El artículo a continuación es una reseña de Pax Economica: Left-Wing Visions of a Free Trade World, de Marc-William Palen (Princeton University Press, 2024).
En noviembre y diciembre de 1999, al menos cuarenta mil manifestantes descendieron al centro de Seattle para protestar contra la conferencia de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Algunos se disfrazaron o blandieron imágenes de tortugas marinas, que simbolizaban la anulación por la OMC de la normativa medioambiental contra la pesca de arrastre. Junto a ellos marcharon representantes de los sindicatos siderúrgicos, que protestaban contra el dumping de acero barato en los mercados estadounidenses. También estuvieron presentes grupos de consumidores que se oponían a una resolución de la OMC que impedía a Europa restringir la importación de carne de vacuna tratada con hormonas. Activistas ecologistas, obreros y defensores de los consumidores formaban una alianza ecléctica furiosa por las repercusiones de la aplicación del libre comercio por parte de la OMC sobre el medio ambiente y los derechos de los trabajadores.
Durante varios días, la «Batalla de Seattle» clausuró el centro de la ciudad. La policía, que no estaba preparada para la magnitud de las manifestaciones, respondió con gases lacrimógenos, balas de goma y granadas aturdidoras. Los delegados de la OMC no pudieron salir de sus habitaciones de hotel y se aplazaron las ceremonias de apertura de la conferencia. El alcalde de Seattle, Paul Schell, declaró el estado de emergencia; el gobernador de Washington, Gary Locke, llamó a la guardia nacional; las conversaciones comerciales se vinieron abajo.
Para quienes, como yo, alcanzaron la mayoría de edad a finales del siglo XX, las protestas contra la OMC consolidaron el «libre comercio» como sinónimo de destrucción medioambiental y explotación de los trabajadores. Las protestas antiglobalización de 1999 parecen muy diferentes un cuarto de siglo después, cuando las políticas económicas y exteriores de Donald Trump y ahora de Joe Biden han intentado anular elementos del orden del libre comercio para obtener una ventaja competitiva sobre China, supuestamente en favor del interés de los trabajadores estadounidenses.
Es fácil olvidar que la izquierda históricamente ha tenido una relación más ambivalente con el libre comercio. Pax Economica: Left-Wing Visions of a Free Trade World, del historiador de la Universidad de Exeter Marc-William Palen, ofrece un correctivo a las interpretaciones dominantes de los puntos de vista de la izquierda y la derecha sobre el comercio. Palen rastrea una tradición de izquierdas, que se remonta a la década de 1840, «que relacionaba el cosmopolitismo internacional con el antimperialismo y la paz, y el nacionalismo económico con el imperialismo y la guerra». Reuniendo un deslumbrante (aunque a veces abrumador) conjunto de entramados militantes, activistas e intelectuales desde el siglo XIX hasta el presente, el autor reconstruye una historia del pensamiento económico que concibió el libre comercio como condición necesaria para un mundo más justo y pacífico.
Karl Marx en Davos
El libre comercio fue fundamental para la Escuela de Manchester de la economía política británica del siglo XIX. Asociada a los reformistas Richard Cobden y John Bright, se opuso a las políticas económicas proteccionistas y mercantilistas, sobre todo a las Leyes del Maíz que el partido tory implantó tras las guerras napoleónicas de 1815. Las Leyes del Maíz impusieron aranceles al grano importado, elevando los precios de los alimentos y manteniendo el valor de las tierras agrícolas, lo que benefició a una pequeña y políticamente poderosa élite aristocrática.
Quienes se oponían a la Ley del Maíz pedían la reducción de los aranceles para bajar los precios de los alimentos e impulsar la competencia y el comercio. Estos argumentos antiproteccionistas fueron adoptados por una clase creciente de industriales y fabricantes victorianos, preocupados porque el aumento de los precios de los alimentos significaba pagar salarios más altos a los trabajadores. La lucha por el libre comercio contra los intereses creados de la clase terrateniente daría forma a los fundamentos ideológicos del Partido Liberal británico del siglo XIX. A través de una expansión imperial tanto informal como formal —a menudo llevada a cabo con violencia— Gran Bretaña exportó aranceles bajos a toda la economía mundial del siglo XIX.
Mientras Gran Bretaña promovía un «imperio del libre comercio», sus rivales imperiales y los movimientos nacionalistas anticoloniales buscaban el proteccionismo. A principios del siglo XIX, Estados Unidos elevó los aranceles sobre el comercio internacional y mantuvo altos los precios de la tierra como parte del «Sistema Americano» de nacionalismo económico. En Alemania, el economista Friedrich List argumentó que los aranceles elevados eran esenciales para alimentar las industrias en desarrollo, una postura que se avanzó en el propio «Sistema Nacional» proteccionista de su país.
