las figuras del establishment francés respaldaron el terrorismo como una herramienta política eficaz».

El capítulo dedicado al terrorismo es la aportación más significativa del libro. Ramdani cuestiona con valentía por qué no se han investigado suficientemente los sucesos de 2015, incluida la posibilidad de que el fuego amigo de una Policía presa del pánico haya contribuido a la matanza. A continuación, deconstruye clínicamente el mito que sugiere que los atacantes eran combatientes enemigos inmigrantes que se instalaron en la sociedad francesa para hacerle la guerra.

De hecho, insiste, estos terroristas suicidas eran «fracasados» que procedían de «entornos criminales dañados», no supersoldados entrenados del ISIS, y la propia sociedad francesa tenía una responsabilidad considerable en la producción de tales atentados. La autora vincula de forma contundente y persuasiva a la clase dirigente francesa con este terrorismo, destacando su apoyo político y diplomático al gobierno saudí, por no mencionar las acciones de la empresa de hormigón Lafarge, que pagó al ISIS para que mantuviera en funcionamiento una de sus fábricas. Su afán por deconstruir la narrativa sobre el terrorismo en Francia es admirable, y lo consigue de forma convincente.

Centro y periferia

El enfoque de Ramdani a lo largo del libro es histórico-cultural. A veces resulta muy fructífero, como en su análisis de la geografía de las banlieues parisinas y el modo en que la marginación y la explotación de los residentes están integradas en la ciudad:

Hay enlaces de transporte con el centro de París desde el 91, pero no funcionan muy bien, a pesar de estar llenos de trabajadores manuales y de limpieza de los polígonos a primera hora de la mañana. Los trenes de alta velocidad TGV permiten ir de París a Marsella en menos de tres horas y media, o a Londres en no mucho más de dos, pero nadie quiere que los habitantes de los polígonos se cuelen en París a ninguna velocidad. Todo lo que consiguen son trenes viejos, sucios y poco fiables en líneas como la RER D, apodada la línea «D de delincuentes».

A veces, sin embargo, esta forma de crítica, en gran medida cultural, sufre por falta de economía política. En el capítulo dedicado a la educación, Ramdani atribuye los fracasos del sistema educativo a un conservadurismo típicamente francés, centrado en la caligrafía y la educación burguesa. Presenta a los profesores como vehículos perezosos, desganados y vacíos de una ideología de «húsares negros» de la pedagogía conservadora. El sistema educativo francés, escribe Ramdani,

es un medio para que los intelectuales de élite impongan su cultura —que, según ellos, debería ser la única disponible— y traten como basura todo lo que la cuestione. Una buena manera de empezar a mejorar la situación sería animar a los profesores a enseñar, en lugar de limitarse a impartir conocimientos con cara de mala leche.

Aunque el predominio de la cultura burguesa es innegable, este retrato del sistema educativo francés es una generalización demasiado amplia. En mi breve experiencia en la Educación Nacional, me encontré con muchos profesores que se esforzaban por tratar de implicar a los alumnos difíciles de forma creativa. Los principales problemas a los que se enfrentaban eran el gran número de alumnos por clase, la abrumadora carga administrativa, la insuficiencia de recursos, las largas horas de trabajo durante el curso y un salario relativamente bajo.

Ramdani alude brevemente a estas cuestiones, pero rápidamente vuelve a una gran narrativa histórico-cultural que ignora las políticas más mundanas de austeridad y el vaciado neoliberal de la educación. Este es el peor ejemplo de las generalizaciones culturales, pero la apelación a la idea del carácter nacional a lo largo del libro sirve a veces para suavizar contradicciones y diferencias, presentando una esencia francesa unificada donde no la hay.

Golpes de efecto

Ramdani no se anda con rodeos a la hora de detallar los pecados de la clase política francesa, desde el juego de Macron con los temas de extrema derecha y la brutalidad de la policía bajo su mandato hasta el cinismo, la codicia y la violencia que han sustentado gran parte de la política exterior del país a lo largo de décadas. Sin embargo, a veces rehúye algunas de las conclusiones obvias que hay que extraer de las correcciones narrativas que hace.

Por ejemplo, quienes se sitúan en el ala izquierda del discurso político francés sostienen que Macron no se limita a hacer el juego a la extrema derecha ocasionalmente por conveniencia política, sino que lo hace como parte activa y permanente de su proyecto. «Macron-Lepenismo» es el término acuñado para describir este fenómeno. Sin embargo, Ramdani no se compromete con este argumento, a pesar de que su propio libro proporciona amplias pruebas de dicha convergencia ideológica entre Macron y Marine Le Pen.

El estatus de outsider consciente de Ramdani proporciona una perspectiva muy necesaria sobre una variedad de temas, incluyendo la raza, la identidad y el feminismo, así como la naturaleza de la protesta, la Policía y la historia llena de baches que Francia se cuenta a sí misma. Sin embargo, como periodista de alto vuelo, a veces reproduce los prejuicios estructurales de la industria en la que trabaja.

La escasez de referencias a la izquierda populista es indicativa en este sentido. La política y los medios de comunicación franceses están cada vez más estructurados de una manera que suprime a la izquierda, representada principalmente por el partido de Jean-Luc Mélenchon, La France Insoumise, y los sindicatos del país, prefiriendo centrarse casi por completo en el seudoconflicto entre el macronismo y la extrema derecha. Un libro que pretende tratar de «arreglar Francia» podría avanzar un poco hacia este objetivo, rechazar esa supresión y reconocer las alternativas que algunos están tratando de construir.

Allí donde se menciona a la izquierda, Ramdani muestra otro reflejo del establishment mediático al despotricar contra los extremismos supuestamente equivalentes de izquierda y derecha. En un momento dado, escribe que Macron «vuelve a caer en el conservadurismo clientelar mientras desata la ira de los trabajadores en apuros. No hay duda de que políticos extremistas como Le Pen y Mélenchon están canalizando este descontento hacia un éxito electoral significativo».

El problema no es que Ramdani sea partidaria de La France Insoumise ni admiradora de Mélenchon. Al tacharle de extremista y excusar a Macron como un simple «conservador clientelar», Ramdani muestra un instinto característico de la cultura política que, por otra parte, pretende revisar. Por razones que no se establecen en el libro, Ramdani no presenta a Macron como una figura extrema, aunque señala correctamente que sus decisiones como presidente francés han dado lugar a un aumento de la desigualdad, acciones imperiales en África, brutalidad policial y generalización de la retórica ultraderechista.

Mélenchon, por otra parte, comparte sus puntos de vista sobre Palestina y es la única figura política importante que propone la refundación total del sistema político bajo la rúbrica de la «Sexta República» que ella defiende como solución al malestar de Francia, y sin embargo lo describe como un extremista equivalente a Le Pen. Estos reflejos involuntarios del periodismo mainstream debilitan un poco el argumento, y desde luego la parte propositiva de la tesis. El lector puede preguntarse qué sentido tiene reclamar una Sexta República sin prestar atención a los actores políticos que intentan activamente llevarla a cabo.

Como crítica del statu quo, Fixing France es en general excelente, bien documentada y argumentada. Pero la política y la cultura no son las únicas cosas que hay que arreglar en la Francia de hoy: el periodismo también. Los críticos radicales que salen de ese sector también deben, de vez en cuando, aplicarse a sí mismos el mismo escepticismo inquebrantable.

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