A finales del siglo XIX y principios del XX, estas ideas se habían extendido: las campañas nacionalistas anticoloniales, desde el movimiento indio Swadeshi hasta el Sinn Fein irlandés, desplegaron boicots y fomentaron la producción nacional para promover la autosuficiencia económica. Durante el periodo de entreguerras, W. E. B. Du Bois, influido por la economía proteccionista alemana, desarrolló un «enfoque marxista panafricano» que promovía las barreras comerciales para los estados colonizados como herramienta de resistencia contra el imperialismo europeo. Tanto para los imperios rivales como para los nacionalistas anticoloniales, el proteccionismo y la autosuficiencia económica ofrecían herramientas de resistencia a la dominación imperial y económica británica.
En contraste tanto con el coercitivo «imperio del libre comercio» del siglo XIX como con las campañas proteccionistas para resistirlo, Pax Economica ahonda en la economía política decimonónica para recuperar una tercera tradición de libre comercio socialista, internacionalista y antimperialista. Aunque el libre comercio puede haber sido el evangelio del liberalismo del siglo XIX, también fue abrazado por sus críticos socialistas. Para Karl Marx y Friedrich Engels, cuyas ideas se formaron en el mismo contexto proteccionista que la crítica de Cobden a las Leyes del Maíz, el libre comercio no era un objetivo en sí mismo, sino «una condición progresiva del capitalismo industrial, que lo acercaba un paso más a la revolución socialista». Aunque los radicales liberales de la Escuela de Manchester buscaban un capitalismo más libre, y los internacionalistas socialistas inspirados por Marx y Engels buscaban su sustitución, ambas tradiciones consideraban el libre comercio como un contrapeso al nacionalismo y al imperialismo beligerante.
Otra Internacional
El movimiento por la paz y el libre comercio de mediados y finales del siglo XIX que describe Palen era amplio y de orientación internacionalista. Entre sus miembros se encontraban el Club Cobden británico, la Ligue internationale et permanente de la paix francesa, los economistas españoles, la Liga de Libre Comercio estadounidense y el anticolonialismo liberal del nacionalista indio y diputado por la circunscripción londinense de Finsbury, Dadabhai Naoroji. Una influencia central en el relato de Palen sobre las campañas de libre comercio y paz del siglo XIX es el movimiento estadounidense del «impuesto único», encabezado por el economista Henry George, que pedía que el Estado gravara la tierra en lugar del trabajo, desalentando los monopolios de la tierra y eliminando la necesidad de otras formas de impuestos o aranceles.
El movimiento del impuesto único, muestra Palen, tuvo un alcance mundial, inspirando las propuestas de reforma agraria del líder nacionalista chino Sun Yat-Sen y del escritor ruso León Tolstoi. En la Gran Bretaña eduardiana, las ideas cobdenistas y georgistas fueron fundamentales para los desafíos «neoliberales» a la Reforma Arancelaria, que abogaban por aranceles preferenciales para convertir el Imperio Británico en un bloque comercial e influyeron en las propuestas del canciller liberal David Lloyd George de aumentar los impuestos sobre la tierra en su «Presupuesto del Pueblo» de 1909.
El Partido Laborista siguió defendiendo el libre comercio frente al proteccionismo en el periodo de entreguerras; cuando el primer ministro conservador británico Stanley Baldwin intentó reavivar los aranceles preferenciales para los países del Imperio Británico en 1923, el Partido Laborista condenó «la política arancelaria y toda la concepción de las relaciones económicas que subyace en ella» como «un impedimento para el libre intercambio de bienes y servicios sobre el que descansa la sociedad civilizada».
Luego de la Primera Guerra Mundial, el movimiento por la paz y el libre comercio depositó sus esperanzas en la Sociedad de Naciones. Estas esperanzas se vieron frustradas por las leyes de entreguerras que aumentaron los aranceles sobre el comercio internacional, como la Ley Arancelaria Hawley-Smoot estadounidense de 1930 y la Ley de Derechos de Importación británica de 1932, así como por el nacionalismo económico del naciente Tercer Reich en Alemania. Pero los ideales del movimiento por la paz y el libre comercio se mantuvieron vivos durante el periodo de entreguerras y mediados del siglo XX gracias a las campañas feministas transnacionales y al movimiento cristiano internacional por la paz.
Organizaciones feministas como la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, el Partido de la Paz de las Mujeres y la Sociedad de Mujeres por la Paz se unieron en torno a una «mezcla marxista-manchesteriana de radicalismo liberal, socialismo democrático y cooperativismo de base» en campañas para combatir el hambre infantil y promover la autonomía económica de las mujeres. Durante el periodo de entreguerras, organizaciones pacifistas cristianas como la YWCA, la YMCA y la Alianza Mundial para Promover la Amistad Internacional a través de las Iglesias respondieron al auge del fascismo, el nacionalismo económico y el colonialismo con una «determinación cosmopolita cristiana de que la interdependencia económica y la fraternidad internacional deben sustentar un orden mundial pacífico». Estas coaliciones activistas influirían en la política comercial estadounidense de posguerra a través del secretario de Estado de Franklin Delano Roosevelt, Cordell Hull, y ayudarían a sentar las bases del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) de 1947, que en 1995 se convirtió en la Organización Mundial del Comercio.
La historia del pensamiento económico de Palen está hábilmente ejecutada, atravesando una red mundial de movimientos anticoloniales, políticos metropolitanos y redes de activistas. Por el camino hay revelaciones sorprendentes sobre los orígenes izquierdistas del libre comercio de objetos de consumo e instituciones familiares: el juego de mesa Monopoly, por ejemplo, fue concebido como herramienta para enseñar los males de los monopolios de la tierra por la feminista georgista estadounidense Elizabeth Magie; y las tiendas libres de impuestos de los aeropuertos fueron idea del anticolonialista irlandés Brendan O’Regan, que concibió las zonas libres de impuestos como medio para superar los legados de la explotación colonial británica, promover el comercio con Irlanda del Norte y ofrecer un modelo para las economías en desarrollo.
A veces esta historia, plagada de personajes e instituciones que aparecen y desaparecen, puede resultar algo confusa. Las sesenta y nueve abreviaturas que figuran en la portada del libro dan alguna idea de con qué se va a encontrar el lector. Esta ligera desorientación es un pequeño precio a pagar por un relato transnacional que abarca dos siglos de pensamiento económico.
Del idealismo al neoliberalismo
Pax Economica, aunque innegablemente fascinante, impresionantemente investigado y lúcido, también suscita preguntas. ¿Es realmente de izquierdas un movimiento político que aspira a liberar el capitalismo? Aunque no se puede negar que muchos de los activistas y organizaciones perfilados en el libro se situaban en la izquierda política, los movimientos progresistas de principios del siglo XX en Europa Occidental y Estados Unidos —al igual que los actuales— eran ideológicamente muy amplios, y a menudo tendían puentes entre los compromisos socialistas y liberales.
Como ocurre hoy, ciertos objetivos de las élites económicas —reducción arancelaria en el siglo XIX, apoyo a las industrias verdes en esta época— pueden coincidir con los de fuerzas progresistas no lo bastante fuertes como para estar en el puesto de mando. Un relato que traza una línea intelectual entre Marx y Engels, el liberalismo eduardiano, la administración Roosevelt y la Organización Mundial del Comercio invita a preguntarse hasta qué punto se está reconstruyendo una visión de izquierdas.
El libro también se ocupa solo ligeramente de los trabajadores organizados, uno de los grupos más concretamente afectados por los enfoques multilaterales del libre comercio de finales del siglo XX y que más se opuso a ellos. Centrarse, como hace Palen, en los intelectuales y los círculos de activistas —en contraposición a los más convencionales enfoques en los sindicatos y los responsables de la política económica—, lo lleva a sobredimensionar la influencia de la tradición izquierdista del libre comercio que describe.
El último capítulo del libro destaca las consecuencias imprevistas y las ambiguas secuelas de la tradición librecambista de izquierdas en la segunda mitad del siglo XX. Los pacifistas del libre comercio abrazaron inicialmente el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, pero se desilusionaron cuando la Guerra Fría restableció nuevas barreras a la cooperación económica. Ante el repliegue de la Guerra Fría, los librecambistas de izquierdas se volcaron en la liberalización comercial regional, encarnada en instituciones como la Comunidad Económica Europea o la Zona Continental Africana de Libre Comercio. En respuesta, los movimientos idealistas, pacifistas, cristianos y feministas del libre comercio reorientaron sus campañas hacia el comercio justo en lugar del libre comercio.
Mientras que los movimientos cristiano y feminista que describe Palen estaban motivados por el idealismo democrático, las instituciones financieras globalizadas de finales del siglo XX que ayudaron a conformar, como el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio y posteriormente la OMC, fueron capturadas por un proyecto neoliberal dedicado (tal como ha demostrado Quinn Slobodian en Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism) a poner los mercados a salvo de la democracia.
Palen es persuasivo en su insistencia en que, aunque el «movimiento por la paz económica» de izquierdas «puede haber contribuido involuntariamente a allanar el camino para el ascenso de la derecha neoliberal (…) no deben confundirse el uno con el otro». Pero el libro también pone de relieve el fracaso de los idealistas movimientos de libre comercio de izquierdas a la hora de salvaguardar las instituciones económicas mundiales que ayudaron a crear de las garras de sus homólogos neoliberales.
La semana pasada, el Washington Post informó de que la Organización Mundial del Comercio «no estaba del todo muerta», pero «se deslizaba hacia la inutilidad». Los Estados miembros, reaccionando ante la retracción del libre comercio por parte de Estados Unidos tanto durante la guerra comercial de la administración Trump con China como durante el uso más reciente de subvenciones nacionales por parte de la administración Biden en la Ley de Reducción de la Inflación de 2022, no han conseguido llegar a acuerdos ni restaurar el mecanismo de disputas comerciales de la organización.
Al contar la historia, pues, de una tradición de libre comercio distintiva, global y explícitamente de izquierdas, el libro de Palen, cuya publicación coincide con un año en el que una posible presidencia republicana en Estados Unidos se dispone a esbozar una agenda aún más nacionalista en lo económico, no podría ser más oportuno. No está tan claro, sin embargo, si los sueños de los cosmopolitas económicos de los siglos XIX y XX ofrecen un modelo para la izquierda actual.